El añorado polígrafo José Emilio Pacheco preparó este artículo para la edición especial número 21 de Proceso, que conmemoró las cuatro décadas de Cien años de soledad en 2007. Con ese propósito fundió varios de sus textos sobre Gabriel García Márquez: la reseña de Los funerales de la Mamá Grande (Universidad Veracruzana, 1962) y La hojarasca (La Oveja Negra, 1955) que publicó en el suplemento La Cultura en México, del semanario Siempre!, y diversas entregas de su columna Inventario.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Unas semanas antes de que Cien años de soledad apareciera en las librerías de su país una encuesta bogotana llegó a una conclusión sin esperanza: los colombianos tenían una incapacidad congénita para el género novelístico. Jamás iba a escribirse en su país una sola novela importante.
Poco después el libro fue inicialmente mal recibido por sus compatriotas: “un monumento de ladrillo pesado” (Fernando Garavito), “carencia de lógica interna y de rigor estético”. En cambio los mexicanos la elogiaron desde un principio: “la gran novela hispanoamericana” (Fernando Benítez), “novela perfecta” (Emmanuel Carballo), “Es la gran novela histórica, tardía, ya inesperada, todavía oportuna” (Huberto Batis).
La recepción colombiana obliga a evocar el juicio clásico de Lope de Vega en 1606: No hay personaje tan necio como el Quijote ni libro tan malo como el de Cervantes. O más cerca de nosotros, la reseña en una línea de Salvador Novo acerca de El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán (1928): “Colección de anécdotas revolucionarias, a veces bien escritas”.
Ni aquí ni allá ni en ningún lado era imaginable en 1967 lo que seguiría en los próximos 40 años: el Nobel, los millones de ejemplares, todo lo que se conoce en abundancia y algunos datos menos divulgados, por ejemplo que la publicación en Beirut de Cien años de soledad partió en un antes y un después todas las literaturas en lengua árabe; o bien, que es el libro más admirado y estudiado en el Tibet.
La nueva novela y el modernismo
Otro que hacía en La Cultura en México la sección “Calendario” escribió al comenzar impredecible 1968 que el año anterior “marcó la consolidación de un movimiento que significa para la prosa narrativa en lengua española lo que el modernismo del 1900 fue para la poesía”.
En ese momento una perspectiva así sólo podía tenerse desde fuera. La nota de “Calendario” no tiene ningún mérito porque fue escrita en Londres y en la casa de Carlos Fuentes, mientras en el cuarto contiguo el autor de La muerte de Artemio Cruz, Mario Vargas Llosa, y Guillermo Cabrera Infante planeaban el libro colectivo en que los nuevos novelistas hispanoamericanos iban a escribir cada uno un relato sobre un dictador de su país. El volumen nunca apareció pero de la idea original de Fuentes brotaron muchas novelas.
Lo que importa es retener el nombre de La Cultura en México y de sus directores Fernando Benítez y Vicente Rojo. Fue como Casa de las Américas y Marcha de Montevideo una publicación clave en este movimiento. A diferencia de lo que ocurrió durante el modernismo, no se puede decir que Buenos Aires y México hayan sido las capitales de la nueva novela, pero no es desdeñable la función del DF en el movimiento.
La muerte de Hemingway
Cien años de soledad empezó a circular en nuestro país la primera semana de julio de 1967. García Márquez había llegado a México el domingo 2 de julio de 1961 mientras el periódico dominical Claridades informaba de la muerte de Ernest Hemingway...
Fragmento del texto publicado en la edición 1955 de la revista Proceso, actualmente en circulación.