Con la cabeza en las nubes

sábado, 24 de marzo de 2012 · 20:24
Daniel Corral estudia la carrera de medicina. Es alumno de dieces. No va a fiestas. Acude a misa de ocho los domingos, lee los evangelios y recoge la limosna. Surgido de un modesto gimnasio bajacaliforniano en el que ahora se forman talentos deportivos, el joven atleta acaparó atenciones con dos medallas de oro en los Juegos Panamericanos de 2011 y más aún, cuando en Londres ganó su boleto a la justa olímpica de julio próximo. Su padre lo define así: “tiene la cabeza en las nubes, pero los pies en la tierra”. ENSENADA, BC (Proceso).- Del apellido de la señora Montserrat nadie se acuerda. Lo que no escapa a la memoria es que si no fuera por su denuedo, en esta tierra no se habría cultivado la gimnasia. Nadie ha olvidado el ahínco con el que buscó un terreno hasta que encontró uno baldío en la polvorienta colonia Hidalgo, en la subida de un cerro. Era finales de los sesenta. El entrenador Marcelino Reyes Ríos, un mozalbete veinteañero preseleccionado del equipo de gimnasia que participó en los Juegos Olímpicos de México 68, estaba recién llegado a esta ciudad porteña. No había empacado más que sus conocimientos y la ilusión de adoctrinar a quienes de ese deporte muy poco o nada sabían. En un lugar como éste, que de tan pequeño todo mundo se conoce, el profesor Marcelino y la señora Montserrat tenían que haber coincidido. A los oídos de la mujer de respetable familia llegaron noticias de que el entrenador daba su clase en los salones de las escuelas, que con su puro ingenio se las arreglaba para conseguir uno que otro aparato que luego arrastraba a un campo donde ponía a los chiquillos a echarse maromas. La señora no dudó en abrir su cartera. Y le fue a pedir a sus amistades de la clase acomodada que hicieran lo mismo. Motivó a los Ramos, a los Pelayo, a Lupita Viterlin, a los señores Popoff, a los Appel. Gestionaron donativos, hicieron rifas, vendimias y de todo un poco hasta que se reunió el dinero suficiente para construir el gimnasio que los niños necesitaban. Insistió ante los del municipio para que prestaran el terreno. Al cabo de seis años la instalación quedó lista y equipada, aunque con aparatos muy básicos. Lo llamaron gimnasio Montserrat. El profesor Marcelino se llenó de pequeñitos entusiastas que corrieron a inscribirse. En un par de años los niños comenzaron a destacar en las competencias regionales y nacionales. A golpe de esfuerzos se recogieron los primeros frutos: Francisco Ocegueda, Eduardo y Roberto Millán, Francis y Michel Popoff, Laura y Mirna Marmolejo, Ricardo Appel. Todos ellos lograron ser seleccionados nacionales. Ni ciudades más grandes como las vecinas Tijuana y Mexicali produjeron tanto talento. Luego figuraron Diego Mercado, Santiago López, Joaquín Ramírez, Kalo Traslocheros y, finalmente, Daniel Corral, doble medallista de oro en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011; primer gimnasta mexicano que luego de dos décadas asistirá a unos Juegos Olímpicos. Si a los papás de Daniel Corral les hubieran dicho que su hijo sería un atleta de talla olímpica seguro se habrían volteado a ver y soltado una carcajada. A aquel bebé que chupón en boca y aún usando pañal hacía piruetas en el pódium y gateaba en los colchones, sólo se lo llevaban al gimnasio porque su mamá no tenía quién lo cuidara mientras su hermana mayor, Allyn, tomaba sus clases. Por pura casualidad, Danielito conoció la gimnasia. Ajeno a su destino, el pequeño se colgaba de los aparatos. El entrenador Luis Velasco lo observaba a la distancia cómo imitaba a otros niños. Copiaba los ejercicios. Simulaba las acrobacias. “El entrenador me decía: ‘Ese niño va a ser mío. Yo lo quiero entrenar. Acuérdese doctor que me lo va a dar a mí’. Él vio en mi hijo algo que nadie más percibía y yo lo agarraba de chiste. Como a los cuatro años y medio Daniel empezó a tomar clases. Sólo era una actividad recreativa aprovechando que mi esposa llevaba a mi hija. No era nada serio. Nunca pensamos que pasaría esto. Jamás lo soñé. Creí que era un pasatiempo”, reconoce Enrique Corral, prestigioso oftalmólogo ensenadense. “Coperacha” Los primeros entrenamientos de Daniel Corral se dieron a la par de los apuros económicos que pasaban quienes formaron una asociación civil para administrar el gimnasio. Cuando no llegaban los funcionarios de la secretaría de Hacienda a embargar los aparatos, el Seguro Social les imponía multas impagables porque los entrenadores no estaban dados de alta. Las cuotas eran insuficientes para costear el agua, la luz, salarios y los viajes a las competencias de atletas y entrenadores. La necesidad era tan grande que cuando no hacían paella para vender, los familiares de los niños llevaban trampolines y colchones hasta la zona del muelle a donde llegaban los cruceros que zarpaban de Los Ángeles. Los turistas se agasajaban viendo a las pirinolitas hacer piruetas en la calle a cambio de unos dólares. Los papás de los gimnastas explicaban a los extranjeros en distintos idiomas por qué pedían cooperación, mientras las mamás les acercaban botecitos para recolectar el dinero. “En ese tiempo nos incautaban los aparatos porque no teníamos para pagar los impuestos. El IMSS nos cayó y ni a ellos ni a los de Hacienda les importaban nuestras explicaciones. Un día les dábamos el caballo con arzones, otro unas barras. Y luego también pedíamos cooperación a los papás para recuperarlos. Fueron épocas muy difíciles. Ya después el Instituto del Deporte de Baja California nos empezó a ayudar desde que Daniel cumplió 10 años”, cuenta Gloria Barrón, mamá del atleta. Aunque le tocaron tiempos más prósperos, Daniel no se salvó de salir a botear. Los niños del gimnasio Montserrat eran tan talentosos que cuando no andaban por Sinaloa, iban a Tabasco u otros estados a competir. Bastaba con que uno de los gimnastas ganara una medalla, aunque fuera de bronce, para que se organizara una fiesta. Había que sacar el dinero de debajo de las piedras. “Era de pararnos en las esquinas con nuestros niños con sus medallas al cuello y a explicar que iba a haber una competencia y necesitábamos ayuda para mandarlos. A veces era afuera del McDonald’s o mi esposo se los llevaba al centro comercial Calimax, a la salida de Ensenada. Como mi esposo es un médico reconocido, hasta sus pacientes se sorprendían: ‘¿Doctor, qué hace aquí?’, le decían. ‘Mis hijos son gimnastas, apóyenme’. Y la gente sí cooperaba, aunque sea de a un peso”, relata la mamá de Daniel. Una vez que Saúl Castro se convirtió en el responsable del deporte estatal, implementó un programa de apoyo del cual forma parte Daniel Corral. El gobierno lo dotó de casi todo lo que necesitaba para ser un atleta de alto rendimiento. En 2001, con 11 años cumplidos, participó por vez primera en la Olimpiada Nacional, el torneo de deporte amateur más importante de México y en el que el bajacaliforniano se convirtió en el rey de la gimnasia. Internacionalización En 11 participaciones ha conseguido 72 medallas, de las que 56 son de oro, 13 de plata y sólo tres de bronce. Nunca otro mexicano en ningún otro deporte ha tenido tal hegemonía. Es un récord que le pertenece a Daniel Corral. Lo normal era que después de cada Olimpiada regresara a casa con el cuello casi doblado por el peso de tantas preseas. Y entonces empezó a aburrirse. “Un metodólogo cubano nos alertó que Daniel tenía cara de aburrimiento. Ya no le entusiasmaba ganar porque no había retos. Tenía 16 años cuando habló con nosotros y nos dijo: ‘la gimnasia ya no me atrae’. Lo llevamos con psicólogos y nos decían: ‘ya no quiere’. Dejó de ir a entrenar algunas semanas, entonces a mi esposa y a mí se nos ocurrió regalarle un viaje a Inglaterra. Era su sueño. Alucinaba con los ingleses, quería hablar inglés con acento británico. No teníamos ni dinero, nos íbamos a endrogar con las tarjetas de crédito. Acabábamos de poner nuestra clínica con quirófano y estábamos endeudados. Gloria le dijo que sólo le pedía que fuera a la Olimpiada Nacional y ganara una medalla de oro, pues no era ético salirse así cuando tenía un compromiso con las autoridades. Le dijimos ganas, das las gracias y te retiras; a cambio te damos el viaje. Daniel aceptó”, relata el doctor Corral. Lo que Daniel ignoraba es que, ya enterado de la situación, su entrenador Óscar Aguirre Jalil estaba gestionando que el entonces presidente de la Federación Mexicana de Gimnasia, Alejandro Peniche, le diera la oportunidad de participar en un selectivo para intentar ganarse un lugar en la selección nacional. Incrédulo, el federativo se rehusaba, pero Aguirre insistió tanto en que Corral era mejor que cualquiera de los seleccionados que terminó por aceptar. En la competencia local, las puntuaciones de Corral fueron tan altas que dejó fuera de los Juegos Centroamericanos 2006 a gimnastas experimentados. Se ganó los reclamos de los papás de esos deportistas que ni idea tenían de quién era ese adolescente que les pasó por encima. “Se volvió a enganchar. En los Centroamericanos de Cartagena ganó una medalla de plata (en salto de caballo) y una de bronce (por equipos) con atletas de más de 24 años. Imagínate mi chamaquito flaquito al lado de los popeyes. Entrenó durísimo, pero además tiene la facultad de aprender muy rápido a ejecutar los ejercicios. Se motivó y empezaron los retos mayores. Se internacionalizó. Vinieron los mundiales, las copas, los panamericanos, puros éxitos. Y ya no lo mandamos a Inglaterra porque lo seleccionaron para los Centroamericanos y en su agenda ya no hubo espacio para el viaje. Ya habíamos pagado la cuarta parte y terminamos perdiendo el dinero”, cuenta el papá de Daniel. Pero incluso antes de que el gimnasta diera ese salto, Kurt Golder, entrenador del equipo de gimnasia de la Universidad de Michigan –que forma parte de la conferencia Big ten (Diez grandes) de la NCAA, es decir, la de mayor nivel en el deporte colegial de Estados Unidos– le ofreció una beca académica completa, además de ser titular all around (que compite en las seis pruebas de la rama varonil). Golder y algunos de sus atletas se trasladaron hasta Ensenada para tratar de reclutar a Daniel. Durante una semana convivió con él y con sus padres cuando el chico aún estudiaba secundaria. Había visto competir al mexicano en distintos torneos en ciudades de su país y estaba encantado con su estilo. Lo único que no le ofreció Golder fue permiso para presentarse con la selección mexicana de gimnasia. Su prioridad tendría que ser las competencias colegiales. Daniel rechazó la tentadora oferta. Le explicó que su único objetivo era llegar a los Juegos Olímpicos. “Para mí fue un trauma”, suelta Enrique Corral. “Era mi sueño dorado que estudiara en una universidad del Big ten, para asegurar su futuro. Le hablaron de otras universidades y les decía lo mismo, y yo le decía espérate está muy canijo que lo rechaces. Yo hasta temblaba. Después entendí que fue lo mejor. Veía la posibilidad de que fuera seleccionado, pero no que se subiera al podio con dos oros (en caballo con arzones y barras paralelas) en unos Panamericanos. “Los Juegos Olímpicos no aparecían ni en mi mejor sueño dormido o despierto. Para mí tener un hijo olímpico era como ir a la Luna o a Marte. Muchos entrenadores y jueces internacionales nos decían que tiene madera. Uno de ellos fue el papá del campeón mundial Danell Leyva –el exintegrante de la selección nacional de Cuba, Yin Álvarez, es padrastro y entrenador del atleta cubano-americano–. Fue cuando empecé a creer. Me empecé a convencer. Ya es una realidad.” Campeón en Londres Daniel Corral nunca ha sido una persona ordinaria. El mismo afán que pone en la gimnasia lo aplica en su vida cotidiana. En la escuela sólo acepta dieces de calificación. Con todo y que se ausentaba por las competencias siempre obtenía las mejores notas. Desde primaria competía con sus compañeros para ser el mejor. Sin importar que entrenara entre cuatro y seis horas al día, al gimnasta le amanecía haciendo tareas. Cuando sus padres reclamaron, la maestra les explicó que su hijo hacía tanta tarea por gusto y adelantaba trabajos porque quería ser el primero. Los Corral optaron por cambiarlo de escuela. En secundaria volvió a coincidir con los dos niños de primaria a quienes se empeñaba en demostrar su excelencia. Su deseo intenso por alcanzar la perfección no cayó bien entre sus compañeros de salón. Lo miraban mal por “cerebrito”, pero también hasta cuando defendía a algún inocente del bullying de los grandulones. En 2004, cuando una de las sedes de la Olimpiada Nacional fue Ensenada, la maestra se llevó a todo el grupo a ver competir a Daniel que no falló al cosechar seis medallas de oro. Una por aparato. “Uno de los chamacos que más lo molestaba le dijo: ‘Mis respetos. Me quito el sombrero’. Quién sabe que pasó que hasta se fue del lado de los desastrosos. Sacaba 2 de calificación, no entregaba tareas. La directora me decía que ya se estaba volviendo normal. Daniel necesitaba esa época de relajo. Increíblemente le cambio hasta la letra. Algo soltó. Jugaba futbol y llegaba todo lleno de tierra. Él se autoimpuso ser un niño modelo. Es su personalidad. Y creo que se cansó. Todavía es así, pero ya está mas relajado”, explica Gloria. En sus pocos ratos de ocio, cada puente del 15 de septiembre, los Corral Barrón salen a acampar al parque nacional San Pedro Mártir, al sureste de Ensenada, donde se encuentra el Observatorio Astronómico Nacional. En esos viajes Daniel solía tirarse durante horas a ver las estrellas pensando en silencio quién sabe en qué. Concentrado como el ajedrecista que se juega todo en el próximo movimiento. Le encantaba entretenerse con los perros de Elena Bretz, una amiga de la familia que lo conoce desde que su mamá “lo traía en la panza”. Ahora es su publirrelacionista que lo ayuda a lidiar con la fama y el éxito que le cayeron como en avalancha. Daniel ya es buen estudiante otra vez. Se matriculó en la carrera de medicina, de la que ya cursó dos semestres. La tuvo que interrumpir para buscar su pase olímpico que consiguió en enero pasado en Londres, donde fue cuarto en el all around y ganó oro en barras paralelas. En su agenda siempre hay tiempo para ir a misa de ocho en la iglesia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos en la colonia donde vive. Le gusta hacer las lecturas de los evangelios y pasar a recoger la limosna. Su papá dice que no va sólo para hacer presencia, sino que se ve que tiene una conexión muy fuerte con Dios porque su hijo “tendrá la cabeza en las nubes, pero los pies en la tierra”. El doctor Corral está convencido de que la fortaleza mental de Daniel es lo que lo separó de ser un chico ordinario que posee una gratitud infinita y que además es humilde. “Se sabe mortal”, matiza. En términos de la gimnasia, refiere, su hijo está por encima de lo que llaman “la línea”, porque al ejecutar los elementos de sus rutinas es más limpio y preciso que el promedio de los atletas. “Es un don. Su talento es un regalo de Dios. Daniel es una persona muy espiritual y dice que las maravillas que hace es Dios a través de él”. Ni la señora Montserrat ni el profesor Marcelino Reyes pudieron ver al niño que fue esculpido gimnasta convertido en atleta olímpico, pues ambos fallecieron. Y aunque las penurias económicas aún no se acaban, los triunfos de Daniel impulsan a otros chiquillos que quieren ser como él. En el hoy llamado Club de Gimnasia Ensenada A.C., hasta el campeón panamericano paga su cuota mensual. Recién llegado de Guadalajara, su mamá rentó una plataforma de tráiler en la que Daniel Corral se paseó por toda la ciudad con sus dos medallas de oro, mientras su mamá y las de los noveles gimnastas repartían volantes invitando a todos los chiquillos a inscribirse en el semillero de campeones.

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