Valerie Eliot, la señora de los silencios

jueves, 29 de noviembre de 2012 · 12:32
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Fuera de la órbita de habla inglesa, se sabe muy poco acerca de Valerie Eliot, viuda de uno de los más grandes poetas del siglo XX. Celosa y discretísima depositaria del legado de su ilustre marido, falleció el viernes 9 en su casa en Londres, después de una breve enfermedad. I Difícil suerte la de las viudas de los grandes escritores. Hagan lo que hagan casi siempre serán reprobadas por no hacer lo que los seguidores del autor con el que se desposaron esperan de ellas. Todos los admiradores se sienten dueños de la obra que admiran y todos se sienten en libertad de exigirles algo en relación con ella. Deben dar a conocer al mundo la herencia que les confió su ilustre difunto, pero no se quiere que intervengan en el proceso. Si intervienen, se juzga que lo hacen mal. Si se atreven a opinar, se equivocan. Pero si guardan silencio, ocultan cosas que deberían saberse; dejan que se pierdan recuerdos preciosos. Sea por discretas o por parlanchinas, por agresivas o por tímidas, continuamente se verán criticadas. Así le sucedió a Valerie Eliot, la segunda esposa de T.S. Eliot, sin duda la más grande admiradora, la mayor devota que él haya tenido. II   Nacida en 1926 en Headingley, uno de los suburbios de la industriosa ciudad de Leeds, en el norte de Inglaterra, Esmé Valerie Fletcher fue desde niña –gracias al ejemplo de su padre, amante de la poesía– una gran aficionada a la lectura. Es fama que a los 14 años de edad, cuando estudiaba en Queen Anne’s School, escuchó en la radio al célebre actor Sir John Gielgud leer el poema Viaje de los Reyes Magos (escrito en 1927) y se prometió conocer algún día a su autor; pero ése no fue su primer contacto con la obra de Eliot: en 1939 había leído Asesinato en la Catedral a instancias de una de sus maestras. Lo que es exacto es que su admiración hacia Eliot creció con el tiempo hasta llevarla a decidir, a los 18 años, que quería trabajar con él y a estudiar, para tal efecto, lo necesario para convertirse en su secretaria. Se fogueó trabajando con dos escritores: Paul Capon, novelista de ciencia ficción, y Charles Morgan, poeta y dramaturgo. Gracias a un amigo de éste, en agosto de 1949 se enteró de que Eliot, a quien el Premio Nobel había convertido un año antes en el más connotado directivo de Faber & Faber, buscaba una secretaria privada. Valerie acudió de inmediato a las oficinas de la editorial, pero pasaron dos horas antes de que se decidiera a solicitar una cita. El día que Eliot la recibió hablaron sobre George Herbert (uno de los poetas que él admiró siempre) y otros autores del siglo XVII. Cuando ella salió de la oficina él le dejó entrever que unos días más tarde empezarían a trabajar juntos.   III   Vista en retrospectiva, la historia de la relación entre Valerie y Thomas Stearns Eliot parece un cuento de hadas. Sin embargo, la asombrosa determinación de ella resulta incomprensible –o podría confundirse con una historia de arribismo– si no se tiene en cuenta un elemento esencial, que Karen Christensen, escritora que a su vez fue secretaria privada de Valerie en la segunda mitad de los años ochenta, supo ver con toda claridad. Christensen trabajó con ella en la edición del primer volumen de cartas de Eliot (publicado el 26 de septiembre de 1988, en ocasión del centenario del poeta) y se dio cuenta de que Valerie tenía “una profunda y singular sensibilidad hacia la poesía, una convicción instintiva de que la poesía tenía una importancia suprema.”1 Eliot también debe haberla advertido, y poco a poco se fue enamorando de su ferviente admiradora, 38 años más joven que él. Valerie, por su parte, hacía esfuerzos para ocultarle su creciente afecto. En Faber & Faber sus compañeras de trabajo se burlaban de su admiración. Les resultaba cómico que Valerie supiera de memoria los poemas del jefe. Una amiga de ambos, Margaret Behrens, fue quien les hizo abrir los ojos. Invitó a Valerie a que pasara unos días con ella en su casa en Mentone, una pequeña ciudad italiana al pie de los Alpes, en la frontera con Francia, y le sugirió a Eliot que se les uniera, hospedándose en un hotel cercano. Eliot le confió que no se atrevía a hacerlo, porque amaba a Valerie, y Margaret le contestó: “Por dios, ¿no te has dado cuenta de que ella te ama?”.2 La pareja empezó a verse en secreto, por las tardes, en el café del hotel Russell. Eliot estaba muy consciente de la diferencia de edades, y más lo estuvo cuando decidió pedir la mano de Valerie a su padre, quien era un poco más joven que él. Pero los padres de ella vieron su enlace con simpatía y estuvieron de acuerdo en que la pareja se casara en secreto, a las siete de la mañana del 10 de enero de 1957, para esquivar en lo posible a la prensa. Ni siquiera sus colegas en Faber & Faber estaban enterados. En la boda sólo estuvieron presentes los novios, el sacerdote y los padres de Valerie.   IV   T.S. Eliot, como se sabe, había tenido un primer matrimonio muy desdichado. A los 27 años de edad se había casado con Vivien Haigh-Wood, su estricta coetánea, tres meses después de conocerla, sin saber que ella padecía graves problemas de salud, tanto física como mental. (Virginia Wolf la describe en una conocida estampa como “un saco de comadrejas rabiosas colgado del cuello de Tom.”) Lyndall Gordon, la acuciosa biógrafa de Eliot, cuenta la historia de la pareja en El joven T. S. Eliot, un libro indispensable, traducido por Jorge Aguilar Mora e impreso por el Fondo de Cultura Económica en 1989. En 1956, con 68 años a cuestas, Eliot creía que su vida amorosa había terminado. La unión con Valerie lo hizo feliz. A pesar de que al principio el matrimonio fue muy cuestionado (la diferencia de edades; la secretaria que se casa con el jefe; el contraste entre la celebridad y la figura anónima), no pasó mucho tiempo antes de que se aceptara que ambos verdaderamente se amaban. Eliot rejuveneció. En abril de 1957 le comentó a un periodista del Daily Express que pensaba tomar clases de baile, “pues hace años que no bailo”. Hay muchos testimonios sobre su venturosa vida en común, y sobre las demostraciones de amor que se hacían en público y en privado. En 1964 Groucho Marx visitó a los Eliot en su casa, en el número 3 de Kensignton Court Gardens, y observó (como se lo contaría deespués a su hermano Gumo) que los ojos de ella se llenaban de adoración cada vez que volteaba para mirar a su esposo. El único infortunio fue que la salud de Eliot mermó demasiado pronto. Murió el 4 de enero de 1965, una semana antes de festejar su octavo aniversario de bodas con Valerie. Robert Lowell, el gran poeta estadunidense, le escribió a Valerie el 12 de abril ese año: “Estoy seguro de que todo mundo te ha dicho que fuiste para Tom su mayor felicidad. Todos lo creemos así. Me parece que, de alguna manera, el dilatado peregrinaje espiritual, esa agotadora y heroica exploración interior, esa purificación que se entrevé a través de Miércoles de ceniza y de los Cuartetos, tenía que concluir inevitablemente en la sorpresiva recompensa de un matrimonio dichoso. Elizabeth y yo te enviamos nuestro más profundo cariño”.3 Entre esos testimonios hay que contar los ocho álbumes en los que Eliot llevó un esmerado registro de su vida con Valerie. Completamente desconocidos hasta hace tres años, cuando ella decidió mostrárselos al periodista Robert McCrum, de la BBC. En ellos conservó entradas al teatro, programas de mano de conciertos, menúes (Eliot anotaba lo que Valerie comía), invitaciones de todo tipo, tarjetas de Navidad, recortes de prensa, boletos de tren, avión o barco. Y, asimismo, una serie de cartas de amor (se desconoce tanto su número como su contenido) que Eliot depositaba en la almohada de Valerie cada domingo en la noche. “Conservo todas y quiero que se publiquen después de que yo muera”.   V   Valerie dedicó 53 años de su vida a Eliot; los ocho primeros como su esposa, los restantes 47 como su viuda. Nunca volvió a casarse, a pesar de que sólo tenía 38 años de edad cuando enviudó. Continuó viviendo en su departamento en Kensignton Court Gardens y, para asombro de de sus amistades, muchos de los objetos que Eliot utilizaba se mantuvieron intactos durante largos años, como la tetera, que dos décadas después aún tenía restos del té de menta que a él le gustaba. Se mantuvo siempre fiel a la voluntad de Eliot, quien le pidió que no autorizara biografía alguna. Pero muchas veces se le reprochó que no publicase con rapidez la correspondencia del poeta. Pasaron más de 20 años entre la publicación del primer volumen y la aparición del segundo. Lo que ignorábamos todos es que trabajaba simultáneamente en varios tomos, gracias a lo cual apareció el tercero este año y el cuarto, que cubre hasta 1929, está por publicarse en enero de 2013. Parece injusto atacarla por su lentitud y sus vacilaciones, sobre todo a la luz del estupendo trabajo logrado en los volúmenes que conocemos hasta ahora, y de su magnífica edición de La tierra baldía, elogiada de manera casi unánime, aunque, por supuesto, no ha faltado quien la condene por exponer la manera en que se construyó ese inagotable poema. Más bien habría que elogiar su modestia, que la llevó a conceder poquísimas entrevistas, sólo las indispensables para luchar por el honor de su marido cuando éste se ha visto afectado por causa de vulgarizaciones-basura, como la película Tom & Viv, que en aras de vender distorsionan por completo la biografía del poeta. Cabe recordarla como “Señora de los silencios”, una línea del poema de Eliot Miércoles de ceniza (1930), no porque haya impuesto el silencio sobre la obra de éste, sino por su permanente circunspección. Pero también se le podría recordar por otros versos de ese mismo poema: “jardín donde (…) termina el tormento / del amor insatisfecho”.4   1 Karen Christensen, “Dear Mrs. Eliot...”, The Guardian, “”, Sección cultural, p. 4, Sábado 29 de enero de 2005. 2 Blake Morrison, “The Two Mrs. Eliots”, The Independent, “Arte y entretenimiento”, 24 de abril de 1994, p. 3. 3 The Letters of Robert Lowell, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, pp. 457-458. 4 Cito de la versión del poema hecha por Luis Miguel Aguilar para La Revista de la Universidad de México, Vol. XXXI, número 8, correspondiente a abril de 1977.

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