Elena Poniatowska

Los 90 años de Poniatowska

Hija de aristócratas, su voluntad casi sacrificial de repudiar la engañosa grandeza de ese estrato social la ha ido coronando de otra forma, como la princesa roja, esa “princesa del jitomate” que le cantan Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez.
lunes, 23 de mayo de 2022 · 13:45

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Tal vez lo más impresionante de Elena Poniatowska es la forma en que ella se ha ido construyendo a sí misma, en contra de lo que le deparaba su destino.

Hija de aristócratas, su voluntad casi sacrificial de repudiar la engañosa grandeza de ese estrato social la ha ido coronando de otra forma, como la princesa roja, esa “princesa del jitomate” que le cantan Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez. Indudablemente es la escritora más famosa y más querida de México, pero lo que la convierte en una figura entrañable es la forma en que se ha desembarazado de la altivez que el distanciamiento de clase impone, para acercarse, desbordante de afecto y respeto, a todas las personas, sin distinciones de ningún tipo.

En la jerga política de hoy, Elena es una fifí chaira.

Su literatura destila un feminismo sensible y crítico que se aleja de la trampa esencialista del mujerismo. En un texto titulado La literatura de las mujeres es parte de la literatura de los oprimidos, Elena dice: “No hay una condición femenina en abstracto ni es necesariamente la mujer la depositaria de todas aquellas virtudes que el hombre no tiene tiempo de ejercer. Para combatir críticamente la explotación y el marginamiento de las mujeres sería un error idealizar, inventándola, la condición femenina”.

Su escritura no idealiza a “la mujer”, sino que muestra que hay muchas formas de ser mujer. Sus libros indagan y exhiben la vida y la condición de varias mujeres, algunas anónimas y valientes, como Josefina Bórquez, la Jesusa de Hasta no verte, Jesús mío, las soldaderas o las empleadas del hogar, y otras intrépidas y talentosas, como Rosario Ibarra, Leonora Carrington, Tina Modotti y Lupe Marín. Aunque expresa dilemas y realidades no únicamente de las mujeres, como sus crónicas políticas (Tlatelolco, el temblor, los desaparecidos) o su novela sobre los ferrocarrileros, Elena se ha convertido en un símbolo feminista pues su escritura es, a la vez, un reclamo por las mujeres sometidas y una alabanza de las indómitas que, de manera individual o social, han inaugurado espacios y caminos de lucha. Su oficio de periodista y su talento de narradora conjugan su pasión vital por escribir, donde despliega su imaginación y da cauce a su solidaridad con personas y causas. Ella está donde ocurre la tragedia para escuchar y con su testimonio darles voz a las personas afectadas. También por eso se ha vuelto una referencia indispensable en nuestra vida cultural y política.

Además, su generosidad es proverbial: atiende y da cobijo a todas las personas que la buscan, desde les estudiantes que le siguen pidiendo entrevistas hasta sus amistades, a quienes acompaña en sus “causas perdidas”, pasando por sus marchantas del mercado y las señoras de sociedad, que insisten en codearse con ella no por su perfil político, sino por su origen aristocrático.

Ahora bien, más allá del afecto que suscita y de las atenciones que prodiga, Elena Poniatowska personifica un objetivo primordial del feminismo: dar cauce productivo a su deseo de realización. Ella ha tenido hijos, ha atendido a un marido exigente y le ha robado el tiempo a sus obligaciones femeninas, familiares y políticas, para escribir. Así, el feminismo de Elena no sólo está presente en su obra, sino que ella encarna ese anhelo de trabajar y ser autónoma.

Y encima de todo, esta mujer inconforme y valiente, como las mujeres atípicas y audaces sobre las que escribe, es capaz de una honestidad brutal cuando habla de sí misma. En su libro más reciente, El amante polaco, reconstruye la vida de Stanislaw Poniatowski, el último rey polaco, del que desciende, y la entremezcla con recuerdos de su propia vida. Así, en esta narración acerca de sus orígenes familiares nos permite atisbar algunos momentos clave de su vida en los que, con su discreta elegancia, muestra dolores y heridas.

Les comparto algunas frases que me calaron: “Yo caí hasta el fondo del pozo, y nunca he dejado de caer” (pág. 22). “Sigo escribiendo porque no tengo otro camino” (pág. 40). “¿Cómo se salva a un hijo? ¿Cómo se salva a un país?” (pág. 141). “Estoy trepada en una locomotora, sin saber a qué estación llegar” (pág. 141).

Elena dice de su padre que siempre “caminó al borde de ese abismo que todos tenemos dentro” (pág. 473). ¡Uf! ¡Qué bárbara! No es fácil reconocer ese abismo, y mucho menos hablar de él. Parecería que en estos tiempos la mayoría de las personas nos queremos mostrar sin grietas ni fisuras, ¿o será que tememos hablar de ese abismo?.

En cambio Elena duda de todo. No tiene certezas, ni siquiera de su propia obra. Ya cerca del final de El amante polaco, dice encontrarse envuelta en “un sudario de letritas” y se pregunta: “¿Me han hecho feliz? ¿Hice a alguien feliz con ellas?” (pág. 520).

Sí Elena, nos has hecho felices a miles, y también hemos sufrido y llorado con “tus letritas”. Tu escritura, un grito de amor por nuestro bienamado México, conmueve. Y el día de tu cumpleaños, el jueves 19 de mayo, estuvimos en Bellas Artes para agradecerte tus “letritas” y para celebrar que la vida nos da la oportunidad de demostrarte nuestro amor y gratitud. Muchas, muchísimas gracias por lo que escribes, pero más por cómo eres y por la forma en que, al atreverte a mostrar tus heridas, nos ayudas a que veamos las nuestras. 

Opinión publicada el 22 de mayo en la edición 2377 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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