La otra génesis

viernes, 13 de marzo de 2020 · 09:57
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La contundencia del caudaloso e incontenible río de mujeres que el 8 de marzo pasado desbordó calles, remontó infundios, sacudió oportunistas mezquindades, derrumbó augurios de fracaso e impuso una voz común para exigir freno al oleaje de exacerbadas violencias ceñidas sobre la población femenina de este país durante los últimos seis lustros, obligó a incrédulos, recelosos, arribistas y detractores a reconocer la profundidad y legitimidad de las demandas del renovado movimiento feminista. Por encima de batallas y debates sobre cifras desdeñosas, en la vanguardista ciudad de México se unieron más de 100 mil voces luminosamente diversas de mujeres-- concentradas en avatares de los feminismos académicos y sociales, precursores o emergentes---, que marcharon por vez primera o recorrieron de nueva cuenta los senderos de la lucha de larga data. De distintas edades, profesiones, culturas, oficios, etnias, grados educativos, condición de salud o nivel socioeconómico, todas ellas entrelazaron manos y rabia en gesto solidario para interpelar en coro al machismo bárbaro y criminal. Las acciones más severas del novel feminismo de calle, contestatario, efectista, disruptivo y, en ocasiones violento, se fundieron entre el resto de las voces para refrendar nuevamente en la plaza pública su derecho al reclamo desde la ira insondable de la inconformidad. A lo largo del 8M, los ecos indignados de agrupaciones y colectivos feministas heterogéneos, también resonaron vigorosamente en innumerables plazas del país, incluso en estados conservadores como Guanajuato y Jalisco, en cuya capital se reunieron hasta 35 mil mujeres-- normalmente poco proclives a la protesta social--, pero persuadidas de enfrentar enérgicamente al sistema patriarcal depredador. Un poderoso ejercicio de sororidad (hermandad fraternal femenina) que por igual se replicó en épicas coloraturas moradas y verdes por un mundo infestado de misoginia y mezquindad. Más polémico por su sesgo clasista con quienes por múltiples motivos no estuvieron en posibilidad de adherirse, pero igual de contestatario y portentoso, el paro nacional de mujeres ocurrido un día después de las marchas, adicionó eficacia al movimiento que en pocas semanas logró hacerse escuchar e imponerse en la agenda política nacional. Después de días de suspicacias e infortunados desencuentros, llegó el reconocimiento demandado. Transcurridos el histórico 8 de marzo y el 9M, el presidente Andrés Manuel López Obrador pareció reconciliar su animosidad con la causa de las mujeres al referirse al feminismo histórico como “un movimiento importantísimo” de reivindicaciones por la igualdad social, política y laboral. En un resquicio de avenimiento más, admitió por fin la imposibilidad de ir en contra de las demandas feministas u oponerse a la exigencia de erradicar la violencia homicida que asola cada día a niñas y mujeres de todo el país. Una cabal capitulación frente a la legitimidad y fuerza mostradas por la denominada “cuarta ola feminista”, cuya dinámica y empuje desbordado se considera ya irrefrenable frente a la inequidad y la barbarie prevalecientes. Si el recelo inicial del mandatario y el posterior intento de parte de su gabinete paritario por deslegitimar la marcha y boicotear el paro nacional de mujeres-- tuvo como epicentro de su argumentación el ruin oportunismo de la derecha--, los feminismos articulados mostraron ser mucho más que un grupo de mujeres ingenuas sorprendidas por falsos evangelizadores encaramados sobre las espaldas de un reclamo colectivo al que nunca antes escucharon. El entendimiento, sin embargo, no fue total. Aunque por vez primera desde que inició el diferendo mostró una narrativa empática con las mujeres que luchan por sus derechos y en contra de la violencia de género, el mandatario acusó a otra vertiente del movimiento, “disfrazada de feminismo”, de estar vinculada a fuerzas conservadoras que apuestan al fracaso de su gobierno. En ello no dejó margen a concesión alguna. Aun cuando la investigación de la periodista y feminista Laura Castellanos, publicada recientemente en el Washington Post, documenta que el incipiente feminismo vivencial que sacude a la Cuarta Transformación (4T), responde a una belicosidad proporcional al tamaño de la violenta realidad a la que están expuestas las jóvenes de este país, en su mayoría estudiantes, López Obrador recrimina la infiltración del conservadurismo en la creación de este inédito colectivo, contrario a su mandato. El lejano antecedente de las sufragistas británicas, quienes, en su momento, adoptaron formas de acción directa en instituciones y plazas públicas para interpelar al orden patriarcal establecido, no ha sido suficiente para moderar la severa mirada gubernamental sobre las causas de la radicalización de los feminismos actuales. Tampoco ha sido capaz de variar su juicio el fenómeno registrado por la propia Castellanos en su libro Crónica de un país embozado 1994-2018, en el que recuerda la experiencia reciente de una agrupación denominada Comando Femenino Informal de Acción Antiautoritaria, que durante el sexenio de Enrique Peña Nieto activó algunas bombas artesanales como protesta contra la pederastia clerical enraizada en el país. Empero, y pese a la desconfianza que se cierne por la crudeza contestataria y destructiva de sus expresiones, el ala radicalizada del feminismo ha logrado patentizar, en muy poco tiempo, la rabia contenida de miles de mujeres sometidas a la indolencia de una nación encumbrada como abrevadero del salvajismo machista ejercido en contra de niñas y mujeres de manera cotidiana. Y no sólo eso. Desde su impetuosa irrupción, las jóvenes embozadas han trasladado de manera permanente el tema de la violencia de género al ámbito de la discusión pública y han obligado, incluso, a una respuesta académica a sus demandas. Lo que no han logrado hasta ahora ninguno de los feminismos congregados en este movimiento de tintes históricos, ni el extremo ni el moderado, el vivencial o el académico, ha sido la obtención de una respuesta gubernamental articulada frente a la demanda urgente de erradicar la violencia y detener el incremento inercial de feminicidios, cuya crudeza comenzó a evidenciarse hace 27 años en Ciudad Juárez y a propalarse con ferocidad extrema en 2007, a raíz de la estrategia belicista impuesta durante el mandato del expresidente, Felipe Calderón. Admitidas las causas, agotado el diagnóstico, asumida la intervención gubernamental tardía y aceptada la legitimidad del movimiento social enarbolado por distintos colectivos y organizaciones de mujeres, el presidente persistió en negar cambios a su estrategia de atención a los feminicidios. Planteó, si, el reforzamiento de políticas públicas a las motivaciones que originan la violencia generalizada y que, desde su perspectiva, se encuentran en la falta de empleo y de oportunidades para los jóvenes, la pobreza en el campo, los bajos salarios, la pérdida de valores y la desintegración familiar. Bajo su mirada, en el abismo de la desigualdad y en el desmoronamiento de la familia tradicional, es donde se gesta el fundamento de la violencia que carcome a todo el territorio. Una valoración para subsanar la injusticia social, que respaldan 30 millones de votos. La apuesta se centra en el robustecimiento igualitario de las estrategias sociales y de justicia, y en un enfoque de seguridad capaz de brindar protección homogénea a toda la población. Si bien es cierto que la violencia generalizada que vive el país desde hace años atraviesa por acciones de barbarie encarnizada en contra de las mujeres, su génesis no se agota en ella, porque en el fondo se alimenta de otras historias: el mandato masculino y la perpetuación del patriarcado. Ese sistema ancestral que definió convenientemente los roles de género para segregar a una parte de la sociedad y garantizar la supremacía de otra, sigue arraigado a la cultura nacional, en una afanosa suerte de sobrevivencia. La masculinidad machista que en México ha trasmutado hacia violencias aterradoramente extremas, arrastra a las mujeres hacia una posición de vulnerabilidad permanente porque la inseguridad acecha en las calles, en las comunidades, en las escuelas, en los centros de trabajo y, sobre todo, en su propio hogar, justo el núcleo más importante al que apuesta el gobierno para conjurar los índices de criminalidad. Es por eso que los feminismos de hoy exigen atención particular a los asesinatos de odio. No por una reivindicación de privilegios, al contrario. Es porque si bien la violencia expandida también pasa por el espacio de las mujeres, la condición de género es una perpetuación para el acoso y el exterminio. En la vorágine de la violencia interminable, los hombres se matan entre sí, pero nunca por el hecho de ser hombres. Se trata de una desigualdad social distinta a la que observa el mandatario desde el discurso de la generalidad, pero que atraviesa el territorio y cruza por la mitad de la población del país y por todas las clases socioeconómicas. Quizá es en esta otra génesis y no en aquella que imputa nexos con el conservadurismo, donde se ha ido anidando paulatinamente el dolor, el descontento y la ira descomunal de los colectivos extremistas de mujeres que claman por la erradicación de la impunidad. Las agrupaciones y colectivos pertenecientes al movimiento social feminista requieren del compromiso urgente, diferenciado y genuino del Estado para desterrar la atrocidad misógina. Para ello el 8 y 9M, miles de mujeres tomaron calles y plazas y realizaron un paro de actividades. Las ideas van desde una fiscalía especializada en feminicidios hasta la creación de una policía de élite, focalizada, similar a la que opera en otros países para enfrentar con celeridad los crímenes de género. La interpelación es a las cámaras legislativas, al poder judicial, a los partidos y a quienes, desde la otra mitad de la población, perpetúan privilegios, ahondan inequidades, cometen violencias o se convierten en cómplices del machismo asesino y depredador. Pero, en especial, va dirigida al presidente porque como bien ha dicho la escritora Sabina Berman, “las mujeres no vamos a cambiar su agenda, se la vamos a enriquecer. Al aumentarle una hoja, podrá transitar más rápidamente hacia la igualdad” y seguramente hacia la paz. Te recomendamos: Cuando despertó, la persistencia feminicida todavía estaba allí…

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