Cuba

Embargos y bloqueos: ¿una historia cubana de fantasmas?

Cuando JFK firma la Ley del embargo, en febrero de 1962, el objetivo de acabar con la Revolución cubana con todas las políticas posibles se ha articulado, como diría Clausewitz, en los otros medios propios de la guerra.
lunes, 12 de julio de 2021 · 17:52

Rafael Hernández*

Los embargos y las sanciones económicas forman parte de una panoplia de instrumentos políticos que se aplican a determinados gobiernos para castigarlos por actos percibidos como hostiles o peligrosos por uno o varios estados. En años relativamente recientes, la doctrina del intervencionismo humanitario también avala sanciones económicas y embargos acordados por grupos de países u organismos internacionales contra determinados regímenes por acciones consideradas injustas, cometidas contra su propio pueblo. Por su contenido y alcance, los embargos consisten en restricciones que afectan las relaciones económicas, comerciales, financieras con ese país.

El bloqueo que aplica EEUU contra Cuba resulta otro animal diferente.

Su embrión surgió como una serie de sanciones que reaccionaban en cadena, ante una muy moderada reforma agraria, en mayo de 1959, mucho antes de que se estrecharan vínculos con la URSS y China, y que los partidos revolucionarios se fundieran en uno. De hecho, esa reacción aceleró estos vínculos y esta fusión. La escalada de sanciones impulsó las asociaciones económicas con los países socialistas, que llenaban el vacío dejado por la supresión de la cuota azucarera cubana en el mercado estadounidense, y por el cierre del suministro de petróleo. Asimismo, propició las nacionalizaciones de empresas norteamericanas. Cuando el Secretario del Tesoro instruyó a Esso y a Texaco que no refinaran el petróleo soviético, en junio de 1960, sometiéndolas a la razón de Estado de la Guerra fría, había sellado la suerte del capital estadounidense en la isla. Este evento, y la escalada de acciones y reacciones que precipitó, en el verano de 1960, condujo a aquellas nacionalizaciones masivas, que no formaban parte de ningún plan de gobierno, sino de la espiral de la guerra.

De la misma manera, la guerra caliente contra el régimen revolucionario, desde fines de 1959, desembocó en una guerra civil, que lo empujó a armarse en los países del Este. Ese empuje no es una metáfora discursiva ni un exceso verbal. McGeorge Bundy, Asesor de Seguridad Nacional de Kennedy lo dice con todas sus letras en un memo al Presidente en 1960: lo mejor para EEUU es que Castro caiga en brazos de la URSS, porque así será más fácil aislarlo en el hemisferio.

Cuando JFK firma la Ley del embargo, en febrero de 1962, el objetivo de acabar con la Revolución cubana con todas las políticas posibles se ha articulado, como diría Clausewitz, en los otros medios propios de la guerra. La Ley es parte de una secuencia de conflicto que nace a fines de 1959, con el proyecto de Playa Girón, se materializa con la invasión y las sanciones conseguidas en la OEA,  y conduce directamente a la Crisis de los Misiles, en 1962. Demasiado se ha investigado y escrito sobre esta historia por autores nada sospechosos de castrismo como para ignorarlo. Separar el bloqueo de esa espiral, y atribuirle su origen al surgimiento de una cabeza de playa soviética en el Caribe, replica verbatim los discursos de la campaña presidencial Nixon-Kennedy en el ápice de la Guerra fría. Invocar como explicación histórica ese fantasma, y reducir la causa de la guerra en curso a su cacería, solo se les puede ocurrir a los historiadores ideológicos que incursionan en este conflicto geopolítico, de un lado y de otro.

Desde sus orígenes, el bloqueo se impuso exactamente eso: aislar a Cuba del resto del mundo. Por eso no se limitó a dictar restricciones al comercio y la inversión para sus empresas, sino se extendió a una madeja de mecanismos propios del acoso total, con un alcance global y extraterritorial. Esta madeja impide, por ejemplo, tocar puertos estadounidenses durante seis meses a barcos mercantes de terceros países que transporten mercancías hacia o desde Cuba. Prohíbe que una empresa automotriz japonesa o de otro país que fabrique vehículos con más de 4% de níquel cubano pueda venderlos en EEUU. Niega a las subsidiarias de firmas norteamericanas registradas como empresas nacionales en México o Malasia qu comercien con la isla; e impone a firmas extranjeras de equipos médicos con participación de capital norteamericano que suministren nada a hospitales cubanos. La ora vuelta de tuerca fue la Ley Helms Burton (1996), que permite llevar a los tribunales de EEUU a empresarios de cualquier país que "trafiquen" con antiguas propiedades de ciudadanos norteamericanos y también de ex-cubanos, en la isla. El gobierno de Trump le quitó a esta Ley el bozal con que otros presidentes la habían mantenido a raya, y ahora tiene plena vigencia. Insinuar que todos estos mecanismos del bloqueo se hayan atenuado hoy solo puede atribuirse a ignorancia o mala fe.

¿Fue Cuba el único país que nacionalizó alguna vez empresas norteamericanas; o que ha tenido intereses enfrentados con EEUU? ¿El único del Tercer Mundo que tuvo alianzas con la URSS; o que apoyó a movimientos de liberación en Africa y América Latina?

EEUU nunca impuso un embargo parecido a otros países, ni por tanto tiempo. No lo aplicó a los del bloque soviético en Europa del Este; ni a la mismísima Unión Soviética, más allá de sus primeros 16 años; ni lo mantuvo contra la RPCh más de una veintena de años. Tampoco al régimen de Muahmar el Khadafi en Libia, que estuvo la mayor parte del tiempo entre sus principales abastecedores de petróleo. Se vino a sumar muy tardíamente al embargo contra el régimen del apartheid en Sudáfrica, nueve años después de que la ONU aprobara la resolución 418 contra la venta de armamentos, y apenas cuatro años antes de la liberación de Nelson Mandela.

¿Cuál es su razón de ser contra Cuba a esta hora del mediodía? ¿Es que la mayoría de esas empresas nacionalizadas en 1959-60 lo están apoyando, es decir, no les interesa restablecer vínculos con la isla, que les permitan negociar directamente la compensación prevista por la Ley de 1960, ahora vedada precisamente por la propia madeja del bloqueo? ¿Ha servido para promover algún cambio en la isla alguna vez? ¿O se ha revelado ineficaz para los intereses de EEUU, como reconoció el presidente Obama en 2014-2016?

Naturalmente, el bloqueo no justifica las deficiencias en el manejo de la política económica en Cuba, como repiten los principales documentos del plan de reformas. Minimizar sus costos, para poder seguir sobrellevándolo, como una variable independiente, con la que no se puede contar, pertenece al realismo político más elemental. Sin embargo, hacerse la idea de que esas reformas lograrán, por sí mismas, volver a la isla invulnerable a los costos y daños del bloqueo; o aun más, arrastrarlo consigo, equivale a ignorar los factores que gobiernan esa política.

Me pregunto en qué momento de estos 60 años, incluyendo los breves intervalos de Carter y Obama, los cambios en la política del Estado norteamericano repondieron a lo que estuviera pasando en la isla. Claro que la voluntad de dialogo y entendimiento del lado cubano resulta una premisa para cualquier progreso en las relaciones. Pero todos los cambios anteriores demuestran que la iniciativa y las buenas razones para hacerlo han correspondido a los de allá.

¿Está cantado que el bloqueo no podrá ceder hasta tanto un congreso bipartidista no lo vote un buen día? Para un análisis mínimamente informado, se requiere empezar por reconocer los 23 acuerdos firmados en el corto verano de Obama, por parte de un Ejecutivo que siempre ha determinado la política hacia la isla. Sería imposible explicar de otra manera que las aerolineas comerciales estuvieran volando, los cruceros ahora suspendidos hubieran desembarcado en La Habana a cientos de miles de estadounidenses, el Rockwell Institute y el Centro de Inmunología Molecular trabajaran en proyectos conjuntos sobre cáncer, el Tesoro levantara la prohibición para usar tarjetas de bancos norteamericanos en la isla. Y sobre todo, que las llamadas licencias generales para visitas people to people hubieran permitido que familias solas viajaran a Cuba y pudieran recorrer la isla entera, haciendo contacto con el pueblo cubano.

Como se sabe, el turismo es la principal fuente de ingreso de Cuba, junto a la cooperación medica y la colaboración. De manera que si mañana esa misma Casa Blanca decidiera reactivar los 23 acuerdos, la mayoría de los cuales están en hibernación, pero vigentes, y emitir licencias para proyectos sobre salud, vacunas, y otros intercambios científicos, comerciales, educacionales, sería muy difícil que el Congreso pudiera impedírselo.

La administración Obama había iniciado ese camino de fin del bloqueo en slow motion. Y para demostrarlo, el propio presidente sentó pauta viniendo a La Habana. Allí se reunió incluso con grupos disidentes, y les hizo algunas preguntas interesantes que el Departamento de Estado debe tener grabadas. También afirmó públicamente que la política de EEUU no se proponía injerir en los asuntos cubanos. Entonces, apareció Donald Trump, y los acuerdos quedaron en vilo, si no en reversa.

Quienes reducen la resolución en la Asamblea General de la ONU a una movida propagandística del gobierno cubano soslayan algunas cosas. Que es una oportunidad para explicar las causas y naturaleza de este bloqueo, ignoradas para la mayoría de la opinión pública. Que si bien la isla no es una prioridad para la administración Biden, la posición de sus aliados, especialmente europeos, asiáticos y latinoamericanos, sí ha pesado siempre en la balanza de sus decisiones. Que no solo perjudica a los cubanos en la isla, sino en EEUU; a los ciudadanos estadounidenses, los empresarios expuestos a sus coletazos en cualquier parte, a quienes defienden la libertad de viajar y de comercio, y a todos los que no simpatizan con el socialismo cubano, pero la consideran una política indecente.

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*Sociólogo cubano. Director de la revista Temas.

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