Prisionero 1568: desde el horror de una celda en Puente Grande

martes, 16 de julio de 2013 · 22:41
MÉXICO, D.F. (apro).- Ni tenía forma de suicidarse en su celda. Lo mantenían prácticamente desnudo, sin nada a su alcance, porque tras un “estudio criminológico” –que consistió en dos preguntas: su nombre y su edad– los médicos dedujeron que Jesús Lemus era reo de máxima peligrosidad, capaz de fabricar un arma a partir de todo lo que caía en sus manos. El juez le ordenó seguir una “terapia de reeducación”. Esto justificó el traslado del Centro de Readaptación Social (Cereso) de Puentecilla, Guanajuato, a Puente Grande, el famoso penal federal de Jalisco. Una “cárcel de exterminio”, según Lemus, donde le atribuyeron la matrícula 1568, que portó durante sus tres años de reclusión. En Puente Grande caminan con la cabeza gacha “los malditos” del Centro de Observación y Clasificación (COC), la sección de confinamiento de los presos más peligrosos, donde Lemus quedó encerrado seis meses. El nombre “los malditos” proviene de los insultos de los guardias. Lemus asegura que los reos se lo apropiaron, ya que “no tienen derecho a nada”. Dicen los exprisioneros que en la cárcel se tejen lazos de fraternidad y de solidaridad incomprensibles por los de afuera. Presentado por los guardias como reportero, Lemus tuvo que ganar poco a poco la confianza de sus compañeros en el penal federal. En el COC, lo único que le entregaban eran dos cuadros de papel sanitario. Una persona le proporcionó una puntilla de grafito, “para que se entretenga, dibuje en la pared y luego lo borre”. Para no caer en la locura por el aislamiento en el que le confinaba su celda, se puso a escribir los recuentos de sus compañeros en las hojas de papel sanitario. Cada 12 días, sacaba las hojas frágiles plegadas en sus zapatos y las entregaba a su esposa, que venía a visitarlo. Así nació el libro Los Malditos –crónica negra desde Puente Grande– que hoy presentó Jesús Lemus. El libro se presenta como una recolección de testimonios e historias más impactantes que le contaron los mayores delincuentes mexicanos: entre ellos Daniel Arizmendi El Mochaorejas, un lugarteniente del Lazca, Alfredo Beltrán Leyva o Rafael Caro Quintero. Nunca recogió las historias durante entrevistas, confesó, sino en charlas informales, entre dos partidos de dominó o durante la hora de “distracción”. Tampoco investigó los casos, los transcribió tal cual en “una fotografía de cómo se vive ahí adentro”, precisó. Durante su encarcelación era imposible comprar a los guardias para mejorar su bienestar y sus condiciones de encarcelamiento, afirmó Lemus. Aun personas de gran poder económico como Rafael Caro Quintero comían igual que todos, al contrario de la época cuando estuvo preso en Puente Grande Joaquín El Chapo Guzmán (hasta su evasión el 19 de enero de 2001, un mes después de la llegada a Los Pinos de Vicente Fox). Uno de los compañeros de Lemus, El Gato, le relató que El Chapo Guzmán gozaba de una reputación “increíblemente buena” entre los presos, ya que les ayudaba a todos gracias al poder que ejercía dentro de la cárcel. Algún día, uno de los reos le dijo “¡Pinche reportero! Con todo lo que escuchaste tienes material para un libro”. Pero antes de escribirlo tenía que salirse de un proceso jurídico manchado de irregularidades. El peso del Estado Jesús Lemus, periodista y exdirector del diario local El Tiempo, ubicado en La Piedad, Michoacán, fue sentenciado por cumplir con su labor en “una región dominada por el PAN, El Yunque y la Iglesia”, afirmó. El 7 de mayo de 2008, su fuente policial habitual le citó en el estado vecino de Guanajuato prometiéndole una nota. La llamada ocurrió dos semanas después de que Lemus publicara un comunicado de la Procuraduría de Justicia de Michoacán sobre una red de pederastia que involucraba a un diputado local y un diputado federal. Sin sospechar nada, el periodista tomó su carro y llegó a las instalaciones de la comandancia. Ahí lo esperaba un grupo de encapuchados que le sometió. “No lo tomes contra mí, te piden en Guanajuato” le explicó su fuente como para aliviar su conciencia. Al terminarse la primera ronda de golpes, palizas, choques eléctricos y periodos de sofocación, trataron de hacerle firmar un documento en el cual reconocía formar parte de una célula en contacto con el capo Osiel Cárdenas Guillén. Se negó. Después de la segunda, le presentaron un acta de pertenencia a Los Zetas de Guanajuato. Rechazó otra vez. La última acta que le presentaron bajo tortura lo identificaba con La Familia Michoacana. En vano, no firmó. La inquietud de sus familiares y colegas le salvó la vida, aseguró. Al no verlo regresar, llamaron a Malvina Flores, integrante de la organización Reporteros Sin Fronteras, que pronto se enteró de la visita de Lemus a la oficina policial de Guanajuato. El Ministerio Público lo acusó de narcotraficante. El juez lo mandó a la cárcel de mediana seguridad de Puentecillas. Al recibir la información, la prensa lo abandonó: en el mejor de los casos se quedaron callados; en el peor felicitaron la detención de un “narcoperiodista”. Sólo Reporteros Sin Fronteras denunció un juicio sin pruebas, afirmó Lemus. Lo trasladaron a Puente Grande mientras su juicio se llevaba a cabo en Guanajuato. Cualquier solicitud pasaba por un procedimiento de exhorto: el juez de Guanajuato mandaba una carta por correo ordinario al juez de Jalisco para convocar a Lemus a una audiencia. Tras dicha audiencia, el magistrado jalisciense retornaba una carta por correo ordinario. “El proceso se dilató. Cada prueba que podía desahogarse en una semana me aventaba de tres hasta cuatro meses”, recordó Lemus. Abogados acribillados El periodista dudó que el gobierno de Guanajuato pudiera trabar el juicio por sí solo. “Las órdenes vinieron de muy arriba, desde Felipe Calderón, a petición del gobierno local”, estimó. En agosto de 2010, las autoridades encontraron el carro y los cuerpos de sus tres abogados originarios de La Piedad, acribillados, en la carretera que recorre el camino de Michoacán a Guanajuato. Iban juntos al estado vecino para atender el caso de Lemus. Las investigaciones concluyeron a un ajuste de cuentas ligada al crimen organizado. Tras la noticia, Lemus tuvo que designar un abogado de oficio entre los nombres que aparecían en la lista que le presentó el juez. Las solicitudes tomaban dos meses –por correo ordinario– y nunca resultaban positivas. Después de ocho meses de desesperación, pidió al juez que éste escogiera un abogado de oficio, “el que sea”. “La única prueba que me tenía detenido era el señalamiento del comandante que me detuvo, quien afirmó que formaba parte de una célula del crimen organizado. Su argumento se basaba en que me había visto con mucha gente. No ofrecía mayor prueba, por lo que no podía defenderme”, deploró Lemus. Pese a la debilidad del testigo, al juez le pareció suficiente para condenar a Jesús Lemus, el 26 de enero de 2011, a 20 años de prisión. Diez años por delincuencia organizada, diez más por “fomento al narcotráfico”. Lemus, sin resignarse a la idea de pasar tanto tiempo en la cárcel, apeló en Guanajuato. Otro juez tomó el caso… y confirmó que carecía de sustento jurídico. En este entonces, Lemus se encontraba desde hace dos años y medio en la zona “población” de la cárcel de alta seguridad de Jalisco. El 12 de mayo de 2011 le anunciaron su liberación. “No lo podía creer”, confesó Lemus. “A veces se equivocan. Algún día me convocaron y me anunciaron que tenía un juicio pendiente en Chihuahua. ‘¿Cómo?’, les pregunté, ‘nunca he ido a Chihuahua’. Se habían confundido de nombre. Era terrible para quienes anunciaban la liberación pero luego los decían que era un error”, aseveró. El periodista salió del penal en una situación de pobreza total. Perdió su periódico, y mientras se encontraba en la cárcel lo demandó un grupo de empleados por una procedencia de despido, “una orden de una autoridad local”, asumió. Mandó solicitudes a todos los periódicos, pero al notar su pasaje por la cárcel todos le contestaron lo mismo: “Después”. Una amiga le prestó una laptop, gracias a la cual pudo escribir su libro. Hoy teme por su vida. Al recibir amenazas de muerte se fue de La Piedad. Sigue una terapia psicológica. La cárcel nunca abandona su mente y no logra dormir bien a causa de las fobias que le surgieron. Algunos colores y olores se vuelven insoportables, le recuerdan el encerramiento. La “reeducación” a la que le sometieron consistía en quebrar su voluntad mediante golpes y humillaciones. Puso una denuncia en un tribunal federal en Morelia, que se negó a seguir el caso y le obligó a entregarla al tribunal de Guanajuato, el mismo que le agravió. Hoy está trabajando sobre una demanda a la Corte Interamericana de Justicia (CIJ). “Fui víctima del peso del Estado sin justificación”, denunció. Aseveró que todo esto pasó cuando se encontraba la “extrema derecha” en el poder, antes de añadir: “Fue nefasto el gobierno de Felipe Calderón, ojalá nunca su vuelva a repetir algo así”.

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