Este jueves 24 se inaugura la exposición Vivir en la raya. El arte de Rogelio Naranjo en el salón Juárez del Centro Universitario Tlatelolco. Con ella la UNAM le rinde tributo al artista michoacano, quien en 2010 decidió donar su obra a la institución. La curaduría incluye 500 piezas entre grabados en madera y retratos, y estuvo a cargo de Angélica Abelleyra y la historiadora Áurea Ruiz, coordinadora de los Fondos Reservados del Centro Cultural Universitario Tlatelolco. El siguiente texto abona elementos para trazar un retrato de este agudo observador que durante más de cuatro décadas ha sabido captar, justo en sus detalles, a esta agitada sociedad.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Lo suyo es retratar a una sociedad en movimiento. Y lleva más de cuatro décadas ejerciendo ese arte singular. Desde 1968, cuando dejó los pinceles y renunció a la pintura tras los embates del poder contra el movimiento estudiantil, Rogelio Naranjo no cesa de trazar líneas para capturar momentos, historias, personajes del poder y encerrarlos en su universo reticular como testimonios del país que le ha tocado vivir.
El poder, lo sabe este michoacano nacido en Peribán hace 75 años, administra y controla; como artista él lo observa con detalle y congela con maestría sus gestos y manías; hace de ellos límpidos trazos, retazos, pero sobre todo destrozos. De qué serviría, si no, su legítima indignación.
Con la irreverencia y mordacidad que lo caracterizan, en su largo itinerario Naranjo viene configurando pieza por pieza ese omnímodo monstruo que nos domina. Son miles las instantáneas plasmadas por este retratista singular en diarios y revistas, en especial en el semanario Proceso, fundado por don Julio Scherer García el 6 de noviembre de 1976 y que hoy dirige Rafael Rodríguez Castañeda.
La relación de Naranjo con don Julio data de 1973, cuando el entonces director de Excélsior lo invitó a trabajar en las páginas de ese periódico. Desde entonces el artista no cesa de producir sus piezas que de tiempo en tiempo son compiladas en volúmenes que prologan sus amigos como mínima muestra de respeto y admiración a sus lúdicos trabajos.
Libros como Me vale madre (Ediciones de Cultura Popular, México, 1978, 291 p.), Elogio de la cordura. Para un retrato de la clase gobernante (Era, México, 1979, 223 p.), Cuando el petróleo se acaba (Océano, 1984, 279 p.), Los presidentes en su tinta (Proceso, 1998, 209 p.) y Me van a extrañar (Proceso, 2006, 357 p.) recogen parte del quehacer cotidiano del artista michoacano. Además, desde el 8 de noviembre de 2010, fecha en que donó a la UNAM sus primeros 10 mil 337 cartones y siete discos que los contienen en su versión digital, su acervo quedó en manos de esa institución.
En 2006 Proceso le rindió homenaje a Naranjo al compilar, en el volumen Me van a extrañar, los dibujos publicados durante el llamado “sexenio del cambio”. El autor acudió a la presentación en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara para hablar de su quehacer en el semanario y, con desenfado, explicó:
“Me he sentido como pez en el agua. Me ha gustado ser el causante de muchos problemas con el gobierno, porque he hecho enojar a la figura presidencial, al más grandote de todos. Los he hecho enojar al grado de que el lunes, cuando sale la revista, la tienen que aventar contra el suelo. Si tuviera fotografías de esos momentos, las pondría en una vitrina especial. Me sentiría muy orgulloso y llevaría a mis amigos a decirles: ¡Miren los trofeos que tengo aquí!
“En lo personal no voy a extrañar a ese hijo de la chingada. Pero él dijo eso: que lo íbamos a extrañar. Y al decir eso hizo un chiste enorme. Después de que nos empobrece, nos reprime, después de que hace el ridículo en todo el mundo, dice que lo vamos a extrañar.”
Malicioso, uno de los asistentes preguntó:
“–¿Le está gustando Calderón para sus cartones?
“–Calderón es algo deforme, muy insípido y desagradable. Su foto es horrible. Me ha pasado con otros presidentes, que tardo un poco en encontrarle la expresión más nítida de su decencia. Así trabajamos los caricaturistas, vamos afinando, hasta que un día le damos al clavo en su expresión y en sus facciones. De ahí es la diversión total.
“(…) Hay que ser lo suficientemente cruel para que les duela como debe ser. Hay que tener coraje con los riesgos que corre uno, de una represión que pudiera ser hasta de muerte. Eso es lo máximo que uno puede aspirar, tener el coraje para sacar todo lo que uno cree.”
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Cuando aparece alguna compilación de sus cartones, sus amigos aprovechan la ocasión para hablar de él. Rius, quien lo conoce bien, escribió en el prólogo al libro Me vale madre, que reúne decenas de sus retratos: Naranjo es de las pocas personas que “consiguen ese difícil equilibrio de 50% de dibujo y 50% de idea”. Sus cartones “alcanzan las más de las veces una calidad tan de museo, un preciosismo tan de coleccionista, que quienes no sabemos dibujar ‘bonito’ enfermamos de envidia contando las líneas que utiliza Naranjo para su diario cartón”.
Carlos Monsiváis, en la presentación de Elogio de la cordura. Para un retrato de la clase gobernante, lo definió de la siguiente manera:
“Rogelio Naranjo, quien pasa como caricaturista, no ha hecho la caricatura (la reducción al absurdo) sino el retrato (la expresión más lógica y esencial) de la clase gobernante. Él es retratista en la índole de George Grosz: dador de cercanías, visión extrema que de las fisonomías aparentes extrae las fisonomías recónditas, y a las pretensiones enaltecidas las devuelve a la realidad de su apariencia, espíritu corrosivo que observa el cuadro milagroso donde corrupciones y represiones se transfiguran en sacrificios y gestos de amor y patriotismo.”
Una década después Monsiváis escribió: “Él, como muchos de sus antecesores, casi desde el principio dispone de los elementos centrales de su obra, el sentido de la paradoja visual, la obsesión detallista, la reconstrucción nítida de figuras y escenarios. Y Naranjo, en lo fundamental autodidacta como un número amplio de artistas mexicanos, desarrolla su estilo entre premuras y búsquedas laborales.
“Al retratar, narrar, situar, Naranjo está en pleno uso de sus derechos artísticos y políticos, y no le interesa provocar. Sólo desde el miedo al ejercicio de los derechos básicos se concibe el asombro ante sus dibujos, porque él se propone simplemente contribuir a transformar irritaciones y percepciones cotidianas en juicios útiles y, por tanto, visualmente perdurables. Él pretende que, a cambio de tanto poder impune, al ciudadano le toquen la risa, el juicio moral, la adjetivación precisa” (Proceso 657, 5 de junio de 1989).
Y en la contraportada de Los presidentes en su tinta, Julio Scherer García:
“La introversión armó a Rogelio Naranjo, hombre de batallas en la soledad. Espíritu libre, caricaturista sorprendente, no se ha confundido en la tarea de tantos años. Ha errado el tiro, por supuesto, pero ha tenido la mira bien puesta a la hora de disparar contra personas llamadas a la responsabilidad más alta y ayunos del deber cumplido.”
Elena Poniatowska, en el prólogo-entrevista a ese mismo volumen, le da la palabra a Naranjo:
“No creo en la inspiración; esa es una tontería. Creo en la disciplina y en días de mayor lucidez que otros. Se dice que la mejor caricatura es aquella que no tiene texto, pero éste es un dogma de la caricatura que no puede aceptarse fácilmente. En lo personal, el cartón que más me gusta es el que considero el mejor. Sé que es bueno porque el dibujo es hermoso, no porque represente cosas bellas, sino porque fue hecho con imaginación y emoción, acompañado de una idea bien lograda.”
Remata:
“Mi caricatura yo la tomo como un juego. Es la única diversión que tengo. Es el juego de mi vida. Algo que nunca voy a terminar de jugar.”
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El columnista Manuel Buendía, un mexiquense que creció en Zitácuaro, Michoacán, solía decir que en política “dos más dos no siempre son cuatro”. Y bajo esa consigna exhibió las contradicciones del sistema; durante lustros hurgó en documentos y discursos de la clase política y llenó innumerables páginas de periódicos como El Día, El Sol de México, El Universal y Excélsior para documentar esa singular afirmación. Lo que más le maravillaba, comentó alguna vez, era la precisión de los cartonistas y moneros para retratar a los políticos: “quién sabe de cuál fuman”.
Asesinado en la tarde lluviosa del 30 de mayo de 1984, casi nadie recuerda al columnista aun cuando existe una fundación que lleva su nombre y que en 1989 le otorgó a Naranjo el premio Manuel Buendía. En esa ocasión el galardonado rememoró al fundador del Ateneo de Angangueo, donde el periodista solía organizar tertulias con colegas, intelectuales y artistas:
“Conocí a Manuel Buendía en 1977, estando próxima la fecha en que, junto con Monsiváis, recibiríamos los tres el Premio Nacional de Periodismo.
“En ese entonces yo argumentaba que hay premios que prestigian y premios que protegen; recibimos el premio de manos de López Portillo, mientras yo pensaba que por el solo hecho de ser premios nacionales de periodismo estaríamos ya a salvo de represiones, secuestros, golpizas o asesinatos. ¡Qué lejos estaba yo de la realidad!…
“Fui amigo de Manuel Buendía, yo creo que para estas alturas en el medio periodístico éste es el premio más prestigiado, puesto que no tiene nexos con criterios ni juicios oficiales. El nivel profesional de la gente que ha sido premiada, así como su alta calidad moral me hacen sentir que estar dentro de un grupo así no es sólo un gran honor, sino un tremendo compromiso; me siento como el benjamín de los premiados.”
Era 1989. Hoy, a 23 años de aquel reconocimiento, Naranjo continúa ese interminable juego de atrapar en líneas finas a esta sociedad. Y lo hace con renovada imaginación y emoción.
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En 2010, a instancias de Julio Scherer García, Naranjo anunció su decisión de donar a la UNAM su acervo gráfico. El 8 de diciembre de ese año entregó al rector José Narro Robles sus primeros 10 mil 400 cartones en una ceremonia realizada en el Palacio de San Ildefonso.
Días antes de ese singular acto, el reportero José Gil Olmos entrevistó al homenajeado, maestro en retratar la sociedad en movimiento. Naranjo convalecía de una enfermedad pero no se doblaba. “Se quita los lentes y comenta que está perdiendo agudeza visual –escribió el reportero–. Pero se sobrepone y suelta: ‘Quiero seguir dibujando y lo haré hasta el final’” (Proceso 1774).
El 15 de junio siguiente, en el Museo Universitario de Ciencias y Artes (MUCA) de Ciudad Universitaria, la UNAM montó la exposición A ti te hablo, con 225 caricaturas del artista michoacano y un catálogo de 139 páginas con ilustraciones de Naranjo y varios textos, entre ellos uno del coleccionista e historiador de arte Ricardo Pérez Escamilla. El rector elogió el trabajo de Naranjo a quien llamó un hombre “profundamente congruente” (Proceso 1807).
La UNAM prepara otra exposición: Vivir en la raya. El arte de Rogelio Naranjo, que se inaugura este jueves 24 en el Salón Juárez del Centro Universitario Tlatelolco e irá acompañada de un libro-catálogo en el que participan más de una veintena de caricaturistas, diseñadores y escritores. La curaduría corrió a cargo de Angélica Abelleyra y la historiadora Áurea Ruiz, coordinadora de los Fondos Reservados del Centro Cultural Universitario Tlatelolco.
La muestra incluye alrededor de 500 piezas de Naranjo, entre litografías, grabados en madera, retratos, ejemplares de la revista La garrapata y cartones alusivos a él elaborados por sus colegas Rius, Jis, Boligán, El Fisgón, Ahumada, Helguera, Ulises Culebro, Hernández, Trino, Darío Castillejos, Feggo, Rocha, Alejandro Magallanes y Víctor Solís, así como videos con una entrevista de Abelleyra al homenajeado y comentarios de Armando Bartra, Iván Restrepo y Juan Villoro sobre su obra.