Nacida en Chacaltianguis, Veracruz, el 13 de noviembre de 1920, Guillermina Bravo falleció la noche del miércoles 6 en su casa de Querétaro, donde fundó en 1991 el Colegio Nacional de Danza Contemporánea, tras la cancelación de su Ballet Nacional de México, que creó en 1948. Proceso solicitó sus reflexiones a Raquel Tibol y Alberto Dallal, quienes siguieron muy de cerca su obra. Mientras la maestra desmenuza las líneas de la Bravo como gran teórica de la danza moderna mexicana, el crítico destaca la relación ineludible con la práctica y su permanente asidero a la realidad política del país. Todo ello dentro de una creación excepcional.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Desde que inició sus estudios de danza en 1940 con Francisco Domínguez y Nelly Campobello, y en 1945 con Waldeen, Guillermina Bravo creyó que la teoría de lo estético y lo formal era el motor que haría avanzar esa específica y compleja expresión artística que posee argumento, simbolismo y una estructura dinámica.
Para el programa de las funciones en el teatro del Hotel del Prado (1946), escribió:
“Mi trabajo es experimental; mis objetivos: salir de las limitaciones tanto técnicas como ideológicas del ballet clásico; tomar los elementos fundamentales indígenas y mestizos para crear un arte que, extraído del corazón y las luchas del pueblo, se convierta en un medio de expresión directo y profundo.”
En 1948, ya constituido el Ballet Nacional, hizo la siguiente declaración:
“El Ballet Nacional es una organización que trabaja sobre la base de que el arte coreográfico no constituya una simple expresión cultural abstracta, sino que debe cumplir con la misión de coadyuvar al desarrollo y a la integración cultural, social y nacional de México. Con esa base, el Ballet Nacional continúa la obra de creación de una danza moderna mexicana, lo suficientemente sólida como para que se extienda y perdure en progreso constante, lo suficientemente fuerte como para adquirir alcances universales, lo necesariamente auténtica para conmover y estimular al pueblo mexicano. Para ello el Ballet Nacional marcha sobre dos líneas directrices: técnicamente trabaja por asimilar todo lo que la danza ha creado en sus formas históricas, clásicas o modernas, proyectándolo en una nueva técnica: conceptualmente se esfuerza por expresar la tragedia y el vigor de México, los problemas y las angustias, las esperanzas y anhelos de nuestra nación genuina.”
Ballet Nacional trabajó ininterrumpidamente desde su creación, no sólo en la capital del país sino en numerosas poblaciones, ciudades y aldeas de toda la repúblicas. Con juvenil orgullo, Guillermina decía:
“Hemos dado funciones en sitios donde no se habla castellano y a los que hemos llegado montados en mular. En algunos lugares nos han robado los aparatos de sonido y los han tirado al río; también nos han apedreado. Hemos bailado en lugares helados casi desnudos y hemos bailado en lugares donde la gente nos decía que después de ver nuestras danzas podía morir tranquila.”
En 1956 le pedí a Guillermina que precisara su tendencia artística y me respondió:
“Me he propuesto el olvido de mi tendencia. Llega un momento en que el cuerpo del bailarín piensa más que tu mente. Mi esfuerzo consiste en lograr que mi conciencia nutra constantemente a mi subconsciente. Artísticamente, el problema que más me conmueve es el de la injusticia social de nuestros días. Trato de que mi lenguaje pertenezca a la época, a la sociedad en que estoy, que logre el nivel indispensable a cualquier obra de arte, que no sea obvio ni cursi, y que sea danza. La idea no puede nacer separada del movimiento. Me choca la supuesta decisión de hacer danza para el pueblo; nosotros somos gente de pueblo que hacemos danza. Creo que la obra hay que hacerla para un público determinado. Por ejemplo, supongo que la Danza sin turismo Num. 2, que trata de los líderes demagogos, llegará más a los trabajadores que pierden las huelgas por culpa de esos líderes.”
Fragmento de la semblanza que se publica en la edición 1932 de la revista proceso, actualmente en circulación.