LIBROS

Prensa y poder, una "relación perversa"

El periodismo adulón acaricia el ego de los gobernantes y sirve a sus fines propagandísticos; la prensa crítica les señala errores y deficiencias que, bien atendidas, redundan en una mejor calificación de quien ejerce la función gubernativa.
viernes, 22 de octubre de 2021 · 19:18

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En su libro ‘El Yo prohibido’, de reciente aparición en Ediciones Proceso, el periodista Elías Chávez realiza un ejercicio de memoria, en primera persona, sobre los sucesos que le tocó reportear y los personajes que entrevistó. En tono a la vez autobiográfico y testimonial, Chávez mira al pasado desde la problemática actual del periodismo, lo que es evidente en este extracto sobre la relación entre la prensa y el poder político, que el expresidente José López Portillo –en conversación con el autor– calificó de “enviciada”…

Para ti es un privilegio escuchar confidencias de (el expresidente José López Portillo) este hombre que, en 1982, siendo presidente de México, agredió y puso en riesgo la existencia de Proceso con su frase “no pago para que me peguen”, dicha el 7 de junio, fecha en que se celebraba el Día de la Libertad de Prensa. Esa expresión presidencial reflejaba el control que, mediante el pago de publicidad y otras artimañas, ejercía y sigue ejerciendo el Leviatán del autoritarismo sobre los medios de comunicación.

En nombre del jurado, Francisco Martínez de la Vega –periodista ilustre, ejemplo de honestidad– entrega ese Día de la Libertad de Prensa –suprimido desde el año 2000– los premios nacionales de periodismo. Y en una parte improvisada de su discurso, en vez de adular al presidente –como era costumbre–, critica a López Portillo por su expresión de “no pago para que me peguen” y por su actitud contra la revista Proceso:

Cuando la autoridad sataniza a un profesional o a una publicación, algo falla en esa relación (de los medios con el gobierno), pues basta que se haga pública la hostilidad de una autoridad hacia algún órgano periodístico para que la existencia de ese órgano se haga casi imposible, ya que sobran quienes, en todos los sectores, prefieren halagar a la autoridad que mantener una relación normal con el periodista y su publicación satanizados. No puedo soslayar que esta situación es preocupación grave para el periodismo mexicano.

Eran tiempos de autoritarismo, cuando el presidente de la República en turno arremetía de mil maneras contra quienes osaban criticarlo. Tiempos que pensabas superados, pero están de regreso.

Para enfrentar el “no pago para que me peguen” y subsistir sin publicidad gubernamental, Proceso hace un doloroso recorte de personal. Solidarios, los reporteros intentan evitar la salida de varios compañeros: ofrecen disminuir 50% su salario. No es viable, explica el gerente Enrique Sánchez España.

Tú no eres despedido, pero por segunda ocasión ves amenazada tu fuente de trabajo y tu proyecto de vida. La primera agresión se produjo en 1976, cuando el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez maniobró para que cerca de 300 periodistas –tú entre ellos–, encabezados por Julio Scherer García, fueran despojados de la cooperativa Excélsior.

Ahora estás frente a quien puso en riesgo la existencia de Proceso. López Portillo, inteligente, culto, de gran bonhomía, pudo haber sido tu verdugo laboral. Jamás imaginaste que este personaje se sinceraría contigo para conversar de su amada Sasha. Es la oportunidad, piensas, para hablar también del “no pago para que me peguen”.

–Se trata –explica el expresidente– de una relación enviciada, perversa, que no inventé yo. Los medios de comunicación forman parte de un sistema en el que el gobierno los subsidia pagándoles publicidad. Los medios son instrumentos para hacer política, forman parte de nuestro sistema político.

–La información –le dices– es un bien público. El gobernante suele confundir publicidad con información.

–Repito: se les paga por publicidad. Absurdo sería que un gobierno pague para que lo ataquen.

–Comprar publicidad no implica comprar la línea editorial de un medio. Desde hace más de un siglo, en México la publicidad constituye la principal fuente de ingresos de los medios de comunicación.

–Sí, ya lo sé, por eso le digo: es una relación enviciada, perversa, y le reitero: yo no la inventé.

López Portillo tiene razón. Desde los primeros años de vida independiente, en México todos los medios han sido subsidiados por el gobierno en turno. Así lo documenta Humberto Musacchio en su ‘Historia crítica del periodismo mexicano’ (Luna Media Comunicación, Colección Kiosko, 2016), donde muestra las agresiones del autoritarismo contra periódicos y periodistas durante buena parte del siglo XX y principios del XXI. Eran agresiones contra periodistas y medios que, como dice ahora López Obrador, no se portaban bien.

Todo Estado moderno –dice Musacchio– cuenta con un periodismo que lo favorece, pero también necesita, para ser un Estado vigoroso, de “un periodismo crítico y plural, de una prensa que indague, revele, analice, juzgue y oriente”.

Periodista, escritor, enciclopedista, promotor cultural, Humberto Musacchio explica:

El periodismo adulón acaricia el ego de los gobernantes y sirve a sus fines propagandísticos; la prensa crítica les señala errores y deficiencias que, bien atendidas, redundan en una mejor calificación de quien ejerce la función gubernativa. Un periodismo que pone la pluma en la llaga, que aprieta donde duele, otorga a las autoridades capacidad para vencer resistencias dentro de sus propias filas y adoptar causas necesarias, incluso aquellas que no disponen de consenso entre sus élites.

…el periodismo crítico es indispensable para autoridades que saben escuchar, para gobiernos capaces de enmendar sus yerros y dispuestos a llevar adelante a su pueblo. Cuando no hay receptividad para la crítica, se impone el inmovilismo y la ineptitud que desembocan en momentos de crisis social y política.

En su autobiografía ‘Mis tiempos’, López Portillo tiene una frase amarga: “Mis compatriotas me han creído malo y perverso”. Cuando se la mencionas, el expresidente entristece. Y comenta:

“Esa fue una impresión subjetiva. Mire usted... Al tocar estos temas vacilo porque pudiera dar apariencias paranoicas. Pero yo sé cuál es la verdad. En mi fuero interno sé lo que hice, cómo lo hice, y puedo afirmar, a la cara de mis compatriotas y del mundo, que actué con buena fe y que nunca aproveché mi puesto para nada que fuera medro personal o sangre injustamente derramada.

“A mí se me ha calumniado brutalmente. Por esa razón tuve esa expresión subjetiva, ese desahogo que me permitió mantener mi equilibrio psicológico en medio de los ataques más fuertes que se le han hecho a un presidente de la República. Y pude sobrevivir por el desahogo que me significó escribir.

“Yo sentía un cierto delirio de persecución por las acusaciones que me hacían. Se me atacaba y se me satanizaba. Me desahogué diciéndolo. Así mantuve mi equilibrio mental. Claro, el análisis histórico dirá si fui o no perverso. Evidentemente, uno se califica a sí mismo por sus intenciones, pero los demás lo califican a uno por sus acciones. Y esto lo admito.”

No obstante la crisis económica dejada por López Portillo, México era reconocido en el mundo por su civilismo. Desde los años cuarenta del siglo XX, la política y la administración del país estaban a cargo de civiles –criticables en muchos aspectos, pero civiles al fin–, a diferencia de otras naciones oprimidas por el militarismo.

Comentarios