Elecciones 2021

El disenso debe pasar de moda

Hace no tanto era virtud de la política democrática la construcción de acuerdos, pero ahora lo reputado es destruirlos. Los políticos capaces de acordar consensos han pasado de moda, para dejarle el palco privilegiado a aquellos más diestros en la fabricación del disenso.
lunes, 31 de mayo de 2021 · 10:29

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Obsesiona a los interesados en el calendario político el próximo domingo 6 de junio y, sin embargo, el futuro del país comenzará a ocurrir al día siguiente.

Hace no tanto era virtud de la política democrática la construcción de acuerdos, pero ahora lo reputado es destruirlos. Los políticos capaces de acordar consensos han pasado de moda, para dejarle el palco privilegiado a aquellos más diestros en la fabricación del disenso.

Las campañas electorales que están a punto de concluir han confirmado, en México, la predilección de los líderes partidarios por adoptar posiciones polarizantes o, más precisamente, por polarizar a sus bases sociales a partir de la retórica del resentimiento.

Ni Andrés Manuel López Obrador ni su partido, Morena, tienen el monopolio de las posiciones irreconciliables. Las fuerzas políticas de oposición han hecho lo propio para tensar la cuerda hacia su propio extremo.

Antes de que comenzara esta elección habría resultado falso suponer que la sociedad mexicana estaba inclinada hacia alguno de los extremos. Sin embargo, las élites de la política han invertido un enorme esfuerzo por fabricar los muros de la distancia, en ocasiones a partir de dilemas o de datos falsos.

Son recursos de la política polarizante la rudeza de las palabras, la descalificación del adversario, la estigmatización de los argumentos contrarios, la apropiación de la memoria y las instituciones comunes y la burla respecto de cualquier acto de moderación o concordia.

Ciertamente el discurso que despliegan los líderes polarizantes tiende a funcionar para que cada contendiente galvanice su base electoral. No obstante, el remedio que entusiasma para acudir a los comicios se vuelve veneno al día siguiente.

A diferencia de la política electoral, las demás políticas funcionan mal en los terrenos fragmentados. No puede haber más de una política de salud, o de educación, una política para el medio ambiente, para la seguridad o para la obra pública.

Una cosa es disputar las urnas y otra muy distinta es poner a la política de salud o de educación en permanente disputa.

Cabe temer la debacle cuando el diseño, la gestión y, sobre todo, la legitimidad de una política, ocurren bajo la conducción de políticos polarizantes.

Este es el principal problema que tienen las democracias contemporáneas. ¿Cómo acordar políticas públicas de largo plazo sobre los temas que más importan al conjunto de la población en un contexto de posiciones irreconciliables?

La gestión de la pandemia de covid-19 ofreció patrones en todo el globo a propósito de este fenómeno.

Donde las élites políticas condujeron al extremo sus propias posiciones, las naciones se perdieron de una dirección coherente y consistente respecto de las medidas necesarias para reducir los riesgos, los contagios y las muertes.

El fracaso en la política de seguridad puede, en México, ilustrar este mismo hecho. En vez de convertirse en una política acordada entre las oposiciones y el gobierno, así como entre los gobiernos locales y el nacional, la disputa por la conducción de la seguridad ha propiciado que la violencia se potencie.

No son hechos aislados los más de 80 asesinatos políticos contabilizados durante este proceso electoral, particularmente violento, de la polarización entre las élites gobernantes que no fueron capaces de ponerse de acuerdo ni siquiera frente a este asunto que los igualaba ante la amenaza.

A estas alturas, parafraseando a la escritora mexicana Elena Garro, se asoma un recuerdo complicado del porvenir. Salvo que un milagro ocurra, el lunes 7 de junio México amanecerá aún más fracturado, resentido y polarizado.

El día después no será de concordia, sino de desacuerdo. A pesar de que ninguna fuerza política obtendrá una mayoría tal de votos como para excluir definitivamente a sus adversarios, habría de temerse que cada opción continúe exacerbando su alergia hacia las coincidencias.

El escenario no se antoja fácil de vivir, pero sobre todo no será propicio para resolver –para acordar– los temas que más preocupan a las personas.

Un país donde todo está en disputa no es un país sino un botín. La disputa por la nación debería tener límites más precisos, pero la disputa está de moda y los concordatos no.

Esta es la principal razón del malestar de nuestra época: una sociedad que mira la arrogancia polarizante de sus dirigentes, mientras sufre la incapacidad de las políticas y sus instituciones para resolver lo males más ingratos.

Ciertamente, el resultado de la elección del domingo próximo determinará el tamaño de la disputa por la nación y el tiempo que ésta podría prolongarse.

Ante este contexto, cabría privilegiar el voto contra los políticos polarizantes y a favor de quienes estén en ánimo de imaginar con generosidad el día después.

Por el bien de todos, que el voto logre pronto hacer que el disenso irreconciliable pase de moda.

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