AMLO

La radicalización de López Obrador

Observando la trayectoria de López Obrador podría decirse que el modo radical surge cuando necesita cargar de energía a las bases del movimiento social que él encabeza. En cambio, el modo conciliatorio aparece cuando requiere consolidar el capital político acumulado.
miércoles, 15 de diciembre de 2021 · 09:36

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La radicalización de la llamada “Cuarta Transformación” continúa su marcha. No todas las personas que fueron relevantes para lograr el triunfo electoral de 2018 lo serán en los próximos meses. Las clases medias, las y los estudiantes universitarios, la prensa crítica de los gobiernos anteriores, quienes actuaron como bisagra con los sectores financiero y empresarial, en fin, los moderados del lopezobradorismo, casi todos, han sido removidos del afecto presidencial.

No se trata en modo alguno de un mero cambio en el estado de ánimo de Andrés Manuel López Obrador, sino de una estrategia política calculada con frialdad. La radicalidad no es nueva para el presidente: un recorrido por su trayectoria pública exhibe un ejercicio pendular que, según el momento, muestra a un López Obrador dialogante y negociador, o bien a un líder indispuesto a transigir con quien tenga una opinión distinta a la suya.

Reconcilia y riñe, cose y descose, usa y desusa, según lo que la coyuntura exija. Este modo doble de actuación sigue desconcertando, de un lado, a quienes fueron sus aliados y sin deberla ni temerla no lo son más, y del otro, a sus adversarios, siempre obsesionados con el costado rijoso del dirigente.

Cuando en los años noventa del siglo pasado tomó pozos petroleros en Tabasco, López Obrador consiguió tal visibilidad nacional que logró luego convertirse en presidente del Partido de la Revolución Democrática (PRD).

Después, como dirigente de esa fuerza política volvió al modo conciliador, sobre todo con las corrientes internas del PRD, pero también con los demás partidos que entonces participaron en la reforma electoral de 1996.

Vino más tarde el rechazo al Fobaproa, que le permitió volver al modo radical, el cual terminaría favoreciendo su candidatura a jefe de Gobierno de la Ciudad de México. El tono rijoso de aquella campaña tuvo éxito porque, en sus propias palabras, le permitió “anclarse desde la izquierda”, y con ello distinguirse de las demás opciones.

En 2000 comenzó la ruptura con Cuauhtémoc Cárdenas, cuya moderación republicana hizo que su candidatura presidencial se diluyera frente a la estridencia del panista Vicente Fox. En contraste, la radicalización de López Obrador lo volvió triunfador en aquellos comicios.

El péndulo siguió oscilando de esta misma manera cuando vino el juicio del desafuero o la campaña de 2006 a la Presidencia, cuando en 2009 perdió casi todo lo que había logrado, o en 2012, cuando volvió a presentarse como abanderado único de las izquierdas.

La cuestión más interesante para el análisis es precisar, cada vez, el momento en que López Obrador vira el rumbo de sus velas: ¿cuándo opta por la conciliación y cuándo por la radicalidad?

Observando su trayectoria podría decirse que el modo radical surge cuando necesita cargar de energía a las bases del movimiento social que él encabeza. En cambio, el modo conciliatorio aparece cuando requiere consolidar el capital político acumulado.

Es decir que es generoso, incluso con sus adversarios, después de cada triunfo: la dirigencia del PRD, la jefatura de Gobierno, la obtención de la candidatura o la obtención de la banda presidencial.

Este patrón estratégico ayuda a explicar, al menos en parte, la radicalización que ha vendido creciendo en el discurso de López Obrador y que probablemente se incrementará durante el primer trimestre del año próximo.

Normalmente el ciclo del poder presidencial mexicano, marcado por el reloj sexenal, define al cuarto año de gobierno como el lapso en que comienza el declive de los mandatarios.

Es evidente que el presidente no está dispuesto a dejarse aplastar por esta tradición y para librarse de ella cuenta con el ejercicio de la revocación de mandato que, en realidad, ha sido emplazado como una “ratificación” popular a su gestión.

Si López Obrador consigue el próximo mes de marzo un espaldarazo robusto en las urnas, durante el cuarto año de su gobierno mantendrá altos niveles de popularidad.

Para lograrlo requiere, sin embargo, no sólo contar con un respaldo pasivo a su trabajo –que es el que los estudios de opinión logran capturar–, sino una aprobación activa, masiva y sin ambigüedades de su base social.

En otras palabras, buscaría que un gran número de personas visite las urnas y ratifique ahí la aprobación.

Igual que logró movilizar hace 25 años a los campesinos tabasqueños o a quienes lo defendieron del pretendido desafuero de 2005, igual que hizo cuando fundó el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) o cuando consiguió que éste obtuviera registro como partido político gracias a la participación muy concurrida de sus militantes a las asambleas exigidas por la ley electoral, en esta ocasión el presidente se ha vuelto a radicalizar con el objetivo de movilizar a su base para que lo apoye con igual contundencia.

La intención es tensar la cuerda cuanto sea posible para que sus seguidores valoren como esencial para el destino, no sólo de la Cuarta Transformación, sino del país entero, concurrir a la cita convocada.

Por cierto que, a excepción del episodio del desafuero, todas las veces que López Obrador se ha puesto en modo radical ha utilizado como bandera política el tema energético. Lo hizo en Tabasco, cuando los pozos; lo hizo en 2012, cuando disputaba la candidatura del PRD con Marcelo Ebrard; lo hizo en 2013, cuando se estaban celebrando las asambleas fundacionales de Morena, y lo ha vuelto a hacer en el presente, con la iniciativa de reforma energética.

El mandatario entiende bien que el control gubernamental de los activos energéticos es un asunto que por razones históricas despierta el nacionalismo más emotivo y, por tanto, moviliza masivamente.

Si el patrón de comportamiento no rompe regularidades, el López Obrador conciliador no regresará a Palacio Nacional, sino hasta después de haber recibido un respaldo amplio en la ratificación de su mandato.

Mientras tanto, mejor asirse con fuerza al pasamanos, porque se va a agitar con fuerza el vagón del Metro donde todas las personas viajamos.

Más de

Comentarios