Los conflictos detrás de Londres 2012

lunes, 13 de agosto de 2012 · 11:47
La fiesta deportiva universal por antonomasia, la justa olímpica, no está ni puede estar a salvo de la política, de las ideologías y de los fundamentalismos religiosos. Esto quedó demostrado hace 40 años, cuando ocurrió la tragedia de Munich y se mantiene hasta hoy, en Londres 2012: incidentes diplomáticos causados por errores en la presentación de banderas, atletas ausentes para evitar confrontaciones con representantes de países enemigos, delegaciones que participan bajo amenazas y presiones políticas... La fiesta de la hermandad cojea. LONDRES (Proceso).- Las banderas juegan un papel relevante en los Juegos Olímpicos. Provocan controversias, generan incidentes diplomáticos y a veces traen sorpresas... En todo caso recuerdan que la política nunca deja de rondar por la fiesta mundial del deporte. En Gran Bretaña no fue necesario esperar la inauguración para que empezaran los problemas. El primero fue en el estadio de Glasgow –sede de los partidos de futbol femenil– dos días antes de la apertura oficial de las Olimpiadas. El 25 de julio las futbolistas norcoreanas se quedaron petrificadas cuando vieron aparecer en las pantallas gigantes del estadio la bandera de Corea del Sur en lugar de la de Corea del Norte, país con el que mantiene hondas rivalidades político-ideológicas. Durante casi una hora las asiáticas se negaron a salir a la cancha mientras los técnicos trataban de corregir el error. El Comité Organizador multiplicó las disculpas para tratar de apaciguar a la enfurecida delegación norcoreana. No era para menos: al igual que Kim Il Sung, su abuelo y Kim Jong Il, su padre, el joven líder norcoreano Kim Jong Eun es implacable cuando se trata de “defender el honor de su país”, que la dinastía comunista a la que pertenece dirige con mano de hierro desde 1945. Creció el nerviosismo del Comité Olímpico Internacional (COI) cuando quedó establecido que las dos Coreas debían enfrentarse en el torneo de ping pong por equipos el pasado sábado 4. El partido fue sumamente tenso pero no hubo incidentes. Vencieron los surcoreanos y los del norte se esfumaron sin comentarios. Yoo Nam-Kyu, entrenador del equipo de Corea del Sur, explicó diplomáticamente: “Pertenecemos al mismo pueblo, hablamos el mismo idioma, pero actualmente no somos muy amigos”. Concluyó: “Nuestra historia nos hizo sentir en la obligación de vencer a Corea del Norte...” Asiático también fue el segundo “banderazo”. Esta vez opuso Taiwán a China. El nombre oficial de Taiwán es República de China. Fue en esa isla donde se refugiaron Chiang Kai-shek, líder del Kuomintang (Partido Nacionalista Chino) y sus dos millones de compatriotas cuando Mao y el Partido Comunista proclamaron la República Popular China en 1949. Desde entonces las relaciones entre la minúscula República de China y su inmensa vecina son sumamente tensas y complejas. Taiwán es soberano de facto pero no tiene margen de acción a escala internacional. La República de China tiene su propia bandera: roja con un rectángulo azul en el extremo superior derecho, adornado por un sol blanco. Es el emblema de los nacionalistas chinos odiados por la China continental. Se enarbola en la isla pero no puede salir de ella. Taiwán debe presentarse con otro estandarte, neutro, en todos los acontecimientos internacionales. Así lo dictaminó Beijing. Nunca se sabrá quién asesoró a la Asociación de Comerciantes de Regent Street para la decoración de la más famosa “calle de compras” de Londres, pero es obvio que desconocía la historia china de las últimas seis décadas. Días antes de que empezaran los Juegos Olímpicos, Regent Street amaneció con cientos de banderas de todos los países del orbe colgadas de un lado al otro de la calle. Entre ellas, la roja y azul de la República de China. Los taiwaneses que estaban de paso o que viven en Londres se entusiasmaron. En pocos minutos las fotos de su “querida bandera nacional” flotando alegremente en una calle londinense dieron vueltas por internet. En Taiwán se empezó a celebrar el histórico acontecimiento. Es fácil imaginar que la crisis fue mayúscula entre el embajador de la República Popular China, el alcalde de Londres y el COI. Pero se dio a puerta cerrada. Muy pronto las banderas prohibidas por Beijing cedieron el paso a las autorizadas. En Taipei –la capital de Taiwán– todo mundo entendió que la cúpula del Partido Comunista Chino había ordenado la desaparición de la bandera taiwanesa. La opinión pública se enardeció y la oposición aprovechó la oportunidad para fustigar a su presidente Ma Ying-Jeou, por su falta de firmeza ante la otra China. El jefe de Estado tuvo que comprometerse a pedir cuentas a su poderosa contraparte Hu Jintao.   La tragedia de Munich   En Londres la bandera de Palestina ondeó por primera vez en unos Juegos Olímpicos, lo que también causó sorpresa.­ El Comité Olímpico de Palestina fue creado en 1986, pero el COI tardó nueve años en reconocerlo. En 1996, en Atlanta, los deportistas palestinos pudieron participar por primera vez en las Olimpiadas. En esa oportunidad y hasta los Juegos de Beijing en 2008 desfilaron al amparo de la bandera olímpica. En Londres cambiaron de estatus y el hecho distó de agradar a Israel. Pero lo que más ofendió al gobierno de Netanyahu fue que Jacques Rogge –presidente del COI– se negara a conmemorar la tragedia de la delegación israelí en los XX Juegos Olímpicos, en Munich, en la entonces República Federal de Alemania. Hace 40 años, el 5 de septiembre de 1972, un comando palestino secuestró a los atletas israelíes en la Villa Olímpica de Munich. La acción terminó en un baño de sangre. Avery Brundage, entonces presidente del COI, no interrumpió la justa olímpica. “The show must go on”, proclamó y desde entonces esa frase persigue al COI: “El show debe continuar”. Las familias de los 11 israelíes muertos en ese atentado multiplicaron contactos con Rogge. En vano. Éste prometió viajar a Israel el próximo 5 de septiembre para asistir a las ceremonias conmemorativas, pero fue todo. No aceptó la idea de guardar un minuto de silencio durante la ceremonia de apertura de los Juegos para rendir homenaje a los atletas asesinados. “El show debe continuar”. Por otra parte el público aplaudió al paso de la pequeña delegación olímpica iraquí integrada por ocho atletas, cinco hombres y tres mujeres. Fue una de ellas, Dana Hussein, corredora de 100 metros, quien portó la bandera de su país. Según Samir Sadiq al-Musawi, que encabeza esa delegación, los atletas tuvieron que entrenarse fuera de su país porque Irak carece de una infraestructura deportiva apropiada después de décadas de guerra y sanciones económicas. Peak Sport, empresa china de productos deportivos, les obsequió a los deportistas iraquíes todo lo que necesitaban. Musawi reconoció que la presencia de Irak en Londres era, antes que todo, simbólica.   Países en revolución   Mucha curiosidad despertaron también la minúscula delegación libia y la nueva bandera de su país: tres franjas horizontales –roja, negra y verde– con una media luna y una estrella blanca al centro. Sólo cinco libios participaron en taekwondo, halterofilia, natación y atletismo sin la mínima ilusión de ver una medalla. Ali Elkekli, halterofilista, explicó a la prensa que la meta de su delegación era “presentarse ante el mundo, exhibir su orgullo de ser libios y recordar a los mártires de la revolución”. Los atletas no pudieron entrenar debido al caos de la rebelión contra Gadafi –la situación en Libia aún es inestable– e incluso estuvieron a punto de no llegar a Londres. El 15 de julio Nabil Elalem, flamante presidente del renacido Comité Olímpico Libio fue secuestrado cerca de su oficina a las tres de la tarde en Trípoli. Lo sacaron de su coche, le vendaron los ojos, lo encerraron en una casa de algún suburbio de esa capital y durante una semana lo interrogaron sobre su pasado. Seguía secuestrado cuando llegó la fecha de viajar a Londres. Los atletas no quisieron ir sin él pero las nuevas autoridades libias les rogaron que lo hicieran para representar a su pueblo. Finalmente tomaron el avión. Fue liberado el 18 de julio. El día 21 viajó a Londres. A los periodistas que lo interrogaron les dijo que desconoce la identidad de sus secuestradores y sus motivos. Elalem es conocido en Libia. Era un judoka destacado hasta su detención y encarcelamiento en 1984 por sus contactos con la oposición. Después de nueve años de exilio en Malasia regresó a Libia en 2003 para encabezar la Federación de Judo de su país. No tenía buena relación con Muhamad Gadafi, hijo del exlíder máximo, dirigente del Comité Olímpico Libio (COL). Elalem y sus judokas participaron en los Juegos Olímpicos de Atenas y Beijing, pero cuando empezó la revolución dejaron todo para unirse a los insurgentes. El pasado octubre, poco tiempo después de la muerte del líder libio, Elalem fue electo presidente del COL en reemplazo del hijo de Gadafi. También la presencia de una delegación olímpica siria generó tensión en Londres. Hubo muchas presiones sobre Rogge para obligarlo a impedir su participación. Pero el presidente del COI fue inflexible. En una entrevista publicada el 29 y 30 de julio en el vespertino Le Monde Rogge enfatizó: “Los atletas están ahora en la Villa Olímpica y competirán en Londres. Trabajamos en estrecha colaboración con el Comité Olímpico del país para que los atletas pudieran entrenarse y participar en los Juegos a pesar de un contexto sumamente difícil. Estos atletas cuentan con todo nuestro apoyo y nos alegra que estén aquí.” Gran Bretaña se mostró mucho más drástica y le negó la visa a Mowaffak Joumaa, general retirado que funge como presidente del Comité Olímpico Sirio. En algunas entrevistas con la prensa internacional Joumaa ha reivindicado su orgullo de servir a Bashar al Assad. A principios de julio el gobierno británico anunció su decisión de ser muy selectivo para otorgar visas a los participantes sirios. Sólo 10 llegaron a Londres para representar a su atribulado país... y huyeron de los periodistas. Antes de viajar a Londres tuvieron una larga entrevista con Assad. Según la oposición siria en Europa el dictador los amenazó con represalias contra sus familias si los deportistas intentaban quedarse en Gran Bretaña o criticaban al régimen. Pero Muhammad Hamsho no se escondió de la prensa. Este campeón sirio de equitación, de sólo 19 años y famoso en todo Medio Oriente por su talento en salto de obstáculos, estudia ciencias económicas y sociales en Londres. En entrevista con The Times el 25 de junio alabó a Assad, quien “protege al pueblo sirio de los terroristas”. El padre de Hamsho, también llamado Muhammad, es uno de los más poderosos hombres de negocios de su país y es socio de Mahir al Assad, hermano de Bashar. Los servicios estadunidenses de inteligencia afirman que sirve de intermediario al presidente sirio para sus negocios. Todos los bienes que Hamsho tiene en Estados Unidos están congelados. Rogge minimizó las polémicas que desataron en la prensa británica las declaraciones del campeón de equitación y la indignación de la oposición siria, que en Gran Bretaña es numerosa. El COI desechó las numerosas peticiones contra Hamsho que le llegaron por internet de todas partes del mundo. “El show debe continuar”. Pero el show fue muy breve para los atletas sirios y sobre todo para Hamsho, quien acabó en último lugar en la competencia de salto con obstáculos el domingo 5.   Diferencias religiosas   El presidente del COI debe tener nervios de acero porque al tiempo que mantenía a Hamsho en los Juegos le tocó recordarles a los atletas que debían enfrentar a sus competidores cualesquiera fueran su país o su religión. Aludía a los musulmanes, susceptibles de negarse a competir con los israelíes. En realidad tenía la mirada puesta sobre la delegación iraní. Bahram Afsharzadeh, presidente de esa representación, captó el mensaje de Rogge y aclaró que sus deportistas estaban dispuestos a medirse con todos los atletas. La reacción de Teherán no tardó: El ministro de Deportes, Muhammad Abbassi precisó que “rehusar competir con atletas sionistas es uno de los valores que llenan de orgullo a los atletas iraníes y a toda la nación”. Hasta el cierre de esta edición no se había señalado incidente alguno entre deportistas de Israel e Irán, pero hubiera podido darse por lo menos uno si el campeón iraní de judo, Javad Mahjub, hubiera ido a Londres. En vísperas de su salida el judoka padeció “una terrible infección intestinal” que le impidió viajar. Según especialistas de la BBC es probable que se tratara de una “enfermedad diplomática”: Mahjub quería evitar a toda costa luchar contra un judoka israelí. Los deportistas iraníes se sienten entre la espada y la pared. Si obedecen a sus autoridades deportivas y rehúsan enfrentarse con un israelí, se condenan a ser excluidos de los juegos. Si aceptan competir con un deportista de Israel saben que serán expulsados de su federación nacional. Mahjub optó por vivir en paz en su tierra. Las futbolistas iraníes, en cambio, tenían las maletas listas para viajar a Londres pero se quedaron en Teherán porque la FIFA prohibió que jugaran tapadas de pies a cabeza con su hiyab.   Una vida azarosa   La política ocupa un lugar primordial en la vida del Guor Marial. Pero eso no impide que su historia sea una magnífica parábola. Este maratonista sud sudanés de 28 años desfiló bajo la bandera olímpica y compite como atleta independiente en Londres 2012. Su país, la República de Sudán del Sur, proclamó su independencia hace un año, el 9 de julio de 2011. Aún no tiene comité olímpico y de todos modos el COI pide al menos dos años de independencia y de reconocimiento internacional antes de integrar nuevas naciones a “la familia olímpica”. Marial nació en el pueblito de Pan de Thon, en la frontera entre Sudán del Sur y Sudán. Huyó de la guerra civil –que sacudió el país durante 20 años y causó 2 millones de muertos– después de que los soldados sudaneses quemaran su pueblo y asesinaran a ocho de sus 10 hermanos y hermanas. Empezó entonces una vida llena de infortunios: cayó preso de un oficial del ejército que lo convirtió en esclavo, escapó y fue capturado por nómadas árabes que también lo maltrataron. En 1999 llegó a Egipto, donde vivió hasta que uno de sus tíos, radicado en Nueva Hampshire, lo ayudó a migrar a Estados Unidos en 2001. Tenía 17 años y muchos traumas. Detestaba correr. “Corrí demasiado para escapar de la muerte”, comentó a la cadena televisiva France 24. Consiguió una beca para estudiar en una universidad de Iowa y empezó a hacer deporte. Venció su trauma y se dedicó a las carreras. En junio del año pasado ganó su primera maratón en Mineápolis con un tiempo que le permitía calificar para los Juegos Olímpicos. Entonces empezó a soñar con Londres. Estaba solo. Sin patrocinador. Sin entrenador. Ni siquiera podía representar a su país. El gobierno de Sudán supo de su existencia y lo invitó a formar parte de su delegación olímpica. Marial rechazó, ofendido, la propuesta: “Representar a quienes mataron a mi gente hubiera sido una traición”, dijo a France 24. “Mi deber es respetar la memoria de 2 millones de hermanos míos que dieron su vida por la independencia de Sudán del Sur”. Un abogado estadunidense se interesó en su caso y empezó a cabildear a su favor en Estados Unidos, Londres y Lausana, sede del COI. Marial no tiene pasaporte ni nacionalidad estadunidense. Posee una tarjeta de residencia que no le permite viajar a Londres. Fue sólo en vísperas de la inauguración de los juegos cuando reunió todos sus documentos. El COI asumió sus gastos de viaje y de estadía en la Villa Olímpica. Este domingo 12 será su hora de gloria: Su sola participación en la maratón vale mucho más que una medalla de oro. No hay electricidad en el pueblo de sus padres, que sobrevivieron a las matanzas. Llevan 10 años sin ver a su hijo. Pero se aprestan a recorrer 60 kilómetros en autobús para verlo por televisión en la casa de un familiar.   Desertores   Hay otros atletas que hacen lo imposible por realizar sus sueños. Son los que aprovechan su estadía en Londres para quedarse en esta ciudad, a veces como asilados, a veces clandestinos. Las autoridades británicas informan lo menos posible sobre los “desertores deportivos”. Salieron a la luz los casos de tres corredores sudaneses que pidieron asilo, los de siete atletas de Camerún –una futbolista, un nadador y cinco boxeadores–, quienes optaron por la clandestinidad, y se mencionó además la historia de un corredor de África Occidental –no se precisó el país–, quien también pidió asilo en la región de Yorkshire. La Oficina de Migración de Gran Bretaña sabía que iba a tener que enfrentar situaciones así. Calculó que 2% de los atletas, de los miembros de las delegaciones olímpicas y de los espectadores de países de África y Medio Oriente iban a intentar quedarse en Europa. Estableció una lista de 20 mil solicitantes de visas de seis meses oriundos de esos países que pretendían asistir a los Juegos Olímpicos y les impuso obligaciones draconianas: prohibición absoluta de casarse, de emprender estudios o de trabajar durante su estadía en Gran Bretaña; dinero para mantenerse durante seis meses, boleto de regreso y toma de huellas digitales y escáner facial a su llegada al Reino Unido...

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