Terapia de la muerte

jueves, 22 de agosto de 2013 · 11:40
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Miren, cabrones: vean lo que les puede pasar si no se ponen las pilas! Este güey se murió por alcohólico, por no entender”, le decían los padrinos al grupo de alcohólicos en rehabilitación mientras mostraban el cadáver de su compañero tendido a mitad de la sala. Se llamaba Julio C. y era un veinteañero. Tenía pocos días de haber ingresado a esa granja de rehabilitación situada en un paraje cercano a la ciudad de Toluca. Llegó muy debilitado. Su carácter levantisco lo hacía oponerse a la rígida disciplina de la granja. Los padrinos trataban de corregirlo hasta que se les pasó la mano y lo mataron de una golpiza. En cuanto murió tendieron su cuerpo en el piso de la sala de juntas y llamaron a los demás internos para que vieran el cadáver. En esa granja –como en muchas otras y en anexos para alcohólicos– es parte de la terapia grupal exhibir los cadáveres de quienes mueren dentro. Dennis S., uno de los internos congregados en torno al cuerpo de Julio, es quien relata la anécdota y recuerda así la escena: “Las moscas volaban sobre la cara desfigurada de Julio. Estaba descalzo y sin camisa. Tenía los ojos en blanco. Cuando llegó a la granja no traía ni un rasguño. Pero terminó muerto por la golpiza que le pusieron los padrinos que nos seguían diciendo a todos: ‘¡Miren, cabrones: así también pueden terminar ustedes!’ Después echaron el cadáver a una camioneta y se lo llevaron quién sabe a dónde. Ya no supimos más. Nadie preguntó nada.” Para Dennis esa muerte no es un hecho insólito. A sus 34 años ha vivido una década de reclusiones en siete granjas y anexos a los que fue llevado a la fuerza por sus familiares, quienes ya no soportaban su alcoholismo. Ahí padeció vejaciones, torturas y presenció muertes e intentos de suicidio. Alto, robusto y con los brazos tatuados, Dennis radica en Ecatepec, Estado de México, donde intenta reabrir su pequeño taller de motocicletas y rehacer su vida estropeada por el alcohol. Entrevistado en una oficina de la Central Mexicana de Alcohólicos Anónimos –institución que lo puso en contacto con Proceso–, Dennis cuenta sus vivencias en algunos de esos centros de reclusión. “A la fuerza” “Unas tías y unos primos me llevaron a la fuerza al primer anexo. Lo manejaba Factor X y estaba en la colonia Providencia, de la delegación Gustavo A. Madero. Los familiares siempre pagan cuotas de entrada y después aportaciones semanales. Conmigo se hizo lo mismo. A ese anexo llegué muy borracho. Me subieron al dormitorio de valoración, donde sólo había un catre de madera sin colchón y sin cobijas. Ahí me dejaron durmiendo para que se me bajara la embriaguez. “Al despertar estaba frente a mí una persona amarrada con cables. Era un castigado. Sangraba de la cara, pataleaba y gritaba. Me empezó a mentar la madre una y otra vez. Hasta que me enojé y empecé a golpearlo. Luego entraron cuatro personas y me pusieron una madriza a mí también. Después me amarraron. Ese fue mi recibimiento. “Al desatarme me dicen: ‘Ahí está tu baño para que hagas tus necesidades’. Y me entregan un bote de la Comex de 19 litros para orinar y defecar. Cada interno tenía su propio bote. Había varios menores de edad. Ahí conocí a un chamaco como de 14 años. “A la comida que nos daban la llaman ‘caldo de oso’; puras verduras echadas a perder que recogen de los desperdicios de los tianguis, revueltas en un caldo que sabe a tierra. Te tienes que comer tu ‘caldo de oso’ con tortillas enlamadas. Y si no quieres te mueres de hambre. Ni los perros comen tan mal. “En ese anexo había unos 80 internos. Dormíamos apretados como sardinas y sobre cobijas mugrosas. Ahí se dice que eso es dormir ‘pito con pito y culo con culo’. Uno no se puede ni mover. Al levantarte tenías que bañarte con agua fría. “Y era pura tortura sicológica las terapias de grupo que te dan los padrinos, conocidos también como ‘los chicarcones’, gente que dejó el alcohol y te ayuda a rehabilitarte. Les dices que estás preocupado porque a la mejor tu novia te va a dejar y ellos te contestan: ‘A tu novia ya se la anda tirando otro cabrón’. O hablas de tu familia y te dicen: ‘Tu familia no te quiere, por eso te trajo aquí’, cosas de ese tipo que duelen mucho. “Los de factor X son muy cabrones. Te amarran y te golpean si no haces lo que te piden. Sólo estuve como una semana en ese anexo. Mi padre no sabía que estaba ahí. Al darse cuenta me fue a sacar. Pero salí y seguí tomando...” “Por teporocho” “Nuevamente mi familia volvió a meterme en otro anexo que está por la colonia Romero Rubio y lo maneja un grupo que se llama Comprensión. Ahí había mujeres. En el día convivíamos con ellas durante las juntas y en la noche hombres y mujeres dormíamos aparte. “Para divertirse, los padrinos nos ponían a hacer ‘patitos’, que consiste en limpiar los pisos con jergas y con las rodillas dobladas; o hacer ‘carritos chocones’, que es poner a dos personas en dos extremos y limpiar a toda velocidad el piso hasta chocar uno con otro. Si protestas te golpean. “Una vez ‘los chicarcones’ me dijeron: ‘Valora a este güey que acaba de llegar’. Y me pusieron a atender a un borracho que llegó con delirios. Yo no sabía qué hacer. Todos se fueron a dormir y me quedé cuidándolo. Le empezaron a dar ataques, se le volteaban los ojos y se le engarruñaba el cuerpo, hasta que murió. Eran como las tres de la mañana. Avisé a los padrinos que sólo dijeron: ‘Se murió por teporocho’. “A esas horas, los padrinos despertaron a todos los internos para reunirnos en la sala de juntas donde tendieron al muertito para que lo viéramos. ‘Así van a quedar ustedes si no entienden’, nos dijeron. Los teporochos se mueren en los anexos porque no hay médicos ni enfermeros, y nosotros no podemos curarlos de la peda. “En ese anexo estuve poco más de un mes. Me escapé un día que vi la puerta abierta. Iba descalzo y salí corriendo. Y volví a caer en el alcohol. Estaba muy resentido con los anexos y con mi familia. “Cuando caí en el tercer anexo ya estaba casado. Fue mi esposa la que me metió. Le habló a ‘la patrulla enchancladora’, un automóvil con cuatro personas que trabajan para un anexo y van por ti hasta tu casa. Me cayeron de sorpresa y me metieron a golpes al carro. Tuvieron que amarrarme porque opuse mucha resistencia. El anexo al que me llevaron está por la Vía Morelos, en Ecatepec, y lo maneja el grupo Reencuentro Conmigo. Es un edificio de tres pisos. Ahí me robaron todo desde que entré; mi reloj, una esclava y hasta unas arracadas de oro que me había puesto en los pezones. “En la tribuna de ese anexo no hay ninguna coordinación. Contábamos nuestras experiencias sin nadie que nos guiara. Había muchas broncas entre los anexados. “A ese anexo llegó un día mi esposa y me dijo: ‘acaban de robar la casa y estoy embarazada, ya vámonos’. Ella misma me sacó de ahí porque me necesitaba. Pero no me compuse. Volví a seguir en la peda.” “Mi esposa volvió a meterme en otro anexo. Está en Xalostoc, cerca de mi casa, y lo maneja el grupo El barco de la sabiduría. Y otra vez a comer el ‘caldo de oso’, a defecar en un bote y a soportar las golpizas. Lo único bueno de ese anexo es que te dan de cenar bien; una taza de café y dos piezas de pan recién traídas de la panadería. “Ahí nos ponían a tejer carteras. Decían que era terapia ocupacional. Las vendían quién sabe dónde. Nosotros éramos sus obreros, pero no nos pagaban ni madres, sólo un cigarro Delicado sin filtro por cada jornada diaria. “Un día me mandaron a tirar la basura afuera del anexo y aproveché para escaparme. Regresé a mi casa todavía más resentido con mi familia. Les gritaba a todos, pateaba las puertas y vendía la televisión, el estéreo, el DVD o lo que fuera para poder seguir tomando. Mi padre me amenazaba: ‘Te vamos a mandar a una granja en algún lugar aislado para que no puedas fugarte’.”

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