La cacería de Osama bin Laden

jueves, 15 de septiembre de 2011 · 19:08
Después de matar a Khalid, uno de los hijos de Osama bin Laden, tres miembros de las fuerzas especiales de la Armada estadunidense volaron una verja de metal que obstruía el paso a la escalera que conducía al tercer piso de la casa. Subieron a oscuras. En el escalón superior, uno de los militares volteó a la derecha. Con sus lentes de visión nocturna vio a un hombre alto y delgado, con barba, que miraba desde la puerta de un dormitorio, a tres metros de distancia… Estaba a punto de matar al autor intelectual de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington. MÉXICO, D.F. (Proceso).- La operación para matar a Osama bin Laden comenzó mal: el helicóptero número 1 –un Black Hawk MH-60– entró en un flujo descendente causado por su propia hélice (situación aerodinámica conocida como settling with power) y el piloto, en lugar de mantenerse sobre el complejo habitacional donde estaba Bin Laden y soltar las cuerdas por las que bajarían los 12 miembros de las Fuerzas Especiales de la Marina (los seals), aterrizó sobre un corral en la parte occidental del terreno. En el intento, el aparato chocó con un muro. Vacas, gallinas y conejos salieron corriendo. El piloto del segundo helicóptero –otro Black Hawk con 11 seals a bordo– observaba desde el aire las maniobras. Ignoraba si el otro aparato tenía fallas mecánicas o si sus tripulantes estaban recibiendo disparos. Así que también dejó de lado el plan de sobrevolar el techo del edificio principal del complejo y aterrizó en un campo al otro lado de la calle. Los helicópteros y los comandos seals quedaron en extremos opuestos, fuera de la parte residencial del complejo. “Llevaban un minuto sobre el objetivo y la misión ya se había desviado del plan original”. El periodista estadunidense Nicholas Schmidle reconstruye a detalle la operación militar –que el derecho internacional tipifica como una “ejecución extrajudicial”– culminó con el asesinato de Osama bin Laden, líder de la organización Al Qaeda y autor intelectual de los ataques del 11 de septiembre de 2001 a Estados Unidos. Lo hace en un largo texto que la revista New Yorker publicó el pasado 8 de agosto. Schmidle –quien durante años ha cubierto información de Afganistán y Paquistán– cuenta que en agosto de 2010 el director de la CIA, Leon Panetta informó al presidente Barack Obama que los analistas de la agencia creían haber identificado al correo de Bin Laden. Se trataba de Abu Ahmed al Kuwaití, quien conducía un jeep blanco con la imagen de un rinoceronte en la cubierta de la llanta de repuesto. La CIA le siguió la pista. Un satélite captó la imagen del vehículo cuando entraba a un conjunto habitacional en Abbottabad, pequeña ciudad paquistaní a 190 kilómetros de la frontera con Afganistán y sede de una prestigiosa academia militar. Schmidle señala que, a partir de ese momento, agentes de la CIA empezaron a vigilar ese conjunto de viviendas, formado por un edificio principal de tres pisos, una casa de invitados y varios inmuebles auxiliares. Observaron que quienes lo habitaban quemaban su basura en vez de sacarla y que el complejo no tenía teléfono ni internet. Kuwaití y su hermano entraban y salían de ahí, pero un hombre que vivía en el tercer piso nunca lo abandonaba. Los analistas de la CIA “aventuraron”: podía ser Bin Laden. A finales de 2010, Obama ordenó a Panetta que explorara las opciones de una acción militar. Panetta solicitó el apoyo del vicealmirante Bill McRaven, jefe del Mando Conjunto de Operaciones Especiales de la Marina (JSOC, por sus siglas en inglés). Éste a su vez le pidió a uno de sus oficiales –llamado Brian– que presentara un plan. Brian se instaló en una oficina de la CIA en Langley, Virginia, y durante el mes siguiente llenó las paredes de mapas e imágenes de satélite. Schmidle explica: “La misión para matar a Bin Laden fue preparada en un cuartel general de la CIA y autorizada en virtud de los estatutos legales de esta agencia, pero sería ejecutada por agentes del Escuadrón Rojo del Grupo Especial de Desarrollo de Guerra Naval (Devgru, por su acrónimo inglés)” de la Marina. La razón: mantener la misión como una operación secreta de la CIA, lo que, en caso necesario, permitiría a la Casa Blanca ocultar su participación en ella. Schmidle refiere varias reuniones entre altos oficiales de la CIA y del Pentágono en las que se analizaron distintas opciones para la operación. Desecharon pedir la colaboración del ejército de Paquistán, del que desconfiaban. Estaban convencidos de que los militares de ese país no podrían mantener el secreto “más de un nanosegundo”. Desecharon también el plan de que helicópteros llevaran a comandos a las afueras de Abbottabad y que éstos entraran a pie hasta alcanzar el complejo de viviendas. Rechazaron además la idea de excavar un túnel para entrar a la edificación, pues las imágenes de satélite mostraban que el conjunto habitacional estaba construido sobre una cuenca de drenaje… “El 29 de marzo de 2011 –cuenta Schmidle–, McRaven presentó el plan a Obama. Los asesores militares del presidente estaban divididos. Algunos eran partidarios de un asalto; otros, de un ataque aéreo, y otros querían esperar para reunir mejores datos. Una opción era atacar con bombarderos B-2 Spirit. Esto evitaba el riesgo de meter soldados estadunidenses a territorio paquistaní. Pero la Fuerza Aérea calculó que sería necesaria una carga de 32 bombas inteligentes, cada una de mil kilos, para penetrar 10 metros bajo tierra y asegurarse del derrumbe de cualquier búnker. La perspectiva de arrasar una ciudad paquistaní hizo dudar a Obama, quien desechó la opción de los B-52 e indicó a McRaven que empezara a ensayar la incursión.” Operación “Lanza de Neptuno” A partir del 10 de abril, 24 miembros del Escuadro Rojo del Devgru empezaron a ensayar la incursión. Para ello pasaron dos semanas en una zona boscosa de Carolina del Norte donde el Pentágono construyó una réplica del conjunto habitacional de Abbottabad. Luego siguieron entrenando una semana más en una franja de desierto de Nevada, “con una elevación equivalente a la zona de alrededor de Abbottabad” y donde también “había un edificio que podía hacer de casa de Bin Laden”. El plan quedó afinado: el helicóptero número 1 volaría sobre el patio y lanzaría dos cuerdas por las que se deslizarían los 12 seals. Estarían al mando del oficial Mark. El helicóptero 2 –cuyo comando estaba a cargo del oficial James– volaría hacia la esquina noreste. Ahí bajaría a Ahmed, un traductor estadunidense de origen paquistaní, a un perro llamado Cairo y a cuatro seals que vigilarían el perímetro. Entonces éste helicóptero se situaría sobre la casa principal y James y otros seis seals bajarían al techo. Ahmed mantendría a raya a los vecinos curiosos. Si hacía falta, los seals y el perro serían un apoyo más agresivo. Si no encontraran a Bin Laden enviarían a Cairo a buscar paredes falsas o puertas ocultas. Cada fase de la misión tenía una palabra en clave. Gerónimo significaba que habían encontrado al líder de Al Qaeda. Schmidle aclara que cambió los nombres de los oficiales y del traductor para preservar su anonimato. La operación fue bautizada Lanza de Neptuno. A media tarde del 28 de abril, Panetta y los miembros del equipo de Seguridad Nacional se reunieron con Obama. Analizaron las ventajas y los riesgos. Expusieron sus dudas. Las opiniones estaban divididas. Por ejemplo, Michael Leiter, director del Centro Nacional Antiterrorismo, consideró que “era preferible esperar hasta tener una confirmación más sólida de la presencia de Bin Laden” en ese lugar. Sus analistas consideraban que la fiabilidad de los datos obtenidos por la CIA era de entre 40% y 60%. Obama concluyó la sesión pasadas las 7 de la noche. Dijo que lo iba a pensar. Pero, según Schmidle, a la mañana siguiente Obama autorizó la operación. Lo hizo en una reunión que sostuvo en la Sala de Mapas con su asesor de seguridad nacional, Tom Donilon; uno de sus adjuntos, Denis McDonough, y John Brennan, asesor del presidente en el tema de antiterrorismo. Obama dejó en McRaven la decisión de escoger la noche de la operación. Schmidle dice que “era demasiado tarde para llevar a cabo el operativo ese viernes (29 de abril) y el sábado iba a haber demasiadas nubes. El sábado por la tarde, McRaven y Obama hablaron por teléfono y aquél dijo que la misión se iba a llevar a cabo el domingo (1 de mayo) por la noche. ‘Que Dios los ayude’, dijo Obama. ‘Por favor, trasmítales mi agradecimiento personal por su servicio y el mensaje de que voy a seguir personalmente esta misión muy de cerca’”. En vivo y en directo Schmidle cuenta que durante la mañana del domingo 1 de mayo “los miembros del equipo de la Casa Blanca cancelaron las visitas previstas, encargaron bandejas de sándwiches en un supermercado y transformaron la Sala de Crisis en un puesto de mando. A las 11 horas, los principales asesores de Obama empezaron a reunirse en torno a una gran mesa de conferencias. Tenían una pantalla que les conectaba con Panetta, en la sede de la CIA, y con McRaven, en Afganistán. Había al menos otros dos centros de mando, uno en el Pentágono y otro dentro en la embajada de Estados Unidos en Islamabad. “El general de brigada Marshall Webb, uno de los jefes adjuntos del JSOC, se sentó al extremo de una mesa lacada en un pequeño despacho anexo y encendió su computadora portátil. Abrió varias ventanas de chat para mantener a la Casa Blanca conectada con los demás equipos. El despacho tenía la única pantalla de la Casa Blanca con imágenes del objetivo en directo, en tiempo real, tomadas por un avión no pilotado RQ 170 que sobrevolaba Abbottabad a más de cinco mil metros.” El periodista refiere que “Obama regresó a la Casa Blanca a las dos en punto después de jugar nueve hoyos de golf en la base aérea Andrews. Los Black Hawks salieron de Jalalabad 30 minutos después. Justo antes de las cuatro de la tarde, Panetta anunció al grupo en la Sala de Crisis que los helicópteros se aproximaban a Abbottabad. Obama se puso de pie. ‘Tengo que verlo’, dijo y cruzó el pasillo para entrar en el despacho y sentarse junto a Webb. El vicepresidente Joseph Biden; el secretario de Defensa, Robert Gates, y la secretaria de Estado, Hillary Clinton, le siguieron; igual hicieron todos los que cupieron en la habitación. En la pantalla LCD, de un tamaño mediano, el helicóptero número 1 –una imagen granulada en blanco y negro– apareció sobre el complejo”. Obama y sus colaboradores observaron cómo el helicóptero 1 empezó a tener problemas y se estrelló contra un muro. Esperaron con inquietud a que se escuchara el reporte de los comandos. “La eternidad es el tiempo entre el momento en que ves que algo va mal y la primera información de viva voz”, dijo a Schmidle un oficial de Operaciones Especiales. Al cabo de unos minutos escucharon que los 12 seals de ese aparato estaban bien y que continuaban con la misión. “Gerónimo” Schmidle narra: “Tras el choque, Mark y los demás miembros del equipo salieron por las puertas laterales del helicóptero número 1. Sus botas se hundían en el lodo mientras corrían pegados a una pared de más de tres metros que rodeaba el corral. Tres hombres del equipo de demolición se acercaron a la puerta de metal, cerrada; sacaron explosivos C4 de sus bolsas y los colocaron en las bisagras. La puerta se abrió con una gran explosión. Los otros nueve seals salieron corriendo y fueron a parar a una especie de callejón, dando la espalda a la entrada principal de la casa. Siguieron por el callejón, con los fusiles en los hombros. Mark iba al último mientras trataba de establecer comunicación por radio con el otro equipo. Al final del camino los estadunidenses volaron otra verja y entraron en el patio del pabellón de invitados donde vivía Abu Ahmed al Kuwaití, el mensajero de Bin Laden, con su esposa y sus cuatro hijos. “Tres seals que iban en la parte delantera corrieron a examinar la casa de invitados mientras los otros nueve volaban otra puerta y pasaban a un patio interior que daba a la casa principal. Cuando los primeros doblaron una esquina para acercarse a la puerta del pabellón de invitados vieron a Kuwaití que entraba corriendo a avisar a su mujer y a sus hijos. Las gafas de visión nocturna de los estadunidenses daban a la escena unos tonos pixelados de color verde esmeralda. Kuwaití iba vestido con un shalwar kameez (un conjunto de camisa y pantalón) blanco, había agarrado un arma y estaba volviendo a salir cuando los seals abrieron fuego y lo mataron”. Mark y otros nueve seals formaron unidades de tres para “limpiar” el patio interior. Cuando una de estas unidades atravesó el patio hacia la entrada delantera, Abrar, hermano de Kuwaití, de 33 años, apareció con un AK-47. Los seals le dispararon y lo mataron. También mataron a su mujer, Bushra “que estaba de pie, sin arma alguna, junto a él”. Afuera de los muros del conjunto habitacional, Ahmed, el traductor, patrullaba el camino de tierra que cruzaba delante de la casa de Bin Laden. Simulaba ser un policía paquistaní vestido de paisano. Varios vecinos se acercaron a preguntar por las explosiones que habían escuchado. “Vuelvan a sus casas”, dijo Ahmed en pastún (idioma hablado en zonas de Afganistán y Paquistán). “Está en marcha una operación de seguridad”. La gente se fue a sus casas sin sospechar que habían hablado con un estadunidense. Mientras tanto Cairo y cuatro seals protegían el perímetro de la casa. James y otros seis seals –quienes, según el plan original, debieron descender sobre el techo de la casa principal– entraban en ese momento al complejo habitacional. Luego cruzaron el patio y atravesaron un segundo muro para llegar a la entrada del edificio principal. Ahí encontraron a los miembros del comando del helicóptero 1, que ya estaban entrando a la planta baja de la casa. “Mientras los hijos de Abrar corrían, los seals registraron la primera planta de la casa principal, habitación por habitación. Aunque los estadunidenses habían previsto la posibilidad de que hubiera alguna bomba escondida como trampa, la presencia de niños en el complejo les indicó que no era así”, apunta Schmidle. Y relata: “Después de volar la puerta con cargas de C-4, tres seals subieron por las escaleras. A mitad de camino vieron a Khalid, el hijo de Bin Laden, de 23 años. Asomaba el cuello detrás de una esquina. Luego apareció en lo alto de la escalera con un AK-47. Khalid, que llevaba una camiseta con el cuello holgado y tenía el pelo corto y una barba recortada, disparó a los soldados (…) Al menos dos de los seals devolvieron los disparos y lo mataron. “Tres seals pasaron corriendo junto al cuerpo de Khalid y volaron otra verja de metal que obstruía el paso a la escalera para llegar al tercer piso. Subieron por los escalones sin luz y examinaron el descanso. En el escalón superior, el primer seal giró a la derecha: con las gafas de visión nocturna vio a un hombre alto y delgado, con barba, que miraba desde la puerta de un dormitorio a tres metros de distancia (…) “Los militares estadunidenses corrieron hacia la puerta del dormitorio. El primer seal la abrió de un empujón. Dos de las esposas de Bin Laden se habían colocado delante de él. Amal al Fatah, su quinta esposa, gritaba en árabe. Hizo un movimiento como si fuera a atacar. El seal bajó el cañón y le disparó en la pantorrilla. Temiendo que alguna de las mujeres, o las dos, llevara chalecos cargados de explosivos, se acercó y las envolvió en un abrazo de oso. Si los hubieran llevado y los hubieran hecho estallar, el soldado habría muerto, pero habría absorbido parte del impacto y quizá habría salvado a los dos seals que iban tras él. “Un segundo seal entró en la habitación y apuntó el láser infrarrojo de su M4 hacia el pecho de Bin Laden. El jefe de Al Qaeda, quien vestía un shalwar kameez de color tostado y un gorro de oración en la cabeza, se quedó paralizado. No iba armado.” Schmidle describe: “Nueve años, siete meses y 20 días después del 11 de septiembre, un estadunidense estaba a un disparo de acabar con la vida de Bin Laden. El primer tiro, una bala de 5.56 milímetros, alcanzó a Bin Laden en el pecho. Cuando caía hacia atrás, el seal le disparó un segundo tiro a la cabeza, justo sobre el ojo izquierdo. Tomó su radio e informó: ‘Por Dios y por mi país, Gerónimo, Gerónimo, Gerónimo’. Tras una pausa, añadió: ‘Gerónimo EKIA (enemy killed in action)’”. “Al oír esto en la Casa Blanca, Obama frunció los labios y dijo en tono solemne, sin dirigirse a nadie: ‘Lo tenemos’.”

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