CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– La fascinación y el temor frente al tema del covid-19 no dejan mucho espacio para dar seguimiento a otros temas. Sin embargo, paralelamente al avance de la pandemia hay acciones gubernamentales que no pueden pasar inadvertidas. Dentro de las últimas se encuentra el propósito del presidente López Obrador de viajar a Washington en julio. La relación con nuestro vecino siempre será un tema relevante.
La intención de encontrarse con Trump lleva a recordar el ambiente general que existe en la relación entre los dos presidentes, los temas que están sobre la mesa y lo que podría resultar de este primer encuentro celebrado, no se puede perder de vista, cuando esté subiendo el tono de la campaña electoral en Estados Unidos.
La relación entre los dos presidentes es muy buena. Varias veces nos hemos referido a la consistencia con que López Obrador ha tenido confianza en su instinto político, que le aconseja llevarse bien con Trump. No tiene caso recordar ahora el costo que se ha pagado por ello. La fragilidad existente en las zonas fronterizas norte y sur de nuestro país habla por sí sola.
Por su parte, Trump no ha perdido oportunidad de expresar su simpatía por AMLO. El último episodio tuvo lugar con motivo de la reunión de la OPEP en que México –país observador y jugador con muy pocas cartas (sólo representamos 1.7% de la producción mundial)– se encontró, casi sorpresivamente, frenando un acuerdo de gran calado entre los grandes productores.
Es ingenuo creer que México, al negarse a reducir 400 mil barriles diarios de petróleo y sólo aceptar 100 mil iba a evitar un acuerdo que se refería a 10 millones. En ese terreno mandan intereses económicos y geopolíticos de mucho mayor peso. Pero lo interesante es que Trump saliera al quite ofreciendo reducir 250 mil barriles, que correspondían a México.
Cierto que no le costaba mucho. En momentos en que el precio del petróleo llegaba a números negativos era mejor regalar que almacenar. Lo interesante fue el gesto y el tono de las declaraciones sobre “la gran inteligencia” con que los representantes de su buen amigo, López Obrador, se habían desempeñado en la OPEP. Fue un acto de cordialidad espontáneo que, como todo entre políticos, se cobrará a su debido tiempo.
Volviendo a los temas que están sobre la mesa hay uno de carácter económico del que se ha hablado poco: las consecuencias de romper cadenas de producción compartida, por ejemplo en la industria aeronáutica relacionada con fabricación de equipo militar.
Al no ser consideradas una “actividad esencial”, varias maquiladoras del norte del país han cerrado, respondiendo así a la directiva de confinamiento social de sus trabajadores. Se ha interrumpido con ello la fabricación de cables y tableros necesarios para los famosos helicópteros Black Hawk. No son piezas sofisticadas pero sí indispensables. Según informaciones de prensa, se fabrican en Chihuahua por la empresa francesa Safran, que proporciona empleo a 13 mil personas.
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Es un buen botón de muestra de las complejidades de producción compartida México-Estados Unidos cuando ésta concierne bienes importantes para la seguridad nacional de una de las partes. En esos casos, ¿debería haber protocolos para decidir respecto al cierre, o no, de fábricas estratégicas para la cadena de producción? Encontrar la respuesta ocupa sin duda tiempo del embajador estadunidense en México, Christopher Landau, así como de miembros de la cancillería mexicana. Posiblemente se haya encontrado una solución para cuando tenga lugar el encuentro en Washington. En caso contrario, será punto a conversar.
El tema conduce a una reflexión sobre la cooperación internacional que debe existir en situaciones excepcionales, como es una amenaza del tamaño del covid-19. Hasta ahora, las diferencias de opinión entre México y Estados Unidos respecto a dicha cooperación desde los foros multilaterales se han puesto en evidencia. Difieren respecto al papel que se debe otorgar a instituciones del sistema de Naciones Unidas especialmente creadas para ello, como la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Estados Unidos fue uno de los pocos países (179 estuvieron a favor) que votó contra una resolución iniciada por México en la Asamblea General de la ONU que propone, entre otros puntos, fortalecer el papel rector de la OMS en el combate al covid-19 y asegurar el acceso de países pobres al equipo y medicamentos necesarios para participar en dicho combate.
Si en los foros multilaterales los dos países no reman en el mismo bote, ¿qué puede esperarse a nivel bilateral? ¿El estatus de vecinos, socios comerciales y productores conjuntos permite albergar esperanzas de una cooperación más institucionalizada? ¿Qué podría esperar, concretamente, la parte mexicana?
Un segundo grupo de temas que sería parte de un diálogo político entre México y Estados Unidos comprende asuntos de seguridad bilaterales y regionales muy variados. Aquí me voy a referir al más evidente, aunque desde luego no el único: la situación de Venezuela.
El marco jurídico para la detención de Maduro y algunos de sus principales colaboradores ya se estableció. A más de narcotráfico y lavado de dinero hay acusaciones en materia de terrorismo que dan amplia capacidad de acción al gobierno estadunidense para capturarlos. Lo que está pendiente es la forma y la fecha.
La elección en Estados Unidos se acerca y las circunstancias sugieren que, a fin de ganar simpatías entre sus electores, en particular los grupos de Florida, Trump deberá decidir una acción a más tardar a finales del verano. Para México, desde el punto de vista de su política exterior, el tema no es fácil. López Obrador invoca fácilmente la no intervención. La reacción ante las medidas que Trump tome en Venezuela, cualquiera que sean las modalidades que adopten, es un reto que requiere una respuesta muy bien elaborada. Defender el “derecho a disentir” es una de las tareas que AMLO deberá llevar a cabo en Washington.
Finalmente, imposible perder de vista el significado de la visita en momentos electorales. La presencia de AMLO en Washington no puede desvincularse de la simpatía que su simple presencia puede generar entre los votantes hispanos. Para ellos se trata de un apoyo tácito a la campaña de Trump. Aunque por lo pronto no hay encuestas sobre intención del voto hispano, será interesante medir, en su momento, si la presencia de López Obrador tuvo algún efecto.
Ahora bien, la moneda está en el aire. Es necesario prever qué ocurrirá si, como ya están advirtiendo algunas encuestas, Trump pierde la elección. La pregunta inevitable será entonces: ¿cómo se va a construir el buen entendimiento con el Partido Demócrata?
Texto publicado el 3 de mayo de 2020 en la edición 2270 revista Proceso.