Johan Cruyff, exitoso...pero tirano

viernes, 16 de marzo de 2012 · 12:39
Siempre fascinante, la historia de Johan Cruyff, quien hoy asesora a Las Chivas de Guadalajara, seguirá escribiéndose en su experiencia mexicana no sin novedades controversiales. Desde sus inicios como jugador dejó ver su genio y su talento. Pero el Holandés Volador, irascible y temperamental, está acostumbrado a imponer su voluntad; prueba de ello son las heridas morales que dejó como entrenador entre los jugadores del Barcelona, donde ejerció un dominio rayano en la tiranía. MÉXICO, D.F. (Proceso).- A Johan Cruyff siempre lo salvó el futbol. Lo descubrió el futbolista Jany van der Veen mientras jugaba a la pelota en las calles del barrio de Betondorp, en los alrededores del estadio del Ajax, cuando tenía 10 años. Su padre, comerciante de frutas, murió dos años más tarde y su madre consiguió empleo en la cantina del club rojiblanco. Su ídolo era Alfredo Di Stéfano, la gloria argentina del Real Madrid. A los 16 años, con la rebeldía escondida entre sus largos huesos, debutó como profesional. En su primer partido con la selección holandesa metió un gol y dejó inconsciente al árbitro de un puñetazo –anécdota favorita de Eduardo Galeano–, y cuando debutó con el Barcelona, al final del juego, encendió un cigarro apenas llegó al vestidor. Lo repitió saliendo de las regaderas. Sólo Hennes Weisweiler, su entrenador en 1975, lo confrontó por fumar en los estadios en ocasiones al medio tiempo y después de los partidos. El alemán perdió el puesto. Nadie más se atrevió a cuestionarlo. Desde entonces gobernó al Barcelona. Hombre libre dentro y fuera del césped, su compañero y capitán del grupo, Antonio Torres, declaró que, desde su llegada, Cruyff politizó al equipo con ideas socialistas. Durante años ha hecho trampas jugando golf y al dominó por “picardía”. Pero fueron los problemas financieros los que por años lo dejaron al borde de la ruina, muy cerca de la cárcel. En España, Hacienda lo persiguió durante más de 10 años por defraudación fiscal de millones de pesetas. Se vio implicado en un escándalo por tráfico irregular de divisas e incumplimiento en el pago de créditos bancarios como asociado en un holding denominado Grupeco, que manejaba distintos negocios que la prensa calificó “de mentalidad infantil”, como la exportación de caramelos y plantas a países como Kuwait y Arabia Saudita, o la cría agropecuaria a mayor escala. En 1984 fue detenido, y más tarde puesto en libertad, por el delito de estafa. Llegó a ser embargado por la Banca Catalana, y más de una docena de acreedores le demandaron el pago de deudas pendientes por trabajos en una granja de cerdos de su propiedad. Sergi Pámies, coautor del libro Me gusta el futbol, firmado por Cruyff, escribió: “Cuando alguien me hablaba de sus fracasados negocios o de su fama de pesetero, yo reaccionaba igual que cuando oigo que Picasso era mujeriego: ‘¿Y qué?’”. El 26 de febrero de 1991 el corazón le dio una zancadilla: Fue internado de urgencia en el hospital Sant Jordi, especializado en afecciones cardiovasculares, donde fue intervenido de una grave lesión por la que se le practicó un doble bypass coronario. Mario Petit, jefe de cardiología de la clínica, dijo a los medios que un infarto al miocardio lo rondaba y que los principales factores de riesgo habían sido su adicción al tabaco y el estrés. Lo primero que hizo Cruyff, tres días después, al despertar de la anestesia, fue preguntar el resultado del Barcelona en contra de Las Palmas, y quiénes habían marcado los goles. El hombre duro del Barcelona cambió los Camel sin filtro por paletas de caramelo chupa-chups. Llegaba a fumar dos cajetillas diarias aun en sus tiempos de jugador. Dictador Cercano el año 2000, una casa encuestadora publicó los nombres de los personajes más populares de Europa en el siglo XX. Los holandeses lo eligieron como la figura con quien más simpatizaron en 100 años. La sombra de Johan Cruyff cubrió a los entrenadores holandeses más importantes de su época, que lo han señalado siempre por abusar de su poder en el futbol de su país. Louis van Gaal y Leo Beenhakker fueron a los que más apabulló. Beenhakker, entrenador del Real Madrid durante los años de Cruyff al frente del Barcelona, fue técnico de la selección holandesa en el Mundial de Italia 90 por descarte del legendario número 14, que declinó la petición de directivos y jugadores para dirigir a su escuadra. La disputa con Beenhakker, quien acusó a Cruyff de ser técnico gracias a un título “regalado”, se remonta a 1981. Beenhakker entrenaba al Ajax y Cruyff recién había sido nombrado consejero. Su equipo perdía tres goles a uno en la liga local. Cruyff se coló desde las gradas a la cancha para dar órdenes a los jugadores. El Ajax ganó cinco a tres, pero Leo no pudo superar la historia. Una década después escribió en su autobiografía: “Aún me arrepiento de no haberle dado un puñetazo frente a las cámaras”. Fue el mayor detractor de Van Gaal en su paso por el Barcelona. Sus críticas fueron demoledoras en el ánimo de la afición, que en dos ocasiones hizo que corrieran del club al sucesor de Cruyff. “El mal del Barça es su mal juego. Viendo un cuarto de hora es suficiente. Pones la radio o la tele, te enteras del resultado y ya basta”, dijo Cruyff. Van Gaal dijo que nunca iba a perdonarlo. “La gente no sabe lo que pasé cuando estuve a cargo del Barça. Nunca le perdonaré lo que me hizo”, declaró a más de una década de distancia. En 2011 coincidieron en el Ajax. Cruyff solicitó que corrieran a Van Gaal. Gracias al futbol, nadie recuerda el lado oscuro del niño, del astro. Cruyff firmó como director técnico del Barcelona a las 23:50 horas del cuarto día de mayo de 1988. La vuelta del ídolo fue esperada a golpe de minutos. Su carrera como entrenador fue la segunda mitad de un mismo partido. De los “dioses” del futbol, sólo él y Franz Beckenbauer retuvieron la pelota más allá del cuerpo. Formó escuela en la ciudad de Gaudí. Implementó las clases de locura en la cantera azulgrana, el centro de alto rendimiento llamado La Masía. Aún se develan los efectos del paso de Cruyff por la dirección del equipo que hizo suyo. Llegó para hacer lo que le gustaba: tomar decisiones. Con Cruyff, las medidas eran unilaterales. En el vestidor fue un dictador. Conocidos como el equipo de ensueño, criticaba a sus jugadores por falta de técnica. Construyó desde el futbol una instalación plástica en perfecta sinfonía. Rompió la mala suerte del club con cuatro campeonatos consecutivos de liga, uno de Champions League, e hizo suyos los derechos del arte en el futbol de conjunto. En el Barcelona se jugaba con descaro. “El futbol se mira con los ojos de Cruyff”, diría 20 años más tarde otro jugador legendario: el brasileño Romario. Terror Como entrenador convirtió su genio en una leyenda, que después sería un fantasma. Decía que los entrenadores debían transmitir el amor al arte y contagiar la alegría. Y ahí se traicionó. Amenazaba con “cortar la cabeza” de quien bajara su rendimiento. “Tengo el cuchillo preparado”, decía. El distanciamiento se dio desde su primera temporada y hasta su partida. Confrontados, constantes las ofensas de Cruyff, los jugadores acusaban abiertamente al técnico de crear mal ambiente en el vestidor. El futbol de Cruyff era tan seductor como intolerable su trato. Los culpaba de los malos resultados y los “mataba” en las conferencias de prensa. Era implacable en sus críticas. Los asuntos se dirimían en la prensa y no en el vestidor. Los jugadores se decían dolidos, violentados. En un mismo partido, en la temporada 92-93, Cruyff insultó “virulentamente” a Hristo Stoichkov y obligó a jugar a Michael Laudrup entre vómitos, con fiebre. El legendario hombre del Barcelona intervenía hasta en el monto del contrato de los jugadores. En ocasiones, para disminuir sus ingresos. Decía que su intención era presionarlos, motivarlos. Y lo mismo multaba indiscriminadamente a quien lo tuviera disconforme. Llegó a hacerlo con toda la plantilla. El punto era claro: absoluta su autoridad. Entre un manto de estrellas, mandaba él. Les prohibió a los jugadores que participaran en actos festivos y programas de televisión, aun en su tiempo libre. Tras cinco años como titular inamovible, Cruyff prescindió de Zubizarreta por “conformismo, lentitud en reaccionar y costumbre de ganar”. El vestidor era una olla de presión. El delantero Julio Salinas lo acusó de ser un hombre sin palabra. Cruyff, que le había prometido renovar contrato si ganaban la Liga, no cumplió. Michael Laudrup salió del equipo por las humillaciones del entrenador. “No aguanto más a Cruyff”, dijo antes de irse al Real Madrid. De la misma manera se expresó Stoichkov, previo a su transferencia a Italia. “No lo aguanto más. Cuando gana el Barça, gana Cruyff. Cuando pierde, pierde Stoichkov”, declaró a la cadena COP. Y continuó con su diatriba: “Cruyff no aguantó que el público corease los nombres de los jugadores y no se acordase de él”. Desde entonces, Cruyff ya hablaba en los medios de posibles relevos para el búlgaro, aún con contrato. Lo hizo “reventar”. A su salida, Stoichkov se refirió al holandés como un “fantasma” que aterrorizaba al vestidor. De los jugadores más emblemáticos del dream team salieron con problemas Stoichkov, Zubizarreta, Laudrup, Goi-koetxea y Romario. A Iván de la Peña, predecesor de Xavi e Iniesta, en la Masía, lo desacreditó por tener una técnica mediocre y por sus constantes apariciones en los diarios, al grado que el joven “suplicó” a los medios que le prestaran menos atención. “Quienes te fabrican te acabarán matando”, le pontificó el entrenador. Cruyff culpaba a la prensa de desestabilizar a su equipo. Decía que los periodistas rondaban como los “buitres alrededor de un cadáver” y dividía a los reporteros en dos grupos: los que estaban de su lado o los que estaban en contra suya, aliados a la directiva. En febrero de 1996, el entrenador dio una muestra más de su intolerancia al empatar contra el Numancia, de segunda división. Cruyff no hizo cambios de jugadores “para que hicieran el ridículo” ellos solos. Al terminar el partido, los “torturó” viendo la grabación, una y otra vez, por su falta de profesionalismo. Tras una derrota, les dijo: “olvidar, nunca”. El mundial del 78 Johann Cruyff estaba habituado a recibir advertencias de muerte y bultos con animales venenosos a la puerta de su casa, en Barcelona. Convivía con ficticias amenazas de bombas plantadas en la residencia que compartía con su mujer y sus tres hijos. La noche de un lunes, en septiembre de 1977, quebró su voluntad y la suerte del futbol mundial. Un Volkswagen apareció a la entrada de su domicilio, 30 minutos después de las nueve. Del vehículo, con placas holandesas, bajó un hombre rubio, alto, fuerte, que libró la seguridad del edificio con un sobre y la indicación de entregarlo en persona a nombre, supuestamente, de Rinus Michels. Cruyff dormía. Lo recibió su esposa, Danny Coster. El intruso entregó el paquete, sin más que una revista de futbol, y de su abrigo asomó una escopeta. “En ese momento vino alguien apuntando con un rifle a mi cabeza”, contó en su tiempo Johan. La angustia le encontró los ojos, tendida su familia en el piso. Con cuerdas y cinta adhesiva, el delincuente inmovilizó al jugador. Lo ató de pies y manos. En holandés, Cruyff le sugirió que no apretara demasiado sus piernas, pues había estado lesionado. El agresor rompió en nervios y soltó el arma para amordazarlo. La esposa del futbolista reaccionó y se hizo del arma, con la que salió gritando por ayuda. Los mismos vecinos sometieron al hombre, cercano a los 45 años, pero antes de irse preso se disculpó con el ídolo. Sin embargo, el daño estaba hecho. Durante cuatro meses la casa de los Cruyff fue vigilada por policías, y sus integrantes escoltados por guaruras. El móvil de la agresión no se hizo público. Pasados 30 años, en 2008, Cruyff dijo que fue por aquel episodio que dejó al Barcelona para jugar en Estados Unidos, y esa misma la razón por la que decidió no disputar el Mundial de 1978 –no como protesta contra la dictadura militar argentina, como se manejaba–, en el que Holanda perdió la final. “Hay momentos en que hay otros valores en la vida”, dijo a Catalunya Radio. La decisión de no jugar el Mundial en Argentina desató manifestaciones masivas en Holanda, así como la recolección de decenas de miles de firmas para que Cruyff no los abandonara. En las misas, de católicos y protestantes, los holandeses rezaban para que Dios lo iluminara. “Sólo nos queda rezar”, decían resignados los diarios de la época. El “milagro” no ocurrió. Con Cruyff, se decía en Holanda –y gran parte del mundo–, los Países Bajos se habrían erigido campeones en La Pampa, y los jugadores del Ajax, base de la selección naranja, pasaron la factura. En noviembre de 1978, el club del que surgió Cruyff le organizó un partido homenaje con motivo de su retiro, que no sería definitivo. La gala se efectuó en Ámsterdam en contra del Bayern Munich. Insólitamente los holandeses, que marchaban primeros en su liga, perdieron ocho goles contra cero. En su última etapa como jugador fichó para el Feyenoord en 1983, descartado por el Ajax. Cruyff, de 38 años, hizo campeón al clásico rival de su amor primero. Ahora, contratado como asesor en las Chivas del Guadalajara, su llegada coincide con la reacción del equipo más popular del país que ya dejó el último lugar del torneo. Sin embargo, la pregunta inevitable alimenta el morbo futbolero: ¿Cuánto durará la luna de miel entre Vergara y Cruyff?

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