Estados Unidos

Conversando con Kamala Harris

El funcionamiento de las diversas dependencias en el gobierno de México que se ocupan de la relación con Estados Unidos está cada vez más debilitado, con menores posibilidades de coordinación entre ellas.
jueves, 6 de mayo de 2021 · 20:38

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Este viernes tendrá lugar una conversación entre la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, y el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. No se sabe quién acompañará a ambos mandatarios o cuál es la agenda de la reunión. Lo que sí se sabe es que la vicepresidenta de Estados Unidos es una figura de enorme importancia. Los temas que se le asignan son prioritarios, los mensajes explícitos o implícitos que se intercambien no serán triviales. Darán la pauta para el camino que tome la relación México-Estados Unidos en los próximos años. De ahí que sea tan importante preguntarse: ¿de qué se hablará con Kamala Harris?

Los primeros 100 días de Joe Biden han confirmado la buena impresión que se tenía de él desde que comenzó a integrar su gabinete, profesional e incluyente; a definir las líneas centrales de su gobierno, más radicales de lo que se había previsto; y a tomar medidas de emergencia en materia de salud, recuperación económica y política exterior.

No quisiera abundar en la velocidad que se imprimió al programa de vacunación; a las cifras multimillonarias que se han asignado al programa de recuperación económica; a la rapidez con que se puso fin al involucramiento militar en la guerra sin fin de Afganistán; a las dimensiones del programa de creación de infraestructura y promoción de empleo que recuerda los mejores años del New Deal de Roosevelt.

La política económica de Biden representa un punto de transición respecto al papel del gobierno en la economía que tendrá consecuencias significativas en el crecimiento económico de Estados Unidos y, por consiguiente, de los países cuyas economías están fuertemente vinculadas a esa nación a través de exportaciones y actividades productivas conjuntas, como es el caso de México.

Uno de los programas en torno al cual gira la nueva política económica de Biden es el de la lucha contra el cambio climático. La etapa de crecimiento económico que se avecina va acompañada de una serie de compromisos que aseguren la reducción de gases de efecto invernadero. Los compromisos que al respecto se asumieron la semana pasada en la cumbre sobre cambio climático han sorprendido por haber llegado más allá de lo que había aceptado Estados Unidos desde que el tema del cambio climático ocupa un lugar central en la agenda internacional.

Muchos ven con escepticismo la posibilidad de cumplirlos, recordando que es un ámbito donde, tradicionalmente, las metas no se alcanzan. Sin embargo, es difícil no reconocer que pocas veces se había visto una voluntad tan decidida para enfrentar la lucha contra el cambio climático, la cual se aborda con la misma fuerza que se ha puesto en combatir la pandemia del covid-19.

En ese cuadro impresionante de acciones gubernamentales, cuando llegamos al punto específico de la relación con México, la situación es menos halagadora. Hay diversos motivos que lo explican. El primero es la incertidumbre respecto al lugar que tiene México dentro de la estrategia de política exterior del gobierno de Biden.

Inicialmente pareció que renacía el espíritu de América del Norte como región con intereses, valores y objetivos compartidos. De ahí la atención simultánea que se dio a Canadá y a México. Sin embargo, pronto se advirtió que hay pocos puntos de apoyo para que los países de América del Norte actúen de manera trilateral. Los problemas que están sobre la mesa son, esencialmente, bilaterales entre México y Estado Unidos.

La siguiente señal que ha ido definiendo el papel de México en la estrategia internacional del gobierno de Biden ha sido la importancia adquirida por el tema de la migración proveniente de Centroamérica como uno de los retos de carácter político más importantes que enfrenta el nuevo gobierno. El recuerdo de los llamados alarmistas de Trump sobre la amenaza a la seguridad nacional que representa la falta de control sobre la frontera ha dejado una profunda huella en el imaginario colectivo en Estados Unidos.

Son pocos los columnistas de los grandes diarios liberales en Estados Unidos que se ocupan de analizar hasta dónde la elevación en el número de solicitantes de asilo o de niños no acompañados que están llegando a la frontera sur de Estados Unidos representa un motivo de alarma o corresponde a cambios estacionales que ya han tenido lugar en épocas pasadas, sin producir mayores problemas más allá de desbordar a quienes deben atender flujos migratorios irregulares.

A pesar de la nueva mirada en materia de migración que se esperaba de Biden, lo cierto es que ha pesado más la necesidad de calmar el alarmismo y dejar muy claro, como lo hizo la exembajadora Roberta Jacobson en su corto paso por el Consejo de Seguridad Nacional, que “la frontera está cerrada”.

El trato hacia México se ha quedado, así, atrapado con los problemas de la migración centroamericana en tránsito hacia Estados Unidos. Lo primero que sería conveniente aclarar es si a Kamala Harris le interesa ver a México sólo desde ese ángulo, ese y nada más.

Es evidente que los temas de la relación México-Estados Unidos son mucho más variados y su manejo exige ir más allá de programas para el desarrollo integral de Centroamérica. El problema reside en la falta de interlocutores para hablar de ellos, en la ausencia de mecanismos institucionales para darles seguimiento, en lo disfuncional que resulta que el jefe del Ejecutivo mexicano haga de su participación en la cumbre climática parte de su mañanera y la trate con muy poco profesionalismo.

El funcionamiento de las diversas dependencias en el gobierno de México que se ocupan de la relación con Estados Unidos está cada vez más debilitado, con menores posibilidades de coordinación entre ellas, sin la posibilidad de preparar documentos conjuntos, sin visión sobre la estrategia a seguir para conectarse con el gobierno de Biden e incorporarse a los programas de diversa índole que se están poniendo en pie.

Esa fragilidad institucional para identificar problemas y elaborar propuestas de cooperación entre México y Estados Unidos deja en la penumbra la respuesta a la pregunta: ¿de qué se hablará con Kamala Harris?

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