Ensayo

¿Qué es el ideario de Madero en las próximas elecciones?

Madero tituló uno de sus últimos capítulos con la frase: “¿Estamos aptos para la democracia?”, y parece increíble que a más de 100 años continúe siendo una pregunta válida.
miércoles, 14 de abril de 2021 · 23:18

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En el contexto de las elecciones que cerraron la primera década del siglo XX, Francisco I. Madero publicó La sucesión presidencial en 1910, un libro que para su tiempo hizo furor, como lo demostró el haber agotado la primera edición en unos cuantos meses, apoyado por la prensa independiente y por el favor que le hizo el presidente dictador Porfirio Díaz al formular el comentario sobre la obra: “Madero ha soltado el tigre”.

El libro se propuso llegar al público al que se dirigía: los ciudadanos con vocación política, deseosos de un cambio. En seguida se convirtió en una de esas obras que dividen la realidad en un antes y un después. Dejó una huella indeleble e influyó en la cultura política de los ciudadanos y del gobierno (tanto el dictatorial como el revolucionario que venía), al conceptualizar la idea de democracia y la necesidad de organizarse en partidos para alcanzarla. Charles C. Cumberland opinó: “Sólo en raras ocasiones una obra literaria, producto del pensamiento de un hombre, puede cambiar el curso de una nación”.

El libro resultó de gran interés porque Madero, al analizar el Estado (la cosa pública, como le decían en su época) desde una perspectiva seria, denunció un régimen que había agotado sus posibilidades políticas, había llegado al círculo vicioso que impedía el relevo del grupo gobernante que, anquilosado en sus privilegios y convencido con prepotencia en su trabajo, carecía de la capacidad para quitarse el lente del pasado que distorsionaba su presente.

Resulta imposible no establecer un parangón entre lo que sucedía hace 110 años y el tiempo electoral que da lugar a tantos conflictos, asesinatos de políticos y distorsiones de todo tipo, ignorando los avances que se alcanzaron con tanta dificultad, en un camino de sobra conocido de una transición democrática que lleva un siglo sin llegar al objetivo buscado. Después de la Revolución fue construyéndose la hegemonía de un partido, que en sus mejores momentos mantuvo al país en paz y logró un crecimiento económico sostenido. Su organización política dio lugar a la negociación entre grupos para eliminar sus diferencias. Todo ello fue posible en la medida en que los aparatos de los trabajadores sindicalizados y del campo apoyaron ese sistema, lo mismo que las clases medias y los poseedores de los grandes capitales. Mantuvo la hegemonía por haber conseguido el consenso de la sociedad.

Sin embargo la política no lo es todo, y lo social, debido a la desigualdad económica, se convirtió en el punto débil que aderezó una corrupción que al paso de los años se acrecentó.

Ahora, con lo que se anuncia como las elecciones más grandes de nuestra historia –debido a los cargos que estarán en disputa, sumando más que en ninguna otra–, habría que recordar lo esencial de la democracia que guio a Madero en su denuncia contra el régimen de una autocracia inamovible que había durado 30 años, pugnando por los puntos siguientes:

1. Contra la reelección, porque la permanencia de Porfirio Díaz en el poder había convertido un régimen liberal en dictatorial y, por lo tanto, debía ser abolido.

2. Fue fuerte su crítica al militarismo porque Madero, como ávido lector, hizo en su libro un recuento de la historia nacional para alegar que la base de todos los males que padecía el país al término del siglo XIX encontraba su explicación en el militarismo, surgido desde la conquista española, y su secuela de dominación del suelo mexicano por tres centurias. Él pensó, como en efecto sucedió, que con la presidencia de Benito Juárez se dio un fuerte golpe al militarismo y se aseguró así la existencia de un sistema federal representativo.

3. También se pronunció contra las ambiciones de los caudillos, que representaban el mayor problema, con un poderoso ejército con gran gravamen para la nación.

4. Arremetía igualmente contra el Congreso, retomando una idea del Plan de la Noria, donde “...una mayoría regimentada por medios reprobados y vergonzosos, ha hecho ineficaces los nobles esfuerzos de los diputados independientes y convertido a la Representación Nacional en una cámara cortesana, obsequiosa y resuelta a seguir siempre los impulsos del Ejecutivo”.

5. Criticaba asimismo la debilidad de la Suprema Corte de Justicia; influida por el gobernante y las autoridades ilegítimas que saqueaban las rentas federales, descuidaba su función de garantizar los derechos humanos y los principios democráticos.

Esos puntos marcaban el itinerario necesario para alcanzar su propósito para instaurar la democracia en México. Por qué se invoca tanto a Madero y el libro que dio lugar a las leyes para el tránsito político que se buscaba y que se traiciona ahora desde su primer mandato: la no reelección. Y es que la avidez de los políticos ha establecido su vigencia desde hace tiempo, valiéndose de todas las artimañas posibles para lograrlo, como ese eufemismo tan usado de las “licencias”, debido a que los cargos de elección popular, es decir, mandatados por el pueblo, no son renunciables, según la ley. Es difícil encontrar un político que no haya recurrido a esa artimaña para mantenerse constantemente en el poder y hay casos en que los vemos brincando de una posición a otra por décadas. Y para colmo, la actual reelección fue una consigna apoyada por los pensadores y analistas políticos ignorando la historia de México. Se logró así validarla, aunque no en el caso de los gobernadores y del presidente de la República pero, tal como Madero lo vio, una cosa llevaba a la otra. Abierto el camino, qué hace falta para que México se encuentre de nuevo como en los tiempos de Porfirio Díaz o del periodo de inestabilidad al que llevó la intentona reelec­cionista de Álvaro Obregón.

Ya estaba en las páginas del libro de Madero lo que la teoría clásica ha transmitido desde la tradición aristotélica del gobierno del pueblo y de todos los ciudadanos hasta llegar a la republicana y el equilibrio de poderes, porque como afirmó Montesquieu: “Ningún poder sin límites puede ser legítimo”. El Estado está obligado a aceptar la ley, por lo que no tiene legitimidad para hacer cualquier cosa y “sólo el consenso y el respeto al derecho otorgan a la fuerza la necesaria legitimidad”. Pero el Congreso en funciones, contrariamente a lo que se suponía el de un gobierno dispuesto a seguir los postulados del maderismo, no sólo elude el equilibrio de poderes, sino que actúa sin la legitimidad que emana del pueblo que llevó a diputados y senadores a sus cargos, porque no escucha su voz y dejó de representarlo para actuar en la lejanía, de acuerdo con sus intereses particulares, contrariando lo que redundaría en beneficio del conjunto de la sociedad.

Aun es tiempo de evitar caer en la crítica que Madero dirigía al presidente Díaz quien, según él, había violado la ley para seguir con sus planes. Lo que trajo como resultado en toda la nación el desprestigio de la ley, “que todo el mundo interpreta según su conveniencia, y que el disimulo sea considerado como una forma de cortesía, como una cualidad indispensable para prosperar en estos tiempos; con lo cual ha desaparecido la idea que debe tenerse del honor y la dignidad…”

También su oposición a la política centralizadora fue contundente y fue palanca de esa postura; la forma como el antiguo régimen golpeó la oposición en los estados de la República recordaba el sometimiento de los indios yaquis y mayos en Sonora, los mayas de Yucatán, los conflictos de los trabajadores en Puebla y Orizaba. Se detuvo particularmente en lo sucedido en Monterrey, sede de muchos de los negocios de la familia Madero, y en Tomóchic, que generó una pequeña guerra en las serranías de Chihuahua que dio lugar al título homónimo del libro de Heriberto Frías. Y un punto que se enlaza con estos casos, debido a la actividad de los periodistas, fue el de ofrecer una de sus dedicatorias a la “Prensa Independiente de la República”, por lo que consideró su “vigorosa reacción” de esos hombres libres para luchar en favor de la democracia.

Madero tituló uno de sus últimos capítulos con la frase: “¿Estamos aptos para la democracia?”, y parece increíble que a más de 100 años continúe siendo una pregunta válida, porque aunque han sido muchos los avances logrados, pareciera que los mexicanos estamos siempre dispuestos a volver atrás, sin capacidad para acumular las experiencias vividas y, por extraño que resulte, nos negamos a pensar en el futuro.

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