Las Catrinas de Posada seducen en París

miércoles, 23 de enero de 2013 · 12:56
PARÍS (Proceso).- El éxito es inmenso. El público francés sucumbió al encanto de las elegantísimas Catrinas de José Guadalupe Posada, se dejó seducir por la alegría iconoclasta de sus calaveras y permitió que sus insolentes calacas le enseñaran a reírse de la muerte. Es un logro inédito. En Francia el tema de la muerte es –casi– tabú, y burlarse de ella es –casi– una blasfemia. Noche tras noche la ingenuidad poética, el humor, el misterio y la gracia del espectáculo Calacas, inspirado por los dibujos de Posada, embruja a niños y adultos. Creado por Bartabas y su teatro ecuestre Zíngaro, Calacas se estrenó en 2011 y desde entonces se presenta alternativamente en París y en ciudades de provincia. Triunfa en todas partes. A lo largo de dos años, más de 160 mil espectadores se han reunido en el hermoso circo de madera que Zíngaro construyó en Aubervilliers (suburbio de París) hace un cuarto de siglo o en la gran carpa que monta durante sus giras. En ambos lugares la escenografía es la misma. Caballos, amazonas y jinetes se despliegan en dos espacios distintos: una amplia pista circular rodeada por gradas y un alto corredor-pista instalado detras de las gradas superiores. A menudo los artistas dan vueltas en ambos espacios al unísono, creando un ambiente de carnaval vertiginoso. Las entradas y salidas de los caballos están meticulosamente controladas por personajes vestidos de negro y encapuchados. Las reglas que impone esa escenografía a los espectadores son estrictas: se prohíbe salir del circo a lo largo de las casi dos horas que dura la función. Pero nadie tiene ganas de perderse un solo segundo de esa gran fiesta en la que dibujos nacidos de la imaginación desbordante de Posada cobran vida como por arte de magia. La primera escena de Calacas recibe al público en la oscuridad total. Poco a poco una luz tenue ilumina la pista superior. Aparece un caballo montado por La Muerte. Lo siguen otros guiados por calacas-títeres. Resuena un canto chamánico. Voces y murmullos surgen de la noche de los tiempos. Suena un caracol prehispánico. Desaparecen el invierno parisino y las trivialidades cotidianas. Los espectadores se sumergen en otra dimensión. Se oyen tambores, luego flautas. Se vislumbra la pista inferior en la que se mueven dignamente una decena de guajolotes negros y uno blanco. El ritmo de la musica se acelera. La Muerte-amazona sigue dando vueltas en la pista superior. La escena dura siete minutos. Es iniciática. El público va perdiendo su autodefensa cartesiana. Es justo lo que se requiere para adentrarse en el universo de Bartabas y de su cómplice José Guadalupe Posada. Poco a poco los espectadores descubren, primero, a un Jinete-jaguar abrazando a una calaca, ambos sobre un caballo altanero que da mil vueltas a la pista inferior; después a un cardenal con su sotana roja y su máscara de diablo que se mantiene en equilibrio de pie sobre dos caballos al mismo tiempo (el prelado lleva en los hombros una cruz y su Calaca-Cristo crucificada); a una Catrina envejecida y ebria que intenta seducir a un ranchero gordo y borracho tumbado en el suelo al lado de su caballo también tendido en el piso e igualmente tomado. Niños y grandes se divierten con las travesuras de cuatro Acróbatas-calacas dotadas de enormes cabezas que cabalgan en la pista superior. Se persiguen, se interpelan, se pelean, se burlan las unas de las otras. Son calacas llenas de vida y entusiasmo que reaparecen a lo largo del espectáculo, siempre animadas por una energía inagotable. A veces invaden la pista superior, o bien hacen piruetas en la inferior, trepándose y bajándose de sus equinos con gritos y risas. Todo mundo queda pasmado cuando una amazona de cuento de hadas, vestida de blanco y rojo, irrumpe en la pista inferior. Monta un caballo blanco, cabalga velozmente, un inmenso velo blanco baila detrás de ella. En la pista superior negros penitentes sobre caballos oscuros igualmente dan vueltas arrastrando larguísimos velos verdes y morados. El desfile de carrozas de carnaval de cartón jaladas por corceles provoca entusiasmo. Cada una de ellas, copia fiel de grabados de Posada. La primera es una suntuosa carroza mortuoria en la que de vez en cuando el difunto se sienta en su ataúd para echarse tragos de tequila. La segunda representa al infierno donde calaveras pecadoras brincan en medio de las llamas. Y otra es un carromato de circo que transporta jirafas y elefantes. Una cuarta representa una destileria de tequila. Pero la emocion alcanza su clímax justo al final, cuando una Catrina sensual y misteriosa, envuelta en nubes de incienso, se balancea en un columpio… La música es omnipresente en Calacas y juega un papel tan importante como la parte visual de la obra. La gama seleccionada por Bartabas es infinita: sonidos alusivos al periodo prehispánico, cantos chamánicos, bandas de pueblo, organillos desafinados, discos de principios del siglo XX tocados en antiguos fonógrafos. Dos chichineros oriundos de Chile se incorporaron a la compañía de Zíngaro y seguirán con ella mientras se presente Calacas. En la segunda escena del espectáculo estos talentuosos hombres-orquesta cautivan a los espectadores durante casi 10 minutos. Tocan al mismo tiempo tambor y címbalos. Lo hacen gracias a un sistema de cordones que les permite tocar címbalos con los pies mientras que sus manos se dedican al tambor. Nunca permanecen quietos, dan saltitos para poder tocar los címbalos, y mientras aceleran el ritmo giran sobre sí mismos como trompos. Explica Bartabas: «Por lo general prefiero tener sólo música en vivo en los espectáculos de Zíngaro. Pero en el caso de Calacas opté por un amplio repertorio que abarca desde músicas indígenas hasta bandas de principio del siglo XX. Tuvimos que recurrir a grabaciones muy antiguas. Estas grabaciones alternan con una sección rítmica que confié a cuatro músicos que tocan en vivo: dos son chichineros chilenos, los otros son músicos franceses.» Bartabas cuenta a la corresponsal que había visto obras de Posada mucho tiempo atrás, pero volvió a descubrirlo recientemente: «Estaba investigando el tema de las danzas macabras de la Edad Media cuando me encontré de nuevo con Posada. Esta vez fue una revelación. Lo que me fascina es el arte con el que supo encarnar a la muerte y convertirla en un personaje. Eso me parece muy impactante a nivel político. A primera vista los esqueletos que pinta se ven todos iguales, pero gracias a algunos detalles Posada logra destacar las distintas categorías sociales de su época. Sin embargo todas son iguales ante la muerte. Es una sátira social que me interesa mucho.» Efectivamente si Calacas tiene a menudo un tono satirico, lo que resalta en ese espectáculo es algo más amplio: « En realidad lo que me interesa con Calacas es la danza macabra. Una danza de muerte es también una danza de vida. Instalo todos los elementos del espectáculo y luego dejo que el espectador viaje en las imágenes», comenta Bartabas antes de precisar: «Hay un aspecto muy alegre en Calacas. La vida sigue como en el carnaval. Es una carrera sin fin, hay que seguir adelante hasta el final.» Bartabas confiesa que no viajó a Mexico para explorar más a fondo la celebración del Día de Muertos. «Nunca viajo a los países que me inspiran para mis espectáculos, pero me encanta platicar con la gente que conoce el país, me encanta ‘escuchar’ su mirada. Es como un cuadro que se va componiendo. Son estas ‘segundas’ miradas las que me conmueven.» Bartabas es un artista singular en el ámbito francés. Se forjó en el teatro callejero antes de crear una expresión teatral sumamente original que conjuga el arte ecuestre con el del circo, la acrobacia, la música, la danza y la comedia. En 1984 fundó la companía de teatro ecuestre Zíngaro y en 1985 construyó su circo de madera en Aubervilliers. Contra viento y marea Bartabas logra mantenerse a sí mismo y a Zíngaro al margen de los círculos artísticos y mediáticos. Huye de la prensa como de la peste. Tiene relaciones conflictivas con las autoridades culturales de las cuales depende en parte. Sin subsidios, su «utopía ecuestre» no podria sobrevivir. Bartabas prefiere dialogar «directamente» con el público, espectáculo tras espectáculo. Y desde hace un cuarto de siglo lo logra tanto en Francia como a nivel internacional. La compañía Zíngaro, integrada por una cuarentena de caballos y otra cuarentena de artistas y técnicos, ha recorrido el mundo viajando de Estambul a Hong Kong, de Moscú a Nueva York o Tokio. Los artistas viven en comunidad alrededor del teatro de Aubervilliers. Bartabas tiene su carromato al lado de las cuadras de sus caballos. De hecho son los caballos los que dictan el ritmo de vida y de trabajo de Zíngaro. En el Manifeste pour la vie d’artiste (Manifiesto para la vida de artista), interesante libro que publicó a finales de año y en el que invita a personajes de distintos horizontes a reflexionar sobre el compromiso artístico, Bartabas ahonda en sus relaciones con los caballos. Escribe: «El caballo nos protege de cualquier deriva. Exige nuestra presencia en el terreno todos los días y cualquiera que sea el clima. No nos autoriza a perder de vista nuestra ética. Nos pide que sigamos siendo artesanos, que sigamos viviendo a su lado y en las mismas condiciones que él.» Bartabas asegura también que los caballos le enseñaron a confiar cada vez más en su instinto: «No hice Calacas hace diez o doce años. Quizás no hubiera podido hacer ese espectáculo. No lo sé. En todo caso me dieron ganas de hacerlo ahora. Es muy instintivo. No quiero decir con eso que no haya algún sentido detrás de mi decision. Sólo quiero recalcar que me importa respetar mi instinto. Es lo que me enseñaron los caballos. «Rehuso analizar lo que hago, porque necesito una cierta ingenuidad para crear. Crear un espectáculo de por sí no es un gesto muy natural. Es por lo tanto capital poder preservar esa parte de ingenuidad de la infancia que se va perdiendo. En las condiciones económicas actuales, lanzar un proyecto como Zíngaro es pura locura. Y en ese caso hay que ser también muy naif para seguir con esa aventura.» Al crear Calacas, Bartabas logró dar forma a uno de sus multiples sueños. Ahora le falta realizar otra utopía: llevar Calacas a México. El proyecto lleva meses tramitándose. « Quizás… en 2014», comenta escuetamente el artista.

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