Hugo López-Gatell: ¿científico o político?

miércoles, 15 de abril de 2020 · 19:56
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Me hubiera gustado ser asistente de investigación de Hugo López-Gatell cuando estudió en la Universidad Johns Hopkins. Hubiera sido un privilegio escuchar sus cátedras epidemiológicas, presentadas con la claridad y el carisma que lo caracterizan. Hubiera sido un placer aprender del que fuera un investigador bien formado, autor de numerosos estudios publicados en revistas especializadas a nivel internacional. Un profesional de primera, abocado al método científico riguroso y a la presentación de la verdad sin cortapisas, sin sesgos ideológicos o imperativos políticos. Seguramente López-Gatell alguna vez fue así, parecido al doctor Anthony Fauci –asesor del gobierno estadunidense en temas de coronavirus– al que admira, pero cuyo comportamiento no logra emular. Porque el López-Gatell que hoy se ha convertido en sex symbol, novio de México y San Hugo, al cual la población se encomienda, ya no es un experto que dice las cosas tal y como son. No es el doctor Fauci, corrigiendo a Donald Trump y alertando al público sobre la seriedad de una crisis que el presidente encaró de manera tardía e insiste en minimizar. Se ha convertido en el científico de cabecera del gobierno, el protector, explicador y vocero de una estrategia gubernamental cada vez más cuestionada. Hay razones para aplaudir su compromiso y su convicción, pero también razones para preguntar sobre los temas contenciosos que preocupan a la comunidad científica en México y en otras latitudes. El porqué de la confianza –casi obcecada– en el modelo de “centinela vigilante” para medir la propagación y el curso del coronavirus, cuando la mayor parte de los países afectados reconocen la importancia de las pruebas masivas. El porqué detrás de la decisión de no exigir cubrebocas para toda la población, cuando se ha descubierto que los infectados asintomáticos lo pueden transmitir, incluso hablando. El porqué la Secretaría de Salud no ha hecho público –y compartido con la comunidad científica– el modelo en el cual está calculando el número de infecciones y muertes, y en función de eso, el mejor y el peor escenario. Las razones por las cuales las compras de equipo –incluyendo ventiladores, cubrebocas y guantes– se hicieron de manera tardía y a precios muy elevados, después de haber permitido su venta masiva a China en febrero. Las razones detrás de la lentitud en la reconversión hospitalaria y la tardanza en adiestrar al personal de salud a seguir los protocolos necesarios. Éstas son preguntas legítimas que López-Gatell no ha contestado con la precisión y la claridad y la transparencia exigidas. Detrás de su elocuencia reiterativa las dudas persisten y las contradicciones continúan. Basta leer la magnífica entrevista que le hace Richard Ensor, de The Economist, en la que, ante las preguntas punzantes, el subsecretario reconoce que México no tiene manera de calcular el avance del coronavirus porque su método “centinela” sólo revela tendencias y estimaciones, como la de 26 mil 519 casos de covid-19 hasta el momento. No puede medir a los asintomáticos ni casos en los cuales se ha negado la prueba a posibles infectados, por lo que probablemente esa estimación conservadora está subregistrando la expansión del virus. Ensor propone métricas alternativas utilizadas en otros países y López-Gatell le responde que México no está preparado para instrumentarlas. Es indudable que el lopezobradorismo heredó un sistema de salud enclenque, deteriorado, mal financiado, corroído por la corrupción y saqueado a lo largo de los sexenios. Pero también es cierto que el gobierno actual hizo recortes que agravaron la situación, permitió subejercicios presupuestales que impidieron actuar con mayor velocidad y politizó la pandemia con posturas polarizantes que el propio AMLO desplegó y López-Gatell a veces emula. Con frecuencia la defensa de un proyecto ideológico se impone a la defensa sanitaria del país. Así lo constatan distintas entrevistas del subsecretario en los medios, donde el protagonista no es López-Gatell el científico, sino López-Gatell el defensor del presidente y su visión. En ocasiones muestra una cara consternada y alerta que México se enfrenta a su “última oportunidad”, pero después se le ve sonriente y radiante, afirmando que “vamos bien”. ¿Cómo saberlo ante información tan contrastante e insuficiente? ¿Cuando hay una pugna permanente entre el López-Gatell entrenado para decir la verdad y el López-Gatell que por razones políticas opta por difuminarla? ¿Cuando ante preguntas válidas basadas en información que empieza a ser publicada en revistas académicas internacionales, responde que “no hay evidencia técnica o científica”? ¿Cuando por el protagonismo mediático al que la crisis lo ha propulsado, el subsecretario no parece estar al tanto de lo que expertos en su propio tema están argumentando y publicando? ¿Cuando López-Gatell sugiere que los países que han impuesto medidas de aislamiento social más severas, lo hacen por razones políticas, no por razones técnicas, pero la evidencia sugiere que el aislamiento social más severo sí ayuda a aplanar la curva? ¿Cuando dice que Suecia y Australia están haciendo exactamente lo mismo que México, pero no es así? ¿Cuando se cierra la actividad industrial excepto a sectores que proveen insumos para Dos Bocas y el Tren Maya, y el subsecretario de salud justifica esa decisión? López-Gatell afirma que las lecciones aprendidas de la influenza fueron el impacto dañino del protagonismo y la politización. Ojalá aplicara esas lecciones a sí mismo. Porque en esta coyuntura crítica y con tantas vidas en juego, México no necesita un santo frente al cual hincarse, sino un científico que defienda decisiones necesarias. Las medidas adecuadas –a veces políticamente costosas– tendrían que ser dictadas por su conciencia y su entrenamiento, no por su ego y no por Andrés Manuel López Obrador.
Texto publicado el 12 de abril de 2020 en la edición 2267 de la revista Proceso, actualmente en circulación.
 

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