Un año después del asesinato en Coyoacán de León Trotsky, uno de los custodios de la cárcel de Lecumberri le escribió dos cartas a la viuda del revolucionario ruso para ofrecer su brazo vengador a cambio de dinero y eliminar al homicida Ramón Mercader. Las misivas –parte esencial de las cuales Proceso hace públicas por primera vez– permanecieron en los archivos de la Presidencia. Copias de ellas están ahora en el Archivo General de la Nación. El círculo cercano de Trotsky sospechó de esa oferta; se pensó que en realidad era un plan orquestado en Moscú con el propósito de eliminar a su peón y echarle la culpa a los seguidores del principal enemigo de Stalin.
MONTERREY, N.L. (Proceso).- Un año después del asesinato de León Trotsky, uno de los guardias de la cárcel de Lecumberri, Bartolo Oliva, se propuso cumplir el “deber sagrado de vengar” la muerte del revolucionario ruso y elaboró un plan para ejecutar al homicida Ramón Mercader del Río dentro del llamado Palacio Negro.
Cuando Mercader cumplió su primer año en Lecumberri ya se había convertido en el preso más famoso y disfrutaba de privilegios que el resto de los internos ni siquiera imaginaba: una singular crujía de dos cuartos llena de libros, con un aparato de radio de onda corta, y recibía las visitas de bellas mujeres además de tener a su servicio a varios custodios.
Su comida no era la misma que la de los demás prisioneros. Recibía alrededor de mil dólares mensuales desde Nueva York –una fortuna en la época–, gracias a los cual sus viandas venían de los restaurantes más exclusivos y caros. A su celda llegaba la prensa, todo tipo de frutas de temporada, cigarros y lo que dejaba se los ofrecía a sus guardias. Llegó a tener un teléfono en su celda.
Desde los primeros meses de su estancia comenzó a devorar libros sobre electrónica y pronto se trasformó en el reo que arreglaba todo tipo de problemas eléctricos de la prisión. Gracias a ello los directivos de Lecumberri le permitían tener en su celda un pequeño taller donde realizaba diversos experimentos.
Atrás quedaron las épocas en las que los agentes de la policía secreta le propinaban dos golpizas diarias para hacerlo confesar su identidad.
Cuando asesinó a Trotsky quedó detenido como Jacques Mornard, hijo de un diplomático del servicio exterior de Bélgica. Esa identidad le fue fabricada por la División de Servicios Especiales de la GPU, antecedente del Comité para la Seguridad del Estado, el KGB de la Unión Soviética.
La historia de ese crimen comenzó cuando su madre, Caridad Mercader, fue reclutada en Barcelona como agente de la GPU y se convirtió en amante de Leonidas Aleksandrovich Eitingon, el más grande espía soviético del siglo XX, quien operaba en España con el pseudónimo de General Kotov.
Caridad y su hijo fueron llamados para participar en el asesinato de Trotsky. En una reunión celebrada en París a mediados de 1939 Eitingon seleccionó a Ramón para que se convirtiera en sus “ojos y oídos dentro del movimiento trotskista”.
En esa reunión también se acordó que un puñado de milicianos mexicanos que combatieron en la Guerra Civil Española, encabezados por David Alfaro Siqueiros, realizaran un asalto a la casa-fortaleza de Trotsky en Coyoacán. Leonidas bautizó el proyecto como Operación Pato.
Mercader entró al círculo cercano de Trotsky por la vía de enamorar a una de sus traductoras radicada en Nueva York, Sylvia Ageloff, a quien conoció en la capital francesa. Luego ambos viajaron a México y su “novia” lo llevó a la casa en la calle de Viena.
Gracias a la información proporcionada por Mercader se pudo planear el asalto a la fortaleza, el cual se concretó la madrugada del 20 de mayo de 1940. Sin embargo el ataque encabezado por Siqueiros fracasó. Así, Mercader se convirtió en la última opción de Leonidas para concretar la Operación Pato, ordenada por el propio Stalin.
Una vez detenido por la policía secreta mexicana –dirigida por el general Leandro Sánchez Salazar–, el asesino de Trotsky fue torturado para que revelara su identidad. Las golpizas que le propinaban se complementaban con un interrogatorio científico llevado por el criminólogo Alfonso Quiroz Cuarón, quien intentaba desentrañar la personalidad del homicida.
Gracias al exiliado español Julián Gorkin se le pudo quitar la máscara a quien decía llamarse Jacques Mornard.
Las cartas
Los privilegios de Mercader molestaron a algunos policías y custodios de Lecumberri. Bartolo Oliva consideró que debería “pagar con la misma moneda” lo que le había hecho a su víctima.
El policía se propuso asesinarlo. Para concretar el crimen contactó al secretario particular de Natalia Sedova, la viuda de Trotsky, y le entregó dos cartas.
En la primera –de la cual Proceso tiene copia–, fechada el 16 de noviembre de 1941, le contaba al secretario –cuyo nombre no aparece en los textos– que trabajaba en Lecumberri y tenía la responsabilidad de “vigilar al asesino de Trotsky”.
“Me he dado cuenta de ciertos detalles los cual quiero tratar con usted confidencialmente por lo que me dirijo ante usted me diga con la reserva más absoluta en qué lugar hora y fecha puedo verlo a usted y tratar este asunto o si quiere usted pasar a esta humilde casa en la dirección descrita para tratar el asunto personalmente”, dice el documento, resguardado en el Archivo General de la Nación.
La carta causó impacto. El secretario de Sedova acudió al día siguiente al domicilio indicado en la misiva: avenida 15 de Mayo, interior 17, en Iztacalco. Oliva se identificó como policía con la placa número 2458. Contó su plan y exigió la cantidad de 50 mil pesos para concretar el homicidio que se cometería en la prisión.
El hombre lo escuchó atentamente, tratando de descubrir si se trataba de un verdadero policía o de un agente de Moscú. Al terminar el relato el secretario comentó que no estaban dispuestos a “salirse en lo más mínimo de los límites legales”. Lo invitó a denunciar ante las autoridades los ilegales privilegios de los cuales disfrutaba el prisionero. El policía se negó por temor a represalias.
Terminada la entrevista, el secretario quedó contrariado por la fuerte convicción del agente para asesinar a Mercader. El encuentro fue contado con todo detalle a Sedova, quien había tomado en sus manos algunas responsabilidades de su esposo. La mujer consideró que se trataba de una “provocación de la GPU”.
Nueve días después Oliva mandó una nueva y extensa misiva al secretario. En ella insistía en que le ayudaran a cumplir el “deber sagrado de vengar la muerte del Sr. Trotsky”.
Precisaba los detalles de la vida de Mercader en la cárcel: “A las 8 horas le llega la prensa del día. Se levanta a las 11 u 11:30 horas; en ciertos días, alrededor de las 15:00 horas, llegan mujeres a visitarlo y se quedan solos hasta las 17:00 horas”.
Para concretar su proyecto de asesinarlo demandaba primero 25 mil pesos y el resto cuando el trabajo quedara terminado. Exigía que bajo palabra se le entregara a su familia, pues sabía que quedaría preso por el crimen y con ello lograría una buena defensa.
El policía señaló que necesitaba pagar un peso al sargento de turno y cincuenta centavos al oficial de guardia para que lo asignaran 24 horas al cuidado del preso.
La nueva carta provocó crisis en el círculo cercano de Sedova. Después de discutir el asunto concluyeron que Stalin pretendía matar a Mercader y provocar un escándalo acusando al movimiento trotskista de su muerte. Acordaron hacer públicas las misivas entregándolas a la prensa, pero primero decidieron contar la “gravedad del asunto” al presidente Manuel Ávila Camacho.
Sedova escribió una primera carta al mandatario el 21 de noviembre de 1941. Comenzaba contándole las vacilaciones que debió resolver antes de escribirle. En ella describía los privilegios de los cuales disfrutaba Mercader en Lecumberri. Cinco días después le mandó un segundo texto: “Lamento muchísimo, señor presidente, verme obligada a molestar de nuevo su atención. Créame que no lo haría si no tuviera novedades de cierta gravedad que le comuniqué en mi reciente carta”.
La mujer contó a Ávila Camacho la insistencia del policía por asesinar a Mercader. Consideró ese plan como una provocación de la GPU. “O tal vez ésta quiera matar a su agente por un medio que le permita al mismo tiempo acusarnos a mí y mis amigos”.
Le contaba que pensaban tomar la delantera a los planes de Moscú haciendo públicas las cartas. Sin embargo decidieron primero entregárselas para que la justicia mexicana tomara las acciones necesarias.
También le advertía sobre rumores que circulaban en Nueva York sobre agentes de Moscú que preparaban la fuga del asesino de su esposo. “La GPU debe preparar la evasión de su agente antes de que recaiga la sentencia que al condenar a Jacson (Mercader) condenaría igualmente a Stalin”.
El asesinato de Trotsky atrajo la mirada del mundo sobre México. Al cumplirse el primer aniversario, periodistas de diversos países seguían el caso contra el autor del homicidio. Un atentado en su contra significaba un nuevo escándalo de proporciones mayores que Ávila Camacho no estaba dispuesto a permitir.
Oliva fue removido de Lecumberri y desde ahí se le pierde el rastro. Las cartas que mandó al secretario de Natalia Sedova nunca llegaron a la prensa y sólo quedaron archivadas unas copias en la oficina de la Presidencia.