La destrucción del México porfiriano (La Decena Trágica: segunda parte)

lunes, 18 de febrero de 2013 · 12:18
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El lunes 10 de febrero de 1913 Madero sostuvo en Cuernavaca conversaciones con Felipe Ángeles y solicitó a Emiliano Zapata una tregua hasta que no se hubiera sofocado la rebelión en la capital. Acto seguido emprendió el regreso con Ángeles y sus fuerzas. Manuel Mondragón y Félix parecían derrotados. (Lo llamamos “Félix” no por afecto sino para distinguirlo de “Díaz”, que sólo puede ser don Porfirio.) Ángeles no tardaría en recuperar la Ciudadela.   Todos contra Madero   Tragedia de Madero: mientras el mundo antiguo, el orbe del porfiriato, se conjuraba unánime contra él, los hombres del pueblo, sus aliados de 1910, eran ahora sus enemigos. Zapata exigió en el Plan de Ayala el cumplimiento de las promesas hechas a los campesinos. Pascual Orozco, la primera figura militar de la rebelión en Chihuahua, había sido derrotado en Bachimba y Rellano por el ultraporfirista general Victoriano Huerta. En recompensa Madero le quitó la División del Norte y él le juró venganza a muerte. Luego don Francisco puso todo en manos de este general inteligente y eficaz pero que odiaba al mundo entero y no soportaba su condición indígena en el México blanco y criollo siempre dominante en la política, el gran dinero y el poder cultural. Huerta era un huichol que destacó en las guerras indias: las campañas de exterminio organizadas por su congénere Díaz contra los mayas y los yaquis.   ¿Huitzilopochtli o Pedro de Alvarado?   Juan Goytisolo reprocha a la izquierda española su racismo inconsciente: entre los signos de la barbarie franquista figura que el generalísimo haya empleado tropas moras. Aquí al hablar de la Decena Trágica se menciona que el Chacal resucitó en su orgía de sangre a las deidades aztecas. También Huitzilopochtli fue invocado a raíz de Tlatelolco. Doble injusticia para el chacal, inofensivo carroñero que como las moscas ayuda a limpiar de cadáveres la Tierra y jamás ataca a personas vivas, y otro tanto para los aztecas que hacían horribles inmolaciones rituales pero nunca emboscadas y matanzas como las de 1913 y 1968, parecidas a las que realizaron Hernán Cortés y Pedro de Alvarado.   Las posibilidades del odio   En vez de atacar a la Ciudadela, la primera orden de Huerta fue conducir al paredón al general Gregorio Ruiz para que no lo delatase como conspirador. Mondragón era un general sin batallas y un precursor del México transnacional que se las ingenió para enriquecerse en combinación con los fabricantes franceses de armas. Félix, pese a su grado y uniforme, era todo menos un militar. Su única acción bélica fue lamentable: encabezar en Veracruz la rebelión iniciada en su nombre por el coronel Díaz Ordaz. Madero lo salvó del fusilamiento y se limitó a confinarlo primero en San Juan de Ulúa y después en el recién inaugurado panóptico de Lecumberri, la cárcel modelo, augurio de nuestro presente, en que todo iba a quedar bajo la mirada del poder.   Ciudadelos y suripantas   Refugiarse en la Ciudalela no fue como se dice una acción desesperada, sino una habilísima manera de adueñarse del arsenal del gobierno que allí tenía sus almacenes.- Los ciudadelos, como se les llamó a partir de ese día, aprovecharon la inacción de Huerta para abastecerse de grandes cantidades de comida, barriles de mezcal (aún no empezaba el reino del tequila), infinitas cajas de cerveza y hasta de mujeres a quienes la prensa moralista, a falta de la palabra impronunciable, “puta”, llamaba suripantas, rameras, fulanas, meretrices. Pero sobre todo se apropiaron sin combatir de los edificios más altos que estaban en las cercanías, como la “Guay” (es decir, la YMCA, la Asociación Cristiana de Jóvenes), en Balderas y Morelos, donde más tarde estuvieron el periódico Novedades y el suplemento México en la Cultura; la Sexta Demarcación de Policía, en la esquina de Revillagigedo y Victoria, que vio morir a Trotsky y fue el asiento de la “Secreta” y después de las no menos temibles Comisiones de Seguridad. Por extraño que parezca no se lanzaron sobre Chapultepec, quizá porque les parecía sagrado un edificio compartido por el H. Colegio Militar, el Castillo, y la residencia presidencial, el Alcázar. Sin embargo la familia Madero se refugió en la Legación japonesa. El presidente permaneció todo el tiempo en Palacio. Doña Sara no volvió a verlo sino en prisión y ya en vísperas de su asesinato. Diez días de bombardeo   De regreso el martes 11 Madero vio frustrado su intento de dar el mando a Ángeles. El secretario de Guerra García Peña le recordó que un general de división como Huerta no podía quedar a las órdenes de un brigadier. García Peña, colaborador activo o pasivo de los ciudadelos, confinó a Ángeles en una batería situada en Reforma ante el Hotel Imperial. Para sus cañones le dieron sólo proyectiles de metralla. Fue como si le hubieran proporcionado resorteras para lanzar piedritas contra los muros de la Ciudadela. A diferencia de Ángeles, Mondragón disponía de los cañones y el parque acumulados en la vieja fortaleza. Gracias a ello pudo casi demoler la vecina cárcel de Belén y permitir que los presos salieran, muchos de ellos para incorporarse a los sublevados. Se combatió durante ocho horas pero los proyectiles en vez de impactar los dos edificios enemigos arrasaron con el Centro y las colonias Juárez y Roma. Se diría que la intención de ambos contendientes no era tanto combatir al enemigo como provocar el terror entre los habitantes de la capital de modo que ansiaran la caída de Madero para que terminaran los combates. Pobres y ricos ya estaban sin alimentos y en muchas partes sin agua ni luz eléctrica. El retumbar de los cañones era enloquecedor y la hediondez de los cadáveres y la basura envenenaban el aire.   El imperdonable Lane Wilson   El siniestro embajador Henry Lane Wilson, verdadero centro de la conspiración, que en el interregno presidencial entre Taft y Wilson actuaba por sus pistolas y con la idea fija de destruir a Madero, buscó por todos los medios la complicidad del cuerpo diplomático. Ya se sentía en el aire la inminencia de lo que entonces llamaron la Gran Guerra y para nosotros es sólo la Primera Guerra Mundial. Por tanto México era de interés estratégico no nada más para los Estados Unidos sino también para Alemania y Gran Bretaña. La Armada Inglesa, creadora del imperio y sostén de su poder, había eliminado la hulla, el carbón mineral, como su combustible y dependía del petróleo mexicano. Para combatir o neutralizar a los Estados Unidos, nuestro territorio era invaluable. Dipsómano, tiránico, racista, paranoico y cruel, Lane Wilson tenía el temple del asesino serial y no actuaba como diplomático sino como procónsul. Personalmente odiaba a Madero porque le impidió hacer los grandes negocios que planeaba y le retiró todo subsidio. Lane Wilson reunió a los ministros de Alemania, España e Inglaterra y les ordenó que todos juntos visitaran a Madero para exigirle que no se disparara contra la zona de los edificios diplomáticos. En realidad su propósito era demostrar ante los europeos la debilidad del presidente. Él les aseguró que no se preocuparan: la Ciudadela no tardaría en rendirse gracias al genio militar de Victoriano Huerta. Francisco León de la Barra, el presidente provisional que desde 1911 hizo su mejor esfuerzo para sabotear al gobierno maderista, se ofreció como intermediario. Su oferta fue rechazada. Entonces la comitiva diplomática fue de Palacio a la Ciudadela para entrevistarse con Félix y Mondragón.   Vileza y nobleza   El miércoles l2 las bombas de la Ciudadela destrozaron la Puerta Mariana de la sede presidencial. El ministro de Inglaterra, con el argumento de pedir a Ángeles que alejara sus cañones lo más posible de la legación para no atraer los disparos enemigos, logró que De la Barra se entrevistara con Ángeles y le insinuara discretamente que él podía sentarse en la silla presidencial y resolver el conflicto. Casi todos habían abandonado a Madero. El único diplomático que se preocupó por su vida fue el noble ministro de Cuba Manuel Márquez Sterling. Él logró que La Habana enviara a Veracruz un barco de guerra que hubiera significado la salvación para Madero, el vicepresidente Pino Suárez y sus familias (JEP).

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