Aracataca, a la sombra de Macondo

martes, 22 de abril de 2014 · 11:39
El visitante llega a Aracataca en busca de Macondo, el pueblo donde se desarrolla Cien años de soledad. Lo mismo les sucede a los propios habitantes de la tierra natal de García Márquez, que se ven a través de la novela y de sus fascinantes personajes. De la obra y la manera de ser de su paisano hablan autoridades, parientes del Nobel e incluso personas que no alcanzaron a entrar en la novela y se contentan con hacer de guías por su casa-museo…   ARACATACA, COLOMBIA (Proceso).- En Aracataca, población metida en un rincón insondable del Caribe colombiano y cuyo orgullo culminante en sus 99 años de historia es haber sido la cuna del Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, pocas cosas son lo que parecen ser a simple vista. Los cataqueros, como se conoce en Colombia a los oriundos de Aracataca, suelen tomar el fresco por las tardes en mecedoras de mimbre y sillas de plástico en las orillas del Canal Tolima, un arroyo artificial que cruza el pueblo y en el cual los niños nadan en calzones. La placidez reina en medio del calor sofocante. El termómetro marca 41 grados centígrados a la sombra un día de abril. “Aquí uno ve de repente enjambres de mariposas amarillas volando entre los árboles frutales a la orilla del canal”, dice la señora Mafalda Blanco, quien espanta el bochorno con un abanico en el umbral de su casa, frente al arroyo. Afirma que las mariposas son iguales, “del mismo tamaño y del mismo color”, a las que precedían las apariciones de Mauricio Babilonia en el Macondo de Cien años de soledad, publicada hace casi 47 años. Las mariposas de Aracataca buscan una planta que aquí llaman “el perrito”, de pequeños pétalos amarillos que, según los lugareños, son las que dan color a esos insectos voladores. García Márquez decía que este pueblo, donde nació el 6 de marzo de 1927 y en el que vivió hasta los ocho años, encontró la materia prima de su deslumbrante obra literaria. Él siempre atribuyó a la “buena suerte” el haber nacido aquí y lo recordaba como un lugar bueno para vivir, donde todo el mundo se conocía, “a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”. Descripción idéntica a la de Macondo en la primera página de Cien años de soledad. Fragmento del reportaje que se publica en la edición 1955 de la revista Proceso, actualmente en circulación.

Comentarios