Opinión

El general sí tiene quien lo salve

"El juicio contra Cienfuegos en Estados Unidos abría una caja de Pandora demasiado grande, y podía ventilar posibles acusaciones sobre toda una cadena de mando en las Fuerzas Armadas".
lunes, 23 de noviembre de 2020 · 11:44

Detrás de la operación “Sálvenle el pellejo a Cienfuegos” queda claro quién manda en México. Detrás de la insólita devolución del general arrestado se asoma la verdadera correlación de fuerzas dentro del país. El retorno del exsecretario de Defensa es una demostración del poder del Ejército, un triunfo personal de Marcelo Ebrard, y constata la “relación especial” entre López Obrador y Trump.

Lo que se vio fue una negociación política de alto nivel, al margen de la ley, fuera de la institucionalidad y sin precedentes en la relación bilateral. Un auténtico arreglo entre cuates, con un toma y daca en el que no queda claro quién chantajeó y quién cedió. Lo único absolutamente claro es que las Fuerzas Armadas presionaron y el presidente reaccionó para complacerlas.

Hoy los militares son uno de los principales poderes fácticos del país. Construyen aeropuertos, controlan aduanas, manejan puertos, distribuyen apoyos sociales, emprenden negocios, detienen migrantes, remplazan policías, se benefician de fideicomisos, reciben adjudicaciones directas, disfrutan tajadas cada vez más grandes del presupuesto a discreción, y además influyen en la conducción de la relación con Estados Unidos.

No sólo están a cargo de la seguridad interior; ahora logran determinar decisiones de política externa. Logran que el presidente marche al ritmo que le toquen, obligándolo a cambiar la postura crítica que asumió de entrada sobre Cienfuegos, y después presionando para lograr su devolución. AMLO heredó un Ejército con mucho poder y lo ha acrecentado. Hoy esa “criatura del Estado” demuestra que puede doblegarlo a su antojo, y López Obrador no tiene otra opción. Convirtió a los militares en un pilar de la llamada “Cuarta Transformación”. Cogobierna con ellos. Les debe. Los necesita.

La aprehensión de Cienfuegos había producido un descontento obvio, manifestado a través de múltiples canales a un presidente que acabó atrapado entre la espada y la pared: entre el Ejército y Estados Unidos. Por eso, inicialmente trastabilló, se contradijo, dio una explicación para luego cambiarla.

Nos informó que México no supo, luego que sí supo 15 días antes. El caso colocó a AMLO en una de las situaciones más incómodas de su gobierno, obligándolo a ofuscar, contradecirse, asumir una postura sólo para cambiarla al día siguiente. Y cuando finalmente tomó partido, lo hizo por las fuerzas castrenses. De ahí la instrucción a Ebrard para que fuera a negociar; para que fuera a presionar.

Y el canciller “Apagafuegos en Jefe” constató de nuevo que es de los pocos miembros del gabinete que sí sabe operar y producir resultados, en medio de tanta incompetencia gubernamental. Emprendió una cruzada política personalizada, en la cual no sabemos si chantajeó al procurador estadunidense William Barr, sugiriendo que México dejaría de colaborar con la DEA en temas de seguridad. O si ofreció algo a cambio que aún desconocemos.

La argumentación que hizo no enfatizó la inocencia del general, sino cómo su detención ponía en jaque la colaboración entre los dos países. Así lo reconoció el fiscal DuCharme, quien reiteró ante la juez que defendía la solidez del caso armado contra Cienfuegos, pero se vio obligado a retirar los cargos por “temas sensibles” de la relación bilateral.

Y la orden de hacerlo provino directamente de un procurador politizado –Barr– más leal a Trump que a la pulcritud legal o institucional. Lo evidente es que negociara lo que negociara, dijera lo que dijera, cediera lo que cediera, logró algo inaudito: Trump le da a Cienfuegos en bandeja de plata, echándose encima un pleito con la DEA y otras agencias de seguridad estadunidenses. En un mes, Estados Unidos detuvo, acusó y perdonó a un exsecretario de Defensa.

Ebrard ha declarado que la devolución no es un acto de impunidad sino de respeto a México. Pero como tuiteó Richard Ensor, el corresponsal de The Economist en México: “Estados Unidos confió tan poco en México que pasó 14 meses investigando a Cienfuegos sin comunicárselo al gobierno mexicano. Ahora Estados Unidos dice que confía tanto en el gobierno de AMLO, que México debe llevar la investigación. Totales mentiras”.

¿Por qué México no ha exigido la devolución de García Luna si la justicia mexicana es tan eficaz y el gobierno de Estados Unidos confía tanto en ella? Cienfuegos llega sin cargos, se ha ido directamente a su casa, no se sabe qué pasará con la carpeta de investigación supuestamente iniciada por la FGR, y armada sólo después del arresto del general en Los Ángeles.

Es probable que la investigación realizada allá sea inservible en un juzgado mexicano, por como se recabaron las pruebas, vía intercepción de conversaciones telefónicas en México. Y el cuidado y la ambigüedad discursiva que ha tenido Ebrard sugiere que difícilmente veremos un proceso transparente y creíble.

El juicio contra Cienfuegos en Estados Unidos abría una caja de Pandora demasiado grande, y podía ventilar posibles acusaciones sobre toda una cadena de mando en las Fuerzas Armadas, incluyendo cinco excolaboradores del general, en puestos clave dentro del aparato de seguridad nacional hoy.

Quizás ocurra lo que con Emilio Lozoya: mucho ruido y luego pocas nueces. Cienfuegos internado en el Campo Militar No. 1 y juzgado de manera opaca por la justicia militar, que ya sabemos cómo opera y cómo exonera. Más aún, el presidente ha reiterado que “no permitiremos que se fabriquen delitos; tiene que haber pruebas, sustento. De por medio está el prestigio de nuestras Fuerzas Armadas”.

Ahí está la clave de todo este entuerto. La detención de Cienfuegos rompía el mito de la incorruptibilidad castrense que AMLO cree y disemina a diario. Por eso había que hacer todo para salvar al general, limpiarle la cara al Ejército, rescatar al aliado indispensable. Amor con amor se paga.

Este análisis forma parte del número 2299 de la edición impresa de Proceso, publicado el 22 de noviembre de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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