Opinión

El eurocentrismo y el patrimonio precolombino (Segunda y última parte)

En la época de la Colonia los conquistadores introdujeron una nueva categoría social, el paganismo, mediante la cual estigmatizaron a los habitantes del Nuevo Mundo e intentaban comprender su diversidad cultural.
domingo, 21 de marzo de 2021 · 20:29

Durante el Renacimiento la mentalidad española seguía gobernada por el esteticismo medieval, impregnado de ideología religiosa, con el indefectible discurso sobre la revelación divina y el origen de la humanidad. La opulenta dinastía renacentista de los Médici fue la beneficiaria de esos cánones estéticos, conforme a los cuales se desdeñaba cualquier bien cultural, como los de origen prehispánico, que no estuviera imbuido de un embalaje religioso, con su correspondiente valor crematístico. 

Esta mentalidad hizo propicia la introducción de una nueva categoría social: el paganismo, que fue la que prevaleció en la clasificación de las colecciones. Bajo esta perspectiva, cualquier práctica o expresión cultural precolombina era relevante sólo como testimonio de la existencia del paganismo.

Los pocos objetos prehispánicos que pudieron realizar la travesía de las Indias a Europa lo hicieron a través de rutas clandestinas, cuyos puertos de entrada se ubicaban predominantemente en Italia. Este componente geográfico explica que en los catálogos e inventarios de las colecciones de los Médici y de otras familias italianas, como los Cospi, los Giganti y los Aldrovandi, se haya hecho mención de aquellas piezas.

El acopio de bienes precolombinos se fraguó por diferentes senderos; así Carlos V, con el ánimo de confraternizar con el papado, hizo importantes obsequios a León X (Juan de Médici, 1475-1521) y a Clemente VII (Julio de Médici, 1478-1534) ­provenientes de su colección conocida como Joyas de las Yndias, albergada en Simancas. Hechos como éstos sustantivan la tesis de que los Médici eran ávidos recolectores de antiguallas mexicanas.

La colección Médici se inició formalmente con Francisco I, gran duque de Toscana (1541-1587), quien la desplegó para el público en 1570 en el Palacio de los Uffizi en Florencia. Para ello el florentino manierista Ludovico Buti pintó en 1588 el plafón de la armería de los Uffizi con alegorías de nobles indígenas rodeados de pájaros tropicales exóticos. Otro de los frescos ilustra la conquista de México y batallas entre paganos y cristianos. 

Aquel recinto estaba destinado a hospedar vestimentas extravagantes de los Médici, armas y objetos de historia natural, entre éstos diversos originarios del Nuevo Mundo. Los frescos delineados proveían de la atmósfera apropiada.

En la época, a raíz de esta nueva aproximación, y en concomitancia con la tradición Médici, se reinició el interés por los bienes culturales provenientes del Nuevo Mundo.

La riqueza de la colección Médici no deja de sorprender; en ella se alojaba el Codex Vindobonensis Mexicanus I, transliterado en lengua mixteca y que consigna un calendario ritual y genealógico del siglo XIV, y el código azteca Magliabechiano del siglo XVI, ­pintado al inicio de la colonización española, que pertenece al llamado grupo de códices del mismo nombre; este código ­desarrolla todo un glosario de elementos cosmológicos y religiosos.

Los frescos en el Palacio de Uffizi no fueron los únicos que expresaron motivos prehispánicos. Étienne Delaune (1519-1595), Jost Amman (1539-1591) y Giovanni Battista Tiepolo (1696-1770) animaron en sus obras las alegorías del Nuevo Mundo con su fauna, flora y población indígena.

Posiblemente la mejor representación fue la realizada por el flamenco Jan van Kessel, El Viejo (1626-1679), en el cuadro Amerika (1666), actualmente exhibido en la Alte Pinakothek de Múnich.

A la decadencia de los Médici sobrevino en Europa una de las grandes diásporas de bienes culturales precolombinos, cuyos itinerarios son sumamente complejos de trazar desde su origen hasta los puntos de destino: museos tan prestigiados como el Nacional de Prehistoria y Etnografía Luigi Pigorini en Roma, el Etnológico de Berlín y el Nacional de Copenhague.

En este aluvión destacan, en efecto, los llamados Regalos de Moctezuma, circundados por las más controvertidas argumentaciones y sobre los cuales gravitan narrativas lacónicas, como las de Bernal Díaz del Castillo, o el testimonio de oídas de Bernardino de Sahagún (1499-1590). A ello habría que agregar que los diferentes embarques hechos por Hernán Cortés a Carlos V distan mucho de ser los únicos; ahí están los referidos por Juan de Grijalva (1490-1528) y los que se sucedieron después de la caída de Tenochtitlan.

En los análisis acerca de la identificación de los bienes culturales precolombinos, de su proveniencia e itinerario, existen serias insuficiencias. Éstos se hallan supeditados a las fuentes mexicanas o a su contrapunto, los catálogos europeos, redactados por archivistas ensimismados en su rutina y carentes de experiencia para una identificación indubitable de los objetos precolombinos y para valorar su relevancia. La exigüidad de elementos de convicción debilita cualquier análisis y controvierte sus conclusiones. (Christian Feest).

Los Mosaicos de las Indias

Entre los objetos precolombinos más preciados por los coleccionistas figuran los de arte plumario o arte plumaria, que al haber sido desenraizados de su entorno fueron objeto de tal descontextualización cultural que imposibilita la mínima asociación estratigráfica de la pieza, lo que provoca dificultades, con frecuencia insalvables, para su interpretación. 

Los amantecas en sus variantes de Tecpan (plumarios de la casa real), Calpixan (plumarios del tesoro real) y Calla (plumarios artesanos) desarrollaron este arte único, que comporta una clara simbiosis entre arte y religión; y, más aún, una amalgama del arte con la naturaleza que resultó totalmente insólita ante los atónitos europeos, asiduos a sus cánones artísticos ortodoxos.

Los misioneros españoles se percataron de la trascendencia del arte plumario en la cosmogonía indígena y por tal motivo lo emplearon, junto con la pintura, para instilar la evangelización y exorcizar a los naturales conforme a una aculturación programática. La escuela de artes de Tiripetío y el taller del Convento de San Agustín en Pátzcuaro, ambos en Michoacán, se sumaron a este propósito al inicio de la Colonia. 

Es por demás evidente que los cánones estéticos medievales de los conquistadores obligaban a los indígenas a transcribir motivos religiosos católicos en este género artístico; una práctica que revela la aculturación estética europea sobre los naturales mexicanos, reflejada con destreza en el arte plumario. El resultado es, por lo tanto, un cambio radical en la temática de los mosaicos de arte plumario; un componente sincrético que revela el florecimiento de una nueva cultura.

La colección Médici y otras europeas fueron prolíficas en el acopio de arte plumario. Pero la pieza que ha concentrado más análisis y suscitado grandes polémicas es sin duda el Penacho del México Antiguo, que se atribuye a Moctezuma Xocoyotzin. Esta obra alterna en el Museo de Viena con un escudo de turquesa y varios mosaicos plumarios que representan, entre otros, a La Madona con Infante y a San Jerónimo, este último plasmado en papel de agave.

Se tiene registro de que en 1539 Cosme de Médici poseía una colección importante de este tipo de bienes culturales y de que su hijo Fernando tenía dos pinturas plumarias que regaló a Bianca Cappello Sforza, segunda esposa de Francisco I de Médici.

Las mitras plumarias obispales fueron muy ponderadas; de las que actualmente se tiene noticia responden a dos narrativas: en una primera perspectiva se encuentran la del Museo de los Tejidos y de Arte Decorativo de Lyon, la del Museo degli Argenti de Florencia, la de El Escorial de Madrid, la de la Catedral de Milán –pieza ésta que, de acuerdo con la tradición, le fue obsequiada al papa Pío IV por indígenas mexicanos de reciente conversión y que pertenece a los tesoros de la catedral– y la correspondiente a la colección privada Hohentwiel en Alemania, que pertenece ahora a la Sociedad Hispana de Estados Unidos, con sede en Nueva York, y cuyo común denominador es su temática sobre el misterio de la redención (Alejandra Russo).

Por el contrario, las mitras agrupadas en una segunda óptica –la del obispo Pedro de la Gasca (1493-1567), identificada por su blasón, en el Museo de Viena, y la de Toledo– expresan escenas más elaboradas, como el árbol genealógico de Cristo y el Árbol de la Vida, en cuyas cúspides se hallan respectivamente la crucifixión y la Virgen Inmaculada.

En cuanto a las pinturas del mismo género artístico, algunas se conservan en la Santa Casa de Loreto, situada dentro de la basílica de la provincia de Ancona, en Las Marcas, Italia, y representan a San Jerónimo, San Ambrosio, San Agustín y San Gregorio. Se sabe que fueron un obsequio del obispo Pietro Lanfranconi (1596-1674) a la basílica en 1668.

Otras representaciones en arte plumario mexicano se sitúan en la Armería Real y en el Museo de las Américas en Madrid. De especial relevancia también es el manto, inicialmente atribuido a Moctezuma, albergado en el complejo museístico real de las Bellas Artes en Bruselas. 

El florilegio italiano

Muchas y muy variadas fueron las colecciones italianas de la época, lo que dificulta su sistematización. Si bien estos acervos fueron valorados inicialmente de acuerdo con el canon medieval, esa óptica fue abandonada en forma progresiva para dar paso a un incipiente tratamiento enciclopedista de índole científica, con criterios de ordenación que trascendían el simple acopio de curiosités.

A inicios del Renacimiento se formó la colección Gasparo Contarini, que con el tiempo se convirtió en una de las más importantes de Venecia y perteneció a la herencia de Carlo Ruzzini (1554-1664). Contarini, embajador veneciano ante la corte de Carlos V en 1525, consigna en su Relazione el estupor que le causó la composición plumaria cromática e iridiscencia de los mosaicos de las Indias.

Más adelante se crearon otras colecciones que hicieron época: la de Antonio Giganti (1532-1598) y la de Ulisse Adrovandi (1527-1605), que introdujeron un nuevo discernimiento de clasificación que diferenciaba las piezas creadas por artesanos de las provenientes de la naturaleza.

Giganti fungió como secretario del arzobispo y humanista Ludovico Becadelli (1501-1572), cuya colección heredó, y posteriormente como secretario del cardenal Gabriele Paleotti, obispo de Boloña; fue uno de los primeros coleccionistas en organizar su acervo en forma armónica, en el cual figuraban, entre otros, dos penachos, una pintura y una mitra de arte plumario tarasca proveniente de Florida y partes de un códice mexica.

Pero una de las colecciones precolombinas más importantes de la época fue la de Stefano Borgia, quien se desempeñó primero como secretario y después como prefecto de la Congregación de la Santa Propagación de la Fe (Sacra Congregatio de Propaganda Fide), ahora denominada Congregación para la Evangelización de los Pueblos, perteneciente a la Curia Romana; un ministerio que lo puso en contacto con todos los misioneros radicados en las Indias, lo que le permitió enriquecer su acervo privado.

Aldrovandi tenía una formación diferente. Académico de la Universidad de Boloña, empleaba sus piezas con propósitos didácticos y su ánimo estaba muy lejos de imprimir a su colección armonía o simetría. Poseía un mosaico de San Jerónimo acerca del cual se manifestó admirado por la sutileza del trabajo de los amantecas que confeccionaron la obra y por la rareza del plumaje empleado. 

El marqués Fernando Cospi (1606-1686) no hizo menos; donó su colección a la Universidad de Boloña en 1667 y confió a Lorenzo Legati Cremonese la labor de inventariarla; el resultado fue el afamado catálogo Musaeum metallicum, que contiene alegorías mexicanas. Este legado dio origen al museo Cospi, presidido por una efigie de Dante Alighieri. Entre los objetos donados se encuentra el Códice Cospi, también conocido como Codex Bologna, que se distingue por la exquisitez de sus caracteres pictográficos.

Otra de las colecciones líderes en su época fue la de Lorenzo Pignoria, en la que obra el célebre apéndice de Vincenzo Cartari Le vere e nove imagini degli dei delli antichi, publicado en 1615. Cartari desarrolló un sorprendente estudio comparativo de las mitologías japonesa, china y mexicana, aunque en esta última subsumió en un solo rubro culturas tan disímbolas como la azteca, la tolteca, la mixteca y la maya. La motivación de Cartari no era otra que ilustrar las diferentes mutaciones del paganismo.

Las colecciones de historia natural se vieron fortalecidas mediante la integración de jardines botánicos, casas de antigüedades y bibliotecas con propósitos científicos. En euritmia con este contexto, Fernando I de Médici reorganizó el jardín botánico en Pisa y edificó un museo de historia natural que muy rápido se convirtió en centro de investigación. A su vez, Cosme I de Médici fundó la Accademia del Cimento, en donde se llegaron a cultivar plantas mexicanas y se fomentó su uso para fines medicinales.

Epílogo

En la época de la Colonia los conquistadores introdujeron una nueva categoría social, el paganismo, mediante la cual estigmatizaron a los habitantes del Nuevo Mundo e intentaban comprender su diversidad cultural. En la misma categoría eran incluidos los pueblos bárbaros europeos y del resto de los continentes.

Las virtudes y valores del cristianismo se vigorizaban cuando sus preconizadores los contrastaban con las prácticas y tradiciones que consideraban paganas. Así, la diversidad cultural se subordinó a la necesidad de proveer de homogeneidad al paganismo para incluir en una sola categoría social a todas las que pudieran rivalizar con el cristianismo.

A lo anterior habría que agregar el análisis de las disquisiciones teológicas del catolicismo que emergieron al inicio de la Colonia; con ellas se buscaba un soporte para evitar la contraposición del dogma evangélico según el cual los apóstoles debían ir por todo el mundo predicando el catequismo de Cristo. Resultaba obvio que la presencia de naturales en el Nuevo Mundo confrontaba este dictum bíblico.

Los irresueltos debates teológicos tuvieron graves consecuencias en la colonización. A los naturales se les llegó a negar el carácter de humanos, o se imaginaba que las poblaciones indígenas eran tribus extraviadas desde tiempos de Noé, o que pertenecían a una de las muchas tribus perdidas de Israel.

En las obras de los misioneros la narrativa es concluyente: una constante transposición de las costumbres y expresiones indígenas a las europeas, con las consecuentes inexactitudes ante la inexistencia de equivalentes culturales funcionales. El propósito era evidente: cómo hacerlas comprensibles para la mentalidad europea. Esta aculturación terminó por sustituir la mentalidad indígena por la europea y legitimar la colonización. 

Lo anterior quedó de manifiesto en la clasificación de las colecciones de bienes culturales precolombinos, toda vez que la proveniencia de las piezas resultaba intrascendente para sus detentadores; lo relevante para ellos era que a las antigüedades las distinguía un atributo pagano.

No deja de ser sorprendente que, en el caso de esas colecciones, el pensamiento medieval se haya transfigurado en uno totalmente mundano, lo que condujo con el tiempo a la exigibilidad social de hacer públicos los cabinet de curiosités y sus agregados precolombinos. 

Con el tiempo, la etnología cambió la narrativa europea y con ella el raciocinio de ordenación de sus colecciones, en el que se distingue el abandono paulatino de la categoría social del paganismo.

El autor de este texto es doctor en derecho por la Universidad Panthéon-Assas.

Este ensayo forma parte del número 2315 de la edición impresa de Proceso, publicado el 14 de marzo de 2021 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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