CNDH: de la solidaridad a la zona gris

sábado, 3 de octubre de 2020 · 16:09

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Hemos visto, muchas personas con asombro, algunas con entusiasmo y otras con indignación, las noticias sobre la toma del inmueble de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, ahora convertido en la Casa Refugio Ni Una Menos.

Días después, el 15 de septiembre, las madres de víctimas de feminicidio y de graves abusos, junto con activistas feministas, dieron un “grito”, al que llamaron “antigrita”. Frente a un nutrido grupo de gente, en su mayoría mujeres jóvenes, denunciaron: “No hay instituciones que estén respaldando, resguardando o atendiendo a las mujeres víctimas de violencia, no hay una mujer en este país que no haya vivido algún tipo de violencia y desde esa lógica es que se da inicio a esta antigrita”.

Horas antes, la tarde inició con música y baile, y cuando Vivir Quintana, la joven norteña que compuso la Canción sin miedo, empezó a cantarla casi todas las asistentes la corearon. Aquí solo retomo tres estrofas:

A cada minuto de cada semana Nos?roban?amigas,?nos matan hermanas Destrozan?sus cuerpos, los?desaparecen ¡No olvide sus nombres, Señor Presidente!

Cantamos sin miedo, pedimos justicia Gritamos por cada desaparecida Que resuene fuerte: ¡Nos queremos vivas! Que caiga con fuerza el feminicida

Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo Si un día algún fulano te apaga los ojos Ya nada me calla, ya todo me sobra Si tocan a una, respondemos todas

La carga emocional en torno a la Casa Refugio Ni Una Menos se manifestó con una efervescencia colectiva que conmueve y también preocupa. La okupación de la casa en República de Cuba, en el centro de la Ciudad de México, pone en acto un añejo reclamo de justicia, y lo nuevo es la forma en que las madres de víctimas de feminicidio y también las madres de niñas abusadas sexualmente convierten su enorme sufrimiento en potencia política. Estas ciudadanas, que hicieron las denuncias en su momento, están hartas e indignadas por la incompetencia, la indolencia y el burocratismo que han vivido de parte de los organismos de justicia. Ellas son lo que el discurso paternalista considera “grupos vulnerables”, pero lo que han mostrado estos días es una vulnerabilidad en resistencia, con agenda política, prácticas de autodefensa, declaraciones transgresoras, actos de solidaridad e intervenciones artísticas que movilizan los afectos y la memoria, y exhiben las grietas políticas del sistema.

Las activistas feministas que las acompañan han desarrollado con eficacia una intervención política que entrelaza una denuncia de la injustica y el sufrimiento con una legítima aspiración a una vida más vivible. Al arriesgarse a okupar un inmueble de la CNDH exhibieron la indiferencia burocrática que ha desatendido esos brutales asesinatos y abusos, favoreciendo así la impunidad. Se ha dicho hasta el cansancio que la violencia sexual tiene un carácter sistémico, sin duda vinculado a la necropolítica neoliberal, y que los feminicidios son una forma extrema de terrorismo sexista. El problema es tan grave como complejo, pero sigue asombrando la ineptitud y falta de sensibilidad del personal de ciertas instancias judiciales para una atención adecuada a las víctimas y sus familiares. De ahí que éstas hayan tomado en sus manos la manera de hacerse oír.

Mi corazón está con las asesinadas, con las víctimas de los abusos y con sus madres. Me conmueve la presencia y el accionar de activistas feministas comprometidas con una causa totalmente justa. Y aunque la Casa Refugio Ni Una Menos es un ejemplo notable de lucha y de solidaridad, no puedo dejar de pensar en cómo es necesario cuidar las posibilidades de transformación política que han producido esos cuerpos de mujeres imbricados en una fuerte alianza. Para preservar el objetivo de su lucha no basta la audacia de las okupas, pues en situaciones políticas complejas, como la toma de la CNDH, suelen colarse otros intereses que tratan de aprovechar la situación para sus fines y, en ocasiones, introducen otros medios que no son los más adecuados para lograr el objetivo inicial. Hay que pensar y hablar sobre los peligros que amenazan el logro buscado, y un riesgo es que la Casa Refugio se convierta en lo que Javier Auyero califica de una “zona gris”, o sea, un espacio político donde no se distingue claramente quién es quién. La “zona gris” de un acontecimiento político es como una neblina que dificulta distinguir los intereses políticos de quienes intervienen y lo problemático no es que existan distintos intereses, sino que se haga de ellos algo oculto, no reconocido. ¿Hay en la Casa Refugio otros intereses políticos distintos a los de las madres y a los de las activistas feministas?

Hacer política, como la están haciendo las madres y las feministas, requiere que también tomen en cuenta que en todo movimiento social siempre hay grupos que intentan aprovecharlo para sus propios fines. La toma de la CNDH ha sido un detonador para que en otras entidades federativas se intenten acciones similares. Esto habla sin duda de la fuerza y organización de las redes feministas en el país, pero no hay que bajar la guardia ni creer que no se van a desplegar otros intereses. Ojalá que lo que potenció la Casa Refugio Ni Una Menos pueda mantener su rumbo.

Análisis publicado el 27 de septiembre en la edición 2291 de la revista Proceso.

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