Carlos Martínez Assad
Gaza. No quedará piedra sobre piedra
En nombre de quién puede permitirse la venganza que diezma a un pueblo por decisión de autoridades que no encuentran otra forma de eliminar a los responsables del mal infligido.Ciudad de México (Proceso).- La ira ha dominado las respuestas posibles al asalto de Hamas del 7 de octubre, entendible por la sangrienta mortandad de ese asalto terrorista. Puede asemejarse a la invasión de Iraq por Estados Unidos luego de los atentados del 11 de septiembre, cuando se fue contra un país que no estuvo tan vinculado como Arabia Saudita, de donde procedían varios de los terroristas. La decisión de las autoridades israelíes de lavar el agravio cuando contaba con la aprobación de quienes condenaban el ataque, no encontró otra forma que lanzar a su ejército contra la población civil de Gaza, tan inocente como la que sufrió directamente el asalto, saldado con más de mil muertes y cientos de secuestrados cuyo destino aún se desconoce.
En nombre de quién puede permitirse la venganza que diezma a un pueblo por decisión de autoridades que no encuentran otra forma de eliminar a los responsables del mal infligido. En muchos países sus ciudadanos plasman en sus manifestaciones el cuestionamiento de si la condena al terrorismo puede extenderse a la invasión de un territorio y a la liquidación de su pueblo, el de los palestinos, que, por lo demás, han debido enfrentar una precaria forma de vida que dura casi un siglo. El mundo permanece impasible ante la fuerte arremetida de Israel contra Gaza, arrojando a la muerte a miles de menores y a muchas mujeres y hombres. Además, se ha arrasado a los sitios más poblados de esa pequeña franja de apenas 365 kilómetros cuadrados que era habitada por un poco más de dos millones de personas, una de las zonas más pobladas del mundo con una densidad superior a las cuatro mil personas por kilómetro cuadrado. Su longitud, de 41 kilómetros cuadrados y entre 12 y 15 kilómetros de ancho, la convierte en un blanco muy fácil de atacar. Con esas dimensiones resulta difícil suponer lo que significa que crucen su cielo 100 aviones arrojando sus bombas en un solo día.
Cómo puede entenderse que se trata de ir contra los terroristas y cubrir su suelo de sangre de mil, cinco mil, ocho mil palestinos aterrorizados con sus vecinos y miembros de su familia enterrados en las toneladas de escombros en los que el ejército de Israel ha convertido, según los primeros informes, más de 200 mil viviendas. Lo cual ha dejado sin techo y a la intemperie a más de un millón de personas que deben arremolinarse en un espacio aún más reducido, sin agua, sin pan ni medicamentos en un rincón del sur de la franja a donde han sido replegados.
El paisaje contemplado después de la batalla, al ver destruida una infraestructura construida durante varios años de trabajo, se vuelve brutal cuando se enfoca a los cuerpos atrapados, entre ellos niños que sus padres no pudieron poner a salvo, porque ellos mismos no lo estaban. Y la organización Save de Childrens afirma que han muerto en Gaza más niños que el total anual mundial. Cómo puede en el siglo XXI estar sucediendo ante nuestros ojos semejante matanza y destrucción, avalada por los países más poderosos de Occidente con la destacada participación de Estados Unidos con su poderío militar.
En lugar de conocer los esfuerzos para la paz con el retorno de los secuestrados israelíes a sus hogares y el cese del fuego que tanto daño ha hecho, la conciencia de las instituciones se tranquiliza con corredores humanitarios para llevar comida y agua para hacer más lenta la muerte de quienes han sido desahuciados. Porque no se ve alguna opción de vida para los desplazados que no cuentan ya con un resguardo ni forma de supervivencia.
La ONU, como organismo internacional que debía mediar en los conflictos fue contundentemente descalificado por el representante del Estado de Israel cuando la Asamblea General tomó la decisión de pedir un alto al fuego, calificado de humanitario. Por su reacción, lo vivió como una afrenta personal y desvalorizó al organismo, como lo ha hecho Israel en otras ocasiones, olvidando que permitió la existencia del Estado que representa en su votación hace 75 años.
No se sabe cómo reaccionó Hamas a esa petición, pero cada vez opone más resistencia al ejército israelí que ha ingresado por tierra en Gaza y, pese a todo, han caído ya decenas de miembros de su brazo armado, algunos de ellos con los cargos de mayor responsabilidad, como el jefe de seguridad, el responsable de la red de cohetes, el comandante del sector norte y otros más involucrados en el asalto del 7 de octubre. Destaca el caso más reciente de un alto comandante liquidado en un bombardeo sobre el campo palestino de Jabalia el 31 de octubre, con un saldo de decenas de muertos y cientos de heridos palestinos que quedaron sepultados en el gran cráter que hizo el proyectil lanzado.
Por una parte, la información demuestra que el Ejército israelí ha acabado con varios de los perpetradores del asalto del 7 de octubre, ignoro si siempre de la misma forma, en su objetivo de desaparecer a Hamas. Lo que le ha llevado a justificar que es por la seguridad de los israelíes que ha debido segar la vida de miles de palestinos civiles porque los terroristas los usan como escudos. Lo que se presenta como una estrategia deliberada puede no serlo, pero en todo caso como sucede siempre, el costo en todas las guerras lo carga el grueso de la población.
Es casi imposible saber quiénes de los gazatíes apoyan las acciones de las brigadas de Izzedi al-Qassam entre los que optaron por el Hamas político que ganó las elecciones de 2006 a Al-Fatah. Es difícil, como se quiere suponer, que el terrorismo es consensuado entre la mayoría de los habitantes de Gaza y obviamente no hay forma de saberlo con la confusión que ha impedido diferenciar el brazo político del armado, si en algún momento hacerlo fue posible.
En todo caso, la seguridad de Israel no puede lograrse con el costo que las autoridades han decidido y recordando a Bob Dylan cabe preguntarse cuántas muertes son necesarias para saber que ha muerto demasiada gente. Podría tener relación con una encuesta publicada en días pasados en el diario Jerusalem Post , en la que se afirma que cuatro de cada cinco israelíes piensan que el gobierno es causante de la debacle. Rápidamente el ministro de Seguridad Nacional reviró que Israel vivía uno de los momentos “más difíciles de su historia” y no era la ocasión de “tests ni de encuestas”. En redes miles de israelíes respondieron al gobierno con fuertes comentarios que negocien el rescate de los rehenes secuestrados por Hamas. Lo más lamentable es que la guerra no ha terminado.