Jesús niño: historia, mito y dogma

miércoles, 26 de diciembre de 2012 · 12:29
En La infancia de Jesús, el tercero de los libros dedicados por Joseph Ratzinger a este personaje, no habla el pontífice, sino el teólogo. Afirma que la vida de Jesús no es un mito, sino un acontecimiento histórico. Basado en los evangelios de Mateo y Lucas, hace un recorrido por la vida del Nazareno: del alumbramiento de María en un pesebre, hasta el martirio de su hijo en la cruz. En la actualidad, afirma, el espacio de Dios se reduce al ámbito espiritual y no se le concede ninguna potestad en el espacio de lo material. Para el teólogo los dos aspectos más relevantes de la acción divina en el mundo son: la concepción y la resurrección… MÉXICO, D.F. (Proceso).- Desde la anunciación del nacimiento de Jesús hecha por el ángel Gabriel, pasando por el embarazo de la Virgen María, el parto en un pesebre de Belén, la adoración de los magos e incluso la resurrección de Jesucristo ocurrida al tercer día de haber muerto, son todos “acontecimientos históricos” que nada tienen que ver con el “mito”, pues sucedieron en un tiempo y lugar determinado, asegura el Papa Benedicto XVI en La infancia de Jesús, su más reciente libro que ya circula en todo el mundo en la actual temporada navideña. Más que como pontífice, Joseph Ratzinger escribió el libro en su condición de teólogo, pues no se trata de un documento del magisterio de la Iglesia sino de un estudio sobre la infancia de Jesús basado principalmente en los evangelios de San Mateo y San Lucas. Haciendo a un lado su investidura papal, el teólogo Ratzinger afirma en su libro: “Jesús no ha nacido y comparecido en público en un tiempo indeterminado, en la intemporalidad del mito. Él pertenece a un tiempo que se puede determinar con precisión y a un entorno geográfico indicado con exactitud… La fe está ligada a esta realidad concreta, aunque luego el espacio temporal y geográfico queda superado por la resurrección.” Sin abandonar esta perspectiva teológica, agrega: “Hay dos puntos en la historia de Jesús en los que la acción de Dios interviene directamente en el mundo material: el parto de la Virgen y la resurrección del sepulcro, en el que Jesús no permaneció ni sufrió la corrupción.” Esos dos hechos clave –puntualiza Ratzinger– “son un escándalo para el mundo moderno”, puesto que actualmente “a Dios se le permite actuar en las ideas y en los pensamientos, en la esfera espiritual, pero no en la materia. Esto nos estorba. No es éste su lugar”. Sin embargo, el teólogo asegura que aquí estamos ante el “poder creador de Dios, que abraza a todo ser. Por eso, estos dos puntos –el parto virginal y la resurrección real del sepulcro– son piedras de toque de la fe. Si Dios no tiene poder también sobre la materia, entonces no es Dios. Pero sí que tiene ese poder, y con la concepción y la resurrección de Jesucristo ha inaugurado una nueva creación”. Hechas estas puntualizaciones, en La infancia de Jesús –que empezó a venderse en 70 países y 20 idiomas– Ratzinger comienza por analizar el momento en que el ángel Gabriel le anuncia a María que tendrá un hijo concebido por el Espíritu Santo. Será el “Hijo de Dios”, un nuevo rey muy distinto a los terrenales y “su reino no tendrá fin”, le dice el ángel. Ratzinger detalla que este reino hoy se extiende “de mar a mar, de continente a continente, de un siglo a otro”. Y agrega: “Este reino diferente no está construido sobre un poder mundano, sino que se funda únicamente en la fe y el amor. Es la gran fuerza de la esperanza en medio de un mundo que tan a menudo parece estar abandonado de Dios… La promesa que Gabriel transmitió a la Virgen María es verdadera. Se cumple siempre de nuevo”. Elemento de fe En cuanto a la concepción por obra del Espíritu Santo, Ratzinger se pregunta: “¿Es una realidad histórica, un acontecimiento verdaderamente ocurrido, o bien una leyenda piadosa que quiere expresar e interpretar a su manera el misterio de Jesús?”. Hace un repaso sobre otras religiones cuyas divinidades también tienen contacto corporal con “la madre”. Resalta las diferencias con la católica. Y señala: “En los relatos de los evangelios se conserva plenamente la unicidad de Dios y la diferencia infinita entre Dios y la criatura. No existe confusión, no hay semidioses. La Palabra creadora de Dios, por sí sola, crea algo nuevo. Jesús, nacido de María, es totalmente hombre y totalmente Dios, sin confusión y sin división, como precisará el Credo de Calcedonia en el año 451.” Recalca que la concepción fue un hecho real –muy ligado a la resurrección– y “un elemento fundamental de nuestra fe”, al igual que el nacimiento de Jesús. A éste lo sitúa en Belén, a diferencia de otros exegetas que lo ubican en Nazaret, porque ahí vivían José y María. Pero Ratzinger argumenta que estas son puras “conjeturas personales”, ya que los mismos evangelios lo sitúan en Belén. “Queda claro que Jesús nació en Belén y creció en Nazaret”, asegura. Y agrega que nació realmente “entre el año 7 y el 6 a. C.” Explica que “un censo cuyo objeto era determinar y recaudar los impuestos es la razón por la cual José, con María, su esposa encinta, van de Nazaret a Belén”. No encuentran sitio en una posada y María da a luz en uno de los tantos pesebres que en aquel tiempo solían estar en las grutas. Ratzinger comenta sobre el significado del lugar: “El pesebre es donde los animales encuentran su alimento. Sin embargo, ahora yace en el pesebre quien se ha indicado a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo, como el verdadero alimento que el hombre necesita para ser persona humana. Es el alimento que da al hombre la vida verdadera, la vida eterna. El pesebre se convierte de este modo en una referencia a la mesa de Dios.” “… Los primeros testigos del gran acontecimiento son pastores que velan. Mucho se ha reflexionado sobre el significado que puede tener el que sean precisamente los pastores los primeros en recibir el mensaje. Me parece que no es necesario emplear demasiado talento en esta cuestión. Jesús nació fuera de la ciudad, en un ambiente en el que por todas partes en sus alrededores había pastos a los que los pastores llevaban sus rebaños. Era normal, por tanto, que ellos, al estar cerca del acontecimiento, fueran los primeros llamados a la gruta… formaban parte de los pobres, de las almas sencillas, a los que Jesús bendeciría… el verdadero signo es la pobreza de Dios.” Agrega que principalmente el Evangelio de Lucas “está impregnado todo él por una teología de los pobres y de la pobreza, nos da a entender aquí, una vez más de manera inequívoca, que la familia de Jesús se contaba entre los pobres de Israel”. Ratzinger hace mención sobre la abundante “iconografía cristiana” que ha captado ese momento, señalando que “ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y al burro”, animales que –dice– no se mencionan en los evangelios. Luego habla acerca de la llamada “estrella de Belén” que apareció durante el nacimiento de Cristo y es mencionada en los textos sagrados. Aborda la controversia que ha provocado la estrella entre los más renombrados exegetas a lo largo del tiempo –como Ignacio de Antioquia, San Juan Crisóstomo y más recientemente Rudolf Pesch–, algunos de los cuales señalan que nada tiene que ver con la astronomía. Pero Ratzinger menciona el descubrimiento hecho en el siglo XVII por el astrónomo Johannes Kepler, quien determinó que durante el nacimiento de Cristo se produjo una conjunción de los planetas Júpiter, Saturno y Marte, a la cual se añadió una supernova, que es la explosión de una estrella. Ante esta constatación científica, Ratzinger se aventura a hacer la siguiente afirmación teológica: “No es la estrella la que determina el destino del Niño, sino el Niño quien guía a la estrella. Si se quiere, puede hablarse de una especie de punto de inflexión antropológico: el hombre asumido por Dios –como se manifiesta aquí en su Hijo unigénito– es más grande que todos los poderes del mundo material y vale más que el universo entero.” Esta luminosa supernova sirvió de guía para que los tres Reyes Magos llegaran al pesebre donde acababa de nacer Jesucristo. Aquí se pregunta Ratzinger: “¿Qué clase de hombres eran esos que Mateo describe como ‘Magos’ venidos de ‘Oriente’?”. Hace un recuento sobre el tipo de personas que en aquel tiempo se les designaba con el nombre de “magos”: sacerdotes persas, sabios, astrólogos, embaucadores, seductores, brujos… Ratzinger señala que en realidad se trataba de “sabios”, hombres con plena conciencia de que la religiosidad es un “camino hacia el verdadero conocimiento”. Y explica: “Los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representan únicamente a las personas que han encontrado ya la vía que conduce hasta Cristo. Representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro de Cristo.” Refiere que los textos bíblicos señalan “la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis-Tarsesos en España), pero la tradición ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa. El rey de color aparece siempre: en el reino de Jesucristo no hay distinción por la raza o el origen”. Vuelve a preguntarse: “¿Cómo hemos de entender todo esto? ¿Es verdaderamente historia acaecida, o es sólo una meditación teológica expresada en forma de historias?”. Y apunta que, a diferencia de la anunciación a María, la adoración de los Magos no incide en ningún aspecto esencial de la fe. Pese a todo, dice tener la “convicción” de que “se trata de acontecimientos históricos” a los que la comunidad cristiana les ha dado una “interpretación teológica”. Las fuentes El relato del nacimiento concluye con la presentación de Jesús en el templo –como lo ordenaba la tradición judía a la que pertenecía la familia–. Ahí, el viejo profeta Simeón se acerca a María y le hace una predicción muy personal: “Y a ti, una espada te traspasará el alma”. Ratzinger menciona que esa espada clavada es el vaticinio del sufrimiento en la cruz. Lo explica de la siguiente manera: “La teología de la gloria está indisolublemente unida a la teología de la cruz. Al siervo de Dios le corresponde la gran misión de ser el portador de la luz de Dios para el mundo. Pero esta misión se cumple precisamente en la oscuridad de la cruz… El amor no es una romántica sensación de bienestar.” María –asegura Ratzinger– “se queda sola con un cometido que, en realidad, supera toda capacidad humana. Ya no hay ángeles a su alrededor. Ella debe continuar el camino que atravesará por muchas oscuridades”, hasta llegar a “la noche de la cruz”. Asegura que la misma María le contó personalmente al evangelista Lucas todas sus tribulaciones, pues “sólo ella podía informar del acontecimiento de la anunciación, que no había tenido ningún testigo humano”. Y remata: “En los padres de la Iglesia se consideraba la insensibilidad, la indiferencia ante el dolor ajeno como algo típico del paganismo. La fe cristiana opone a esto el Dios que sufre con los hombres y así nos atrae a la compasión. La Matter Dolorosa, la Madre con la espada en el corazón, es el prototipo de este sentimiento de fondo de la fe cristiana.” Pasa después al siguiente capítulo, cuando, según lo narra el Evangelio de Mateo, “Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores”. Ratzinger comenta: “Es cierto que no sabemos nada sobre este hecho por fuentes que no sean bíblicas, pero, teniendo en cuenta tantas crueldades cometidas por Herodes, eso no demuestra que no se hubiera producido el crimen.” Recalca que ese infanticidio nada tiene de imposible tomando en cuenta que entonces corría la versión de que había nacido un rey mesiánico. A Herodes “debió de ponerlo en guardia” el saber que existía “un pretendiente al trono”. Y “visto su carácter, estaba claro que ningún escrúpulo le habría frenado”. Ratzinger refuerza su hipótesis histórica al señalar que Herodes había hecho ajusticiar a sus hijos Alejandro y Aristóbulo porque también “presentía que eran una amenaza para su poder” y “él pensaba exclusivamente según las categorías del poder”. Es entonces cuando un ángel le ordena a José tomar al niño y a su madre, huir a Egipto y permanecer allí porque Herodes anda buscando a Jesús para matarlo. José acata la orden y huye a Egipto. Pasa el tiempo. Herodes muere. Ha llegado el momento de que la sagrada familia regrese a Judea, pero resulta que ahí reina Arquelao, el más cruel de los hijos de Herodes. Por ello, deciden finalmente irse al reino de Galilea, gobernada por el no tan cruel Antipas. Ratzinger aborda otros hechos de la infancia de Jesús, como su estancia en el templo, cuando tenía 12 años y ya convivía con los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Otros pasajes sobre la vida de Cristo ya han sido analizados por Ratzinger en sus dos libros anteriores sobre el personaje: Jesús de Nazaret: del bautismo a la transfiguración (2007) y Jesús de Nazaret: desde la entrada en Jerusalén a la resurrección (2011). De esta manera, La infancia de Jesús –que en México acaba de poner en circulación editorial Planeta– forma parte de una trilogía sobre Cristo escrita por el Papa teólogo, con la que intenta sustentar históricamente los hechos narrados en los evangelios. Por ello, termina así su reciente libro: “En cuanto hombre, (Jesús) no vive en una abstracta omnisciencia, sino que está arraigado en una historia concreta, en un lugar y en un tiempo, en las diferentes fases de la vida humana… Él ha pensado y aprendido de un modo humano.” Sin embargo, reconoce que “no podemos definir” el “profundo entramado” entre esta dimensión humana y la dimensión divina… “Permanece en el misterio”, concluye.

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