Papa Francisco

A cinco años de la visita de Francisco, la Iglesia sigue inerte

Los obispos carecen de dos factores básicos: proyecto y carisma; dicho de otra manera: un ideal histórico de pastoralidad y liderazgo en la sociedad. La pandemia ha mermado sus ingresos y hay diócesis en bancarrota. Continúan los escándalos de encubrimientos y pederastia que han lacerado su imagen.
jueves, 4 de marzo de 2021 · 15:48

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La Iglesia Católica mexicana pasa por una de sus mayores crisis en la historia contemporánea. Ya no existe el enemigo externo como explicación. Así se entendió en la Guerra de Reforma del siglo XIX y en la Cristiada del siglo XX. Ahora el enemigo está adentro, disfrazado de apatía y dilación. 

Los obispos carecen de dos factores básicos: proyecto y carisma; dicho de otra manera: un ideal histórico de pastoralidad y liderazgo en la sociedad. En este siglo XXI la pandemia de covid-19 ha mermado severamente sus ingresos y hay diócesis en bancarrota. Continúan los escándalos de encubrimientos y pederastia que han lacerado su imagen y respetabilidad.

Hay una profunda desunión entre los obispos y en las principales arquidiócesis están enfrentados bandos clericales, lo que ha tenido repercusiones políticas como las observadas en las arquidiócesis primadas de la Ciudad de México y de Guadalajara. Son cuatro los cardenales que encabezan las castas clericales antagónicas. El panorama no puede ser más desolador. Dicha circunstancia católica se refleja, dramáticamente, en los resultados del último censo, que registran una caída inexorable de los católicos a 77.7%. 

Hace justo cinco años el Papa Francisco visitó México, del 12 al 17 de febrero de 2016, con la finalidad de animar a la Iglesia mexicana. Con sus mensajes, gestos y silencios el pontífice argentino se propuso alentar y vigorizar una Iglesia estancada y un episcopado entumecido. Justo a cinco años de la visita de Francisco a México la pregunta correcta no es qué han hecho los obispos con las orientaciones del Papa, sino ¿por qué no han hecho nada? ¿Por qué se ha silenciado el regaño de Catedral, la mejor radiografía sociológica de los obispos mexicanos? ¿Cuáles son las razones por las que la Iglesia mexicana no ha acatado las orientaciones pastorales del Papa? ¿Por qué casi todos guardan olvido a una visita que los interpeló profundamente?

Recordemos que la visita del Papa a México tuvo claroscuros. Muchas expectativas quedaron frustradas en materia social. Haciendo memoria, los posicionamientos del pontífice fueron muy genéricos. El Papa Francisco decepcionó a muchos por no haber accedido a encontrarse con los familiares de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, por no haber abordado con mayor firmeza los feminicidios ni haberse pronunciado en suelo mexicano sobre la pederastia clerical. El gobierno de Peña Nieto ya registraba niveles muy bajos de aceptación.

Francisco había creado muchas expectativas por sus posturas críticas en materia social. Venía de haber publicado la encíclica Laudato Si y de haber pronunciado un discurso vehemente contra el neoliberalismo en Bolivia, en torno a los movimientos sociales. Sin embargo, era claro que el Papa no iba a venir con discursos incendiarios ni a romper lanzas con el gobierno de Peña Nieto. En ningún país ningún Papa ha procedido con discursos de radical confrontación. El entonces nuncio Christophe Pierre, hombre de confianza de Bergoglio, lo advertía: “El Papa Francisco no es el juez de México ni viene a resolver los problemas, eso toca a los mexicanos. La visita no tiene el propósito de condenar situaciones, sino de inspirar y propiciar un encuentro de esperanza con los mexicanos”. 

Los mayores posicionamientos críticos de Francisco no se produjeron en los social, sino en lo eclesiástico. La apresurada organización de la visita exhibió grandes grietas entre la nunciatura y la Conferencia del Episcopado Mexicano, enfrentados a la nula colaboración de la poderosa arquidiócesis de México encabezada por Norberto Rivera. 

En días previos a la visita, el cardenal Rivera fue zarandeado por las revelaciones documentales de este semanario (Proceso 2049) y Aristegui Noticias, sobre las anomalías en la anulación del primer matrimonio de Angélica Rivera para poder casarse posteriormente por la Iglesia con Enrique Peña Nieto: “Se hizo posible a partir de un proceso plagado de irregularidades, falsedades y simulación al interior de la Arquidiócesis Primada de México”, concluye la investigación. Los medios tradicionales de la prensa y la televisión guardaron silencio cómplice de dicha nota, pretendiendo sepultarla. 

Durante la visita hubo eventos que fueron particularmente simbólicos y que mostraron las opciones pastorales preferidas de Francisco, como el que se realizó en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Ahí Francisco marcó una pauta de calidez y cercanía con diferentes grupos y etnias de todo el país y de Centroamérica. Un momento especial fue la visita a la tumba de Samuel Ruiz, quien había sido maltratado en vida por la propia Iglesia. La visita a una cárcel en Ciudad Juárez tuvo el simbolismo de mostrar una Iglesia que afronta los confines y miserias humanas. En la frontera norte exaltó el compromiso de la Iglesia con los migrantes. Se opuso férreamente a la construcción del muro y se enfrentó a Donald Trump diciendo: “Aquel que construye muros no es cristiano”. 

Sin embargo, el mensaje en la Catedral Metropolitana fue el discurso que marcó el talante de toda la visita. Francisco puso en evidencia ante el país sus diferencias con el episcopado mexicano. En su discurso trató de motivar, orientar y corregir a los obispos mexicanos. El tono del pontífice argentino fue de incentivo y de reprimenda, sobre todo cuando improvisó y llamó a la unidad del episcopado: “Si han de pelearse, peléense como hombres, como hombres de Dios”. Con crudeza Francisco toca una llaga entre los obispos mexicanos al reprocharles: “La Iglesia no necesita de príncipes” ni que se suban a los carros de fuego del poder. En cambio, les demandó mayor pastoralidad y cercanía con el pueblo. 

Francisco sabía que encaraba a un episcopado frío y pasivo a sus reformas. Los obispos mexicanos son quizá de los más conservadores de América Latina. Francisco demandó una mayor pastoralidad y empeño misionero. La falta de entusiasmo de los obispos mexicanos al llamado de Francisco radica en que están instalados en una zona de confort, sobre todo ante el poder. Los obispos se hospedan con desahogo, conviviendo con los poderes fácticos; gozan de deslumbrantes prerrogativas, disimuladas, por parte de la clase política mexicana. Los obispos se han amoldado en la comodidad de los privilegios que les ofrece, de facto, el sistema político mexicano. Por ello Francisco vino a sacudir a la clase clerical convertida en casta privilegiada. 

No fueron casuales los reproches de Desde La Fe, revista arquidiocesana desde la que Hugo Valdemar, vocero de Rivera, contestó el regaño de catedral argumentando que el pontífice estaba mal informado y no entendía bien la realidad. Era claro que Norberto Rivera fue uno de los destinatarios de los regaños del Papa. 

A cinco años el horizonte de los obispos apenas ha cambiado. Los prelados no han dejado de ser burócratas de la fe que se dan golpes de pecho. Incluso hay algunos prelados que no sólo no comulgan con la orientación del actual pontífice, como los cardenales Francisco Robles Ortega, Juan Sandoval Íñiguez y Norberto Rivera, sino que están jugando la contra. Se alían en Roma con integrantes de la curia rebelde y de la derecha católica estadunidense para acechar al Papa Francisco, dispuestos a combatirlo desde trincheras de resistencia y sabotaje. Sin embargo, la crisis actual pone nuevas tesituras. O los obispos se sacuden este largo marasmo eclesial o los próximos censos van a registrar la más absoluta debacle del catolicismo en México, con tintes apocalípticos. 

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