Siria: reporteros secuestrados, vendidos, canjeados...

viernes, 23 de agosto de 2013 · 09:25
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El fotógrafo francés Jonathan Alpeyrie pensó que lo iban a ejecutar. Tenía los ojos vendados cuando sintió en su cabeza la boca del cañón de un arma. Momentos antes un grupo de encapuchados lo había bajado de la camioneta en la que viajaba y lo forzaron a arrodillarse. Era el pasado 23 de abril. Alpeyrie había cometido un error: creyó que podía confiar en los guerrilleros sirios con los que venía. En realidad lo habían vendido. Su fixer (contacto local que ayuda a un periodista a moverse en el área) y el comandante de una katiba (pelotón) lo habían invitado a acompañarlos a una reunión con otros combatientes. En la camioneta, custodiado por dos hombres más, lo llevaron a un punto de control carretero al sur de Damasco, la capital de Siria. Ahí los esperaban los encapuchados. Colocaron el cañón de un arma muy cerca de su cabeza e hicieron un disparo que le pasó a milímetros. Le llenaron la boca con un trapo, cerraron esposas metálicas en torno a sus muñecas y empezaron a golpearlo. La traición se ha convertido en una de las mayores amenazas para los periodistas extranjeros en Siria. Hasta el inicio de 2013 podían tener la mala suerte de caer accidentalmente en manos de fuerzas del régimen o de milicias islamistas o de quedar atrapados en una zona que éstos fueran a capturar. Creían que los territorios controlados por los opositores, en particular la mitad rebelde de la ciudad de Alepo, eran relativamente seguros. Esta percepción cambió el pasado enero con el secuestro de tres periodistas: el documentalista húngaro Balint Szlanko, el fotógrafo español Andoni Lubaki y el autor de este texto. Sus fixers informaron de ellos a los secuestradores y participaron en la operación de captura. Los encapuchados que los retuvieron pertenecían a una brigada del Ejército Sirio Libre (ESL). Transitaron sin problemas por avenidas bajo vigilancia guerrillera y los encerraron en un edificio que usaban como centro de detención. Luego los ofrecieron en venta a uno de sus supuestos rivales: un grupo islamista el cual declinó la oferta. Robaron el equipo y dinero de los tres periodistas y luego los dejaron ir. Desde entonces se han incrementado severamente los riesgos para los informadores extranjeros. La situación se complica por una razón: La mayor parte de los periodistas que cubren el conflicto sirio trabajan por su cuenta y carecen de los recursos financieros, logísticos y de protección con los que las grandes agencias internacionales y cadenas de televisión respaldan a sus enviados. Un seguro médico y uno que cubra secuestros pueden costar 20 mil dólares por dos semanas, un monto hasta 30 veces mayor que el ingreso de un periodista en ese lapso. No existen cifras precisas sobre trabajadores de la prensa secuestrados pues muchos casos se mantienen en secreto. La organización Reporteros Sin Fronteras estima que en Siria hay en este momento 26 periodistas desaparecidos o privados de la libertad. De éstos, ocho fueron raptados en por lo menos seis incidentes ocurridos entre el 6 de julio y el 11 de agosto. Un dato que añade gravedad al asunto: dos organizaciones dependientes de Al-Qaeda –Jabhat al Nusra (JAN) y Estado Islámico de Irak y al-Sham (EIIS)– son las responsables en todos los casos. Sus objetivos no parecen políticos ni económicos. Consideran que los periodistas son espías enemigos y es difícil que acepten dinero o concesiones a cambio de su liberación. Hay que temer por las vidas de los cautivos.   “Nuestro maldito trabajo”   Alpeyrie estuvo tres semanas en una casa, esposado a una cama, y tres más en otra, encadenado a una ventana. Luego sus captores le permitieron moverse dentro del inmueble. Civiles y combatientes lo vigilaban. Algunos de ellos usaban barba espesa y sin bigote, al estilo islamista. A veces jugaban con él: apoyaban armas contra sus sienes. Un día un muchacho con aspecto de loco quiso asesinarlo porque había ido al baño sin pedir permiso. Sólo los gritos de sus compañeros impidieron que le disparara en la cabeza. Tres veces los secuestradores lo acusaron de pertenecer a la CIA y lo interrogaron. La última vez llegaron con cuchillos y se pusieron a afilarlos, simulando que los usarían para cortarle la garganta. Además le exigían que les enseñara a utilizar detectores de metales porque querían buscar tesoros escondidos. Lo forzaron incluso a que los enseñara a nadar. El francés se vio de pronto en una piscina de agua helada, sosteniendo al comandante que lo tenía secuestrado para evitar que se ahogara. Disfrutaba de una hermosa vista hacia un valle que él conocía por sus anteriores visitas a Siria. Sabía dónde estaba, pero eso no le servía de mucho. Lo tenían muy cerca de la línea de fuego y él temía hallarse de pronto en medio de un combate. El área era bombardeada constantemente por helicópteros y cazas del gobierno. Su experiencia en las guerras de Afganistán, Chechenia y Georgia no le ayudaba debido a la falta de movilidad. “No sólo estaba cautivo indefinidamente sino que una bomba podría haberme matado en cualquier momento”, dijo Alpeyrie a Michel Puech, periodista de Le Journal de la Photographie que lo entrevistó. Recordó esos momentos: “Los cohetes caen incesantemente en sus cuarteles y en la casa donde me tienen. Cuatro golpes. Se acercan... ahora se alejan. Están ajustando la precisión. Saben a qué le quieren dar. Pegan a 100 metros... Ahora a 20 metros... Piensas en escapar, piensas en suicidarte”. Una de las mayores angustias que padece un periodista es no saber por qué lo tienen secuestrado. Se puede especular sobre el tiempo probable que lo tendrán cautivo, si eventualmente lo torturarán, si tendrán algún interés en mantenerlo sano o si el final será la muerte. ¿Buscan dinero? ¿Hacer un intercambio por terroristas presos? ¿Reivindicar posiciones políticas? El martes 6, en un foro privado de internet en el que periodistas y defensores de derechos humanos discuten cotidianamente la situación en Siria, las voces de alarma se escucharon con mayor intensidad. Algunos participantes advertían a reporteros sin experiencia en guerras que el de Siria no es el conflicto donde se le puede adquirir. Les pedían mantenerse lejos. Otros señalaban que no era lugar ni siquiera para veteranos. Pero “seguiremos yendo porque es nuestro maldito trabajo”, puntualizó un colega europeo. El sábado 10 se dio a conocer que un periodista secuestrado había escapado. Su nombre no se da a conocer porque dos compañeros suyos siguen en cautiverio y podrían sufrir represalias. De su caso se extraen dos inquietantes revelaciones: la primera, que lo tenía secuestrado JAN y cuando otra milicia, Ahrar al Sham –también islamista pero menos radical– consiguió que se lo entregaran y prometió liberarlo, JAN se las arregló para que se lo devolvieran. Esto refuerza la sensación de que otros grupos rebeldes saben que JAN y EIIS tienen rehenes pero no quieren actuar al respecto o no pueden hacerlo. La segunda: aunque obligaron al prisionero a darles sus claves bancarias para vaciar sus cuentas, JAN no tenía interés en exigir una enorme cantidad de dinero o concesiones políticas a cambio de su libertad. Los miembros de este grupo obtuvieron acceso al correo electrónico del detenido y se hicieron pasar por él para enviarle mensajes a su familia, asegurando que se encontraba bien. No querían publicidad, pero seguían reteniéndolo... como a otros. En el citado foro privado de internet el representante de una ONG recomendó de manera informal precaución y prudencia extremas: “Todos los casos (conocidos de secuestro) permanecen sin resolver y no queda clara la motivación que tienen. No es necesariamente obtener recompensas. Estos tipos están hablando de (que acusan a sus cautivos de ser) espías. El juego ha cambiado radicalmente y si tú eres la siguiente persona que agarran, es muy probable que te encuentres en la misma situación. La posibilidad de que un secuestro termine en ejecución o desaparición permanente es muy real”. En el foro se sugirió una medida: no conformarse con el apoyo de un fixer y ponerse bajo la protección de una katiba del ESL. El riesgo, señalaron algunos participantes, es encontrarse con una katiba de JAN o EIIS mejor armada. O como le ocurrió a Alpeyrie, que el comandante “amigo” venda al periodista. Sin embargo el fotógrafo contó con ayuda: no sólo lo buscaban los servicios de inteligencia de Francia y Estados Unidos, también “poderosos amigos” del vecino Líbano, bien conectados en Siria y que, según parece, resultaron más eficaces. Descubrieron dónde se encontraba y qué grupo islamista lo tenía. Gestionaron su liberación a cambio de una recompensa. Alpeyrie no sabía nada de esto cuando sus captores lo llevaron ante un líder local, quien a su vez lo entregó a unos hombres que lo pusieron en una cárcel del régimen sirio. Así, el francés pasó de las manos del ESL a las de sus rivales islamistas y de éstas a las de sus enemigos: las fuerzas del gobierno; un juego que revela una parte del caos de esta guerra y de las extrañas relaciones que se establecen y se rompen entre los distintos actores. De la prisión del dictador Bashar al Assad, sus nuevos captores lo trasladaron a una lujosa villa propiedad de un hombre de negocios que era leal a Assad y estaba protegido por un ejército privado de matones. Él organizó una operación para introducirlo clandestinamente a Líbano. Así llegaron a un apartamento en Beirut donde había que esperar “algo”. En una ocasión sus custodios salieron a fumar. Alpeyrie aprovechó para escabullirse. Sólo trató de impedírselo una mujer que hacía la limpieza. Y se halló entre el tráfico de la capital libanesa. Pudo comunicarse con su embajada y dos guardias lo rescataron. Era 20 de julio. Había pasado 81 días secuestrado. Alpeyrie reveló cuánto se pagó por su rescate: 450 mil dólares. En el foro privado sobre Siria esto sentó muy mal: fue como crear un tabulador para futuros secuestradores. Un periodista resumió: “Ahora todos tenemos un precio”.

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