La marcha por no ser el 44

martes, 25 de noviembre de 2014 · 10:50

Nadie atina a explicar por qué todos fueron Ayotzinapa. Universitarios, burócratas, electricistas, preparatorianos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, familias enteras… Todos acudieron porque esos 43 normalistas de Iguala no son tan lejanos, no son tan ajenos, y el 44 podría estar inmerso en esa masa que atiborró el centro de la ciudad. La marcha del jueves 20 fue otra vez la unificación de una voz: “Que se vaya Peña”. Antes de que los uniformados cumplieran la orden de despejar el Zócalo a toletazos, un muchacho muy joven había dicho: “Este es nuestro 68”. Y sí.

MÉXICO, D.F. (Proceso).- Preguntas (casi) sin respuesta a una cuadra del Zócalo

¿Cómo habíamos llegado hasta aquí? ¿Cómo lo habían hecho los apenas adolescentes del CETIS 2 o de las preparatorias particulares? Pero también los normalistas de Guerrero, todas las universidades, las monjitas marchadoras, los padres y madres de Ayotzinapa cuyas frases se le quedan a uno encajadas: “Desde que se llevaron a mi hijo, cuando camino por mi calle, me siento una desconocida”. De la marcha del 8 de octubre en el Zócalo a las del miércoles 5 por todo el país el movimiento Todos Somos Ayotzinapa se hizo estudiantil, mezclando clases culturales –la vehemencia de los preparatorianos, los globos de la Ibero, las bicicletas de la Condesa, el luto de los normalistas en rostros tasajeados por el sol– con una sola idea: “Vivos los llevaron, vivos los queremos”, de la antigua consigna de las madres de Doña Rosario Ibarra de Piedra. ¿Qué detonó este movimiento en las calles de miles de estudiantes por todo el país y aun en las capitales europeas y americanas? ¿Qué cambió después del incendio de la guardería ABC, la caravana de Javier Sicilia o el camino del Doctor Mireles?

Eso se preguntaba el miércoles 5 el actor Daniel Giménez Cacho detenido por los cazadores de selfies en la Calle 5 de Mayo. Se ensayaban explicaciones: Una nueva generación que creció en la torcida democracia del IFE, en el avance de la idea de que los partidos se enriquecen a nuestras costillas –la imagen del diputado de parranda con teiboleras– y en una politización como experiencia de la ciudadanía. La marcha, no como acompañarse en las derrotas, sino en el repudio.

–Hay cosas que detonan y otras que no –fue la explicación más celebrada (provino de la sensatez despreocupada de la fotógrafa Maya Goded).

Todos los grillos que pasaban por 5 de Mayo se detenían a ver si alguien tenía una razón, un método: desde los burócratas del Gobierno de la Ciudad de México, algún líder de 1968, otro que abandonó la guerrilla de Lucio Cabañas justo en la normal de Ayotzinapa, un ceuísta, un cegehache, una “morena” que era, en realidad, pelirroja, una chilena exiliada por el pinochetismo.

–Ustedes ya deben tener una teoría –retaban a Paco Ignacio Taibo, a Héctor Díaz Polanco, a los periodistas.

Los grillos tenían razón. No podía quedarse en una simple coincidencia entre el paro en el Politécnico Nacional por unos reglamentos y los desaparecidos de la Normal de Ayotzinapa. Había ira, luto, preocupación. La sensación de haber llegado a un límite. Una pancarta hecha a mano por una estudiante de la Escuela Normal Superior: “No quiero un futuro como este presente”. La frase contenía a una generación aterrada por el porvenir o, mejor, por la ausencia que les espera a casi todos. Por eso la clase media reaccionaba al unísono con las madres desamparadas de Ayotzi –el diminutivo como aprecio– y una pregunta retórica y no tanto: “¿Y si el próximo fuera tu hijo?”... Fragmento de la crónica que se publica en la edición 1986 de la revista Proceso, actualmente en circulación.

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