El paraíso perdido del rey Zambada

sábado, 5 de enero de 2013 · 19:47
En el municipio de Acaxochitlán, Hidalgo, la gente se refería a él con respeto. Y como nadie sabía su nombre, se referían a él como “el rico”. Solía ser generoso con los indígenas nahuas, pues les daba trabajo en su Quinta Las Palomas o les regalaba puerquitos para sus fiestas. Y ellos se sentían en el paraíso. Pero todo se acabó cuando fue capturado por federales en octubre de 2008. Entonces se supo en la localidad que se trataba de Jesús Reynaldo Zambada, El Rey, vinculado al cártel del Chapo Guzmán. ACAXOCHITLÁN, HGO.– Dicen que de la zangoloteada que les dio la federal los cerdos iban mareados; lastimados unos, muertos otros. Que la chilladera se escuchó desde las casas cercanas a la granja. Un taxista asegura que encontró un marrano estropeado, tirado a medio camino, y como aún respiraba lo escondió rápido en la cajuela. Los vecinos aún no se reponen del impacto sufrido ese día de octubre en el que soldados y policías federales irrumpieron en la granja porcícola, la finca con caballeriza y el rancho lechero que les daba empleo, mientras veían cómo subían en camiones de carga la animaliza, la maquinaria y las pertenencias de los patrones. El camino de acceso estuvo cerrado varios días. La propiedad de 60 hectáreas de bosque, sellada. Un letrero en los accesos indicaba: “Se prohíbe el acceso a esta zona a personas que vayan a pastar sus animales, recolectores de leña y cualquier persona que viole este aviso será consignado ante el MP”. Los primeros días, las personas estaban asustadas, hablaban en susurros, no querían que las vincularan con el rancho. Con el correr de las semanas comenzaron a darse vueltas por la propiedad para preguntar cuándo deberían presentarse a trabajar. Cuando se agotó la espera quisieron organizar un motín, tomarse las tierras y volver a producir, pero policías armados se los impidieron. Desde el cateo aquel ya lejano octubre de 2008 de la granja Los Alpes y la finca Quinta Las Palomas, propiedades del narcotraficante Jesús Reynaldo Zambada García, alias El Rey, cientos de acaxochitlecos –nahuas en su mayoría– vieron morir el espejismo de ser asalariados y la oportunidad de un empleo formal. Ya se completaron más de tres años desde el operativo militar y los desempleados no logran acomodarse; muchos migraron a Estados Unidos, al Distrito Federal o a otros lugares de Hidalgo. “Andan buscando ahí nomás, se fueron adonde sea”, dice doña Amanda, la señora que vende tlacoyos en el pueblo de Buenaventura a una clientela casi extinta. Al momento del decomiso, en la entrada de Los Alpes había una placa con un venado pintado y el número del permiso de manejo ambiental (UMA RFYFS-CR-TR-0037HGO). Detrás de la reja, se veía una finca blanca rodeada de pastizales, cercada por una barrera de árboles sabinos, con vista a una presa donde se posan garzas. A través de una brecha se llegaba a la granja porcina, localizada en una hondonada oculta por una franja de bosque. Vista de lejos parecía una enorme fábrica con varios edificios pero se trataba de un hotel cinco estrellas para cerdos: las porquerizas tenían ventilación, de los techos pendían grandes sacos con alimentos, en algunas partes los animales estaban separados en minichiqueros individuales. Afuera de algunos galerones se lee “Gestación”, “Maternidad”, “Maternidad 2”, los lugares dispuestos para que las cerdas parieran y cuidaran a sus crías recién nacidas. En el acceso principal un monumento de piedra da la bienvenida: el monumento al cerdo. Cruzando el bosque y en el otro extremo estaba ubicada la Quinta Las Palomas, con un Cristo Rey de granito en la entrada. Desde afuera, se alcanzaba a ver un jardín con rosales, invernaderos de flores, varias caballerizas y cabañas en las cuales –según un policía que cuidó la propiedad– había muebles revueltos, un billar, jacuzzi, una piscina y fotos de la anciana que la habitaba. En una de las fotos ella aparecía montada a caballo. “La señora era la nana del Rey, ella lo crió. Salía siempre con su chofer en una camioneta Liberty pero a veces nos pedía servicios de taxi. Era buena persona. No le gustaba que le dijeran señora, siempre señorita”, narra un taxista. Con el decomiso se acabaron aquellos tiempos en los que niños y adultos de los pueblos vecinos se aferraban a las rejas de la finca para mirar, curiosos, los extraños animales que la habitaban. “Había cebras, caballos, vacas y se los llevaron. Había camellos que andaban sueltos, a esos los mataron, se los comieron los perros”, dice un exempleado presumido porque en cuanto vio las cebras las identificó porque las había visto en el circo. Sus compañeros no. “Lo que yo nunca había visto eran los canguros y otros que no sé cómo se llamaban, parecían popótamos pero con cuernos”, agrega, recargado en la pick-up en la que estaba por migrar a Tamaulipas. La exótica colección de animales que habitaba el rancho agarró por sorpresa al maestro de kínder Bulmaro Licona, quien se emocionó al ver en vivo a los camellos y a las cebras que había conocido por televisión. Es de los pocos que proporciona su nombre para el reportaje, el resto tiene miedo. Durante nuestra charla lo rodean cuatro niños indígenas, unos descalzos, otros con ropa ajustada, que comen con él porque en sus casas no hay qué. Acaxochitlán es un municipio que atrae a visitantes por sus valles verdes y arbolados, su cascada, sus presas como lagos y sus artesanías. La mayoría de las casas tienen pintas del gobierno federal, ya sea del IMSS, del Inegi, del Censo Agropecuario o del Programa de Atención a Zonas Prioritarias. A la entrada del pueblo se ve un letrero en el que la Sedesol anuncia que encementó pisos de tierra. La obra no alimenta a la gente ni le asegura empleo ni la retiene para no migrar.   En la cueva   “En esta alberca dicen que había cocodrilos y pirañas”, relata el joven empleado del municipio que guía a la reportera para el recorrido al interior de la propiedad ya sin esplendor. En estos tres años sin vigilancia la fábrica es una estructura de vigas oxidadas, a la que le robaron el techo, y maleza crecida donde hubo piso. La barda que la rodeaba casi desapareció al igual que puertas, ventanas, máquinas, muebles y hasta los excusados. La cabaña empotrada en las alturas y desde donde se vigilaba toda la propiedad (a través de una pared-ventanal) fue objeto de una invasión de cazatesoros que dejaron hoyos profundos en el piso y arrancaron la madera de la pared, como si hubieran buscado cofres llenos de oro. En el suelo está lo que los saqueadores despreciaron: especias de la cocina, adornos patrios, empaques de medicinas, cajas vacías de devedés, expedientes de nómina, facturas de autos y la foto ampliada de un niño. En la chimenea, a medio quemar, permanecen mapas de la Secretaría de Marina que indicaban las profundidades alrededor de la Isla del Tiburón, y de otros tramos de México a Ecuador, de Moro Puercos a Mazatlán y de Mazatlán a Puerto Madero. “La gente cuenta que cuando esta casa funcionaba un día se escapó una boa”, suelta el guía en el recorrido. –¿Y qué pasó? –le pregunta su acompañante. –Nunca la encontraron– contesta. A todos se nos ponen los pelos de punta, porque entre tanta maleza es difícil saber qué se pisa. La gente asegura que siguen sueltos por los cerros unos búfalos que se comen los maizales. El presidente municipal Erick Sosa Campos explica que sí se escaparon, pero de otro rancho: el del político y exsenador Francisco Xavier Berganza, quien, por cierto, posee en el municipio un rancho con varios edificios y plaza de toros. “Un día se metieron a su rancho a robar, cortaron la malla y los animales se escaparon. Son bisontes o búfalos marinos… hicieron destrozos, aplastaron las cosechas de maíz y él no se hizo responsable”, explica Sosa, quien añora que el rancho decomisado pueda ser reutilizado por la gente. En Los Reyes, Tetepa, Buenaventura, San Juan Viejo, San Juan Nuevo, Huayatla, Techcanalaloya, Lupilla, Tenech, los pueblos de donde provenían los empleados de la granja, la gente digirió poco a poco la noticia de que el patrón era narco y que la ancianita que vivía en La Quinta era su nana. “Aunque fueran malos los señores, el gobierno hubiera dejado los cerdos para que haya trabajo. Pero llegó la federal, empezó a aventar muchos marranos, venados, vacas. Se llevaron todo, agarraron y ya”, opina uno de los desempleados. Otro hombre del pueblo de Buenaventura, quien en Los Alpes se especializó en partos porcinos, argumenta: “Total, lo agarraron (al dueño). Era malo, pero como fuera el gobierno hubiera mantenido el rancho, a los empleados. Ya sabíamos cómo desinfectar puerquitos, cómo trabajar, cómo era la maternidad. Pero nomás llegaron maltratando y se fueron”. Aún ahora los extrabajadores de la granja hablan con cariño de su rutina de meter los pies y las manos en “agua con medicina”, y vestirse “con impermeable” cada vez que entraban en contacto con los cerdos. Un hombre extraña a las cerdas parturientas. Otro el ordeñe de las vacas. El propietario de una de las tiendas de abarrotes sin más surtido que Coca y cerveza del pueblo de Buenaventura cuenta nostálgico: “Yo trabajaba cinco días y tenía dos de descanso, cuidaba los partos de los puercos en la maternidad. Me tocaban dos maternidades por día. A veces nacían unos 30, a veces ni uno. Duré como tres años. Me pagaban 600 (pesos) a la semana. Era buena chamba, aquí no hay nada de trabajo y lo dan barato, a 90 pesos. Ya no tenemos para otras cositas que comprábamos, como pollo o algo para los niños”. Su hija de siete años recita de memoria los nombres de los animales que conoció. “El rico”   Aún ahora pocos se refieren al propietario por su nombre o a su actividad. Le dicen “ese señor”, “el dueño”, “el rico”; y a su actividad “eso”. “La gente tiene miedo porque dicen que si hablan les vayan a hacer algo”, explica doña Amanda, mientras voltea los tlacoyos en el comal. “Pero, eso sí, en el rancho jamás se dieron cuenta de algo malo: tenían animalitos, no había porquerías. La gente trabajaba limpiamente porque así, así, cosas malas-malas, nunca se vieron”. Los acaxochitlecos dicen que “el rico” a veces pasaba a visitarlos, les ayudó bastante. Eso sí, todos aclaran que hasta que lo vieron en la tele conocieron su identidad. “Si tenías alguna enfermedad, él mandaba dinero para medicinas, si necesitabas un puerquito para una fiesta te lo daban. En Los Reyes mucho ayudó, en grava y material para los caminos y algunas fiestas del pueblo”, dice la nuera de un viejo que desde el decomiso está desempleado. “El dueño se portó bien con la gente humilde. Del día del niño daban juguetes”, agrega una mujer que laboró como cocinera. Entrados en confianza, algunos admiten haber notado algunas “cosas raras”, aunque eran sólo minucias que no les alcanzaban para descubrir que trabajaban para narcotraficantes. “Daban el puerco casi regalado. ¡Y eso que era puerco fino! A 60 pesos el puerco de cuatro, cinco meses, ya capado y todo, ya para engordarlo, crecerlo y al cazo”, dice uno, emocionado del puro recordar. “La granja era muy grande, había mucho dinero, ‘El rico’ venía a ratos, los viernes. Se iba de noche”. “Un día sí vimos al Rey, el que salió en la tele, pero nosotros ni en cuenta”, alterna otro. “Nunca vi ahí una persona armada. Nada. Así que digamos vigilantes, pistoleros, nada. Era nomás un rancho de millonario”, dice un taxista, añorando la bonanza que vivió cuando transportaba a los trabajadores. “El rico” que les daba empleo, según la PGR, era hermano de Ismael El Mayo Zambada, socio de Joaquín El Chapo Guzmán, a cargo de introducir cocaína y metanfetaminas de Sudamérica. Al Rey se le relacionó con la explosión de una bomba en Avenida Chapultepec, a escasos metros de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, la decapitación de agentes aduanales del aeropuerto capitalino, la violencia en la Costa Grande de Guerrero y el asesinato de Édgar Millán, coordinador Regional de la Policía Federal Preventiva el 8 de mayo de 2008 en la Ciudad de México. A principios de abril del año pasado Zambada García fue extraditado a Estados Unidos, donde las autoridades lo acusan de varios delitos, entre ellos conspiración para el tráfico, suministro y distribución de drogas. En Acaxochitlán se palpa el miedo, la tristeza, la frustración y el enojo por su captura. Dos policías municipales fuera de servicio, acostados sobre la maleza de la granja, como si estuvieran de día de campo, maldicen al gobierno calderonista. “El mero-mero de este rancho era el que apoyaba al pueblo. Venía todos los viernes, regalaba puercos si uno pedía para una fiesta. Era buena gente, nunca se metió con nadie. Se trabajaba de 7 de la mañana a 8 de la noche pero uno estaba bien comido; daban bisteces y pagaba mil 500 por semana”, dice uno de los lugareños. “Pero los pinches soldados se robaron todo. ¡Hasta los venados, que había un chingo!, y chivos, toros, jirafas, canguros. Cargaron con unos 12 tráileres doble cabina y se robaron maquinaria, las incubadoras, hasta las camas y las puertas. No cupo todo, los búfalos ahí andan regados. El gobierno prometió que iba a reabrir y dar trabajos cuando la gente quería hacer su huelga y expropiar, pero todo se lo llevaron”, comenta otro. Sosa, el alcalde, dice que entre sus proyectos está pedir a la federación que done la propiedad al municipio para establecer un zoológico, un centro de entrenamiento para veterinarios o aprovechar los establos. “Esto supuestamente lo tiene asegurado la SEIDO (Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada), había calcomanías; se lo pasó al Sae (Servicio de Administración y Enajenación de Bienes) que puso unos días a unos policías bancarios que se desafanaron. No sé si no les pagarían, y como no podemos poner policías municipales porque estamos dedicados a la tala clandestina, la gente con necesidad entra y se lleva cosas”, explica. Una campesina con tufo a pulque busca cómo meter a sus animales al terreno abandonado. Dice que está cansada de que sus borregas coman pasto seco y que los verdes pastizales aledaños se desaprovechen. En voz alta comenta lo que todos por aquí piensan: “Yo pregunto: ¿pa’ qué quieren los policías estos ranchos? Mejor que lo comieran mis borreguitas, que sirva para nosotros y no nomás se quede así solito. La gente se quedó sin trabajo acá, y ya no supieron en dónde van a ir, agarraron trabajitos sencillos. Y por eso mejor que dejen entrar a mis borregas y a la gente para trabajar”.

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