Boris Johnson

Boris Johnson: la broma ya no da risa

El resquebrajamiento de Johnson ha pasado a ser la narrativa principal en la que se inserta su gobierno. La pregunta ya no es por qué Johnson es a prueba de balas, sino de dónde y cuándo vendrá el impacto que pondrá final a su gobierno.
martes, 28 de diciembre de 2021 · 11:17

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Boris Johnson era un hombre a prueba de balas. No pocos analistas en Reino Unido trataron de explicar por qué ningún escándalo parecía afectar la aprobación de su primer ministro. Esto cambió radicalmente desde hace un par de meses. La coraza del populista conservador se ha resquebrajado y se desmorona rápidamente. La duda ahora es por qué se ha abierto tan rápido y cuándo terminará de caerse.

Como buena parte de los populistas contemporáneos, Boris Johnson enfundó desde hace años a su persona en un bien curado personaje. Como buen populista, el humor es un aspecto especial en la caricatura que oculta al público el rostro de ese primer ministro. Sin embargo, a diferencia de los populistas en otros países, este líder conservador británico hizo del humor el sello más reconocible de su marca.

Desde su paso por la alcaldía de Londres hasta su campaña más reciente, Johnson se ha mostrado caótico y listo para reírse de sí mismo. Ridículos que hubiesen hundido a cualquiera –como quedar atorado sentado, colgando de un cable y con una banderita de Reino Unido en la mano– eran celebrados como parte del folclor de su personaje. No hace falta ir muy lejos para notarlo. Johnson se presenta ante el público con el pelo de niño de ocho años despeinado, balbuceando frecuentemente y sin respuestas serias ante preguntas directas. Cuando es acorralado por sus propios sinsentidos, una mueca incluso parece anunciar que está conteniéndose para no reírse de sí mismo.

Pero sería un error suponer que lo que vemos es todo lo que hay. Un periodista británico contó una historia que retrata a Johnson de cuerpo completo. Hace varios años, antes de que fuese primer ministro, Johnson fue el orador estelar en un congreso empresarial. El conservador llegó tarde, despeinado, agitado y atrabancado. Subió al podio y miró al público. Empezó a hablar y se detuvo para mirar hacia atrás, aparentemente para leer el nombre del evento. La gente rio. Lo que siguió fue una serie de anécdotas sin sentido. El público lo adoró. El periodista cuenta cómo, años después, fue asignado para cubrir otro evento donde Boris Johnson sería el orador central. Boris llegó tarde, despeinado, agitado y atrabancado. Subió al podio y miró al público. Empezó a hablar y se detuvo para mirar hacia atrás... No necesito contar el resto de la historia.

El personaje en el que inteligentemente se enfundó Boris Johnson fue adorado por tirios y troyanos. Este personaje fue crucial para que, en la pasada elección, el Partido Conservador arrasara en zonas obreras históricamente laboristas. Johnson les prometió nivelarles con la parte más afluente de Reino Unido. Y le creyeron. Su personaje también permitió a Johnson decir las mentiras más infames sin ser penalizado por ello. Mintió sobre lo que Reino Unido se “ahorraría” por el Brexit, sobre sus aventuras extramaritales e incluso engañó a la reina. Boris siendo Boris.

Pero la broma ha dejado de ser graciosa. De acuerdo con las más recientes encuestas, el Partido Laborista, hundido y desmoralizado durante la mayor parte del año, ha rebasado en preferencias a su histórico rival. Los laboristas se encuentran en su punto más alto desde 2014. Además, la aprobación de Johnson está por los suelos. Apenas 39% de la población da el visto bueno a su gestión; 57% desconfía de su primer ministro y piensa que debería renunciar.

La debilidad de Boris Johnson ya se siente en casa. Hace unos días, decenas de miembros conservadores del Parlamento votaron contra el paquete de restricciones que su primer ministro propuso para hacer frente a la nueva variante de covid-19. La propuesta de Johnson se salvó porque los laboristas decidieron apoyarla, poniendo la salud por encima de la posibilidad de establecer una moción de desconfianza para desestabilizar al primer ministro. Pero la herida quedó a la vista. Es claro que parte de su partido le ha perdido la confianza a Boris.

El resquebrajamiento de Johnson ha pasado a ser la narrativa principal en la que se inserta su gobierno. La pregunta ya no es por qué Johnson es a prueba de balas, sino de dónde y cuándo vendrá el impacto que pondrá final a su gobierno.

Quizá lo más destacable detrás de este fenómeno es que a Boris Johnson nadie lo empujó. O para ser más preciso, el primer ministro británico se empujó solo. Y lo hizo porque se enredó en su combinación de corrupción, mentiras y frivolidad que, en medio de la incertidumbre y sacrificios que ha implicado la pandemia, ha resultado inaceptable para el público.

Empecemos por la corrupción. Hace varias semanas se dio a conocer que Johnson habría utilizado recursos públicos para remodelar su departamento. El personaje del primer ministro ayudó a amortiguar este golpe. El problema es que recientemente Johnson envió al Parlamento una iniciativa para cambiar un reglamento con tal de evitar que uno de sus cercanos fuese acusado de conflicto de interés. Esto fue demasiado para el público británico, que valora, como pocas cosas, el respeto a las formas.

La frivolidad quedó a la vista cuando se dio a conocer que en 2020 personal de Downing Street celebró una fiesta navideña. Esta fiesta ocurrió en medio de las más severas restricciones por la pandemia; es decir, cuando la mayoría de la población hacía sacrificios como no poder despedirse en persona de sus enfermos graves, no viajar o no reunirse con familiares que ven una vez al año. Como si esto fuera poco, este año se filtraron imágenes de personal de Downing Street jugando “trivias” –algo muy popular en las navidades británicas– en su centro de trabajo, sin respeto a las normas o a las recomendaciones de distanciamiento. Apenas la semana pasada distintos medios publicaron fotografías de Johnson tomando vino y comiendo quesos alegremente en los jardines de Downing Street con otros funcionarios, justo cuando la población estaba en lockdown o encierro para prevenir contagios.

Johnson ha reaccionado a todo lo anterior con mentiras ofensivas para cualquier inteligencia. El primer ministro dijo no saber sobre la fiesta que habría ocurrido en sus narices. Esto se derrumbó cuando un video filtrado dio cuenta de una efímera vocera haciendo bromas sobre cómo evadir preguntas de la prensa sobre el tema. Algo similar ha ocurrido con las “trivias”. Inicialmente se dijo que las personas implicadas estaban en casa, pero luego quedó en claro que este no era el caso. Sobre los vinos y los quesos, Johnson sólo alcanzó a tejer un enredijo vergonzoso: la reunión ocurrió fuera de horario de trabajo –por ello el consumo de alcohol no es problemático– pero en ella se discutieron temas de trabajo –por ello no rompió las medidas de encierro–.

A pesar de lo anterior, no todo está perdido para Boris Johnson. Pero su futuro sí que se antoja sumamente complicado. Dado que el Brexit ha quedado más o menos atrás, el primer ministro ya no tiene su principal bandera política. Lo que es peor, ahora tiene que lidiar con los efectos de esa ruptura suicida. Ejemplo de ello es la carencia de mano de obra que ha generado escasez y ha obligado a echar mano del ejército para garantizar el suministro de combustibles. De acuerdo con los pronósticos, los efectos del Brexit sólo empeorarán con el paso del tiempo. A ello hay que sumar que no se ve cómo Johnson podrá cumplir su promesa más reciente, la de igualar el nivel de vida de las zonas obreras rurales con las zonas afluentes urbanas. En consecuencia, de no cambiar radicalmente las cosas, el enojo en su contra podría intensificarse.

Por el momento no se ve de dónde pueda surgir ese cambio. Boris Johnson ha optado por responder a la actual crisis apegándose a las pautas de su personaje. El primer ministro dio recientemente un caótico discurso en el que parecía no encontrar sus notas. Se disculpó demasiadas veces mientras barajaba papeles. Terminó hablando de Peppa Pig, un personaje de caricatura muy popular en Reino Unido. Pero el público y los medios lo hicieron pedazos. Cada vez son menos los que encuentran simpática la broma.  

*Doctor en filosofía por la Universidad de Edimburgo.

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