El infierno de la isla de Lesbos

sábado, 10 de octubre de 2020 · 15:30
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Cuenta el niño sirio Marwan, de 13 años: “El viaje por mar fue horrible, tenía mucho miedo, cerré los ojos y lloré. Esperábamos morir en cualquier momento. La gente gritaba mucho y rezaba a Dios para que llegáramos sanos y salvos”… (Nacido en Siria, Hernán Zin, 2016). Es el relato de la travesía entre la costa de Turquía y la isla de Lesbos, del archipiélago de Grecia, de uno de los millones de niños provenientes de los conflictos de los países del Medio Oriente que buscan llegar con sus familias a Europa. Un pequeño territorio de más de mil kilómetros cuadrados, con cerca de 100 mil habitantes, ha sido la escala del más grande flujo migratorio después del de la Segunda Guerra Mundial. Es parte de la crisis humanitaria que se gestó en 2015 por el gran número de  expulsados por la guerra en Siria. En el corto recorrido desde Turquía, de acuerdo con la Agencia para los Refugiados de la ONU, las endebles embarcaciones llevan hacinadas a más de un centenar de personas, por eso han naufragado tantas en el cementerio del Mediterráneo. Sólo entre 2015 y 2016 murieron ahogados más de 5 mil. Llegaron familias enteras. Sólo llevaban consigo la esperanza de una vida mejor. Aunque esto es relativo, porque el núcleo familiar ha desaparecido con la muerte del padre o de la madre, en algún bombardeo en Alepo, en Damasco o en cualquier otro lugar. Por eso, en el mejor de los casos, muchos niños son acompañados por algún adulto mayor, o viajan solos. Casi medio millón de niños fueron separados de sus familias en varios países, y en 2018 el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia reportó que existen 30 millones de menores refugiados a causa de guerras y conflictos. Los que llegan a Lesbos, si tienen suerte, son alojados en el campo para refugiados de Moria, al que los migrantes llaman “El Infierno”, por las condiciones en que viven. El 9 de septiembre pasado ese lugar se incendió en medio de la revuelta de un grupo de refugiados que serían aislados para evitar contagios por coronavirus. El campo fue destruido en su totalidad y los 13 mil refugiados quedaron a la intemperie, incluidos 400 niños y adolescentes. Éstos fueron trasladados a la Grecia continental por la Comisión Europea, con mediación de la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Emmanuel Macron. Ese es el camino que todos los refugiados quieren seguir para comenzar la búsqueda de la supervivencia que les puede garantizar un papel oficial. Sin embargo, 4 mil niños permanecieron al lado de sus familias después del incendio y permanecieron varios días a la intemperie mientras esperaban apoyo de los países de la Unión Europea. Destaca entre éstos Alemania, donde hay cerca de 1 millón de solicitudes de asilo y que implantó programas de integración para refugiados. De hecho, tras el incendio miles de alemanes se manifestaron en las calles de Berlín, Hamburgo y Francfort para demandar que se asile a los refugiados de Grecia. Esas tres ciudades determinaron que recibirán a 300 personas del campamento de Moria, mientras Turingia, Baviera y Renania decidieron acoger a otras mil. Suecia es el país que ha recibido el mayor número de niños no acompañados. Sin embargo, la deseada integración se enfrenta de inmediato con el rechazo. Por ejemplo, los niños sirios cuentan cómo en las escuelas son acosados por sus compañeros suecos. Francia también ha distribuido a los inmigrantes en varios de sus departamentos e, igual que España, cuenta con programas para identificar a los refugiados que tienen ciertas profesiones necesarias en esas naciones europeas, ya que muchos de quienes huyen de países donde ya es imposible vivir tienen estudios universitarios. Ahora aparece muy focalizado el caso de quienes abandonan Líbano desde las explosiones del 4 de agosto. Contra las protestas de las organizaciones no gubernamentales de derechos humanos, Chipre deportó a 400 nativos de ese país que lo dejaron en apenas un mes. Si esa cantidad se toma como muestra, el número de salidas continuará incrementándose, no importa si es en lanchas inestables por el  Mediterráneo. Para hacerse una idea de las dimensiones de la desesperación, recientemente una mujer contó que, al morir su bebé en el trayecto, no tuvo más opción que arrojarlo al mar. La tragedia del 9 de septiembre en el campo de Moria provocó sospechas de que fue intencional, porque los incendios ocurrieron al mismo tiempo en diferentes sitios y, al día siguiente de que los bomberos lograron sofocarlos, la sección que se había salvado fue devorada por las llamas. Aunque algunos analistas consideran que la acción provino de los internos por sentirse acorralados, algunos antecedentes pueden apoyar la idea de una maniobra política. Por ejemplo, el 26 de octubre de 2016 el campamento conocido como “La Jungla”, en Calais, Francia, también se incendió. Con ello se logró lo que las autoridades no consiguieron por consenso, es decir, que salieran las mil personas que se encontraban allí. El grupo era considerado ilegal por no cumplir los requisitos franceses de asilo, así que buscan ir a Inglaterra. Y apenas en abril de 2020 un nuevo incendio en La Jungla hizo que los refugiados que arribaron después del anterior, también tuvieran que salir. No tienen un destino claro, porque se han alejado mucho de sus países: Somalia, Sudán, Irán, Eritrea e Irak. Cerca de mil de esos migrantes colocaron sus tiendas de campaña en los alrededores del campo, pero las organizaciones no gubernamentales denuncian que les son confiscadas por las autoridades francesas. El incendio de Moria ha provocado que nuevamente salgan a la superficie los graves problemas de las migraciones del mundo contemporáneo. Si hasta 2016 la población de ese campamento era fundamentalmente de sirios, ahora 70% proviene de Afganistán y el resto de decenas de países. Human Rights Watch afirma que las autoridades griegas no han hecho nada para resolver el grave hacinamiento, pese a los millones de euros que la Unión Europea entrega para el albergue y para los trámites de asilo. Incluso se afirma que aproximadamente 200 migrantes ya cuentan con ese estatus en Lesbos y no les permiten abandonar la isla. Existe un fuerte debate en Europa sobre los migrantes que llegan todos los días, aunque se han incrementado. En 2019 se registraron 149 mil, que resultó la cifra más baja de los años recientes. Y con el incendio de Moria fue de nuevo manifiesta la pronta respuesta de la canciller de Alemania, Ángela Merkel, dispuesta a recibir al número más alto de refugiados con el apoyo de 170 ciudades y municipios de su país. Los alemanes mostraron su solidaridad en las calles, aun cuando la encuesta del Instituto Yougor afirma que 47%  están de acuerdo con esa medida, en tanto que 30% se pronunciaron en contra. Mientras Polonia, Hungría y la República Checa se niegan a recibir refugiados, la presión de la Unión Europea hizo que Grecia construyera un campamento alterno en Kara Tepe para albergar a los migrantes que deambulaban por los campos y carreteras. Éste surgió también debido a que los lugareños quieren evitar que los refugiados lleguen a la aldea portuaria y turística de Mytilene, donde pueden verse vestigios de la antigua cultura griega. La policía griega los apoya impidiendo el paso a los refugiados. Ese tipo de experiencias complica la decisión de los migrantes de aceptar el nuevo campamento: sienten que se les quiere confinar como si se tratara de una prisión. Ha sido preciso convencerlos de que acepten entrar al nuevo campo, el cual si bien tiene cupo para 5 mil (que pueden contar con una litera, alimentos y agua todos los días), en los primeros días sólo habían ingresado 800 personas. Esa desconfianza se vinculó también con el riesgo de contraer coronavirus. Ahora un requisito más para habitar en Kara Tepe es realizarse una prueba para detectar la infección. El temor al contagio en los campos de refugiados recorre la región, desde Líbano y Jordania hasta Turquía. La pandemia podría extenderse con extrema facilidad, dado que los hábitos higiénicos preventivos requieren un equipamiento mayor al que esos campos pueden ofrecer. Por lo pronto, las pruebas en el nuevo campo arrojaron ya 300 contagiados y recientemente se registró la primera víctima mortal del coronavirus.

Urgen soluciones

La circunstancia obliga a una reacción más amplia y decidida, en la que deberían participar los países con capacidad para ayudar. La Unión Europea impulsa un Nuevo Pacto sobre Migración y Asilo para  promover mecanismos de solidaridad obligatorios para sus integrantes, mediante la llamada “solidaridad vinculante”, o en su defecto el “patrocinio por deportación” para quienes no cumplen los requisitos del derecho de asilo. El 16 de septiembre pasado, cuando Ursula von der Leyen tomó posesión como presidenta de la Comisión Europea, llamó a encontrar soluciones a los problemas de los migrantes y refugiados antes de que empeoren o se salgan de control, como en el caso de los incendios de campamentos. Pero al mismo tiempo Europa debe contener la expansión de la pandemia, porque los contingentes de migrantes, con tantas carencias, constituyen una población muy vulnerable. Hay que encontrar la forma de evitar que Europa vuelva a enfrentar la llegada de 1 millón de personas, como en 2015, y que éstas no vuelvan a la isla de Lesbos a una situación semejante a la de entonces, cuando niños, mujeres y varones llegaban con el terror en el rostro tras la aventura en el mar y quizá sin comprender que dejaban atrás un infierno pero entraban en otro, difícil de superar. Por trágico que resulte, el hambre, el miedo a la guerra y otras dificultades empujan a muchos a arriesgarse en lo desconocido, arrastrando a sus hijos. A partir de las fotografías se puede apreciar un alto porcentaje de menores, niños con la sorpresa en la mirada pero que al poco tiempo juegan y pasan el tiempo ignorando la difícil situación en que se encuentran. Tras detectarlos en el mar, las organizaciones humanitarias internacionales, con voluntarios dispuestos a todo y en ocasiones con la participación de autoridades, los auxilian a llegar a tierra firme, que muchos tocan mientras rezan. El mundo será otro cuando ya no represente un milagro la llegada a Europa, donde, luego de eludir a los traficantes que les cobraron por llevarlos allá, los migrantes tienen la posibilidad de pedir asilo y esperar –en centros especiales de internamiento– a que se resuelva su demanda. Si no lo solicitan o no cumplen los requisitos, serán deportados, pero el proceso es complejo, especialmente si no existe acuerdo de retorno con el país de origen. Pero la mayoría rehúsa dar a conocer su procedencia, conscientes de que algunos países no gozan de simpatías en su lugar de destino. ¿Cómo actuar? El fenómeno migratorio de nuestra época contiene una gran variedad de elementos que provoca que las  explicaciones no sean ya suficientes para entender su complejidad. Los emigrantes forman una categoría complicada porque hay que hacer patentes las diferencias y particularidades entre los expulsados y desplazados, los refugiados de guerra y los perseguidos, quienes aún pueden salir de su país por decisión propia, las razones que los mueven y la realización o no de sus expectativas. En nuestro tiempo este fenómeno es el problema más grave después de las guerras, porque mientras éstas acontecen en los momentos de mayor tensión social y agudización de los problemas económicos, la migración se mantiene y se ha desarrollado en la cotidianidad sin interrumpirse. Por otra parte, los países receptores se están nutriendo de inmigrantes que cuentan con educación universitaria: en Estados Unidos suman 40%, en Canadá 50%, en Australia 40% y en la Unión Europea 20%, además de que un amplio porcentaje ha recibido alguna educación. Parece que la tendencia es que emigren más quienes tienes mayores estudios y tiende a disminuir la proporción de migrantes menos educados. También es importante destacar que 50% de los inmigrantes en el mundo son mujeres y que en los países desarrollados superan en número a los varones. Y no hay que olvidar la importancia que significan las remesas que envían a sus familias aquéllos que han llegado a los países desarrollados, aunque también hay envíos entre países en igualdad de condiciones económicas. Ya el sociólogo francés Alain Touraine declaró que la migración es quizás “el mayor reto de la Unión Europea”. Y también ha dicho que si no sabemos cómo integrar y convivir con la emigración, se sembrará “una semilla de odio y de rencor en las futuras generaciones”. Es una paradoja que en tiempos de la globalización, de los mayores intercambios humanos por la modernización de las vías de comunicación y de la tecnología, el espejismo de una vida mejor sea desajustado por las guerras, siempre motivo de desplazamientos forzados. Pese a todo, los migrantes llegan superando todos los obstáculos y al llegar al sitio idealizado aparecen las restricciones a causa de ideologías alimentadas por la xenofobia y el racismo, como si no alcanzara a percibirse que en nuestros días cada vez resulta más difícil nacer y morir en el mismo lugar. La enseñanza que deja el campamento de Moria, El Infierno, nos lleva a preguntarnos: ¿queremos ver a los refugiados como invasores o gestionar con humildad su llegada?
Análisis publicado el 4 de octubre en la edición 2292 de la revista Proceso.

Comentarios