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La cuestión migratoria es nuestra

La estadística reciente de detenciones de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos revela que México se ha convertido, como en los viejos tiempos, en la principal fuente de migrantes y, cada vez más, de refugiados.
miércoles, 22 de diciembre de 2021 · 10:58

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– En México la coyuntura migratoria en curso es de las más complejas y desafiantes de todos los tiempos. Primero, debido a la escala de los flujos de migrantes y de refugiados extranjeros que transitan por el país, junto a nuestros propios migrantes y refugiados que aportan 40% del total que arriba a la frontera sur de Estados Unidos. Segundo, por la diversidad de origen de esos flujos, abarcando regiones como el norte de Centroamérica, el Caribe, América del Sur e incluso países de Asia y África.

La estadística reciente de detenciones de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos revela que México se ha convertido, como en los viejos tiempos, en la principal fuente de migrantes y, cada vez más, de refugiados.

Hubo una época, que hoy pareciera lejana, cuando la cuestión migratoria para los vecinos del norte era mexicana casi por completo. Esto cambió en los primeros años del siglo XXI, cuando se añadió en escala considerable la migración centroamericana y, últimamente, otros orígenes, como el caribeño (Haití, notoriamente).

Entre 2008 y principios de 2020 el flujo mexicano redujo sus números a mínimos y mostró relativa estabilidad. Por un momento pareció que la cuestión migratoria correspondía a otros países, como los centroamericanos, haciendo que el desafío para México se limitara a la población en tránsito. Esa expectativa duró poco tiempo y actualmente la realidad es otra. Nuestro país volvió a ser fuente significativa de las poblaciones que se dirigen hacia Estados Unidos, con la novedad, crudísima, de que ha añadido población desplazada por la violencia, el crimen y por la muy débil presencia de instituciones del Estado en importantes regiones.

El arribo de mexicanos a la frontera norte está así compuesto por migrantes laborales –dicho en general– y por el conjunto de solicitantes de refugio. Sobre el segundo grupo es urgente realizar un diagnóstico lo más completo posible que permita cuantificarlos, atender necesidades inmediatas, identificar los puntos de origen, conocer sus características sociales, los determinantes del desplazamiento y, sobre todo, que permita implementar iniciativas concretas que eviten la forzada expulsión y posibiliten retornos.

Lamentablemente, a pesar de la gravedad creciente, todavía no se reconoce a los refugiados mexicanos como asunto nacional de primer orden.

En cuanto a la renovada migración laboral –de fundamento económico– tampoco hemos realizado el balance apropiado. Por lo pronto, es evidente que la receta que el gobierno mexicano promueve para evitar la migración centroamericana –como sembrar árboles o dar becas a los jóvenes– no aplica o es notoriamente insuficiente para nuestro propio escenario. Estamos migrando muchísimo más que Guatemala y Honduras, por ejemplo. También es verdad que la reactivación económica de Estados Unidos y la reestructuración de su mercado laboral –derivada de la recesión y la pandemia– está generando una demanda de trabajo creciente que potencia la migración mexicana.

En todo caso, la idea de una problemática migratoria como algo ajeno a México es distante de la realidad. Somos parte mayor de esta dinámica social, incluyendo sus costos y potenciales ventajas. Además, somos parte mayor de sus crudas condiciones, de la relación con traficantes de personas, de la explotación económica que imponen a migrantes y, lo más grave, de las muertes que cotidianamente ocurren en el proceso. Dicho de otra manera, la crudeza que vemos cotidianamente en los medios de comunicación como cuestión migratoria, enfocada sobre la población extranjera, en realidad es también nuestro espejo: somos nosotros y no es por lazos de identidad, sino en carne propia.

En efecto, por México transita una cantidad enorme de personas, migrantes y refugiadas, que vienen de los lugares más distantes del planeta o bien desde regiones cercanas, como Centroamérica y el Caribe. Por cierto, no es casualidad la confluencia de rutas o su arribo a un punto tan extraño –desde la perspectiva del planeta– como la ciudad de Tapachula, en Chiapas. El azar no explica la coordinación operativa del tráfico de personas que hace llegar a alguien desde India, Nepal o Costa del Marfil, por referir ejemplos de lugares distantes, hasta ese punto chiapaneco y sumarlos a flujos como el centroamericano.

Lo anterior es tan cierto como su estadística. Como también es verdad que los mexicanos somos parte sustancial de los migrantes y refugiados en ruta hacia el norte y, no pocas veces, cruzamos con redes de traficantes de personas, tan oscuras como sus necesarias complicidades. Con la paradoja adicional de que entre más difícil es la movilidad irregular –debido a obstáculos que imponen los controles migratorios, con la Guardia Nacional como principal aparato– mayor es la búsqueda de tránsitos clandestinos, en condiciones literalmente inhumanas.

Lo vimos hace unos días en toda su dimensión con el terrible accidente del tráiler en Chiapas. Pero no desconozcamos que las muertes suceden todos los días, con mexicanos incluidos. Es probable que entre las casi mil muertes de migrantes que ha registrado la OIM en este 2021, sucedidas en la región que abarca del norte de Centroamérica al sur de Estados Unidos, las de mexicanos sean la cifra mayor, lo cual no sería extraño. Con mayor razón, la cuestión migratoria en México es ahora nuestra, sobre todo nuestra, incluidos sus dolorosos costos humanos.  

*Exdirector del Instituto Nacional de Migración. Profesor del Programa Universitario de Estudios del Desarrollo (PUED/UNAM).

Este análisis forma parte del número 2355 de la edición impresa de Proceso, publicado el 19 de diciembre de 2021, cuya edición digital puede adquirir en este enlace

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