Las guerrilleras del Kurdistán

domingo, 5 de octubre de 2014 · 23:54

El grupo ultrarradical Estado Islámico destruyó sus pueblos y perpetró “un genocidio en toda regla”; así que las mujeres kurdas decidieron tomar las armas y hacerle frente. Pero su batalla va mucho más allá: su disciplinada participación militar contra el yihadismo devino “una lucha contra todas las desigualdades”, incluyendo “el despotismo masculino” y “el patriarcado”.

ESTAMBUL (Proceso).- Lalesin y Evin dejaron atrás el miedo. Estas dos hermanas, de 20 y 19 años respectivamente, han logrado sobrevivir a uno de los momentos más crueles de la guerra provocada por la expansión de las huestes yihadistas del Estado Islámico (EI).

Ahora, el tacto metálico de un viejo fusil kalashnikov entre sus manos y el sentimiento de camaradería de sus compañeras de lucha les infunde el valor necesario para recuperar las vidas que les robó el fanatismo.

En junio pasado, tras haber conquistado Mosul, la segunda ciudad más grande­ de Irak, el autoproclamado califa del EI, Abu Bakr al Baghdadi, decidió unificar “sus posesiones” en territorio iraquí con las zonas capturadas en Siria, para así empezar a cumplir su sueño de crear una gran nación musulmana, borrando las fronteras dibujadas por las grandes potencias europeas al término de la Primera Guerra Mundial, hace ahora casi un siglo.

Para ello, decidió que debía acabar con las bolsas de población aún fieles al gobierno iraquí que se interponían entre Mosul y la frontera, en una parte de la llanura de Nínive habitada mayormente por cristianos, yazidíes –minoría kurda que profesa creencias anteriores a las grandes religiones monoteístas de la actualidad– y turcomanos chiitas, todos ellos considerados “herejes” por la simplista visión del islam que imponen los seguidores de Al Baghdadi.

La ofensiva se lanzó en los primeros días de agosto y el ejército iraquí pronto puso pies en polvorosa. Más grave a ojos de los habitantes de la ciudad iraquí de Sinjar, la principal población yazidí de la zona, fue la retirada de los peshmergas, los soldados del Gobierno Regional del Kurdistán iraquí, a quienes los yazidíes fiaban su protección. Los yazidíes se quedaron solos ante el peligro y todas las llamadas de socorro fueron en vano. Los yihadistas penetraron en la ciudad y perpetraron lo que, según explica a Proceso el doctor Mirza Dinnayi, exasesor de la presidencia iraquí, fue “un genocidio en toda regla” con el objetivo de borrar la presencia de una comunidad religiosa con 4 mil años de historia.

La familia de Lalesin y Evin, como otras decenas de miles de Sinjar, escapó a las montañas para huir de una muerte segura. Sin apenas agua ni alimentos, y pobremente armados –el hermano de estas dos jóvenes fue acribillado mientras defendía la huida de los refugiados–, los yazidíes vagaban por las rocosas quebradas del monte Sinjar, alimentándose de higos silvestres y repartiendo los pedazos de pan que pudieron llevar en porciones cada vez más pequeñas.

“Para que el calor no nos secase la garganta, bebíamos agua en los tapones de las botellas de plástico, de manera que no se gastase toda. Pero los más pequeños y los más ancianos no pudieron resistir”, explicó Lalesin a la agencia kurda Firat.

Dinnayi, quien encabezó varias misiones en helicóptero a través de las líneas del frente para lanzar ayuda humanitaria a los refugiados, aseguró que desde el aire se veían “cientos, miles” de cadáveres en las faldas de la montaña.

El monte Sinjar se convirtió así en lo que algunos comentaristas definieron como “El Leningrado del Kurdistán”, en referencia al cruel asedio al que sometieron los nazis a la actual San Petersburgo durante la Segunda Guerra Mundial. Rodeados por las fuerzas yihadistas, el terror corroía a los asediados, especialmente a las mujeres, sabedoras de que si caían en manos del Estado Islámico les esperaría un tormento de humillaciones, violaciones o incluso ser vendidas como esclavas.

“Los hombres hacían guardia por la noche pero las mujeres tomamos una decisión: si llegaba el EI y se nos acababa la munición, todas nos tomaríamos de las manos y saltaríamos por un precipicio. Si no podemos vivir de forma honrosa, la vida carece de sentido”, relató Evin. “De hecho, hubo unas 40 mujeres que no pudieron aguantar y se tiraron por el barranco.”

Los caminos hacia la guerra

El martirio acabó cuando, desde la cercana frontera siria, militantes kurdos del YPG y el PKK lograron abrir un corredor humanitario atacando uno de los flancos del EI y, así, decenas de miles de yazidíes pudieron escapar hacia Siria o a la ciudad iraquí de Dohuk, más al norte, en marchas de tres días y tres noches por el desierto, cuyas imágenes parecen las de un éxodo bíblico.

El PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) está incluido en la lista de organizaciones terroristas realizada por Estados Unidos y la OTAN. Desde que en 1984 proclamó el inicio de su lucha armada contra el gobierno de Turquía para reclamar la independencia de los 14 millones de kurdos que habitan en suelo turco, ha atizado un conflicto que supera ya los 40 mil muertos.

Sin embargo, en 2013, su encarcelado líder, Abdullah Öcalan, pidió a los guerrilleros kurdos que se retirasen de Turquía a sus refugios en el norte de Irak para contribuir así al proceso de paz que los dirigentes del PKK negocian directamente con Ankara.

Por su parte, las Unidades de Protección Popular (YPG), cercanas al PKK, son una milicia surgida en Siria –donde habitan 2 millones de kurdos– que ha conseguido mantener bajo su control una importante porción de territorio en el norte del país desde que en 201 éste se sumió en la guerra civil.

Pero a Lalesin y a Evin, así como a otras jóvenes que decidieron unirse a la guerrilla kurda, no les importan las consideraciones de la comunidad internacional: saben que mientras el mundo que siempre habían conocido se hacía pedazos, los líderes de Occidente perdían el tiempo en infructuosos debates, y el PKK y las YPG fueron los únicos que hicieron algo por salvar a su pueblo. “Ahora ya no tenemos miedos. Nos sentimos fuertes”, afirmó Lalesin con el fusil en su mano.

En Rojava –como los kurdos denominan al territorio que habitan en Siria– los guerrilleros no sólo han preparado un campamento de refugiados, en colaboración con la ONU, donde acoger a los habitantes de Sinjar. También han establecido un centro de entrenamiento donde se está creando una fuerza compuesta mayormente por yazidíes: las Unidades de Defensa de Sinjar (YBS), en la que los veteranos miembros del PKK y el YPG forman a nuevos guerrilleros con la vista puesta en una nueva ofensiva que recupere Sinjar de manos yihadistas.

Por vía telefónica, un miliciano del PKK explica: “Los actuales peshmergas son muy jóvenes y hace años que no guerrean. Puede entrarles el pánico y pueden echar a correr, como ya ha ocurrido en Sinjar. No los culpo, los del EI son unos bárbaros que si te agarran te cortan la cabeza. Pero nosotros tenemos más experiencia, llevamos 35 años luchando”.

De acuerdo con datos de los guerrilleros kurdos, unos 2 mil yazidíes han sido entrenados para participar en la ofensiva, y en este grupo destacan las mujeres. No son muchas, pero su gesto ha dado valor a una comunidad perseguida. Ellas, en lugar de huir o resignarse a ser capturadas y sometidas a terribles vejaciones, han decidido tomar las armas contra el terror yihadista.

“En general los yazidíes siempre han tenido reflejos para la autodefensa, algo ligado con los ataques que han sufrido a lo largo de la historia”, explica Nesrin Sengal, miembro de la Comandancia Central de las YBS. Para los yazidíes éste es el septuagésimo tercer ataque a su existencia en los últimos siglos, y quizás el más grave. “Normalmente eran los hombres quienes más se unían (a la guerrilla), pero después de que los pueblos de la zona de Sinjar fueron tomados por el EI, también ha comenzado a haber participación femenina. En la medida en que la guerra se ha expandido y se ha incrementado la destrucción, también ha aumentado el número de mujeres enroladas. No se trata de algo que tenga que ver con una mayor concienciación ideológica, sino más bien se debe a la psicología del conflicto. El hecho de que los peshmergas que defendían Sinjar se retirasen ha sido un golpe muy duro. Este sentimiento de soledad ha sido una de las razones de que muchas familias apuesten por la autodefensa”, añade esta comandante kurda, por vía computacional, desde un punto de Siria que no puede revelar debido a razones de seguridad.

Por el momento, un centenar de mujeres se ha unido a las YBS, aunque “cada día que pasa se incrementa su número”. La comandancia de esta fuerza se ha organizado, además, de forma mixta, y tanto hombres como mujeres participan ya en acciones de guerra. Se cuenta que los islamistas temen ser muertos por mujeres pues lo consideran una humillación, y por ello han rehuido algunos combates. Paralelamente, ya ha habido “mártires” femeninas, como los kurdos llaman a los guerrilleros caídos en combate. Ha quedado claro que ellas pueden ser tan hábiles combatientes como sus pares masculinos. “Son muy buenas francotiradoras porque tienen más paciencia que los hombres”, explica un militar kurdo.

“¡Ha muerto el machismo!”

El PKK, como otras guerrillas de índole marxista, siempre ha tenido una importante presencia femenina. Sin embargo, para la comunidad yazidí el hecho de que las mujeres empuñen un arma es una novedad. “Cuando nos unimos a la guerrilla fue nuestra familia la que nos acompañó y nos entregó a nuestros compañeros. Esto es algo nuevo para las yazidíes. Normalmente no se veía con buenos ojos que las chicas nos metiésemos en estas cosas. Pero nuestra familia entendió que éste es el camino para proteger nuestro honor y nuestra tierra”, reconoció Lalesin.

“Es sabido que nuestro pueblo yazidí es muy conservador en la cuestión de la mujer. En condiciones normales, el que una mujer se una a las fuerzas de autodefensa podría traerle problemas. Pero el drama humano que han provocado los ataques de las bandas yihadistas, y la percepción de la necesidad de defenderse de ellas, ha reducido la incomodidad que la presencia femenina en nuestras filas podía provocar en sus familias”, expone Nesrin Sengal: “¡En Sinjar ha muerto el machismo!”.

Según esta comandante, la participación militar de las mujeres contra el yihadismo se ha convertido en “una lucha contra todas las desigualdades”, incluyendo “el despotismo masculino” y “el patriarcado”.

En una sociedad extremadamente tradicional, como la kurda, la participación de las mujeres en la guerrilla está abriendo ventanas a que los roles de género se modifiquen. No en vano, en los movimientos políticos kurdos de Turquía y Siria hay cada vez más rostros femeninos. En Turquía, por ejemplo, el principal partido kurdo –al que en ocasiones se acusa de ser el ala política del PKK– está copresidido por un hombre y una mujer y, en las elecciones locales de marzo pasado, muchas mujeres fueron elegidas alcaldes en las provincias de mayoría kurda. Tanto es así que el grupo parlamentario kurdo, a pesar de que su región de procedencia es una de las más conservadoras del país, es el que proporcionalmente tiene más representación femenina en el hemiciclo de Turquía.

Pero no todos opinan de igual manera y varias pensadoras feministas han criticado que en la guerrilla kurda las mujeres se limiten a calcar el papel masculino y se “desfeminicen”.

Según constató este periodista en 2009, en una visita al macizo de los montes Kandil, situado entre Irak e Irán y donde se refugia la cúpula del PKK, la disciplina en las filas de las combatientes kurdas es férrea y está prohibida toda relación sentimental entre los milicianos, bajo pena de severos castigos.

Para las mujeres que se unen a esta lucha éste es un precio aceptable a pagar por su libertad. “El objetivo del EI es establecer un imperio del miedo y acabar con la riqueza y variedad de nuestra historia, nuestros pueblos y nuestras creencias”. Por ello, el objetivo de las unidades de mujeres de las YBS es “derrotar al miedo” porque “¡quien teme al hierro, nunca montará en tren!”, sentencia la comandante Sengal.

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