Obediencia perfecta

viernes, 16 de mayo de 2014 · 14:04
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El escándalo sobre los abusos a niños y jóvenes seminaristas por parte del padre Maciel ya no es novedad, sino un caso entre tantos. A la Iglesia católica le habrá costado mucho trabajo, si algún día lo logra, desasociarse del tema de la pederastia. Obediencia perfecta (México, 2013) no apuesta por el alboroto sobre un tema tan denunciado y explotado por los medios en las dos últimas décadas; el realizador Luis Urquiza propone una reflexión seria sobre el tema a través de un relato ficticio inspirado en Perversidad, libro escrito por Ernesto Alcocer, guionista también de la cinta. Como se deduce de la entrevista de Columba Vértiz a Luis Urquiza en la edición pasada de Proceso, el punto de partida de la cinta no era acusar o satanizar a la Iglesia y a sus instituciones, sino que fue el interés sobre la complejidad de la personalidad de un individuo como el padre Marcial Maciel lo que puso en marcha el desarrollo de este proyecto. Obediencia perfecta significó varios años de preparación. Ángel de la Cruz (Juan Manuel Bernal), el carismático fundador de una orden religiosa, amado y temido por sus sacerdotes y por sus seminaristas elegidos, envuelve con su retórica demoniaca a sus niños: ‘muchas cosas que aquí son virtuosas, allá afuera son una locura, pero no hagan caso’. Es una historia narrada en retrospectiva, una forma de ajustar cuentas con el pasado, un tanto como ocurre con el documental Agnus Dei, cordero de Dios (2011) de Alejandra Sánchez, donde el exmonaguillo acusa la mezcla de cariño, vergüenza y dolor que provoca el abuso del sacerdote, figura asociada para los creyentes con la confianza y el refugio espiritual. Según declara Urquiza en entrevistas, los menores que colaboran en la película contaron siempre con la presencia de sus progenitores, además del apoyo de psicólogos y abogados; toda la acción del rodaje fue grabada. Nadie podrá atacar por ese flanco. El realizador logra que la atmósfera del seminario se sienta apenas respirable bajo el miedo, la confusión, ansiedad, necesidad de afecto y de sentirse amparados de los chicos, expuestos a la seducción diabólica de un sacerdote investido con el poder de consagrar la hostia. Hablar de esquizofrenia, en sentido popular, es lugar común; pero la separación entre lo que pasa dentro y lo que se aparenta afuera se siente radical. El reto al abordar el tema de la pederastia en el seno de la Iglesia católica era no caer en el panfleto anti-institucional, o peor, en la explotación del morbo. Urquiza y su equipo encaran el asunto con respeto y sutileza: un adolescente apenas empieza a desvestirse frente al sacerdote, la puerta se cierra; lo mismo con el uso del castigo o el Lavapiés. Metonimias, necesarias en el manejo de actores menores de edad, que evitan ir a lo gráfico de un asunto donde lo que importa es el conflicto mental y espiritual tanto del abusador como de sus víctimas. Obediencia perfecta, cuyo título condensa el ideal de disciplina del fundador de la orden de los jesuitas, Ignacio de Loyola, ofrece una mirada madura y respetuosa a un mal que aqueja a la sociedad. La impresión que deja es que el equipo que la hizo, incluyendo a los actores, se involucró a fondo en el conflicto.

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