La Iglesia en tiempos de guerra

sábado, 25 de enero de 2014 · 14:55
El obispo de Apatzingán, Miguel Patiño Velázquez, se ha ganado la simpatía de los feligreses por su forma abierta de denunciar la violencia creciente en la entidad. Suele hacerlo a través de informes, en uno de los cuales –el del miércoles 15– pidió a los políticos, al gobierno y al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, “signos claros de que en realidad quieren parar a la ‘máquina que asesina’”. Hoy Patiño prepara su visita al Vaticano, que aprovechará para  presentar otro informe similar al Papa Francisco. APATZINGÁN, Mich. (Proceso).– El obispo de Apatzingán, Miguel Patiño Velázquez, escucha el zumbido de los helicópteros militares que sobrevuelan su catedral una y otra vez, casi rozando la punta de la torre, luego comenta: “Llevo 33 años al frente de esta diócesis. Ya hasta perdí la cuenta de los operativos del Ejército para combatir al narcotráfico en la región. Este es uno más”. –¿No han dado resultados las incursiones militares? –se le pregunta. –Los resultados a veces son nulos, a veces son escasos o a veces positivos. Tienen sus más y sus menos, lo mismo que mi misión pastoral. Yo también me pregunto si he cumplido al 100% con mi misión en la diócesis… Mentiría si dijera que sí. –En todos esos años, ¿cómo ha visto el trasiego de drogas? –Ha ido evolucionando. En un primer momento se daba solamente la siembra de mariguana. En un segundo comenzó a darse propiamente el narcotráfico. Después vino el fenómeno del consumo. Ahora vivimos un cuarto momento; el del fortalecimiento de las bandas del crimen organizado que se apoderaron de la zona. “Durante más de tres décadas he dado a conocer esta situación a través de mis cartas pastorales. En los ochenta, por ejemplo, empecé a oponerme públicamente al cultivo de la mariguana. En los noventa me pronunciaba contra el narcotráfico. En la primera década de este siglo volví a insistir en ese tema. Y lo sigo haciendo, señalando incluso los excesos cometidos por las autoridades. Jamás he silenciado los hechos”. Patiño es un hombre magro, de baja estatura y movimientos ágiles. Su blanca cabellera de largas patillas contrasta con un rostro oscuro quemado por el sol, del que sobresalen unos ojos verdosos que se achispan al describir la deplorable  situación de su diócesis: “Los gobiernos anteriores dejaron crecer el problema del narcotráfico que resquebrajó la convivencia social, al grado que la muerte y la violencia están hoy por todos lados. Ya no se puede transitar de un municipio a otro sin someterse a revisiones, ya sea por carretera asfaltada o por caminos de brecha. Los alimentos y los combustibles llegan a escasear. Y la gente pobre es la más afectada”. (Fragmento del reportaje que se publica en Proceso 1943, ya en circulación) 

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