Mariachis en Notre Dame de París

martes, 13 de diciembre de 2011 · 05:15
París (apro).- "Estas son las mañanitas, que cantaba el rey David…" La voz de Yazmin Melero suena melodiosa, alegre, casi traviesa en la solemnidad gótica de Notre Dame de París. Más insólitos aun se oyen los mariachis que acompañan a la cantante. Trompetas, guitarras, guitarrón y violines parecen regocijarse de la acústica sin igual de la catedral que se apresta a festejar sus 850 años. Hoy lunes 12 de diciembre, a las seis y cuarto de la tarde Notre Dame de Paris se olvida del francés. Habla, canta y reza en español. Se llama Virgen de Guadalupe y acoge a centenares de mexicanos y latinoamericanos. Asi es cada año, en la misma fecha. Y año tras año crece la multitud de feligreses que acuden a la cita de la Lupita en la Ciudad Luz. Los mexicanos llegan de toda Francia, de Belgica, Alemania, Suiza, Holanda… El ritual es casi inmutable: a la izquierda del altar están los mariachis orgullosos y erguidos en sus impecables trajes de charros y a la derecha luce el estandarte dorado de la Virgen de Guadalupe. Antes de la misa una cantante y sus acompañantes entonan Las Mañanitas que la asistencia, aun cohibida, apenas se atreve a canturrear. Una decena de sacerdotes concelebran la misa. Son franceses y latinoamericanos. En este 12 de diciembre de 2011 el obsipo Patrick Jacquin, rector de la Catedral de Notre Dame y el padre mexicano Rubén Corona asumen los papeles estelares. El segundo se nota intimidado, el primero exultante. En varias oportunidades confesó que le encanta oir a los mariachis en "su" catedral. Una vez terminada la misa, los mariachis caminan tocando y cantando hacia la capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe, que se encuentra en la nave lateral derecha de Notre Dame. Los siguen los sacerdotes vestidos con sus elegantes sotanas inmaculadas, cierran la marcha los feligreses ya muchísimo más animados. No deja de ser maravillosamente barroca esa procesión de eclesiásticos ceremoniosos precedidos y seguidos por mexicanos jubilosos. Todos recorren la nave central y llegan hasta la capilla más famosa, más iluminada y más floreada de toda la catedral. En ese preciso momento se acaba cualquier vestigio de orden. Hoy es el mismo obispo Jacquin quien rompe de una vez por todas con la solemnidad. Primero pide que los ninos y sus madres se acerquen a la capilla, porque son "símbolos de paz". Los bendice. Y luego lanza: "Que siga la música. Toquen y canten aqui y luego podrán seguir tocando y cantando en la explanada de Notre Dame. Nosotros nos vamos a retirar." Los religiosos apenas pueden abrirse paso entre los feligreses que ahora cantan, se divierten, aplauden casi como si estuvieran en la Plaza Garibaldi. Se filman, se toman fotos, se graban, muchos hablan a Mexico: "¿Oyes?... Sí, son mariachis… En París… En Notre Dame… No estoy tomado… Te lo juro." Pasan media hora así, sonrientes y nostálgicos, aglutinados ante la capilla, simplemente felices de sentirse juntos y de compartir la ilusión de estar en su tierra. Finalmente los mariachis emprenden una última marcha hacia la salida de la catedral rodeados por un grupo compacto de irreductibles. Siguen tocando. Los mexicanos siguen cantando. Ya es de noche. Pega el frío. Pero no importa "Cielito lindo … Sigo siendo el rey…" Huele a tamales. Es preciso dar codazos para acercarse al improvisado puesto de venta. "Comerse un tamal de pollo y chile verde en la helada noche del 12 de diciembre al pie de Notre Dame escuchando a unos mariachis es un placer de una perversidad exquisita", reconoce Antonio G., un periodista mexicano- parisino que se define como ateo guadalupano.

Comentarios