Martín Mendiola Ocampo, 53 años.
No. de trabajador: 075044
“Estaré aquí hasta las últimas consecuencias. O salgo a mi trabajo o salgo al panteón”, dice Martín con entereza.
Sólo le faltaban cuatro años para jubilarse. Dice que está en huelga de hambre porque no se respetaron sus derechos. Tomó esta decisión, enfatiza, para tener una vejez digna, un patrimonio con qué vivir y por el futuro de sus nietos.
Al principio, su esposa, María de Jesús Montes Rodríguez, no estaba de acuerdo en que expusiera su vida de tal modo. Ahora ella viaja desde Tláhuac, en la periferia del Distrito Federal, para llevarle agua y ropa. “Mi decisión se impuso al final”, refiere Martín.
Cuando el gobierno calderonista extinguió la Compañía de Luz, ganaba 250 pesos diarios. Durante más de dos décadas se dedicó a instalar postes de luz. Ingresó a la Compañía hace 24 años. “Se va escalando: primero estuve de ayudante; después cargando herramienta, haciendo cepas, como practicante y, finalmente, liniero A”.
Desde que se ganó ese puesto inició un diario donde anotaba sus actividades con la precisión de un agente de Ministerio Público. “El 11 de octubre de 2009 perdí mi diario y mis papeles personales, manuales y otras cosas que eran invaluables para mí”, narra.
Después de un silencio largo dice: “Quiero ver a (Javier) Lozano que se reviente la madre conmigo juntando línea viva, haciendo un trabajo de alto riesgo, donde si cometemos un error y bien nos va, nos morimos, y si no, quedamos sin piernas o brazos.”
Está nervioso. Con su dedo índice rasca el pulgar. Cuenta que durante toda la semana no ha podido dormir debido a las obras que se realizan frente al Palacio Nacional. Asegura que algunas noches les avientan canicas y piedras para intimidarlos. “Permanecemos en incertidumbre. No sabes en qué momento (los militares) te van a venir a patear”.
Se escucha el golpeteo de la llovizna sobre la carpa. Mendiola compara al jefe del Ejecutivo con Porfirio Díaz: “Calderón es manipulado por otras personas; no es un presidente, sino un dictador.” Añade que las empresas extranjeras, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, son responsables de la crisis que azota al país.
Desde su lugar en el improvisado campamento, Martín escribe en su nuevo diario:
12 de mayo de 2010. Somos participes de una ruin situasión q nos marco el destino por un dequreto precidencial mandandonos ala calle a 44 mil 600 trabajadorez sin esperansa a encontrar trabajo porque nos boletino para q en ningun lugar nos contrataran emos pasado todo tipo de inclemencias. Frio. Lluvia. Hambre. Cansados de caminar tocando puertas para obtener una respuesta a nuestra demandas q no son escuchadas por nadien. Solo Dios. Es por eso que tenemos la desición de entrar en huelga de hambre. An pasado 15 dias y las cosas no canvian. Solo abansan poco a poco para nosotros el tiempo nos empiesa a cobrar el desafio sacando al primer compañero derrotado por el desafio a la naturaleza del ser humano sin comer. Despues de 19 dias.
El veterano electricista luce más viejo que en la foto de su credencial. En los pómulos se le hunden unas ojeras azulencas. Las hebras del cabello cenizas. La barba de candado descuidada. Resiste la llovizna como una figura trágica y descompuesta. Una gárgola de sí mismo.
Sólo exige que le devuelvan su trabajo: “No estoy sufriendo, estoy luchando dignamente. La muerte no me intimida. La dignidad no tiene precio y no se compra con nada.”
u u u
“This strike is for recovery our jobs”, se lee en una cartulina pegada en la carpa. El campamento está plagado de carteles con frases extraídas de un manual de superación personal que han terminado por desgastarse y perder su fuerza. Incluso esta consigna suena hueca y sin sentido: “Ni cansados ni vencidos, hoy estamos más unidos”…
Luis Martínez Monroy, 55 años.
No. de trabajador: 066405
“Entré bien macizo y ya adelgacé. Pesaba 87 kilos y ahora peso 76. Voy a salir delgado del cuerpo pero bien fuerte de la mente”, dice Luis mientras saca un libro de Paulo Coelho.
Lleva 21 días en huelga de hambre. “Mi salud ya estaba en riesgo desde el 11 de octubre, cuando Calderón me quitó mi trabajo”, dice con sus ojos insomnes.
Trabajaba en el Departamento de Conexiones, Medidores e Instalaciones. Su labor consistía en conectar y reconectar la luz. Tenía nueve años en la compañía. “No falté ni una sola vez, nunca tuve problemas con los usuarios y nunca me aproveché de mi trabajo; era honrado y cumplido”, cuenta. Con cada sílaba eleva el tono de su voz hasta que se convierte en grito: “¿Por qué me quitaron mi trabajo?”
Antes de entrar a Luz y Fuerza era conserje en un edificio de Los Ángeles, California. Tenía 15 años viviendo allá. Por las noches trabajaba en una pizzería y ganaba más o menos 12 mil pesos mensuales. En 2000 regresó a México porque iban a operar a su madre del corazón. Durante el viaje un tío le dio a leer un mamotreto lleno de cláusulas subrayadas.
“El sueño americano lo puedes encontrar en el contrato colectivo del SME”, asegura con una sonrisa resignada. “Son derechos que se han ganado en 95 años de lucha sindical y obrera. Me di cuenta de que el nivel de vida que tenía en Estados Unidos trabajando todo el día, en la compañía lo podía alcanzar con una jornada de ocho horas. Tengo dignidad. Vea qué le han hecho a mi país”, concluye iracundo.
“Nuestra huelga es leal. Sólo tomamos agua con miel.”, afirma mientras le da un trago a su botella de Pascual. A la extinción de Luz y Fuerza le llama “el fraude más grande de todos los tiempos”.
Explica que está en huelga porque vale la pena pelear por algo. “Porque si nos dan justicia vendrá más gente a pedirla. Es tiempo de que en México se restablezca la justicia”, asegura.
De sus cinco hijos, lamenta, uno ya tuvo que dejar la preparatoria para subcontratarse en una empresa de telemarketing.
Trac trac trac…
“Toda la noche suena el taladro y hasta retumba el suelo”, se queja Luis. Las noches transcurren entre el sonido de las fichas de dominó y los recuerdos… Extraño andar con las pinzas, los postes, la camaradería...
u u u
Adriana García Reza, una de las doctoras voluntarias que prestan servicio en el campamento, refiere que los huelguistas ya han perdido entre 10 y 15 kilos. El pasado 25 de abril, 12 trabajadores iniciaron la huelga y llegaron a ser 93. Hasta el miércoles 26 sólo quedaban 59 en la Plaza de la Constitución y cinco en Toluca.
“Todos los días se les toma el peso, la talla y la presión. Los que llevan más días ya presentan deshidratación, desequilibrio electrolítico y pérdida de masa muscular. Después de 30 días podrían sufrir daños irreversibles como fallas renales, lesiones cardiacas y pérdida excesiva de proteínas”, informa la doctora, y advierte que también pueden desarrollar trastornos siquiátricos: confusión, pérdida de la relación espacio-tiempo...
“Están en riesgo de muerte. Entre más días dure la huelga hay más peligro”, dice García Reza.
u u u
La carpa se hunde por la lluvia. Las mantas se embarazan con el viento. Las mujeres barren el agua acumulada en la plancha del Zócalo. El aire sopla y arranca los panfletos de la mesa: “Calderón culero, devuélveme mi empleo”.
Cayetano Cabrera Esteva, 46 años.
No. de credencial: 145017
Cayetano tiene los ojos vidriosos. En 24 días ha perdido 11 kilos. Lleva tres sin caminar. Tiene mareos constantes y de vez en cuando le duele la nuca. Su presión cayó hasta 80/50.
Se incorpora del catre como un poste de luz recién colocado. Viste su uniforme de trabajo. Junto a él hay dos camastros de sus compañeros vencidos.
“A uno le dio taquicardia y se le engarrotaron las manos... Cuando se llevan a un compañero, eso nos conmueve. Pero por ahí vamos todos, a ver cuándo nos toca. No me muevo de aquí hasta que haya solución o el cuerpo aguante”, dice.
En 2004 Cayetano entró a Luz y Fuerza para revisar nuevos proyectos en las estaciones eléctricas. Su sueldo le alcanzaba para pagarles a sus hijas cursos de inglés, clases de piano y de violonchelo.
De los “sabotajes” de los que el gobierno calderonista los acusa, explica:
“Eso no es cierto... Los voltajes aquí son de 23 mil voltios, así que no podemos acercarnos a esa tensión. La electricidad nos arquearía. La secretaria de Energía (Georgina Kessel) decía que picábamos los cables, pero eso es imposible después de mil voltios. Fallan porque no hay mantenimiento. En el Centro Histórico las instalaciones son muy viejas. En seis meses vendrá el colapso total de la red eléctrica.”
Cabrera Esteva era profesor en el Politécnico. Tramitó su seguro de desempleo y le dieron 18 mil pesos. “Con ese dinero podemos mantenernos por tres o cuatro meses, hasta que se solucione el conflicto”.
“Esta forma de manifestarme no es sólo por Luz y Fuerza, sino por el aumento a la gasolina, por los salarios mínimos, por la inconformidad que siento…”
–¿Cómo se mantiene el movimiento?
–La empresa Pascual donó 750 litros de agua, Gerardo (Fernández) Noroña da 50 mil pesos de su salario mensual desde hace siete meses. Los campesinos de Michoacán nos han traído miel y también nos han apoyado de manera económica. El gobierno del Distrito Federal también aporta dinero que se colecta en las delegaciones.
Denuncia: “Somos blanco de agresiones. El primer objeto que nos aventaron fue una antorcha llena de gasolina que rebotó en la carpa. Morir de hambre o por una golpiza nos da lo mismo”.
Cayetano tiene la certeza de que alguien en Palacio Nacional se fijará en ellos.
Los extrabajadores de la extinta compañía luchan por una causa que parece perdida. Los adoquines del Zócalo semejan las casillas de un tablero de ajedrez. Junto al campamento hay otros que exigen justicia. También están en huelga de hambre por los presos políticos en Chiapas y Nayarit… Ahí hay cuatro féretros de cartón. En una de las entradas del metro, un predicador alucinado augura el fin de los tiempos…
–¿Tiene miedo de morir?
–Estoy muerto desde hace siete meses...
(*)
Las entrevistas incluidas en este texto se realizaron en la tercera semana de mayo.
El 1º de junio Martín Mendiola ingresó al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) por complicaciones derivadas de la huelga de hambre.