MÉXICO, D.F. (Proceso).- El 7 de mayo de 1852, Cosme Santa Anna, presbítero de la parroquia de Rosamorada –población que entonces pertenecía al séptimo cantón del estado de Jalisco, pero que actualmente se encuentra en el estado de Nayarit–, envió una carta al obispo de Guadalajara, Diego Aranda y Carpinteiro, en la que se quejaba de “desórdenes y escándalos públicos” ocurridos en esa localidad durante la Semana Santa de ese año.
El sacerdote explicaba: (…) Encuentro que en la plaza y frente a la misma iglesia se hallan dos fandangos, una mesa de juego y hombres que a pie y a caballo andan gritando como furiosos en consecuencia del vino que beben y que aquello es ya un desorden muy lamentable: sé que esto es en todos los años en los días solemnísimos de la resurrección del señor y sólo que ya sabemos cuantos crímenes y ecsesos se comenten en estas diversiones, que generalmente se llaman por estos puntos mariachis.
Esta carta es la más antigua fuente documental en la que aparece la palabra “mariachi”. Su hallazgo se debe al historiador Jean Meyer, y es citada por el antropólogo Jesús Jáuregui en su libro El Mariachi, resultado de una investigación de 25 años sobre los orígenes, etimología y evolución del mariachi, que el pasado 27 de noviembre fue incluido por la Unesco en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
En 1859 –siete años después de la carta del sacerdote Santa Anna y en el contexto de la lucha entre liberales y conservadores–, el sacerdote Ignacio Aguilar “fue hecho prisionero en Zitácuaro ante su negativa de entregar el curato al sacerdote protestante Manuel Gómez. El prefecto local lo desterró a la Isla de los Caballos, cerca de Acapulco.
Durante el trayecto, el prefecto del Distrito de Minas le ordenó permanecer en Tlachapa, Guerrero, desempeñando el ministerio sacerdotal”, apunta Jáuregui.
El 3 de mayo de 1859, día de la Santa Cruz, el sacerdote Aguilar anotó en su diario que el prefecto lo invitó a una verbena que se llevaba a cabo en un bosque. Y señaló: En aquel ameno lugar (…) las músicas, ó como allá se dice el Mariache, compuesta en arpas grandes, biolines y tambora, tocaban sin descansar.
En su libro Jáuregui cita el “testimonio oficial” del carpintero Tomás García, quien en noviembre de 1895 –cuando tenía 90 años– relató la forma en que murió el famoso insurgente Francisco Guzmán en 1812, durante la guerra de independencia:
Que una vez que regresó a esta población (Tamazula, Jalisco), tal vez envalentonado de sus triunfos é ignorando probablemente que era perseguido de cerca, se entregó al placer, mandando poner mariaches y dar franco a los soldados para que gozaran de esta distracción (…).
Con base en estas fuentes, Jáuregui rebate un mito: que el nombre “mariachi” viene de la palabra francesa mariage (matrimonio) y que se estableció en el país durante la segunda intervención francesa (1862-1867). Comenta con extrañeza que esta versión fue retomada sin más por intelectuales como Alfonso Reyes y que es aceptada en obras como el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua o la Enciclopedia de México.
Jáuregui señala: “La carta de Rosamorada permite constatar el uso de la palabra mariachi con la acepción de fandango una década antes de la intervención francesa, mientras que el diario del padre Aguilar da su testimonio de su empleo para designar al grupo de músicos tres años antes del segundo imperio mexicano. Ambos escritos dejan sin fundamento la versión del bautizo francés para una institución que, a la postre y luego de transformaciones importantes, se convertiría en el símbolo musical de México”.
Incluso, rebate la tesis del médico jalisciense de ascendencia francesa Rubén Villaseñor, quien afirma que a mediados del siglo XIX numerosos franceses ya habitaban Jalisco (que por entonces abarcaba lo que hoy es el estado de Nayarit), muchos de los cuales habían llegado a esas tierras huyendo de California, donde eran hostilizados por los estadunidenses. A ellos se unieron colonizadores que llegaron a Sonora en junio de 1852 bajo el mando del conde Gastón Raoul de Raousset-Boulbon, y que luego avanzaron “en gran número” al puerto de San Blas.
Villaseñor sostiene que Ernest Vigneaux, secretario del conde Raousset-Boulbon, vio a su paso por Nayarit “celebraciones con bailes costeños”, entre ellas “los matrimonios, les marriages”. Añade: “Al ver tan sonados festejos este viajero, como sus coterráneos que con anterioridad pulularon abundantemente en la región de San Blas (…) exclamaron: ¡Voila une marriage! ¡Vean allá un matrimonio! ¡He allí un matrimonio! Muchos que hablaban castellano los oyeron y empezaron a denominar dichos bailes y música como mariaches”.
Pero Jáuregui refuta: el primer contingente de Raousset-Boulbon –al que se unieron restos de otras expediciones– llegó a Sonora en junio de 1852, cuando –según la carta del párroco de Rosamorada– “por los puntos” de esa zona “ya se llamaba mariachis a los fandangos y eran una costumbre y tradición”.
Luego, la segunda expedición de los franceses a Sonora se produjo entre junio y agosto de 1854, dos años después de la carta del sacerdote Santa Anna. Fueron derrotados y no hubo una “gran escapada” a San Blas, sino que los franceses que sobrevivieron fueron llevados en calidad de prisioneros a ese puerto y casi de inmediato trasladados a la Ciudad de México. El propio Vigneaux no menciona en sus libros de memorias “celebraciones con bailes costeños”, “sonados festejos” y menos un “matrimonio” en lo que ahora es Nayarit.
Más aún, Jáuregui encontró en el Archivo Parroquial de Santiago Ixcuintla, Nayarit, 126 actas levantadas durante la tercera y cuarta décadas del siglo XIX en las que se hace referencia a un rancho denominado Mariachi, ubicado en el Distrito de Tepic. Se trata de actas de nacimiento, de bautismo, de propiedad y de defunción de pobladores de ese rancho. Una de esas actas –fechada en julio de 1836– se refiere a la muerte por parto de María Ramos Flores Bautista, quien tenía 29 años de edad y era “originaria de Mariache”, por lo que –deduce Jáuregui– “se debe considerar la existencia de ese rancho en cuando menos el año 1807”.
Jáuregui señala que durante el siglo XIX existieron cinco ranchos con el nombre de Mariachi o Mariache en la región cultural conocida como Aztatlán; esto es: en la franja costera con prolongación serrana que abarca desde el Valle del río Santiago, al sur, hasta el Valle del río Culiacán, al norte.
¿Por qué esos ranchos tenían dicho nombre?
Jáuregui cita al investigador jalisciense Ignacio Guzmán Betancourt, quien sugiere: “Es muy probable que original y antiguamente la palabra mariachi haya sido el nombre de un determinado árbol, y que éste fuera asimismo el responsable de una serie de topónimos…Es también posible que estos mariachis-árboles hayan sido los principales proveedores de la madera con la cual se hacían las tarimas que los habitantes de la región del occidente y noroeste de México utilizaban para sus bailes o festividades colectivas, a las cuales se terminaría llamando mariachis”.
Sin embargo, Jáuregui se decanta por otra tesis: el término viene de la familia lingüística “yutoazteca” a la que pertenecen las lenguas náhuatl, mexicanero, cora, ópata, yaqui, tehue y acaxee, habladas por grupos indígenas de la región noroeste, algunos de los cuales realizaban una danza circular como parte de sus ritos. El nombre de dicha danza era… “mariachi”.
Cita el testimonio del antropólogo suizo-estadunidense Adolph Bandelier, quien estuvo con los indígenas ópatas de Sonora en 1884. Según éste, para esas fechas la danza del “mariachi” ya había sido erradicada “debido a su indecencia”, pues eran “ejecuciones sensuales y decididamente obscenas” y donde “los cantores estaban sentados y las parejas danzan abrazándose uno al otro”.
Más aún, Jáuregui señala que entre las tradiciones rituales de los indígenas del Gran Nayar existe el “mitote”. El ritual incluye ayuno, velación, ofrendas alimentarias, canto y, al final, en el quinto día, toda una noche de danzas alrededor del cantador y de la fogata sagrada.
Y refiere que “entre los mexicaneros (hablantes de náhuatl) del rancho de La Laguna de la comunidad indígena de Santa Cruz de Güejolota, en la porción serrana del municipio de Acaponeta, a este segmento del ritual se le denomina ‘mariachi’”.