"Un charco inútil"

viernes, 19 de abril de 2013 · 10:22
MÉXICO, D.F. (Proceso).- ¿Cómo sobrevive una madre la muerte de su hijo y un profesor el ser humillado por sus alumnos? Asumir la situación para seguir adelante no es la única solución, como nos lo han hecho creer. Imaginar y volver realidad lo anhelado también abre puertas y rutas para la sanación aunque en nuestra sociedad se estigmatice con la palabra “locura”. En Un charco inútil, del dramaturgo español David Desola (1971), el dolor conduce el drama de los personajes y el espectador vive su duelo pero ríe sin poder evitarlo. La madre, interpretada por Úrsula Pruneda, y el profesor por Tomás Rojas, provocan la empatía de la audiencia al observar las soluciones que ellos van encontrando para poder seguir viviendo. Ella convive con su hijo aun cuando murió cinco años atrás en el atentado del 11-M en Madrid. Diego ya no existe pero ella hace que siga vivo con su deseo poderoso de que así sea. El profesor, frente a un lago artificial y congelado, conversa con su antiguo maestro, el cual, como si fueran sesiones terapéuticas, lo induce a superar la parálisis provocada por el hecho de que la golpiza que un alumno le diera, por quitarle una cajetilla de cigarros, fuera difundida por internet encadenadamente, dejándolo en ridículo. Sus vidas se cruzan cuando el profesor tiene que enfrentarse a darle clases particulares al niño invisible y actuar con la madre en consecuencia. El efecto en el espectador es de emociones contradictorias, porque puede una conmoverse hasta las lágrimas al observar la negación del dolor de una madre, pero reír gustosa por las situaciones que se crean entre esta ficción y la realidad. A la problemática emotiva que trata el autor en Un charco inútil, le acompaña una crítica social a la lógica de lo correcto e incorrecto que impone el “establishment” y a la violencia en la que estamos inmersos, ya sea física o psicológica. El subtexto se mantiene acertadamente por el autor, pero cae en un didactismo decepcionante cuando al final se lanzan consignas y moralejas creyendo al espectador incapaz de formarse un criterio propio. El director Carlos Corona, que propone soluciones escénicas eficaces, cae también en el didactismo tanto en el tono actoral del desenlace, como en el querer reforzar a la dramaturgia con proyecciones redundantes (el lago, los noticieros sobre el atentado y el video del profesor golpeado) que explicitan lo que nuestra imaginación ya había creado. La puesta en escena de Un charco inútil tiene visualmente un espíritu contemporáneo pero es débil en su capacidad de profundizar. Miguel Flores, el maestro con el que se “psicoanaliza” el profesor, mantiene el tono adecuado para el personaje; Tomás Rojas empuja su emotividad creando un personaje epidérmico y exaltado. Úrsula Pruneda sostiene su frescura pero que no llega a profundidades como en otros trabajos. La escenografía de Jesús Hernández juega con los conceptos de la educación, convirtiendo las paredes en pizarrones donde el mismo personaje dibuja o borra sus propios objetos. Para los requerimientos del texto, la producción es excesiva e innecesaria. En el plano del fondo, las paredes se abre o cierran para representar la habitación y la estancia de la casa de la madre. En el primer plano una banca con rieles y arena en la bocaescena. Es bella la propuesta pero la producción hecha por el INBA parece más un capricho creativo que un reto escénico. Un charco inútil, que se presenta en la Sala Villaurrutia, contiene una metáfora que amplía la concepción de la realidad, que utiliza el teatro del absurdo para provocar la risa y es capaz de sensibilizarnos frente a la violencia y la intimidación de nuestra sociedad.

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