Análisis

La no reelección en México

Hablar de reelección en estos días es, desde luego, anacrónico. Nadie, que yo sepa, está pensando perpetuarse en el poder. Qué va. Tampoco hay alguien que pretenda prolongarse en su cargo dos años más para afianzar la 4T y, mucho menos, hacerlo a través de un artículo transitorio.
viernes, 9 de julio de 2021 · 16:16

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En junio se cumplieron 150 años del inicio de la rebelión “antirreeleccionista” encabezada por Porfirio Díaz. El movimiento armado se hizo al amparo del Plan de la Noria, del 8 de noviembre de 1871; en él se sostenía, entre otros puntos: “Que ningún ciudadano se imponga y perpetúe en el ejercicio del poder y será ésta la última revolución”.

A pesar de lo que dicen los defensores de Díaz, en el sentido de que su gobierno transformó a México, no se puede dejar de reconocer que fue un cínico, desvergonzado y mentiroso. Fueron muchas las víctimas de su ambición de poder. No fue la última revolución ni el último ambicioso; hubo necesidad de organizar otra para deponerlo; y una más, la de 1927, para defender el principio de no reelección.

Benito Juárez y Porfirio Díaz tenían ambición de poder. Alguien dirá que, en menor o mayor medida, todos la tenemos, que no importa la entidad federativa, pero los oaxaqueños de ese tiempo y los tabasqueños y zacatecanos de ahora, más.

En las Memorias atribuidas a Sebastián Lerdo de Tejada, respecto de la inclinación de los oaxaqueños por la política, se afirma:

“La fecundidad de Oaxaca en hombres públicos, sólo puede compararse a la fecundidad de Jalisco en señoras públicas.

“Oaxaca ha sido la cuna de todas las celebridades políticas y económicas que ha tenido el país: cada bautizo de párvulo oaxaqueño es un guarismo más en los egresos del presupuesto: cada matrimonio se resuelve en una amenaza para la Tesorería”. (Memorias de Sebastián Lerdo de Tejada, editorial Citlaltépetl, México, 1959, ps. 26 y 27).

Juárez, desde diciembre de 1857, con sus altas y bajas, había sido presidente de la República. El 8 de noviembre de 1865, ante la imposibilidad de celebrar elecciones debido a la guerra de intervención, sin contar con facultades para ello, por sí bajo la fórmula “que en uso de las amplias facultades que me concedió el Congreso nacional…”, prorrogó su mandato por todo el tiempo que fuera necesario. Eso iba de acuerdo con la 2T, la Segunda Transformación.

Al inicio de 1871 volvió a reelegirse. En contra de esa acción, el 2 de mayo de 1871, se inició un movimiento armado con un pronunciamiento de la guarnición de Tampico. De ese puerto se generalizó la rebelión. Las elecciones tuvieron lugar el 25 de junio de ese mismo año; por estar de por medio el elemento oficial de manera descarada, el resultado era predecible (Justo Sierra, Juárez, su obra y su tiempo, pág. 550). Resultó ganador Juárez y perdedores Porfirio Díaz y Sebastián Lerdo de Tejada.

El 1 de octubre de 1871, un domingo a las dos de la tarde, el capitán Tomás Almendares convenció a la tropa que estaba en la gendarmería acuartelada en la Acordada a que lo siguiera. Con ella se dirigió a la Ciudadela de la Ciudad de México, un sitio alejado de la ciudad, que servía de polvorín y depósito de armas. Sorprendió a la guardia que custodiaba el lugar. Tomó el sitio y con ello se consolidó la rebelión contra el presidente Juárez. La respuesta fue inmediata y sangrienta.

Juárez designó como jefe principal al general Alejandro García y éste encomendó al mejor general que ha tenido México, don Sóstenes Rocha, reprimir el movimiento rebelde y tomar la Ciudadela. Lo puso al frente de una columna de 590 soldados de los batallones de zapadores. Colocó un contingente de reserva en la Alameda Central al mando del general Francisco Loaeza. Puso una fuerza de caballería en el Salto del Agua, al mando del general Manuel F. Loera; y otro grupo de caballería por el rumbo de Chapultepec (Benito Juárez, Documentos, discursos y correspondencia, Secretaría de Patrimonio Nacional, México, 1970, tomo XV, ps. 432 y siguientes).

El fin de la rebelión fue dramático. También lo es el relato que hizo un biógrafo de Juárez:

“Encomendó (el presidente Juárez) el contraataque al general Rocha, y éste, con su acostumbrada acometividad, cercó la Ciudadela, ametralló las casas vecinas, perforó paredes, saltó patios y entró en el edificio de que se habían apoderado los rebeldes. Los jefes del movimiento pudieron escapar poniendo en práctica el mismo plan de Rocha. Quedaba en la Ciudadela, casi íntegro, el batallón conquistado por los porfiristas, y Rocha ordenó que todos sus componentes fueran pasados por las armas. El general se presentó poco después en Palacio y anunció somero:

“–He acabado con todos.

“Juárez tiene un escalofrío. La sangre de la Ciudadela rebosa, inunda la ciudad. Un silencio dramático acoge el transporte de los cuerpos por la calle.…”. (Héctor Pérez Martínez, Juárez el impasible, Austral, ps. 130 y 131).

En el parte oficial que rindió el general Rocha a su superior, el general Alejandro García, informó: “Entre los sublevados que más se distinguieron por su obstinación, se encontraron tres oficiales del Cuerpo de Gendarmes y el exteniente coronel don Luis Echeagaray, de los que iniciaron el motín y a quienes me fue preciso disponer se pasaran por las armas”.

Posteriormente se reconoció que habían sido cinco los fusilados. También se habló de que se había sacrificado a todo el batallón: unos 600 hombres.

Las huellas de la acción del general Sóstenes Rocha aún se observan en los muros del edificio de la Ciudadela. También se ven las que dejó la traición de Victoriano Huerta en el incidente conocido como de la Decena Trágica, de febrero de 1913, en el que murieron Francisco I Madero, su hermano Gustavo y José María Pino Suárez, entre otros.

En alguna parte leí (he perdido la cita) que después de muchos años, en una comida, se encontraron Sóstenes Rocha y Porfirio Díaz, cuando éste ya era presidente de la República. Se le ocurrió a alguien pedir al general Rocha hiciera un brindis en honor de don Porfirio. Aquél se levantó de su asiento, alzó su copa y dijo: “Brindo por el señor presidente Díaz, a quien ahora conozco de frente, porque siempre lo conocí de espaldas”. Quien refería el incidente comentó que el presidente en funciones se limitó a hacer un gesto de desagrado. Conociendo de lo que era capaz Rocha, de ahí no pasó.

Hablar de reelección en estos días es, desde luego, anacrónico. Nadie, que yo sepa, está pensando perpetuarse en el poder. Qué va. Tampoco hay alguien que pretenda prolongarse en su cargo dos años más para afianzar la 4T y, mucho menos, hacerlo a través de un artículo transitorio o “… en uso de las amplias facultades que me concedió el Congreso”.  

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