Análisis

Mercedes Olivera

A Mercedes Olivera la caracterizó una postura ética que desplegó en todos los ámbitos de su vida, desde su trabajo antropológico hasta su radical compromiso político con diversos grupos.
viernes, 19 de agosto de 2022 · 16:09

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Las antropólogas feministas de México y Guatemala estamos de luto. El pasado 7 de agosto murió en Chiapas, próxima a cumplir 88 años, Mercedes Olivera Bustamante. Ella fue, junto con otros seis antropólogos (Guillermo Bonfil, Daniel Cazés, Margarita Nolasco, Ángel Palerm, Enrique Valencia y Arturo Warman) integrante del grupo llamado “Los Siete Magníficos” y coautora del libro De eso que llaman antropología mexicana (1970). Olivera será la única de esas figuras que tomará el camino del feminismo. Aunque fue directora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, catedrática de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Chiapas, fundó la maestría y el doctorado en Estudios e Intervención Feminista en el Centro de Estudios Superiores de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas y alcanzó nivel 3 en el SNI del Conacyt, Olivera se asumía “más como militante feminista y enseñante que como investigadora”.

Mercedes Olivera estuvo siempre comprometida con los grupos más vulnerables, no sólo de México sino también de Guatemala. En varias ocasiones coincidimos en casa de Alaíde Foppa para instrumentar acciones a favor de la guerrilla guatemalteca, pues Olivera era un enlace de confianza para quienes apoyaban al ERP desde México. También colaboró muy cercanamente con el ELZN y en 1995 publicó el texto Práctica feminista en el movimiento zapatista de liberación nacional en el libro Chiapas ¿y las mujeres qué?, editado por Rosa Rojas. Su estrecho vínculo con las mujeres pertenecientes a organizaciones y pueblos originarios en lucha se manifestó en su sepelio en San Cristóbal de las Casas, cuando varias de ellas y ellos bajaron de la montaña a rendirle tributo y llorar su muerte.

Muy útil para valorar su trabajo es el texto titulado Investigar colectivamente para conocer y transformar, que publicó como un capítulo en el libro Prácticas otras de conocimiento(s). Entre crisis, Entre guerras que coordinó (¡en tres tomos!) la doctora Xóchitl Leyva Solano. En ese capítulo Olivera narra cómo la cruda realidad que fue enfrentando hizo estallar la contradicción que ella vivía entre la academia y la práctica política, y habla del proceso que la fue convirtiendo en lo que ella califica de una “activista política, con cierta capacidad para investigar”. En este artículo Olivera relata su experiencia con el equipo de investigadoras feministas del Centro de Investigación y Acción para Mujeres de Centroamérica (CIAM), que ella fundó y en ese entonces dirigía, y las mujeres integrantes de Mamá Maquín, un grupo vinculado a las más de 15 mil guatemaltecas refugiadas en campamentos en Chiapas, Campeche y Quintana Roo. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) contrató al CIAM para trabajar con Mamá Maquín, pero luego esta organización pidió capacitación para ser ellas quienes recibieran el financiamiento. El proceso de deslinde y traspaso fue complicado y generó escisiones internas y conflictos personales. Olivera reflexiona sobre lo que dicha experiencia le significó en la construcción de relaciones horizontales –donde se enseña y se aprende al mismo tiempo–, y sobre el propio proceso de deconstrucción de su “pensamiento colonizado”. La autocrítica que se hace a sí misma es una joya pedagógica, que concluye afirmando que “la investigación puede ser más un instrumento de la vida colectiva que una profesión”. O sea, para fortalecer a la comunidad.

En el capítulo del libro citado, Olivera plantea varias interrogantes, que constituyen una parte esencial de una agenda de investigación activista: “¿Hasta dónde hacemos realmente investigación comprometida? ¿Cuáles son los límites de nuestro compromiso? ¿Hasta dónde lo que hacemos es útil para el cambio? ¿Cómo evitar que mediante nuestro compromiso político de colaboración nos coloquemos o nos coloquen a las y los investigadores en posiciones de poder? ¿En qué momento la investigación se transforma en acción y qué papel podemos desempeñar los investigadores en las diferentes etapas del proceso?”. En la actualidad, ¿cómo se responden esas preguntas que se formuló Mercedes Olivera, y que expresan inquietudes que también han venido planteado otras personas que hacen investigación vinculadas a proyectos libertarios de grupos y pueblos?

La actividad política de las antropólogas feministas ha estado presente dentro del campo académico desde principios de los setenta, y en la actualidad cada vez hay más colegas que han transformado su práctica de investigación gracias a las aportaciones de teorías, especialmente de autoras feministas. Esto ha priorizado temas sociales urgentes de abordar políticamente y ha documentado las variadas experiencias de vida de las mujeres, visibilizando aspectos cruciales de su situación. Sin embargo no es suficiente. Aunque sin duda ha habido una evolución en la forma en que las antropólogas feministas trabajan hoy en día, algo fundamental sería seguir el ejemplo de lo que hacía Mercedes Olivera: comprometerse a fondo con la gente, más allá del proyecto de investigación.

El modelo de la investigación colaborativa, además de incorporar la interseccionalidad y la perspectiva de género, toma como punto central analizar la relación de poder que se da entre quien investiga y las personas investigadas. La investigación colaborativa pone el acento en una colaboración en cada paso del proceso, desde la conceptualización del proyecto hasta el trabajo de campo y finalmente la escritura. Pensar cómo inciden esas relaciones de poder en todo el proceso ha conducido no sólo a desarrollar metodologías que incrementen la colaboración, sino a trabajar con muchas organizaciones que inciden para cambiar la política pública. El enfoque colaborativo inició en los márgenes de la disciplina antropológica, con pioneras como nuestra antropóloga, y hoy que se ha convertido en una práctica central de muchos antropólogos progresistas, ya la academia acepta que produce muy buenas investigaciones. Y Olivera ha sido un ejemplo destacado de cómo establecer relaciones colaborativas en la producción de conocimiento.

A Mercedes Olivera la caracterizó una postura ética que desplegó en todos los ámbitos de su vida, desde su trabajo antropológico hasta su radical compromiso político con diversos grupos. Descansa en paz, querida Mercedes, tu legado está vivo y ha fructificado entre las integrantes de distintas colectivas y posicionamientos feministas, en especial entre muchas antropólogas mexicanas y guatemaltecas.

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