Medio Oriente

Balance de un año difícil en Medio Oriente

La decisión del gobierno de Joe Biden fue considerada unilateral por los países aliados en Europa y sus gobiernos mostraron el poco peso de sus opiniones. La primera consecuencia de su salida fue drástica, por el regreso de los talibanes al poder.
miércoles, 29 de diciembre de 2021 · 12:26

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– “Detengamos este naufragio de civilización”, expresó el papa Francisco en referencia a este año de 2021, que en el Medio Oriente estuvo marcado por eventos de importancia, entre el desaliento y algunas escasas notas de ­optimismo.

Afganistán atrajo la mayor atención por el fin de la ocupación militar de Estados Unidos en agosto, terminando con una presencia de 20 años. La decisión del gobierno de Joe Biden fue considerada unilateral por los países aliados en Europa y sus gobiernos mostraron el poco peso de sus opiniones. La primera consecuencia de su salida fue drástica, por el regreso de los talibanes al poder, lo que aceleró el movimiento de miles de afganos deseosos de abandonar el país. Los afganos conocen los vínculos que el nuevo gobierno tiene con el Estado islámico del Gran Jorasán (ISIS-K, por sus siglas en inglés) anunciando la violencia y la intolerancia que los afectará.

Recientemente Raphael Marshal, quien fuera funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de Inglaterra, reveló que hasta 150 mil afganos en peligro pidieron ser evacuados, pero ni 5% recibió ayuda. Ahora el país no cuenta con inversión extranjera, se ha cancelado la ayuda internacional, los servicios de salud se han colapsado y aumenta la amenaza de la desnutrición. Y, pese a la drástica situación, los talibanes dedican 29% del PIB a gastos militares.

Siria y su guerra desde 2011 convocó a varios países provocando una crisis humanitaria sin precedente: medio millón de muertos y el desplazamiento y salida de aproximadamente 10 millones de personas. Quienes se quedaron en ese maltrecho país enfrentan la hambruna y las escasas perspectivas de vida, que involucran a los más empobrecidos con la industria del reclutamiento y hacen a los más jóvenes acudir como mercenarios a los conflictos de la región.

Bashar El-Asad buscó rehacer su desquebrajada legitimidad, que pretendió superar con las elecciones de este año para reconfigurar la política hacia la reconciliación. Fue reelecto por los mismos sirios que aún creen en sus capacidades como gobernante, las cuales muchos, en particular los del inmenso contingente en el exterior, ponen en duda.

Irak fue noticia por la visita del papa Francisco del 8 y 9 de marzo, algo impensable para otro jefe de Estado. Fue un viaje desinteresado en la política o en la economía, porque con su presencia sólo buscaba aminorar el deterioro del cristianismo en la región. Viajero solitario, no llevó más armas que su prédica de paz y conciliación, con el objetivo de preservar los valores de una diversidad de la que han sido excluidos los cristianos en la tierra bíblica de Mesopotamia. Debido a la guerra de ocupación por Estados Unidos y aliados, hay 2 millones 600 mil desplazados internos o que han emigrado. Las condiciones del país se deterioraron considerablemente, con impacto en sus reservas de hidrocarburos, lo que le ha ocasionado pérdidas por más de 100 mil millones de dólares.

El Estado central y el gobierno regional de Kurdistán sostienen una disputa por esos recursos. Este último cuenta con autonomía constitucional desde 2005, cuando se logró un viejo sueño nacionalista e identitario, nombrando a Kirkuk como la Jerusalén de los kurdos, con 2 millones de habitantes. La contienda responde a la atracción de su territorio con reservas estimadas de 9 mil millones de barriles de petróleo.

Eso explica también la fuerte presencia de ISIS (Daesh, según acrónimo árabe), con sus milicias chiitas que crecen en el centro de Irak, contrarias a la mayoría sunita. Entre el comienzo de 2021 y el mes de octubre pasado tuvieron lugar 995 ataques, de los cuales 655 se ubicaron en el triángulo de Kirkuk-Saladine-Diyala. La disputa compromete la cohabitación de varias minorías, como la de los árabes y la de los turcomanes, la más importante y que permite a Turquía involucrarse.

Turquía y sus ambiciones complican más las cosas porque no ha dejado de reivindicar como suyas las regiones de Kirkuk y Mosul. Según su discurso le pertenecen desde el antiguo imperio otomano. Sin embargo, ha debido renunciar a algunos de sus principios para buscar una normalización de sus relaciones con Egipto, Arabia Saudita y Emiratos Árabes, alejado desde que acusó a estos últimos de alentar el fallido golpe de 2016. El año no le favoreció si termina con un desplome de 45% de la lira turca.

Los presidentes de Irán y Turquía, Ebrahim Raisi y Recep Tayyip Erdogan, respectivamente, se reunieron en Ashjabad para discutir el problema de las milicias del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK), que busca mayor autonomía y derechos en la zona que incluye a Irán, Turquía, Siria e Irak.

Por su parte Irán y Estados Unidos se han reunido para reanudar su participación en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, aunque los iraníes insisten en que sus investigaciones se realizan con fines pacíficos.

Líbano recorrió el año acelerando su proceso de descomposición. La banca mundial calificó drásticamente su situación como “una de las tres peores crisis económicas que ha conocido el mundo en tiempos de paz desde el siglo XIX”. Contribuyeron a ello las catastróficas consecuencias de las explosiones del 4 de agosto de 2020 en el puerto de Beirut. El resultado de la investigación, que apunta a la responsabilidad de Hezbolá, ha provocado una fuerte disputa que podría llevar a un enfrentamiento armado.

La situación es aprovechada por el nuevo gobierno, encabezado por el primer ministro Najib Mikati, que ha convocado a elecciones legislativas que podrían favorecer los intereses de la oposición a la conformación política actual en la cual Hezbolá tiene un peso importante. Una fuerte campaña ha llamado a votar a los libaneses de la diáspora. Se logró un padrón de 230 mil 466 expatriados para romper el equilibrio existente porque se sabe que la mayoría está constituida por cristianos.

Israel y Palestina contribuyen a la problemática regional. La guerra de 11 días de mayo pudo esperarse, pero no la virulencia que alcanzaría con 230 palestinos muertos y mil 710 heridos, y algunas bajas entre los israelíes. El conflicto se desató cuando en la fiesta del Ramadán se dio un inédito asedio de las fuerzas israelíes a los sitios sagrados del Islam en Jerusalén, que condujo a un serio enfrentamiento entre Hamas y el ejército israelí. Estados Unidos no fue escuchado por el primer ministro, Benjamin Netanyahu –en una de sus últimas acciones en ese cargo–, cuando demandó un cese al fuego; tampoco escuchó a los 27 países de la Unión Europea.

Egipto contribuyó a detener la ofensiva con un acuerdo de cese al fuego que aprovechó la influencia de Qatar. El país se ha colocado como la llave para resolver la situación en Gaza, facilitando el diálogo de Hamas con Israel. Algo que, se dice, fue sugerido y apoyado por el presidente de Estados Unidos. Lo que ha permitido que el presidente Abdel Fattah al-Sisi busque colocarse como defensor de los derechos humanos. En ello ha confluido su participación en la reunión COP-26 sobre el cambio climático, y de allí ha surgido con la propuesta de que sea Egipto quien albergue la COP-27 el próximo año, lo que le ha permitido declarar que trabaja para convertir a su país en “un punto de inflexión radical en los esfuerzos climáticos internacionales en coordinación con todas las partes, en beneficio de África y del mundo entero”.

Su propuesta alerta sobre el ambicioso proyecto de Etiopía de construir una presa en el Nilo Azul, con un costo de más de 4 mil millones de euros, con el apoyo de China, diseñada para almacenar unos 70 mil millones de metros cúbicos de agua (contra 183 millones de Asuán) y generar 6 mil megavatios de electricidad. El problema es que pretende tomar el agua de la fuente que nutre 60% de ese líquido a Egipto. Y se calcula que una reducción mínima de 2% tendría efectos catastróficos para ese país. Y además tiene que considerar la continua inestabilidad política de Sudán, el otro país que el proyecto considera.

Yemen es uno de los países en situación más difícil, donde se enfrenta el gobierno de los hutíes –establecido en Saná, con soporte de Irán, y que se declara gobierno legítimo– contra las fuerzas gubernamentales, que cuentan con el sostén de Arabia Saudita que los asedia con constantes bombardeos. La violación de los derechos humanos incluye a las mujeres y los niños envueltos en lo que ha sido calificada como la “peor crisis humanitaria del mundo”. 

Este análisis forma parte del número 2356 de la edición impresa de Proceso, publicado el 26 de diciembre de 2021, cuya edición digital puede adquirir en este enlace

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