El "boom" de los multihomicidas

miércoles, 9 de noviembre de 2011 · 14:53
La guerra contra el narcotráfico ha dado pie a un fenómeno peculiar y alarmante: la proliferación de homicidas múltiples. Se trata de sicarios que cometen asesinatos al por mayor no por una psicopatía –como los criminales seriales–, sino como una forma de escalar posiciones dentro de sus mafias. Los ejemplos están ahí: El Compayito, El Teo o El Grande, que cuentan sus víctimas por centenares. Y peor aún: los adolescentes multihomicidas, subproducto de un sistema que no le da garantías de futuro a su juventud. MÉXICO, D.F. (Proceso).- Óscar Osvaldo García, El Compayito –exlíder de la organización criminal La Mano con Ojos y hoy preso en la cárcel del Altiplano– no se inmutó al confesar que mató al menos a 300 personas y que a veces las descuartizaba con cuchillos o sierras. Pese a lo masivo y sanguinario de estas ejecuciones, un análisis de personalidad de El Compayito reveló que “no presenta signo alguno de arrepentirse de sus delitos”. Por el contrario, “goza de la admiración de quienes ven en él lo que quieren llegar a ser en las filas de la delincuencia”. Ni siquiera al ser capturado El Compayito abandonó esa amplia sonrisa que le daba el “encanto” con el que cautivaba a sus seguidores. Estaba satisfecho de haberse convertido en el más destacado multihomicida de la actual guerra contra el narcotráfico. En la larga lista de asesinos múltiples que sigue produciendo esta guerra, El Compayito sólo ha sido igualado por Teodoro García Simental, El Teo, sicario del cártel de Sinaloa y a quien también se le atribuyen 300 asesinatos. Muy por debajo queda el tercer lugar: Sergio Villarreal Barragán, El Grande, quien contaba 150 homicidios al ser detenido. El criminólogo Enrique Zúñiga Vázquez, quien ha estudiado la conducta de este tipo de asesinos,asegura a Proceso: “Hasta el momento El Compayito y El Teo son los asesinos múltiples que llevan más muertes: 300 cada uno. Son los punteros. Y aquí no estamos incluyendo los cientos de crímenes que ambos ordenaron perpetrar a sus sicarios, puesto que ya no fueron ejecutados por ellos mismos”. –¿Están proliferando este tipo de criminales? –Sí. Se están incrementando muchísimo debido al contexto actual. Son una especie de monstruos o frankensteins que están surgiendo en la guerra contra el narcotráfico. Verdaderos profesionales de la muerte. Anteriormente aparecían dos o tres esporádicamente. Eran los llamados matones. Pero hoy hasta los niños dedicados al narcomenudeo se están convirtiendo en asesinos múltiples. En México no se habían dado tantos criminales. –¿Son psicópatas? ¿Perturbados mentales? –¡No! Aquí no encajan las posturas biologicistas. Ni las psicopatologías nos servirán para explicar el fenómeno. No son sujetos peligrosos porque tengan algún problema en el lóbulo frontal o por traumas infantiles o bien porque provengan de una familia disfuncional. Tampoco dándoles terapia y psicoanálisis se resolverían las cosas. –¿Entonces cuál es la explicación? –Responden a una lógica más bien economicista. Matan para desplazar del mercado al enemigo, para ganar o defender la plaza. Finalmente lo que priva es la oferta y la demanda, la lógica del dinero. De manera que a estos homicidas no debemos verlos como individualidades dependientes de sus pulsiones, sino como la personificación de un sistema que aniquila y de una guerra absurda. –Pero sorprende que ellos mismos hablen con orgullo de sus crímenes... –Lo hacen para colocarse en una posición destacada dentro de la estructura criminal. Matar más y más personas lo ven como un triunfo. Más muertes representan más logros. Finalmente los cárteles de la droga son empresas productivas y si en ellos te dedicas a matar, pues tienes que ser productivo. “Para enfrentarse al Ejército, a la policía o a los cárteles rivales se requiere gente que mate y de sangre caliente, como se dice. Ellos simplemente hacen su trabajo de manera eficiente. Por eso es muy común que incluso hagan alarde de más crímenes de los que se les pueden comprobar. “Y matar más es garantía de ascenso en el mundo criminal. Ya convirtiéndote en jefe puedes ordenar matar para convertir en cómplices a tus subalternos y así meterlos en un rol de grupo, haciendo más difícil la delación, pues si alguien delata él mismo se incrimina. Es lo que en la mafia se conoce como la omertá. Aunque los jefes deben seguir matando para predicar con el ejemplo y para que su gente no les pierda el respeto, como lo hacía Tony Soprano –personaje de la serie de televisión Los Sopranos–, quien mataba a los rivales que le significaban mucho.” Esta era la forma de actuar de Sergio Villarreal Barragán, El Grande –detenido en Puebla en septiembre del año pasado–, quien declaró que había muchas traiciones y muertes en la célula de los Beltrán Leyva, para la que trabajaba. Y cuenta cómo en una de esas pugnas torturó y asesinó a su compinche Mario Pineda Villa, El MP: “A ese marrano yo mismo lo levanté. Se creía muy sanguinario y además no era de mi agrado. Lo amarré y le di de patadas hasta que perdió el conocimiento. Le dije: ‘¡Ya ves, pinche marrano!, ¿no que muy cabrón?’. Posteriormente ordené que lo subieran a un vehículo y que fuera trasladado por la carretera vieja que lleva a Cuernavaca. A la altura del poblado de Huitzilac ordené que lo bajaran y descargué una ráfaga de cuerno de chivo en contra de él, estando amarrado.” Zúñiga cataloga a estos criminales como “homicidas múltiples” para distinguirlos de los llamados “homicidas en serie”, quienes –dice– “tienen un comportamiento ritualizado y un modus operandi muy particular, como Juana Barraza, La Mataviejitas, que sólo mataba adultos de la tercera edad, se vestía de manera especial, subía a determinado tipo de autobuses y cumplía ciertos rituales”. Además de El Compayito, El Teo y El Grande – los tres punteros–, en la actual guerra contra el narco han surgido muchos otros multihomicidas, entre ellos Édgar Huerta, El Wache; Noel Salgueiro, El Flaco Salgueiro; Jorge Humberto Rodríguez, La Rana; Arturo Hernández, El Chaky; Jaime González Durán, El Hummer, o Flavio Méndez Santiago, El Amarillo. Galería del terror Originario de Guasave, Sinaloa, El Compayito fue cabo de Infantería de la Marina, agente ministerial y policía. Asegura que fue entrenado por los kaibiles en Guatemala. Se unió a la mafia de los hermanos Beltrán Leyva y llegó a ser escolta de Arturo, El Barbas. Luego creó su propia organización: La Mano con Ojos. Se le atribuyen 600 homicidios, 300 de los cuales ejecutó él mismo. En diciembre de 2009 participó en el levantamiento y asesinato de 24 personas en La Marquesa y se le atribuye la muerte de una familia en la zona del Ajusco, entre otros muchos crímenes. El Teo –operador del cártel de Sinaloa en Baja California– tiene el mismo récord: 600 homicidios, la mitad de los cuales fueron cometidos por él mismo. Lo ayudaba Santiago Meza, El Pozolero, cuya función era disolver en ácido los cadáveres. Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública federal, calificó a El Teo como “el narcotraficante más violento de los últimos años”. El Grande –quien durante un tiempo fue amo del narcotráfico en la Comarca Lagunera y también llegó a trabajar con Arturo Beltrán Leyva– presume que él mismo ejecutó a por lo menos 150 personas en Morelos y Guerrero. Entre sus crímenes más sonados está el descuartizamiento en diciembre de 2007 de tres agentes aduanales del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México que trabajaban para él pero que le fallaron al no entregarle cargamentos de cocaína. El Wache –desertor del Ejército y de 23 años– era el jefe de plaza de San Fernando, Tamaulipas, por parte de Los Zetas. En sus declaraciones señaló que en agosto de 2010 encabezó personalmente el secuestro de dos camiones de carga que transportaban a más de 70 indocumentados centroamericanos, a quienes asesinó. Mientras que El Flaco Salgueiro –fundador de Gente Nueva y operador del cártel de Sinaloa– resultó ser el principal responsable de la muerte de 250 personas cuyos cadáveres fueron encontrados, en abril pasado, en narcofosas descubiertas en Durango; entre sus víctimas estaba el exdiputado Armando Rodríguez Morales. A La Rana sólo en Jalisco se le han documentado al menos 19 homicidios. Se le implica en los del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y del exprocurador estatal Leobardo Larios Guzmán. Las autoridades federales lo califican de “el más sanguinario” de los sicarios del cártel de Tijuana. Aunque lleva ocho años preso y por lo tanto no participó en la actual guerra emprendida por Felipe Calderón, El Chaky también es considerado uno de los narcotraficantes más sanguinarios: solía asesinar a sus víctimas clavándoles una daga en el corazón. Era el sello distintivo de este policía judicial que se convirtió en sicario del cártel de Juárez. Entre varios testimonios de su saña destaca uno: en octubre de 1990 tomó su famosa daga y la fue clavando en los corazones de cinco hombres que acababa de levantar. Luego los enterró en una fosa en un rancho de Ciudad Juárez, por lo que se le considera creador de las narcofosas. En el mundo criminal lo ven con admiración y respeto por esta “innovación”. El Hummer, uno de los zetas más violentos, tiene en su haber varios homicidios. Entre ellos los de cuatro efectivos de la Agencia Federal de Investigación levantados en Matamoros, Tamaulipas, en diciembre de 2002. Es también el probable ejecutor del cantante Valentín Elizalde. Era uno de los hombres más buscados por los gobiernos de México y de Estados Unidos. Al Amarillo, por su parte, las autoridades guatemaltecas lo identifican como jefe del grupo de zetas que en mayo de este año mató a 27 personas en El Petén. También se le asocia con el tráfico de indocumentados centroamericanos que pasan por Nuevo León y Tamaulipas. Niños sicarios Las nuevas generaciones están siguiendo el ejemplo de estos carniceros. Son su fuente de inspiración y tratan de igualarlos en crueldad. Por lo pronto, en esta prolífica escuela del crimen ya destacan dos niños sicarios: el Ivancito y El Ponchis, detenidos en centros de reclusión para menores. A sus 16 años el Ivancito ya llevaba seis homicidios y encabezaba una banda de púberes a quienes se bautizó como Los Terribles de Iztapalapa. Implicado en el narcomenudeo, era diestro en el uso de armas largas y –según reportes policiacos– nunca mostró piedad en sus ajustes de cuentas. Al Ponchis –de 14 años y perteneciente al cártel del Pacífico Sur– le gustaba torturar a sus víctimas antes de degollarlas a cuchillo. Por internet llegaron a circular fotos suyas en las que aparecía al momento del degüello o portando, ufano, rifles de alto poder. La criminóloga Laura Vargas Garfias, profesora del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe), explica a Proceso este aterrador fenómeno: “Actualmente los adolescentes y jóvenes empiezan a ser objetos de desecho. Son basura. Ya no son necesarios. A los ninis nadie les va a dar oportunidades de estudio ni de trabajo. Realmente a nadie le importan. Están excluidos totalmente del sistema social, un sistema que además exige alcanzar el éxito y el dinero para ser reconocido. “La única salida que les queda a estos jóvenes desesperanzados y abandonados es meterse a la economía delincuencial. Ahí sí pueden desenvolverse, tener un lugar social y una oportunidad de ser, ya que la necesidad psíquica más importante es el reconocimiento. “Ya dentro de este inframundo les ordenan: ‘Tienes que matar y descuartizar. Y mientras más destructivo seas, obtendrás más reconocimiento y respeto’… Y terminan por convertirse en criminales, alardeando de que matan más y más gente. “¿Hay una psicopatología en ellos? ¿Están locos? ¡No! ¡Para nada! Simplemente se adaptaron al único medio que les abrió las puertas. Los nuevos paradigmas en la criminología tienen que ver con la inclusión y la exclusión social.” –¿Dónde quedan los valores, la cuestión ética? –Los valores se acomodan a la conveniencia. En todo caso aquí ya hay una distorsión de lo ético. Es más valorado el más matón y el más cruel, que también arriesga su vida y finalmente termina siendo asesinado, convirtiéndose en víctima. “Por eso estos jóvenes –porque la gran mayoría de los narcotraficantes son jóvenes– ya tienen introyectada la idea de vivir poco pero bien. Dicen: ‘Voy a vivir sólo un año, pero ese año voy a vivirlo bien’. Otro apotegma dice: ‘El que está dispuesto a morir tiene derecho a pedirlo todo’. “Nuestra sociedad es el caldo de cultivo que provoca la delincuencia. Algunos teóricos señalan que un delincuente es como un microbio, que en un estado de asepsia y de limpieza resulta inofensivo, completamente inocuo. En cambio si lo pones en medio de la desorganización social es como meter un microbio en un caldo de cultivo, donde se vuelve terriblemente virulento y va a provocar una pandemia.” Especializada en derecho penal y con una maestría en teoría psicoanalítica, Vargas Garfias se ha dedicado al estudio de las nuevas generaciones y su relación con la delincuencia. Indica que el Estado aprovecha los conocimientos criminológicos para tratar “de controlar y administrar a los grupos de jóvenes insertos en diversas subculturas diferentes entre sí. Por ejemplo, los punquetos y los darquetos son controlables. El sistema dice: ‘Hay que darles rock y droga para mantenerlos quietos. Pero ya con los jóvenes maras o zetas hay que andarse con cuidado y aplicar otros métodos’”. El también criminólogo Sergio Reyes la secunda: “El control de la delincuencia ya se ha convertido en una nueva forma de holocausto; hay que exterminar a los considerados delincuentes o ponerlos a que se maten entre ellos, pues finalmente son un desecho social. Es un exterminio darwiniano que, como en el caso de la actual guerra contra el narco, utiliza el argumento de que es una lucha de buenos contra malos. “Cuando hablamos de holocausto generalmente pensamos en la Alemania nazi, en Hitler y en sus hornos. Ya basta de irnos al pasado. Hay que abrir los ojos y ver los holocaustos modernos, con toda su infraestructura de armamento, cárceles, policías, soldados y jueces.” Por su lado, Zúñiga Vázquez señala: “La introducción de armamento estadunidense a México con la operación Rápido y Furioso es una muestra de esta lógica de exterminio que finalmente es absurda y no resuelve el problema. Es como si un equipo de fumigadores intentara aniquilar a una plaga de cucarachas, pero sin quitar la basura que las está produciendo”. –¿Será difícil acabar con los actuales carniceros que produce la guerra contra el narco? –Por supuesto. Estos modernos frankensteins se seguirán reproduciendo. Por cada uno que arresten o maten habrá tres o cuatro esperando relevarlo. Son los monstruos creados por la propia sociedad.

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