La generación frustrada

sábado, 5 de marzo de 2011 · 01:00

México tiene una generación que se está llenando de ansiedad, estrés, frustración, ira y depresión. Se trata de personas con algún grado académico y que viven en el subempleo o de plano en el desempleo; o son estudiantes universitarios que para pagarse la escuela toman empleos precarios para los que están sobrecalificados. Los especialistas ven el fenómeno con preocupación pues este escenario sólo conduce, dicen, al conformismo y a la falta de aspiraciones.

 

“¿Cómo te fue?”, le preguntaron sus padres cuando llegó. “Ahorita les cuento, déjenme ponerme cómodo”, contestó Adrián. Subió a su cuarto, se quitó el traje y se puso la ropa de dormir.

–¿Por qué te pusiste pijama a la hora de la comida?

–No tengo más entrevistas de trabajo y mucho menos una cita personal. ¡No tengo dinero!

Horas antes Adrián Sconfianza Espina había asistido a una de las cuarenta y tantas entrevistas de trabajo a las que ha acudido desde que lo despidieron de una empresa constructora, junto con otros 10 compañeros, por un “recorte de personal”.

Adrián ha encontrado algunos lugares donde trabajar, pero le ofrecen de 5 mil a 8 mil pesos mensuales en actividades que no lo entusiasman: comerciante o vendedor de seguros. Sus padres gastaron alrededor de 800 mil pesos para pagar su carrera de administración de empresas en el Tec de Monterrey.

Hasta hace poco este joven de 28 años ganaba 20 mil pesos mensuales. Su despido lo ha obligado a desprenderse de las pocas cosas que compró cuando tenía trabajo. Ha vendido ropa, videojuegos, DVD. La crisis lo obligó a regresar a la casa de sus padres.

A la hora de la comida en su casa siempre le preguntan lo mismo: “¿Cómo te fue buscando trabajo?”. Un día, frustrado e irritado, explotó: “¡Me rompí la madre estudiando cinco años, me gradué con 8.6 de promedio, soy un administrador de empresas, no un vendedor de afores!”.

 

Trabajar de lo que sea

 

A kilómetros de distancia, en una colonia popular de la Ciudad de México, Miriam Andrea López Domínguez está desesperada. Excepto el sexoservicio o el narcotráfico, está dispuesta a emplearse en cualquier cosa.

El 15 de diciembre de 2009, la jefa de relaciones públicas de la sucursal Banamex en la que trabajaba le dio la noticia de su despido. ¿La razón? Su embarazo. Su salario era de 5 mil 700 pesos al mes... sin derecho al IMSS.

Desde entonces, Miriam asiste por lo menos a tres entrevistas de trabajo diarias. Además manda su currículum al portal de empleo del gobierno federal y correos electrónicos a las páginas web gratuitas de varias bolsas de trabajo. Nadie le responde en sentido afirmativo. Más bien nadie le responde.

Es madre soltera. Tiene dos hijos: José Juan, de cuatro años, y Andrea Fernanda, de nueve meses. Como desde hace 14 meses no recibe salario, no le ha podido comprar ropa a sus niños, mucho menos dulces o juguetes. Sólo le llegan 4 mil pesos, producto de la renta de la cochera y de la planta baja de la casa de su madre. Sobrevive gracias a la ayuda de su hermana, que vive en Estados Unidos.

El currículum de Miriam no refleja falta de experiencia. Tiene estudios en comercio internacional por la Escuela de Tramitación Aduanal; ha tenido empleos estables en el área de administración que incluyen a las empresas Bancomer, Volvo, el periódico El Día y autobuses Estrella Blanca. Pero a sus 30 años nadie le ha vuelto a dar una oportunidad. 

El desempleo es sólo una de las caras de la desesperanza que azota a los estudiantes mexicanos. Hay más problemas: universitarios que trabajan dobles jornadas para pagar su colegiatura; recién egresados que se ven obligados a subemplearse; trastornos emocionales, adicciones, desesperanza…

“Estamos produciendo una generación con mucha ansiedad, muy deprimida y muy enojada”, advierte Óscar Galicia Castillo, coordinador del área de Procesos Básicos y jefe del Laboratorio de Neurociencias e Investigación del Departamento de Psicología de la Universidad Iberoamericana.

Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, hasta diciembre del año pasado 35.6% de la población desocupada tenía estudios de educación media superior y superior. Y 22.15% de quienes cuentan con esta escolaridad está en el subempleo. 

En México hay 29 millones de jóvenes de entre 15 y 29 años, 38% de los cuales están desempleados, de acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Son 11 millones –el equivalente a toda la población de Cuba– sin trabajo.

En 2009, Fernanda Juárez Suárez concluyó la carrera de química-farmacobióloga en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). “Mis maestros estaban contentos con mi desempeño; siempre he sido estudiosa, nunca tuve ningún problema”. 

Para pagar sus gastos como estudiante Fernanda trabajó en un centro de atención telefónica de una empresa estadunidense. Al acabar la carrera mandó su currículum a las principales empresas farmacéuticas. Se encontró con que todas le pedían al menos dos años de experiencia en el ramo.

Fernanda anhela trabajar como investigadora o en cualquier actividad relacionada con lo que estudió, pero el terreno le es desfavorable. Debe pagar renta, comida, transporte y además entre ella y su hermana mantienen a su madre enferma. Necesita forzosamente de un sustento y la forma en que lo obtiene es atendiendo por teléfono a clientes furibundos de una empresa de cable.

Entra a trabajar a las siete de la mañana y llega a su casa pasadas las cuatro y media de la tarde. Se las ha ingeniado para dejar sus currícula, pero generalmente los departamentos de relaciones públicas trabajan de nueve a cinco. Y cuando ha podido dejar sus papeles, le piden experiencia. No sabe cómo resolver el problema.

A las siete de la mañana Manuel Espinosa Vargas llega a la casa de sus tíos, que es donde vive. Y a las 11 debe estar listo para ir a la escuela. Cursa letras francesas en la UAM.

Vuelve a su casa a las seis de la tarde y procura dormir hasta las nueve para luego alistarse y regresar al trabajo. Gana 700 pesos semanales por contestar teléfonos toda la noche en un sitio de taxis. 

“Me siento desaprovechado, sufro trastornos de sueño, dolores de espalda, me siento muy cansado, a veces siento un letargo muy fuerte. No he acudido con el terapeuta, pero estoy deprimido.”

Óscar Galicia es maestro en investigación biomédica básica, doctor en la misma disciplina por la UNAM y experto en comportamiento psicológico. En sus estudios concluye que los jóvenes que se dedican a actividades poco atractivas para su coeficiente intelectual terminan por sufrir un estado de conformismo y falta de aspiraciones: “Tienden a vivir frustrados”.

Ve con preocupación el aumento de jóvenes que estudian y trabajan. Si bien físicamente, por su edad, pueden aguantar la carga, emocionalmente quedan destrozados: “Una persona que lleva varios años trabajando a un ritmo muy intenso normalmente tiende a desequilibrarse, está estresado, ansioso o ya desarrolló algún tipo de adicción”.

Por separado, Abelardo Mariña Flores, profesor investigador del departamento de Economía de la UAM Azcapotzalco, señala que el grado de escolaridad dejó de ser un factor favorable para encontrar un empleo digno: 

“Estudiar una carrera universitaria no mejora las perspectivas; muchos jóvenes universitarios titulados se desarrollan en empleos precarios, actividades en las que no están ejerciendo su profesión”. 

Hace pocos meses el padre de Gerardo Urteaga, estudiante de ingeniería mecatrónica en la Universidad Panamericana, vio reducido drásticamente su salario por un cambio obligado de empleo. A partir de esta fecha Gerardo combina sus estudios con un puesto como diseñador de sellos.

Con sus ingresos paga transporte, comida, gastos escolares y la cuenta de su celular. Todos los días se levanta a las cinco y media de la mañana y se duerme cerca de la medianoche. Hay veces en que está tan cansado que le es inevitable dormitar en clase.

Todos los días el padre de Iván Orduña le da 50 pesos para comida y transporte. Este estudiante de derecho de la Universidad La Salle (Ulsa) procura ahorrarse el gasto de la alimentación y en lugar de comer en una fonda saca una lata de atún, la mezcla con mayonesa y se prepara un sándwich.

Con lo que así ahorra puede pagarse un café o unas cervezas el fin de semana.

Iván entró a la Ulsa gracias a una beca de 35%; así no paga los 9 mil 500 pesos de la colegiatura. Pero este descuento se obtiene a cambio de cuatro horas diarias de trabajo en la Subdirección de Servicios. El día se le va en transportarse, su labor como becario, clases y tareas. 

Esta generación, inevitablemente, producirá miles de personas ansiosas, deprimidas, estresadas y, sobre todo, frustradas, con nulas aspiraciones, concluye Galicia Castillo. 

Se le pregunta a Mariña cuál podría ser la solución.

“¡Se necesita cambiar el modelo económico! Así de sintético, así de sencillo y así de complicado”, responde.

 

 

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