El regreso de César Tort

sábado, 22 de junio de 2013 · 11:06
Su faceta de compositor es poco conocida. Pedagogo, creador del método de enseñanza musical para niños y adolescentes con instrumentos autóctonos que lleva su nombre, Tort tuvo que crear su propia escuela, el Instituto Artene, ante la negativa de la Secretaría de Educación Pública para implantarlo en las primarias. Cuarenta y siete años después del estreno de su cantata La espada –en memoria de José María Morelos y basada en un poema de Carlos Pellicer–, la OFUNAM la saca del olvido este fin de semana. Tort cuenta aquí cómo surgió la obra. MÉXICO, D.F. (Proceso).- Regresa a la sala de conciertos La espada, cantata del compositor César Tort prácticamente en el olvido, que el también célebre pedagogo musical poblano y fundador del Instituto Artene compuso hacia 1965, inspirado en los versos heroicos de Carlos Pellicer Tempestad y calma en honor de Morelos, del poemario Subordinaciones (1949). Imaginad: una espada en medio de un jardín. Eso es Morelos… Desde los años setenta en la Escuela Nacional de Música de la UNAM, enarbolando su Método Tort, el autor de La espada emprendió su cruzada por la educación infantil en México contra la imposición de las flautitas piccolo Yamaha japonesas, tan generosamente aceptadas por las autoridades culturales de la SEP para inundar cual negocio musical las escuelas primarias del gobierno (“La educación musical infantil beneficia a las trasnacionales”, Proceso 325, y “El INBA trasplanta de Venezuela un sistema pedagógico para formar orquestas”, Proceso 598). En su estudio de Tezoquipa en Tlalpan y a sus 87 años de edad, el profesor Tort confiesa sin perder el buen talante: “Creo que a raíz de aquella lucha contra los métodos extranjeros de música para niños que pretendían traer a los colegios públicos de México y fundamentalmente, mi oposición a que esa empresa del Japón se estableciera con sus flautas y órganos con beneplácito de la Secretaría de Educación Pública (SEP) fue que de alguna manera hubo presiones para silenciar mi trabajo como compositor. “No puedo demostrarlo, pero en el fondo esa batalla mía contra la Yamaha molestó a empresarios que hostigaron a autoridades y, a la postre, me costó desaparecer como compositor en mi país. Aquí debo hacer un reconocimiento muy especial a don Julio Scherer García, quien siendo director general del periódico Excélsior a comienzos de 1970 siempre mostró amor e interés por mis investigaciones educativas y mi lucha para dar a los niños mexicanos el Método Tort en la enseñanza pública, obligatoria, de las escuelas primarias. Honor a quien honor merece…” Ahora, el fundador del Instituto Artene en Coyoacán hace cuatro décadas regresa como compositor: la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM) repondrá esta obra bajo la batuta de Guadalupe Flores y tres agrupaciones corales, concertadas por su hijo Germán Tort (director del Coro Artene), en dos funciones en la sala Nezahualcóyotl de la UNAM hoy sábado 22 y mañana domingo 23 a las 20 horas y mediodía, respectivamente. Han transcurrido 47 años del estreno por Luis Herrera de la Fuente al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional de La Espada, en el Palacio de las Bellas Artes, y 46 desde que Eduardo Mata la llevó al Teatro Degollado de Guadalajara por el centenario del recinto. Relata cómo surgió la cantata para narrador, coro mixto y orquesta, de 18 minutos: “Conocí a don Carlos Pellicer porque en 1965 la SEP, a través de la Subsecretaría de Cultura que dirigía el novelista revolucionario Mauricio Magdaleno, me encargó una obra para conmemorar 200 años del natalicio del general José María Morelos y Pavón en un homenaje en Bellas Artes. Magdaleno me entregó Tempestad y calma.., Pellicer pintaba con las palabras como si fueran murales de colores muy vivos.” –¿Conocía aquel poema? –Otros, ese no y me pareció muy bello, sentí una especie de pintura mural épica ahí, y además un vozarrón grandilocuente en el mejor sentido del término. Si yo iba a hacer algo musical debía ser semejante, no una obra chiquita de cámara, imposible. Necesitaba una gran orquesta y un gran coro. “Ese tipo de géneros musicales en cantata se hacía poco en México; existen cantatas y obras sinfónicas con coros, pero son escasas y el carácter del poema pelliceriano era guerrero, bravo, épico, volcánico. ¡No!, dije, ¡tengo que estar a la altura!, y cuando me volvieron a llamar a Bellas Artes ahí estaba don Carlos Pellicer…” Tort sonríe con la imagen de la memoria: “Yo estaba joven, recuerde que fue en 1965, ¿eh? Y Pellicer me bautizó entonces: ‘¡Ah!, el joven maestro…’, así me decía... Bueno, me empezó a platicar y me dijo que Cuauhtémoc y Morelos eran las dos figuras de la historia de México que le habían interesado mucho. Había escrito poemas de ambos, también de otros próceres, pero puso énfasis en ellos y le dije: ‘No, pues mire usted que para estar a la altura de su Tempestad y calma en honor de Morelos yo necesito un gran aparato musical’, y empecé a componer en lo que llaman maderas por tres, que es la orquesta más grande; pero el coro siempre fue un problema… “Porque en el INBA habían coros de 60 a 80 voces y yo necesitaba más de cien voces, unas 150... Con mucho trabajo juntaron tres coros que pusieron a disposición de Herrera de la Fuente.” La espada debutó el 22 de diciembre de 1965 en la sala de conciertos del Palacio de las Bellas Artes “y fue un evento del gobierno que impresionó a todos porque llegó el presidente y su equipo”, escribiendo José Revueltas en el programa de mano: Su música no sólo respira vida sino que la reparte. Se grita al héroe de la cantata de Tort. Lo grita el hermoso poema de Pellicer. Pero bien: lo cierto es que el grito no lo lanza sino el héroe mismo y nadie más… “Herrera de la Fuente tenía 80 personas en el coro pero yo necesitaba más, sólo que el estreno se nos vino encima y, muy listo, puso al coro en el mismo nivel que la orquesta: acá sopranos y contraltos, y acá barítonos y bajos, ¡y se escuchó excelente! Sólo se molestó porque el actor Pepe Gálvez se equivocara en un verso. Cuando luego él mismo la metió también en temporada, ya ahí fueron 120 personas del coro mixto y leyó Carlos Pellicer a comienzos de abril de 1966. “Mata la llevó a Guadalajara dos veces, era una persona exigente y me dijo: ‘Me gusta mucho tu trabajo, ojalá sigas adelante porque piezas como éstas son las que resaltan. Desde luego, hay muchas piezas de cámara, de canto y para orquesta reducidas; pero lo que necesitamos es este vozarrón que organizaste para presentar tu trabajo en el Teatro Degollado’.” –¿Qué le dijo Pellicer? –Carlos Pellicer ya no me bajó de “joven maestro”; pero en una ocasión estaban en una discusión en la Subsecretaría de Cultura sobre otra cosa, y entonces hablaron conmigo de hacer un poema o cantata sobre Juárez y nombraron a varios, gente capaz, cómo no, porque México felizmente tiene buenos músicos, aunque no muchos… “Y recuerdo que Pellicer les dijo: ‘¡No, no, no, señores! ¡A mí no me inventen...! Mi músico está aquí…’¡Y me señaló! Dijo Pellicer: ‘Este señor César Tort habla con 100 voces’. Creo que la cantata a Juárez la hizo Blas Galindo, posteriormente.” Su esposa, la pianista Silvia Ortega, llega al estudio con café y galletas. Ella recuerda especialmente la manera pantagruélica de comer del poeta tabasqueño y un espagueti a la boloñesa que les preparó a ambos y a José Revueltas en Tepoztlán. –Compondría una obra más de Carlos Pellicer, ¿cierto? –Fue otro encargo pero de banqueros, querían no sé qué inaugurar y me pagaron por hacer un poema de Pellicer, entonces lo que compuse fue un dúo para soprano, contralto y arpa. Pero es una obra de cámara sobre una obra de Pellicer que se llama Volved a hablar, de sus Cosillas para el Nacimiento, sobre el nacimiento del Niño Jesús. “Carlos Pellicer era un personaje, ¿cómo le diría yo?, muy difícil de entender, porque era muy católico, como yo, ¿me entiende? Me tocó la fortuna de conocer más a Carlos Pellicer pues un día fui a su casa de Las Lomas de Chapultepec, entrando había una escalera y en una sala grande, a mano izquierda, tenía tremendos cuadros de José María Velasco que me impresionaron y le dije: ‘Han de haberle costado una fortuna…’ “ Fueron los Velasco que le robaron antes de morir Pellicer, en 1977. “Aparte de que había tres grandes ahí tenía varios estudios chiquitos de Velasco donde él estudiaba la flora de México pero en color, no en lápiz, muy bonitos. Entonces, sí… Yo conocí a Pellicer en sus gustos… y sus disgustos.” –¿Disgustos? –No sé si decirlo… Porque recuerdo que le dije ‘voy a traer a mi señora para que vea sus Velasco...’ Yo ya estaba casado entonces con Silvia, y se me ocurrió comentarle: ‘Bueno, don Carlos, pero le falta pintura moderna, usted ha escrito sobre Tamayo…’ Y en mal momento se me salió preguntarle: ‘¿No le gustaría tener, por ejemplo, un cuadro de José Luis Cuevas?’ “Y me sentenció en tono grave, muy solemne: ‘¡Oiga usted, joven maestro…! ¡No quiero pesadillas en los muros de mi casa!’. Pellicer era así. Podía decir las cosas más serias de broma con su vozarrón engolado.” Pero aquella vez, asegura César Tort frente al paisaje de Velasco en su sala que él copió en 1982 (pues el compositor de La espada pinta en sus ratos libres), el vozarrón de Carlos Pellicer no bromeaba.

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