Iván...el terrible*

lunes, 30 de julio de 2012 · 10:36
Como un torbellino y contra todos los pronósticos, Iván García se ganó su lugar en el equipo de clavados, así como su boleto para acudir a los Juegos Olímpicos de Londres 2012. A decir de sus entrenadores se trata de un fenómeno, de un joven con un talento innato para el deporte, pero al que debe guiársele para que termine de superar los problemas psiquiátricos que sufre desde niño. Su rebeldía y su conducta acelerada lo convirtieron en la pesadilla de sus padres, sus maestros y sus entrenadores. GUADALAJARA, JAL. (Proceso).- El diagnóstico de los sicólogos fue brutal: el niño Iván García era un delincuente en potencia. A los padres del muchacho el pronóstico los asustó, aunque de alguna manera lo esperaban: desde su etapa de maternal causaba problemas, no tenía límites ni obedecía a nadie. Con frecuencia, los papás de sus pequeños compañeros reclamaban por el maltrato a sus hijos. Dieciséis años después de aquel diagnóstico -déficit de atención con hiperactividad (TDAH)-, el clavadista Iván García es uno de los mejores atletas mexicanos. En Londres 2012 participará en sus primeros Juegos Olímpicos en las pruebas de plataforma individual y sincronizados con Germán Sánchez. "Hasta la fecha Iván está en los clavados por su formación como persona, no como deportista especializado. Se le da de manera natural y le ha ido bien, pero eso ya es un plus porque lo que hemos querido es ir en contra de los pronósticos de los sicólogos. Gracias al deporte lo hemos sacado de la calle. Nuestro proyecto de vida fue hacer un hombre de bien, porque empezamos con problemas de niño que, según todos los indicios, se irían agravando hasta llevarlo a delinquir", cuenta José Ramón García, padre del atleta. Iván García, a quien desde pequeño apodan El Pollo, tuvo su primer contacto con el deporte a los cuatro años de edad. Sus padres lo inscribieron en clases de natación en una alberquita que estaba cerca de su colonia, y donde él solito aprendió a flotar porque no dejaba que el maestro le enseñara. El chiquito se aventaba sin miedo al agua y como podía daba brazadas para ir de un extremo a otro. Luego incursionó en karate, disciplina en la que estuvo escasos tres meses, hasta que le fracturaron una mano por empecinarse en enfrentar a niños más grandes, y después en el futbol llanero, que tampoco convenció a su papá porque los jugadores "si ganan toman y si pierden también". En primer año de primaria, su profesora condicionó su permanencia en el grupo sólo si lo inscribían en algún deporte para que descargara la mayor cantidad de energía y se comportara un poco mejor. Iván no podía estar un momento quieto, no medía el peligro, siempre hacía lo contrario a lo que se le pedía y sus problemas de conducta ocasionaban que nunca lo llevaran a paseos escolares o actividades fuera del plantel. "Sufrió porque lo marginaban. Lloraba porque a todos los niños se los llevaban menos a él. Por su mismo problema es muy astuto e inteligente. La maestra explicaba y, como a la primera captaba, se aburría y empezaba a molestar a los demás: a uno le quitaba el lápiz, a otro le jalaba el pelo, la daba una patadita, le movía el brazo. La maestra le decía que pusiera atención y él respondía: 'Es que ya sé. Si quiere siéntese, le doy la clase'. "Todos se quejaban. Llegó un momento en que tenía un lugar en la dirección. La maestra le ponía trabajo especial y cuando terminaba se iba como secretario del director y andaba dando recados, ayudando a hacer mandados." Apurados por la maestra, los García llevaron a Iván a la alberca del Code Jalisco (Consejo Estatal para el Fomento Deportivo y el Apoyo a la Juventud) para inscribirlo en natación, pero cuando pasaron a un lado de la fosa de clavados, el chamaco se agarró de un barandal y dijo que ahí se quería quedar. Por más que su mamá le explicó que primero tenía que aprender a nadar, no se soltó hasta que su papá fue a hablar con el entrenador de clavados, el cubano Raúl Pérez. "El entrenador le preguntó: '¿Se anima a aventarse de un trampolín de tres metros?'. Iván le dijo que sí. 'A ver, aviéntese'. Iba subiendo las escaleras y lo regresó. Le dijo que se tirara desde la orilla. 'Está hondo, ¿sabe nadar?'. Le dijo que sí y que se tira a la fosa. Le dije al maestro: 'No sabe nadar, sabe sobrevivir, no se ahoga pues'. Lo tuvo como tres días aventándose clavaditos desde la orilla, hasta que nos dijo: 'Sí tiene aptitudes, hay que darle la oportunidad'." Entonces a Raúl Pérez le tocó el turno de sufrir la indisciplina del niño de siete años. "Como siempre, hacía lo que le daba la gana", dice el señor García. No tenía ni seis meses en las clases de clavados, pero El Pollo se le acercaba al entrenador y le jalaba insistentemente el pantalón: "Maestro, yo me quiero aventar de allá arriba", le decía entusiasmado mientras apuntaba hacia las plataformas de cinco y 10 metros. La respuesta siempre era la misma: "¿Está loco o qué? Haga sus entraditas desde la orilla", espetaba. Hasta que un día, Iván se subió sin permiso a la plataforma de cinco metros. Pérez, desesperado, se desgañitaba diciéndole que se bajara. "¿Me bajo, maestro? Pues ahí voy. Se aventó. Fue su primer clavado. El entrenador estaba muy molesto y decía: 'Pero ahorita que salga va a ver'. El canijo chamaco no salía y no salía. Y que se tira el cubano con otro entrenador al agua. Pensaron que se había golpeado. Mientras lo buscaban, Iván salió por el otro extremo. Se había ido por abajo nadando como pudo. El maestro muy molesto lo regañó y se la sentenció: "Aquí mando yo, y si no haces lo que te diga te vas a tu casa y no vuelves. A nadie le hacía caso, pero después de esa regañada al único que obedecía era a su entrenador. Sí mejoró un poquito su conducta, pero en las clases de clavados, porque en la escuela no." Un caso difícil Lupita Ramírez, maestra de tercer grado en la primaria pública Manuel M. Diéguez, descubrió que si le permitía a Iván quitarse la camisa en el salón y tomar la clase tirado de panza en el piso, el niño se portaba mejor. Le tuvo paciencia y lo ayudó a que obtuviera buenas calificaciones, para que el director le autorizara viajar a las competencias nacionales en las que por su talento comenzaba a destacar. En cuarto año, como sólo había "quejas y quejas" de Iván, ya no le permitían faltar. Entonces la maestra Bertha le decía que se fuera tranquilo, pues ella no reportaría la inasistencia. El Pollo ya estaba cautivado por los clavados. Nada le gustaba más. Tal era su fervor que cuando aprendió a hacer estribos -los tres pasos que dan los clavadistas antes de comenzar a saltar para tomar impulso- hasta dormido los practicaba. "Algunas ocasiones se levantaba al baño en la madrugada, se ponía como soldadito en posición de firmes, daba sus tres pasos y llegaba brincando al baño, pero estaba dormido. Todo el día hacía eso. Si lo mandaba a la tienda o a donde fuera, así iba, haciendo estribos", cuenta su papá. Iván ya había comenzado a entrenar con la profesora Martha Lara, con quien comenzó a mejorar notablemente su nivel deportivo. Con ella viajó a Cuba a una competencia escolar a los nueve años. Cuando faltaba sólo una ronda para el final de la prueba, un clavadista cubano se le acercó para pedirle que lo dejara ganar porque si no obtenía el primer lugar no le darían de comer carne. Conmovido por lo que había escuchado, El Pollo se tiró de avioncito y sacó cero. "Llegó bien contento porque decía que lo había ayudado a comer en el comedor de la carne y no en el de las verduras. Con todo y su cero, quedó sólo a cuatro puntos del cubano, pero más que el resultado para mí lo importante es la obra buena que hizo." El entrenador Iván Bautista llegó a la vida de El Pollo García cuando éste apenas rebasaba los 10 años. Fue la primera persona que les advirtió sobre el talento de su hijo y su capacidad natural para llegar a los Juegos Olímpicos. "Nos dijo que tiene un don. Ni siquiera los entrenadores se explican cómo es que Iván, que es indisciplinado y no hace caso, puede ser exitoso. A partir de que fue a los Juegos Olímpicos de la Juventud -en Singapur 2010, donde ganó bronce en plataforma individual- entendió lo que es entrenar porque antes entrenaba lo que quería, a diferencia de Germán (su pareja en sincronizados), que es muy disciplinado. Si Iván dice que hagan 200 abdominales mi hijo hace 100, si los otros entrenan al 120% mi hijo entrena al 60, por eso lo ven como un don", narra Angélica Navarro, mamá del clavadista. El camino al alto rendimiento ha sido complicado para Iván García. Aunque sus papás reconocen que el director del Code, Carlos Andrade Garín, lo ha apoyado en todo, por su conducta en varias ocasiones ha estado al filo de que lo expulsen de ese centro de entrenamiento. En la secundaria encerró en el baño durante más de una hora al maestro de informática. En otra ocasión la propia directora de la escuela lo culpó de haber vaciado tinta en la silla de un profesor a quien, al sentarse, se le estropeó el traje. La alumna responsable de la travesura terminó por confesar su culpa cuando vio que estaban a punto de expulsar al Pollo. "Le achacaban hasta lo que no hacía. Y él nunca se defendía. Si le echaban la culpa, aguantaba. Por su conducta siempre ha estado etiquetado. El doctor Andrade siempre habla con mi hijo como amigo. Le dice: 'No seas vago, bájale; si no te voy a tener que correr'. Y El Pollo se le cuadra. Todos lo han apoyado. Iván Bautista hasta ha firmado como su tutor porque una vez les dije que yo ya no me hacía responsable de la conducta de este niño: córranlo para ver si así entiende. Aunque sus maldades son sanas, no son vicios, no está bien lo que hace. El maestro al que encerró pidió que lo corrieran. Andrade e Iván le dijeron que le iban a dar la última oportunidad. Le han dado muchas últimas oportunidades, y se las siguen dando", reconoce el padre. En los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011, Iván García obtuvo medalla de oro en individual y sincronizados. Ese mismo año, en el mundial de natación de Shanghai, al avanzar a la ronda de semifinales consiguió su calificación a Juegos Olímpicos en la prueba individual. El boleto en sincronizados lo ganó en la copa del mundo en febrero pasado, junto con Germán Sánchez, porque terminaron en segundo lugar, sólo detrás de los chinos Yuan Cao y Yanquan Zhang. Al señor José Ramón García ahora sus conocidos lo llaman Mister Rooster (señor gallo), y en los pasillos del mercado Cuarto Centenario, en el centro de esta ciudad, donde desde hace 22 años es dueño de la pollería El Pollito, se pavonea orgulloso por los logros de su hijo, aquel pequeñito que era tan bueno para matemáticas que era el encargado de dar los cambios a los clientes y que saliendo de la escuela, antes de ir a entrenar, se ganaba unas propinitas como garrotero en la fonda de al lado. "Cuando mi esposa estaba embarazada, El Pollo dijo que él le iba a regalar la carriola a su hermanito y se puso a trabajar recogiendo los platos y llevándole agua y tortillas a los clientes. Se acomedía a todo, tenía como nueve años. Una hora al día trabajaba de mesero y garrotero. De todas sus propinitas juntó 2 mil pesos y él solito pagó esa carriola", recuerda García. Para la familia de Iván García atrás quedaron los tiempos en que sobregiraban sus tarjetas de crédito y andaban pidiendo otras prestadas a familiares y amigos para pagar los viajes nacionales y al extranjero, los uniformes y equipo deportivo y todos los calzones y pares de calcetines que el muchacho dejaba olvidados quién sabe dónde. Desde que su hijo se convirtió en seleccionado nacional, por fin las becas y los recursos alcanzan para que su carrera deportiva no dependa del presupuesto familiar. Hasta los 16 años Iván García estuvo bajo tratamiento psiquiátrico con medicamentos para ayudar a su cerebro a producir la sustancia que impide que sus neuronas choquen y hagan una especie de cortocircuito. A esa edad su corteza cerebral maduró lo suficiente y fue dado de alta. "Ya no toma medicina, pero de repente tiene sus arranques porque el déficit de atención no se cura, sólo se controla. A Iván le enseñaron a controlarse y analizarse, a tener límites y tolerancia, pero a veces la pierde, sobre todo cuando no entrena; en un momento está bien y luego se acelera, se desespera, necesita el desgaste físico para relajarse. Y sus triunfos le han caído muy bien", remata Angélica Navarro. Reportaje publicado el 29 de abril del 2012 en la edición 1852 de la revista Proceso.

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